martes, 21 de enero de 2020


21 de enero

Santa Inés


Virgen y Mártir

304
No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria. Permaneció virgen, y obtuvo la gloria del martirio”. San Ambrosio

Inés nació, y fue martirizada en Roma, en la primera mitad del siglo IV.

Su nombre latino es Agnes, asociado a "agnus" (cordero). En torno a ella, surgió la costumbre de los corderos blancos, de cuya lana se hacen palios, para dignatarios eclesiásticos.

Los pocos datos que se tienen de ella, dieron lugar a varias leyendas piadosas, en torno a su martirio. Según la más difundida, ella era una joven hermosa y rica, pretendida en matrimonio, por muchos nobles romanos.

Por no aceptar a ninguno, aduciendo que ya estaba comprometida con Cristo, fue acusada de ser cristiana.

Llevada a un prostíbulo, fue protegida por unos ángeles, y aparecieron señales celestes. Fue entonces puesta en una hoguera, que no la quemó, y luego decapitada en año 304 A.D.

La hija de Constantino (Constantina), le erigió una basílica en la Vía Nomentana, y su fiesta se comenzó a celebrar, a mediados del siglo IV.
Escritores antiguos, como el Papa Dámaso, San Ambrosio de Milán, y el poeta Aurelio Prudencio, dejaron testimonios sobre Santa Inés.
Patrona de las jóvenes, de la pureza, de las novias y prometidas en matrimonio, y de los jardineros, ya que la virginidad era simbolizada, con un jardín cerrado.
Iconografía: niña o señorita orando, con diadema sobre la cabeza, y una especie de estola sobre los hombros (alusión al palio).

Como atributos: un cordero (a sus pies, o en sus brazos), evocación de su nombre latino; una pira, espada, palma y lirios, en alusión a su pureza y martirio.

Su nombre entró al canon, o plegaria eucarística primera.
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Oficio de lectura, 21 de enero. Santa Inés, Virgen y mártir
No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria
Del tratado de San Ambrosio, Obispo, sobre las vírgenes.
Libro 1, caps. 2. 5. 7-9

Celebramos hoy, el nacimiento para el cielo de una virgen; imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día del natalicio de Santa Inés.

Sabemos por tradición, que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad, que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio, en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño, cabía herida alguna?. Y con todo, aunque en ella no encontraba la espada, donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad, las niñas no pueden soportar, ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar, como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada, por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza, al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos; y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición, el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos, con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños, para quedar encerrados en ellos.

¿Una nueva clase de martirio?. No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad, lo hizo posible su virtud consumada.

Una recién casada no iría al tálamo nupcial, con la alegría con que iba esta doncella, al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza, no con rizos, sino con el mismo Cristo; coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban, de que con tanta generosidad, entregara una vida, de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban, de que fuera ya testigo de Cristo, una niña que por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma.

Resultó así, que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios, una niña que era incapaz legalmente, de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza, puede hacer que sean superadas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos; muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:

«Sería una injuria para mi Esposo, esperar a ver si me gusta otro; Él me ha elegido primero, Él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe?. Perezca el cuerpo, que puede ser amado con unos ojos, a los que no quiero».

Se detuvo, oró, y doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros, al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima, tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen, y obtuvo la gloria del martirio.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que eliges a los débiles, para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a cuantos celebramos el triunfo de tu mártir Santa Inés, imitar la firmeza de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina, por los Siglos de los Siglos. Amén.




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