28 De Enero de 2024
San Jacobo de Palestina
Eremita
Conmemoración
de san Jacobo, eremita en Palestina, que se escondió largo tiempo en
una tumba, para llevar una vida penitente.
La vida de Jacobo
el ermitaño, o Jacobo de Palestina, está envuelta en la leyenda. Si
hubiera vivido unos pocos kilómetros al sudoeste, en la Tebaida, lo
conoceríamos como uno de los Padres del desierto, ya que pertenece a
la misma época, hacia el siglo VI, y comparte con ellos, un mismo
ideal ascético; sin embargo vivió en algún lugar de Palestina,
cercano al Monte Carmelo.
Por este motivo, en antiguos
calendarios carmelitanos, aparecía como uno de los santos de la
Orden, aunque ni su época ni su condición, lo hacen tal.
Su
vida nos viene narrada por un autor anónimo, y fue recogida en el
siglo X, por Simón Metafraste, el hagiógrafo de los santos de
Oriente, quien, al igual que un poco más tarde, Jacobo de la
Vorágine con su «Leyenda Dorada» en Occidente, transmitió para
los siglos venideros, antiguas gestas de santidad, si bien
indisolublemente mezcladas, con leyendas y meditaciones piadosas, con
vistas a dar buen ejemplo, y que en muchos casos oculta, -aun sin
pretenderlo- la auténtica humanidad de los santos.
En el caso
de Jacobo el ermitaño, es evidente que su relato, viene envuelto en
la enseñanza ejemplarizante, y un poco esquematizado, con el de
otros ermitaños antiguos, sin embargo, tiene un colorido propio, y
es seguro que tras esos rasgos comunes, se nos ha transmitido algunos
fragmentos de historia auténtica.
Efectivamente, se nos
cuenta que Jacobo, vivió unos 15 años en una cueva, cercana a la
ciudad de Porfirion (posiblemente la actual Haifa), practicando el
ascetismo. En ese tiempo, realizó muchos milagros, y convirtió a
muchos, "que seguían las supersticiones de los samaritanos",
a la verdadera fe, según nos informa el autor de la "Vita".
Aunque era conocido y apreciado, por los pobladores del
lugar, nunca un santo es del agrado de todos, así que algunos que
querían su caída, le prepararon una trampa, vieja como el mundo: le
enviaron una prostituta, que con el pretexto de que la curara de un
mal en el pecho, lo provocó y solicitó. Pero el santo,
comprendiendo el engaño, no sólo pudo resistir la tentación, sino
que acabó consiguiendo la conversión de la prostituta.
Muchos
otros milagros, y sobre todo curaciones, obraba el santo en su cueva,
de tal manera que gente de toda condición, le traía sus enfermos
para que los sanase. En una ocasión, fue tentado en la codicia,
cuando se le ofreció una gran suma de dinero, luego de lograr la
curación del hijo de un senador; sin embargo, el santo rechazó el
regalo, aclarando que recibirlo, sería como comerciar con los dones
de Dios.
Una vez, le trajeron una joven poseída por el
demonio. El santo la curó, y quiso restituirla a la familia; sin
embargo, le pidieron que permaneciera con él unos días más, ya que
no estaba aun del todo restablecida. Y fue esa la ocasión que
encontró el Maligno para conseguir la caída del santo: en efecto,
Jacobo, que en tantos años, había resistido tantas tentaciones,
esta vez cayó "en ese mismo lugar, ante su celda", como
dramáticamente lo va desgranando la "Vita".
Y no
solo se une a la joven, sino que, cegado por la pasión, y
desesperado con su propia caída, la mata, y arroja su cuerpo a un
río cercano. "En vez de reconducirse con la penitencia, cae en
un pecado aun mayor: tal es el fruto de la soberbia y la arrogancia",
reflexiona el anónimo narrador.
Jacobo está ya completamente
desesperado, creyéndose del todo fuera de una posible salvación, y
dispuesto a volver al mundo como irredimible. Sin embargo, no hay
hombre, por muy bajo que haya caído, al que Cristo no le tienda la
mano, y en medio de su desesperación, unos monjes aconsejan a
Jacobo, que vuelva a una vida de penitencia y expiación. Así lo
hace: se esconde por años en un sepulcro, como muerto en vida, a
llorar sus pecados, e implorar misericordia.
Muchos años más
tarde, una gran sequía asola la región; se organizan ayunos y
rogativas, pero nada surte efecto. Entonces le es revelado al obispo
del lugar, hombre santo y piadoso, que buscara a un hombre, que se
halla escondido en una tumba, para que él ruegue por el fin de la
calamidad.
Así lo hace y encuentra a Jacobo, a quien le
piden que ore. En cuanto el santo intercede, la lluvia cae a
raudales: así salva Dios a su pueblo, pero además el propio Jacobo,
recibe del cielo la señal, de que su penitencia fue recibida, y sus
pecados perdonados.
Así puede ya, a los 75 años, morir en
paz, y ser sepultado en el mismo sepulcro, que fue lugar de su
penitencia y curación de su alma, rodeado del obispo y del clero del
lugar. En ese mismo lugar, se construyó luego una iglesia, donde se
veneraron las preciadas reliquias del santo, fuente de milagros y
curación para muchos peregrinos "usque ad hodiernum diem"
-hasta el día de hoy- nos informa el anónimo autor del siglo X.
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