9 De Enero de 2024
Beata María Teresa de Jesús Le
Clercq
Religiosa. Fundadora
(1576 - 1622)
Alix
Le Clerc, fue una religiosa francesa, fundadora, junto con Pedro
Fourier, de las Canonesas de San Agustín de la Congregación de
Nuestra Señora. Fue beatificada por Pío XII el 4 de mayo de
1947
Esta cofundadora, junto a San Pedro Fourier, de la
Congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora, para la
educación de las jóvenes, vino al mundo el 2 de febrero de 1576 en
Remiremont, Francia, ducado de Lorena.
Era una joven tan
inteligente y atractiva, como espiritual. Le agradaba la música y la
danza, lo cual atraía muchos admiradores, a los que ella no
desairaba. Ese mundo cuajado de vanidades, no germinó en su corazón.
Al contrario; compartió el sentimiento que, al menos en su
intimidad, pervive en muchos jóvenes: la soledad, el vacío, y el
sinsentido de lo estrictamente mundano. «En medio de todo esto,
mi corazón estaba triste», confesó más tarde.
Y lo
que en un primer momento le agradó, terminó por hastiarla. A los 19
años, tuvo una visión. Se hallaba en una iglesia, cerca del altar.
Junto a ella se encontraba la Virgen, vestida con un hábito, que no
se asemejaba a los conocidos, diciéndole: «Ven, hija mía, que
yo misma voy a darte la bienvenida».
No tardaría mucho
en establecerse en Hymont, con su familia. Y un día conoció por vez
primera, a San Pedro Fourier, que era vicario parroquial, de la
cercana localidad de Mattaincourt. Entre tanto, los signos
extraordinarios la seguían, de modo que en otra ocasión, mientras
estaba en misa, en la parroquia de Mattaincourt, escuchó un ruido de
tambor, acompañado de otra visión, cuyo protagonista era el
demonio, que inducía a bailar a los jóvenes «ebrios de
alegría». Impresionada, resolvió no mezclarse nunca más, con
esas compañías. Modificó drásticamente su atuendo y conducta,
recluyéndose casi por completo en su hogar. Atento a su formación y
progreso espiritual, San Pedro Fourier fue dirigiéndola
sabiamente.
El mayor anhelo de la beata, era cumplir la
voluntad divina, y en ese itinerario de búsqueda, no hallaba
respuesta, para el sentimiento que albergaba en su espíritu. Se
sentía inclinada a una vocación, para la que no encontraba salida.
Y dejándose guiar por un sueño, en el que se le hizo
entender, que no existía una forma de vida, que colmara su anhelo,
por más que su padre y su director espiritual, compartían la idea,
de que debía ingresar en un convento, no juzgó oportuno aceptar sus
sugerencias, sino que optó por seguir esperando.
La llamada
a fundar una Orden, crecía en su interior, y compartió este
sentimiento, con su santo director. Pedro Fourier, aún sin ver clara
esa salida, la animó. El lugar en el que vivía, no era precisamente
el más adecuado, para encontrar jóvenes dispuestas a unirse, a un
ideal religioso. Pero no hay nada que se resista a la fe, y la joven
lo consiguió.
En la misa de Navidad de 1597, junto con otras
tres compañeras, se consagró a Dios. San Pedro Fourier, constató
lo cierto de ese clamor interior, que la beata había percibido
durante tanto tiempo, pero no así el pueblo, que cargó contra
ellas, criticándolas de forma hiriente, en el fondo y forma de
conducta, vestimenta incluida, además de reprobar los gestos
religiosos, que apreciaban en ellas.
El padre de María
Teresa, la condujo entonces, con unas canonesas seculares, que vivían
cerca de Mattaincourt. Y amparada por una de las religiosas, ella y
sus compañeras, fundaron la Congregación de Canonesas Regulares, de
Nuestra Señora, que seguiría la regla de San Agustín, con la venia
de san Pedro Fourier.
Con todo, surgieron nuevos
contratiempos, y María Teresa a instancias de su padre, que veía
que no terminaba de consolidarse la fundación, se vio obligada a
partir a Verdún. Como el juicio de San Pedro Fourier, era que debía
obediencia a su progenitor, se dispuso a cumplirla. Sin embargo, su
padre dio marcha atrás, y quedó sin efecto su orden.
De
todos modos, el santo no terminaba de ver clara la Obra, con lo cual
acogió de buen grado la oferta de un franciscano, para que uniera la
nueva Congregación a las clarisas. Aquí el santo chocó
frontalmente con las religiosas, ya que la determinación unánime de
todas, y de la que dieron cuenta, fue: «Nos hemos reunido en
comunidad, para consagrarnos a la educación de las niñas, de suerte
que no podemos apartamos de nuestra vocación, y adoptar una forma de
vida a la que Dios no nos ha llamado».
San Pedro Fourier
acabó claudicando, y en 1601 se dispuso a fundar con María Teresa,
otra casa en Mihiel, a la que siguieron nuevas fundaciones. Se
dedicaron a la enseñanza de las niñas, especialmente de las pobres,
pero tuvieron que vencer otras reticencias.
Las ursulinas,
también les ofrecieron unirse a ellas, aunque esta idea no convenció
al padre Pierre de Bérulle, fundador del Oratorio de París. Con su
autorizado juicio, la comunidad que tenía al frente a María Teresa,
siguió adelante, y al final fueron reconocidas por la Santa Sede en
1616.
En los documentos, solo había mención para el
convento de Nancy, que se hallaba bajo la autoridad de otros
eclesiásticos. Tan grave problema, conllevó la renuncia al cargo de
superiora, que ejercía María Teresa, y recayó en otra, que San
Pedro Fourier ensalzó públicamente, considerándola alma mater de
la Obra.
La realidad era distinta, y además existía una
clara disparidad de juicios, entre la beata y la nueva superiora.
Pero la beata acogió humildemente la soledad, sin resentirse
íntimamente, tras una lucha de tantos años, y siguió dando pruebas
de heroica virtud, en un momento de su vida, caracterizado por
«sequedad espiritual, tentaciones y noche oscura del alma»,
entre otros sufrimientos.
Padecía una enfermedad incurable,
de la que falleció el 9 de enero de 1622, a los 45 años, después
de intensa agonía. Se la considera cofundadora de la Orden, aunque
San Pedro Fourier siempre se lo negó, para mantenerla en su lugar.
Misteriosos designios de Dios. Pío XII la beatificó el 4 de mayo de
1947.
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