21
de enero
Santa
Inés
Virgen
y Mártir
304
“No
tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la
victoria. Permaneció virgen, y obtuvo la gloria del martirio”. San
Ambrosio
Inés
nació, y fue martirizada en Roma, en la primera mitad del siglo IV.
Su
nombre latino es Agnes, asociado a "agnus" (cordero). En
torno a ella, surgió la costumbre de los corderos blancos, de cuya
lana se hacen palios, para dignatarios eclesiásticos.
Los
pocos datos que se tienen de ella, dieron lugar a varias leyendas
piadosas, en torno a su martirio. Según la más difundida, ella era
una joven hermosa y rica, pretendida en matrimonio, por muchos nobles
romanos.
Por
no aceptar a ninguno, aduciendo que ya estaba comprometida con
Cristo, fue acusada de ser cristiana.
Llevada
a un prostíbulo, fue protegida por unos ángeles, y aparecieron
señales celestes. Fue entonces puesta en una hoguera, que no la
quemó, y luego decapitada en año 304 A.D.
La
hija de Constantino (Constantina), le erigió una basílica en la Vía
Nomentana, y su fiesta se comenzó a celebrar, a mediados del siglo
IV.
Escritores
antiguos, como el Papa Dámaso, San Ambrosio de Milán, y el poeta
Aurelio Prudencio, dejaron testimonios sobre Santa Inés.
Patrona
de las jóvenes, de la pureza, de las novias y prometidas en
matrimonio, y de los jardineros, ya que la virginidad era
simbolizada, con un jardín cerrado.
Iconografía:
niña o señorita orando, con diadema sobre la cabeza, y una especie
de estola sobre los hombros (alusión al palio).
Como
atributos: un cordero (a sus pies, o en sus brazos),
evocación de su nombre latino; una pira, espada, palma y lirios, en
alusión a su pureza y martirio.
Su
nombre entró al canon, o plegaria eucarística primera.
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Oficio
de lectura, 21 de enero. Santa Inés, Virgen y mártir
No
tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la
victoria
Del tratado de San Ambrosio, Obispo, sobre las vírgenes.
Libro 1, caps. 2. 5. 7-9
Del tratado de San Ambrosio, Obispo, sobre las vírgenes.
Libro 1, caps. 2. 5. 7-9
Celebramos
hoy, el nacimiento para el cielo de una virgen; imitemos su
integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el
sacrificio. Es el día del natalicio de Santa Inés.
Sabemos
por tradición, que murió mártir a los doce años de edad. Destaca
en su martirio, por una parte, la crueldad, que no se detuvo ni ante
una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de
dar testimonio, en la persona de una jovencita.
¿Es
que en aquel cuerpo tan pequeño, cabía herida alguna?. Y con todo,
aunque en ella no encontraba la espada, donde descargar su golpe, fue
ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad, las niñas
no pueden soportar, ni la severidad del rostro de sus padres, y si
distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar, como si
se tratara de una herida.
Pero
ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable
al ser arrastrada, por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su
cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que
es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la
fuerza, al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo
sus manos; y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con
esta posición, el estandarte triunfal de la victoria del Señor;
intentaban aherrojar su cuello y sus manos, con grilletes de hierro,
pero sus miembros resultaban demasiado pequeños, para quedar
encerrados en ellos.
¿Una
nueva clase de martirio?. No tenía aún
edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria;
la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía
imposible por su poca edad, lo hizo posible su virtud consumada.
Una
recién casada no iría al tálamo nupcial, con la alegría con que
iba esta doncella, al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su
suerte, adornada su cabeza, no con rizos, sino con el mismo Cristo;
coronada no de flores, sino de virtudes.
Todos
lloraban, menos ella. Todos se admiraban, de que con tanta
generosidad, entregara una vida, de la que aún no había comenzado a
gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos
se asombraban, de que fuera ya testigo de Cristo, una niña que por
su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma.
Resultó
así, que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios, una niña que era
incapaz legalmente, de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor
de la naturaleza, puede hacer que sean superadas las leyes naturales.
El
verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con
halagos; muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:
«Sería
una injuria para mi Esposo, esperar a ver si me gusta otro; Él me ha
elegido primero, Él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para
asestar el golpe?. Perezca el cuerpo, que puede ser amado con unos
ojos, a los que no quiero».
Se
detuvo, oró, y doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el
verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al
ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros, al ver lo que le
iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En
una sola víctima, tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y
el de la fe. Permaneció virgen,
y obtuvo la gloria del martirio.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que eliges a los débiles,
para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a cuantos
celebramos el triunfo de tu mártir Santa Inés, imitar la firmeza de
su fe. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina, por los
Siglos de los Siglos. Amén.
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