viernes, 3 de enero de 2020


3 de Enero

San José María Tomasi


Cardenal y Confesor. († 1713)

Príncipe y doctor de la liturgia de Occidente

Breve
Insigne Cardenal de origen noble, procedente de Sicilia.

Políglota. Manejaba fluidamente el latín, el griego y el español. Luego aprendió etíope, sirio y el idioma caldeo.

Renunció a todos los honores, en tierras y fortuna en favor de su hermano, y abrazó la Orden de los Clérigos Regulares – la Orden de San Cayetano. Investigador de los antiguos códices en la Biblioteca Vaticana.

Confesor del Papa Clemente XI.
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Nota: Los códices son libros escritos a mano, previos a la invención de la imprenta, siendo los más ricos, los procedentes de la Edad Media, por sus tradiciones, reglamentos, sabiduría, ascetismo, teología, oraciones en forma de cánticos de los salmos y hasta dibujos, que en muchos casos contenían profecías.

La vitalidad religiosa de la Edad Media, fascinó a nuestro Cardenal, al igual que nos fascina ahora a nosotros su mística, música, danza, vestidos, y hasta torneos medievales, que se celebran con frecuencia, en varias ciudades de Occidente.

Fué indudablemente, una época misteriosa, llena de Fe, y que merece ser redescubierta.

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En las Témporas de Adviento de 1673, fue ungido en la Ciudad Eterna, sacerdote del Señor, y la noche de Navidad, subió por vez primera a un altar, para celebrar las tres misas rituales, en el templo de San Andrés della Valle. Tenía veinticuatro años.

Al sentir realizado al primogénito de los príncipes Lampedusa, el ideal sacerdotal que entreviera, en los suaves crepúsculos de Monteclaro, retoñaron, con nueva y poderosa savia, sus antiguas aficiones litúrgicas, que marcaron la orientación definitiva de su vida, consagrándola totalmente al esplendor del culto divino, y al fomento las ciencias sagradas.

Se iniciaba un glorioso movimiento de restauración litúrgica, y podemos decir que en él, ocupa el padre Tomasi, un puesto destacado en primera fila. Trasladado a la casa de San Silvestre del Quirinal, pese a su complexión delicadísima y enfermiza, continuamente atormentado por la pesada cruz de escrúpulos, y penas interiores, recogió la herencia del eximio cardenal Bona, para dedicarse totalmente, a los estudios litúrgicos y bíblicos, y a la investigación de las sagradas antigüedades.

Se impuso una preparación eficiente, y aprendió hebreo, caldeo, etíope, árabe y siríaco. Con afán apostólico, logró convertir a la fe de Cristo, a su profesor de hebreo, el docto rabino Moisés de Cavi, que al bautizarse, tomó el apellido Tomasi.

El padre Tomasi pasó su vida entera, escondido en bibliotecas y archivos de Roma, especialmente en la Vaticana, la Vallicelana, la de Cristina de Suecia, la San Pedro y la de San Pablo, que le franquearon sus tesoros bibliográficos, y sus ricos fondos documentales.

Con la abnegación de un santo, y el entusiasmo litúrgico de un teatino, laboraba silenciosamente, para desentrañar códices milenarios, y libar en amarillentos pergaminos, toda la potente vitalidad de la Iglesia en los siglos medievales.

Fruto preciosísimo de sus afanes investigadores, un nutridísimo repertorio de sus obras litúrgicas, teológicas, bíblicas y ascéticas, que se fueron publicando desde 1679 hasta 1770.

Entre ellas, cabe citar el Sacramentario Gelasiano, el Sacramentario Galicano, el Responsarial y Antifonario de San Gregorio, el Salterio con Cánticos, el Sacramentario Gregoriano, y las Instituciones teológicas de los Santos Padres.

Estas magníficas publicaciones tomasianas, en aquel momento histórico que vivía la Iglesia, fueron de una oportunidad portentosa.

Aportación valiosísima, al incipiente movimiento de investigación litúrgica y bíblica, constituyeron un arma poderosa, para confundir a los herejes, los cuales clamaron en Holanda: ¡Cavete Thomasium!: "¡Guardaos de Tomasi!"

Por otra parte, sirvieron de base y punto de partida, para ulteriores estudios sobre liturgia antigua, ofreciendo aún actualmente, un provechoso instrumento de trabajo, a los que a tales investigaciones se dedican.

Pero en Tomasi, el sabio, el investigador, están en función del sacerdote y del santo. No se engolfó en los estudios, a título de curiosidad o erudición, sino con el propósito de entender plenamente, los ritos y preces que como sacerdote, debía usar en el ejercicio del culto divino, y al propio tiempo, hacer partícipes al clero y a los fieles, del fruto de sus investigaciones, para lograr una mayor eficacia santificadora, en las funciones litúrgicas. En tal sentido, Tomasi es un precursor y abanderado, del actual apostolado litúrgico.

Cultivador insigne de las virtudes religiosas y sacerdotales, sentía Tomasi una predilección marcadísíma por la humildad, base de todas ellas. Abroquelado en su vida de trabajo silencioso, procuraba pasar desapercibido, entre el fasto de la corte pontificia. Pero su virtud y su sabiduría, hicieron su nombre famoso, en los círculos eclesiásticos de Roma y de toda Europa.

Cuando el doctísimo Juan Mabillón, fue a Roma en viaje de estudios, tuvo la necesidad de ir a ver al padre Tomasi, para que le sirviera de mentor, en sus itinerarios científicos, y le hiciera partícipe, de los felices hallazgos en la investigación litúrgica.

Al ser nombrado el futuro cardenal Vallemani, secretario de la Sagrada Congregación de Ritos, fue en seguida, a buscar al humilde teatino, para pedirle normas y orientaciones.

El papa Clemente XI, amigo y admirador de este hijo esclarecido de San Cayetano, le nombró consultor de la Sagrada Congregación de Ritos, y de la de Propaganda Fide, y calificador del Santo Oficio. Y en el Consistorio, del 18 de mayo de 1712, le hizo cardenal presbítero de la Santa Romana Iglesia, asignándole el título de San Silvestre, y San Martín in montibus.

Tras un dramático forcejeo, con su humildad contrariada, Tomasi vino obligado a aceptar el capelo, en virtud de la santa obediencia, y fue nombrado miembro de la misma Congregación de Ritos. En los ocho meses escasos de su cardenalato, desplegó en su Iglesia titular, un sapientísimo apostolado litúrgico, dando el magnífico ejemplo de asistir con asiduidad, a los oficios corales.

Demostró con gallardía, que sabía trasladar liturgia, de los fríos códices milenarios al calor del santuario, para proyectarla luego en derredor suyo, como una vida hecha culto, y un culto transformado en vida.

El día de Navidad del mismo año, al regresar de la solemne celebración en la capilla papal, en San Pedro, se sintió herido por una grave afección pulmonar, que le tuvo en cama ocho días.

Recibidos con extraordinaria devoción los santos sacramentos, dictó su testamento, en el cual consignó su voluntad, de ser enterrado en la cripta de su iglesia titular, ante el altar de la Virgen, gozo de los cristianos.

En la madrugada del 1 de enero de 1713, besando con ternura el crucifijo, voló su alma a cantar el eterno Magnificat, en las delicias de la liturgia celestial. Contaba sesenta y cuatro años.

Su confesor, el teatino padre Chiesa, aseguró que su alma, no había perdido la inocencia bautismal.

Por la fama de sus virtudes, y el esplendor de sus milagros, se introdujo en la Curia Romana en 1723, la causa de beatificación. El 29 de septiembre de 1803, fue beatificado por Pío VII en la Basílica Vaticana.

Por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, dado el 24 de mayo de 1958, se ha reanudado en la Curia, la causa para la solemne canonización de este egregio cardenal teatino, nacido en tierra española, a quien Cardella proclama, en sus Memorias históricas, príncipe y doctor de la liturgia de Occidente.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos y la intercesión de San José María Tomasi, puedas bendecirnos en todos los tiempos, con cristianos de tanta sabiduría y piedad, como la de este amado Cardenal, recuperando para la Iglesia, a un clero piadoso y sabio, que desde el silencio, el ascetismo y el estudio, influyan poderosamente en la vitalidad de la Iglesia.

Te pedimos también Señor que habiendo sido el amado Cardenal procedente de Lampeduza, puedan los refugiados, que en su desesperación llegan a esa isla, tener el consuelo y protección de él. A Tí Señor, que eres el faro en este mundo enceguecido, ensordecido y embrutecido por el pecado. Amén.

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