22
de enero
San
Vicente, diácono de Zaragoza, Mártir
(304)
“En
sus palabras tenía la fe; en sus sufrimientos, la paciencia”,
San Agustín
“Un
gran combate comporta una gran gloria, no humana ni temporal, sino
divina y eterna”
Etim.
de Vicente: del latín, "triunfador o vencedor"
Breve
Es
el más antiguo mártir conocido de España, diácono de la Iglesia
de Zaragoza; sufrió un atroz martirio en Valencia, durante la
persecución de Diocleciano [284-305]. Su culto se difundió en
seguida, por toda la Iglesia.
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Siendo
diácono de Zaragoza, su ciudad natal, fue arrestado junto al Obispo
Valerio, por orden del gobernador romano Decio.
Fueron llevados a Valencia en cadenas, donde estuvieron encarcelados
por largo tiempo. En el juicio, como el Obispo tenía dificultad en
el habla, Vicente habló por ambos.
Ante
su forma valiente, Decio se llenó de ira, y mientras al obispo se le
exilió, a Vicente le torturaron con punzones de hierro, azotes y
otros medios. Luego encarcelado otra vez, lo echaron en una celda
sobre vidrios rotos, para torturarle.
Al
morir, su cuerpo fue expuesto a los buitres, pero un cuervo lo
protegió, para que no fuese devorado. Decio entonces echó el cuerpo
al mar, pero este regresó a la costa, y fue enterrado por una
piadosa viuda.
Otras
tradiciones cuentan otros tipos de muerte... pero coinciden en que
murió bajo Diocleciano, en el año 304 AD.
Es
mencionado en el Martirologio Romano, y en la letanía de los
santos.
Varias ciudades dicen tener sus reliquias: Lisboa, Castres, Cremona, Bari y otras. Childerico I trajo su dalmática a París, en el año 542, y construyó una iglesia, en honor de San Vicente, después llamada St. Germain-des-Prés.
Varias ciudades dicen tener sus reliquias: Lisboa, Castres, Cremona, Bari y otras. Childerico I trajo su dalmática a París, en el año 542, y construyó una iglesia, en honor de San Vicente, después llamada St. Germain-des-Prés.
Es
patrón de las ciudades de Valencia, Zaragoza, y de otras de España
y Portugal.
En
la iconografía, aparece con la dalmática de diácono.
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Oficio,
24 de Enero, San Vicente, Diácono y mártir
Vicente
venció en Aquel, por quien había sido vencido al mundo
De los sermones de San Agustín, Obispo
Sermón 276, 1-2
De los sermones de San Agustín, Obispo
Sermón 276, 1-2
A
vosotros se os ha concedido la gracia –dice el Apóstol–, de
estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en Él, sino sufriendo
por Él.
Una
y otra gracia, había recibido del diácono Vicente; las había
recibido, y por esto las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo
hubiera podido tenerlas?. En sus palabras
tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.
Nadie
confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas,
al sufrir la prueba, ya que si hablamos con rectitud y prudencia,
nuestra sabiduría proviene de Dios; y si sufrimos los males con
fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo.
Recordad
qué advertencias da a los suyos Cristo, el Señor, en el Evangelio;
recordad que el Rey de los mártires, es
quien equipa a sus huestes, con las armas espirituales;
quien les enseña el modo de luchar; quien les suministra su ayuda;
quien les promete el remedio; quien habiendo dicho a sus discípulos:
En el mundo tendréis luchas,
añade inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos, a vencer el
temor: Pero tened valor: “Yo he vencido
al mundo”.
¿Por
qué admirarnos pues, amadísimos hermanos, de que San Vicente
venciera en Aquél, por quien había sido vencido al mundo?. En el
mundo –dice– tendréis luchas; se lo dice, para que estas luchas
no los abrumen, para que en el combate no sean vencidos.
De
dos maneras ataca el mundo, a los soldados de Cristo: los halaga para
seducirlos; los atemoriza para doblegarlos. No
dejemos que nos domine el propio placer, no dejemos que nos atemorice
la crueldad ajena, y habremos vencido al mundo.
En
uno y otro ataque, sale al encuentro Cristo, para que el cristiano no
sea vencido. La constancia en el sufrimiento, que contemplamos en el
martirio, que hoy conmemoramos, es humanamente incomprensible, pero
la vemos como algo natural, si en este
martirio reconocemos el poder divino.
Era
tan grande la crueldad, que se ejercitaba en el cuerpo del mártir, y
tan grande la tranquilidad con que él hablaba; era tan grande la
dureza, con que eran tratados sus miembros, y tan grande la
seguridad, con que sonaban sus palabras, que parecía como si Vicente
que hablaba, que no fuera él mismo, el que sufría el tormento.
Es
que en realidad hermanos, así era: Era
Otro el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a
sus testigos, en el Evangelio, al prepararlos para semejante lucha.
Había dicho en efecto: “No os
preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo lo diréis. No seréis
vosotros los que hablaréis; el Espíritu de vuestro Padre, hablará
por vosotros”.
Era
pues el cuerpo de Vicente el que su fría, pero era el Espíritu
quien hablaba, y por estas palabras del Espíritu, no sólo era
vencida la impiedad, sino también confortada la debilidad.
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Vicente,
por su fe, fue vencedor en todo
De los sermones de San Agustín, obispo
Sermón 274, sobre el martirio de San Vicente
De los sermones de San Agustín, obispo
Sermón 274, sobre el martirio de San Vicente
Hemos
contemplado un gran espectáculo, con los ojos de la fe, al mártir
San Vicente, vencedor en todo. Venció en las palabras, y venció en
los tormentos; venció en la confesión, y venció en la tribulación;
venció abrasado por el fuego, y venció al ser arrojado a las olas;
venció finalmente al ser atormentado, y venció al morir por la fe.
Cuando
su carne, en la cual estaba el trofeo de Cristo vencedor, era
arrojada desde la nave al mar, Vicente decía calladamente:
«Nos
derriban, pero no nos rematan».
¿Quién
dio esta paciencia a su soldado, sino Aquel que antes, derramó la
propia sangre por él?. A quien se dice en el salmo: Porque tú, Dios
mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
Un gran combate comporta una gran gloria, no
humana ni temporal, sino divina y eterna. Lucha la fe, y
cuando lucha la fe, nada se consigue con la victoria sobre la carne.
Porque aunque sea desgarrado y despedazado, ¿cómo puede perecer, el
que ha sido redimido por la sangre de Cristo?.
Oración
Dios
Todopoderoso y Eterno, derrama sobre nosotros tu Espíritu, para que
nuestros corazones, se abrasen en tu amor intenso, que ayudó a San
Vicente a superar los tormentos, y así podamos vencer, sobre los
deseos concupiscentes en nuestra propia carne. Por nuestro Señor
Jesucristo, que Vive y Reina por los Siglos de los Siglos. Amén.
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