3 De Enero de 2024
Santísimo Nombre de Jesús
El
Santísimo Nombre de Jesús, a cuyo solo nombre toda rodilla se
dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la
Divina Majestad. Honramos el Nombre de Jesús, porque nos recuerda
todas las bendiciones que recibimos, a través de Nuestro Santo
Redentor.
Para agradecer estas bendiciones, reverenciamos el
Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo, honrando Su
Cruz (Colvenerius, "De festo SS. Nominis", ix). Descubrimos
nuestras cabezas, y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo
Nombre de Jesús.
Él da sentido a todos nuestros afanes, como
indicaba el emperador Justiniano, en su libro de leyes: "En el
Nombre de Nuestro Señor Jesús, empezamos todas nuestras
deliberaciones". El Nombre de Jesús, invocado con
confianza.
Brinda ayuda a nuestras necesidades corporales,
según la promesa de Cristo: "En mi Nombre, expulsarán
demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus
manos, y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos
sobre los enfermos, y se pondrán bien" (Marcos 16, 17-18).
En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados
(Hechos 3, 6; 9, 34), y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
Da
consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le
recuerda al pecador, al padre del Hijo Pródigo y del Buen
Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento, y la muerte del
inocente Cordero de Dios.
Nos protege de Satanás y sus
engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha
vencido en la Cruz.
En el nombre de Jesús, obtenemos toda
bendición y gracia, en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo:
"lo que pidáis al Padre os lo dará en mi Nombre."
(Juan 16, 23). Por eso, la Iglesia concluye todas sus plegarias, con
las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor",
etc.
Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que
al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos." (Fil 2, 10).
Un especial
devoto del Santísimo Nombre, fue San Bernardo, quien habla de Él
con especial ardor, en muchos de sus sermones. Pero los promotores
más destacados de esta devoción, fueron San Bernardino de Siena y
San Juan Capistrano.
Llevaron consigo en sus misiones, en las
turbulentas ciudades de Italia, una copia del monograma del Santísimo
Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual
bendecían a los enfermos, y obraban grandes milagros. Al finalizar
sus sermones, mostraban el emblema a los fieles, y les pedían que se
postraran a adorar, al Redentor de la humanidad.
Les
recomendaban, que tuviesen el monograma de Jesús, ubicado sobre las
puertas de sus ciudades, y sobre las puertas de sus viviendas (cf.
Seeberger, "Key to the Spiritual Treasures", 1897, 102).
Debido a que la manera, en que San Bernardino predicaba esta devoción
era nueva, fue acusado por sus enemigos, y llevado al tribunal del
Papa Martín V.
Pero San Juan Capistrano, defendió a su
maestro tan exitosamente, que el papa no sólo permitió la adoración
del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión, en la que
se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino, es
venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.
El emblema o
monograma, que representa el Santísimo Nombre de Jesús, consiste de
las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media, el Nombre de
Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la
última letra del Santísimo Nombre.
Se encuentra por primera
vez, en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM
(El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente
sostienen que las tres letras, son las iniciales de "Jesús
Hominum Salvator" (Jesús Salvador de los Hombres).
Los
jesuitas hicieron de este monograma, el emblema de su Sociedad,
añadiéndole una cruz sobre la H, y tres clavos bajo ella.
Consecuentemente, se inventó una nueva explicación del emblema,
pretendiendo explicar que los clavos, eran originalmente una "V",
y que el monograma significaba "In Hoc Signo Vinces" (En
Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro
muy antiguo, vio Constantino en los cielos, bajo el signo de la Cruz,
antes de la batalla en el puente Milvian (312)-
También se
sostiene que Urbano IV y Juan XXII, concedieron una indulgencia de
treinta días, a aquellos que añadieran el Nombre de Jesús, al Ave
María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las
cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, "Psal. Christi
et Mariae", i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis,
"Quodlibet", v; Colvenerius, "De festo SS. Nominis",
x).
Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los
esfuerzos de San Bernardino, que la costumbre de añadir, el Nombre
de Jesús al Ave María, fue difundida en Italia, y de ahí a la
Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI, era desconocida en
Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria,
los fieles aún añaden al Ave María las palabras: "Jesús
Christus" (ventris tui, Jesús Christus).
Sixto V (2 de
julio de 1587), concedió una indulgencia de cincuenta días, a la
jaculatoria: "¡Bendito sea el Nombre del Señor!" con la
respuesta "Ahora y por siempre", o "Amén". En el
sur de Alemania, los campesinos se saludan entre ellos, con esta
fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII, concedieron una
indulgencia de cincuenta días, para todo aquél que pronuncie el
Nombre de Jesús, reverentemente, y una indulgencia plenaria al
momento de la muerte.
Estas dos indulgencias fueron
confirmadas por Clemente XIII, el 5 de septiembre de 1759. Tantas
veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María ("¡Jesús!",
"¡Maria"!) podremos ganar una indulgencia de 300 días,
por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904.
Es también
necesario, para ganar la indulgencia papal, al momento de la muerte,
pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
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