4
de Enero
SANTA
ISABEL ANA BAYLEY SETON
(1774-1821)
Fundadora
de las Hermanas de la Caridad de San José
Primera
santa nacida en los Estados Unidos de América
El
14 de septiembre de 1975, fue para la Iglesia católica de los
Estados Unidos de América, un día histórico, que tuvo en Roma su
momento culminante, cuando Pablo VI, canonizaba a la primera santa
nacida en suelo norteamericano: Isabel Ana Bayley. Doce años antes,
había sido beatificada por el Beato Juan XXIII, el 17 de marzo de
1963.
Nace
en Nueva York, 28-agosto-1774 Parte a los cielos en +
Emmitsburg, 4-enero-1821
Beatificada
17-marzo-1963 Canonizada 14-septiembre-1975
FAMILIA
EPISCOPALIANA, EN CLIMA REVOLUCIONARIO
Isabel
Ana Bayley, nació en Nueva York, el 28 de agosto de 1774, en el seno
de una familia episcopaliana: el doctor Richard Bayley y su esposa
Catherine.
Isabel
fue bautizada en la Iglesia episcopaliana, de la que fue un miembro
muy activo, durante los primeros treinta años de su vida.
Cuando
Isabel vino al mundo, su país se encontraba sumido en las luchas
revolucionarias, que precedieron a la declaración de la
independencia. La Guerra de los Siete Años (1756-1763), había
modificado notablemente la situación de las colonias, a favor de los
británicos, que extendieron sus dominios al Canadá, y a Luisiana
Oriental, que eran de Francia, y a Florida que estaba bajo la corona
de España.
La
actuación de los colonos británicos, había sido decisiva para la
victoria, y a la guerra, siguieron luchas entre colonos y gobierno,
que llegó a convertirse en rebelión armada, cuando los colonos
sitiaron Boston, en 1775. Era el principio de la Guerra de la
Independencia (1775-1783), que se firmó el 4 de julio de 1776, pero
la guerra continuó hasta la firma del Tratado de París, o de
Versalles, en 1783.
A
los tres años, Isabel quedó huérfana de madre. A pesar de eso —y
de que su padre, no era muy asiduo a los oficios religiosos
episcopalianos, cuyos sermones tanto le aburrían, aunque los
biógrafos destacan sus buenas obras de caridad—, Isabel recibió
una buena formación literaria, musical y bíblica, que fue la base
de su vida espiritual.
El
doctor Bayley contrajo nuevo matrimonio, pero Isabel ya tenía cierta
independencia: largas ausencias del hogar familiar, cultivo de la
vida espiritual, asistencia asidua a los servicios religiosos...
CASADA
Y MADRE DE CINCO HIJOS
A
sus 19 años, Isabel era una de las jóvenes más bellas de Nueva
York: a la belleza corporal, añadía sus excelentes cualidades
espirituales, y su fina sensibilidad, ante el sufrimiento de los
demás. Todo eso lo captó como nadie, un rico hombre de negocios
neoyorquino, William Magge Seton, que pidió su mano, y contrajo
matrimonio con Isabel, el 25 de enero de 1794.
El
matrimonio Seton tuvo cinco hijos, dos varones y tres mujeres. Sin
embargo, la atención a los deberes de esposa, y de madre de familia
numerosa, no agotaron la actividad de Isabel, atenta a los problemas
de su entorno. En sus frecuentes visitas al templo episcopaliano,
abría su corazón al pastor John Henry Hobart, en demanda de ayuda y
dirección espiritual.
En
esa coyuntura, Isabel se lanzó a la aventura de fundar, con otras
señoras de la sociedad neoyorquina, a la que llamaron “Society for
the Relief of poor Widows”: es decir “sociedad para auxiliar a
las viudas pobres”.
En
su corazón cristiano cabían, además de su esposo y de sus hijos,
las viudas pobres, los necesitados, los enfermos y los moribundos. No
es de extrañar que en la sociedad de Nueva York, se la conociera
como la Hermana de la Caridad protestante.
Sin
embargo, las circunstancias hicieron, que centrara todas sus fuerzas
en la propia familia, cuando los negocios de su marido iban de mal en
peor, hasta la bancarrota, y el propio William, que no pudo asimilar
el duro golpe del infortunio, fue víctima de una terrible
tuberculosis. Viendo su vida en peligro, el matrimonio decidió
embarcarse hacia Italia, con la esperanza de que el buen clima
mediterráneo, curaría la tuberculosis.
A
finales de 1803, llegaron al puerto de Livorno, justo cuando había
llegado la noticia, de que la fiebre amarilla hacía estragos en
Nueva York. Las autoridades sanitarias obligaron al matrimonio Seton,
y a su hija Ann Mary de ocho años que les acompañaba, a guardar la
cuarentena en un hospital del puerto. Las esperanzas de salud, se
frustraron con la muerte de William en Pisa, el 27 de diciembre de
1803.
Santuario
de Santa Elizabeth Seton, 333 South Seton Avenue. Emmitsburg,
Maryland 21727
LA
VIUDA ISABEL DESCUBRE EL CATOLICISMO
Ya
antes de la muerte de William, el matrimonio Filicchi, ricos
comerciantes católicos de Livorno, se mostraron tan hospitalarios, y
atentos a los problemas de los Seton en apuros, que Isabel se
interesó por su religión católica.
Aunque
los Filicchi no se movían por afanes proselitistas, intentaron
responder a las preguntas de Isabel, ya viuda, con tal delicadeza,
que la episcopaliana norteamericana, nunca se sintió presionada,
para abrazar el catolicismo.
En
ese especial catecumenado, Isabel, además del testimonio católico
de sus amigos Filicchi, quedó gratamente impresionada, al descubrir
tres elementos capitales de la Iglesia
católica: la presencia real y viva de Jesucristo en la Eucaristía;
la devoción a la Virgen María, como Madre de Dios y de la Iglesia,
y el fundamento evangélico-apostólico de la Iglesia católica, y
del primado del papa, en la sucesión ininterrumpida desde Pedro
hasta Pío VII, que por aquellos años era el obispo de Roma.
Y tomó la decisión: sin perder los ricos elementos bíblicos, de la
tradición episcopaliana, Isabel abrazaría el catolicismo.
El
14 de mayo de 1805, Isabel fue admitida en la Iglesia católica,
junto con sus hijos. La emotiva ceremonia, se celebró en la iglesia
de San Pedro de Nueva York. Una nueva vida, se abría para la viuda
de Seton: criticada e incomprendida por sus familiares y amigos,
incluido el pastor Hobart.
Iniciaba
una andadura en la Iglesia católica, que tanto le ayudaría a
abrazar, y asumir cristianamente, las cruces que tenía y las que le
llegarían.
FUNDADORA,
AL LADO DEL POBRE
El
vacío que le hizo su familia, dejó a Isabel en una precaria
situación económica. Ella quería sacar adelante a su familia, pero
no encontraba ni el cómo, ni el dónde. Hasta que el padre Dubourg
–que llegaría a obispo de Nueva Orleáns– le mostró el camino:
dirigir una escuela para chicas, en Baltimore.
Aunque
Isabel no pretendía llevar una vida, al estilo de las religiosas, la
conversión al catolicismo, había marcado para siempre su estilo de
vida, y su trabajo apostólico. Y aceptó la dirección de la
escuela, desde luego, por la necesidad de sacar adelante a sus hijos,
pero sin perder de vista, el campo de apostolado, que se le abría al
lado de las alumnas.
De
ahí que algunas, ante el testimonio de entrega y de caridad de
Isabel, a favor de las alumnas, y en el servicio a los pobres,
decidieron permanecer a su lado: fue el principio de la futura
congregación, de las Hermanas de la Caridad de San José.
El
25 de marzo, día en que las Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl, muy admiradas por el padre Dubourg, renuevan sus votos, en
este caso en 1804, pronunció Isabel privadamente, los tres votos
religiosos. Cinco años más tarde, la escuela femenina de Baltimore,
se trasladaba a Emmitsburg. Y Emmitsburg fue la cuna de la nueva
congregación.
Isabel
contaba con el apoyo del arzobispo de Baltimore, John Carroll,
admirador de la trayectoria espiritual y apostólica de Isabel, y de
sus compañeras, que evocaban los inicios, de las Hijas de la Caridad
en París, en torno a San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac.
Por
eso, a la hora de elegir una regla de vida, acudieron a las
constituciones vicencianas, y las adaptaron a las especiales
circunstancias y necesidades, del momento y del lugar.
El
17 de enero de 1810, cuando apenas hacía medio año, que se habían
trasladado a Emmitsburg, monseñor Carroll aprobaba oficialmente la
nueva congregación, entonces de derecho diocesano, que se llamaría
Hermanas de la Caridad de San José. Y el 19 de julio de 1813, Isabel
con otras dieciocho novicias, hacía su profesión públicamente.
Cuando
todo hacía suponer, que para Isabel era el principio de su recta
final, salvados los problemas de toda nueva fundación, comenzaron a
surgir dificultades y sufrimientos, para la madre Isabel y la mamá
Isabel: uno de sus hijos se descarrió, por caminos ajenos a la vida
cristiana; dos de sus hijas murieron en poco lapso de tiempo; varias
religiosas del primer grupo también enfermaron y murieron; y no
faltaron calumnias y dificultades económicas.
El
Señor probó a su sierva Isabel, con toda clase de sufrimientos y de
pruebas, que ella soportó con entereza cristiana, y con absoluta
conformidad, con la voluntad de Dios.
En
medio de tantos sufrimientos, que marcaron los últimos años de su
vida, Isabel no perdió la paz del corazón, el optimismo fundado en
la confianza en Dios, y la esperanza de quien se sabe, en manos del
Padre, que tanto ama a sus hijos, y quiere para ellos lo mejor, y
porque puede, lo concede. Para cuantos vivían cerca de Isabel,
aquella serenidad y optimismo, que transmitía en medio de las
pruebas, era un constante referente, a la fe viva que movía toda su
vida.
Finalmente,
también la enfermedad llamó a su puerta. E Isabel, que tanto sabía
de enfermedades de otros, tuberculosis incluida, aceptó con la misma
paz y serenidad, aquel regalo de Dios, que entonces equivalía a
muerte cercana: la tuberculosis.
El
4 de enero de 1821, entregaba su alma a Dios en Emmitsburg, rodeada
de sus hijas, a quienes animaba a vivir y morir, como »hijas de la
Iglesia». Dejaba la congregación en marcha, y desde el cielo
alentaría su difusión, a favor de los pobres y enfermos: de las 50
religiosas que había en 1821, pasaron a 8.000 en 1975, cuando fue
canonizada por Pablo VI.
JOSÉ
A. MARTÍNEZ PUCHE, O.P.
NOVENA
¡Oh!
Dios nuestro Padre, glorifica aquí en la tierra a tu sierva, Santa
Elizabeth Ann Seton, manifestando el poder de su intercesión, a
través del favor que yo ahora te imploro. (Aquí mencione su
intención.)
Oración:
Te pedimos Dios y Señor nuestro, que por los méritos y la
intercesión de Santa Isabel Ana Bayley Seton, tus hijos e hijas en
Norteamérica, puedan mantenerse firmes en la Fe cristiana, evitando
caer en la tentación de la violencia social, ante las crecientes
dificultades económicas.
También
te pedimos, para que el Catolicismo pueda superar allí, los
escándalos que tanto nos han avergonzados a todos, con una sincera
penitencia y reparación espiritual y económica.
A
Tí Señor, que nos prometiste estar a nuestro lado, hasta el fin de
los tiempos, y que Vives y Reinas, por los Siglos de los Siglos.
Amén.
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