9 De Noviembre de 2023
Beato Luis Beltrame Quattrocchi
Padre
de familia
(1880 - 1951)
En
Roma, beato Luis Beltrame Quattrocchi, el cual, padre de familia,
tanto en los asuntos públicos, como en la vida familiar, siguió los
preceptos de Cristo, y los proclamó con fidelidad y entereza de
vida.
Aunque quedan inscriptos en el Martirologio, como es
práctica, cada uno en su fecha de «nacimiento a la vida eterna»
correspondiente, verdaderamente la beatificación de Luis y y su
viuda María, fue ocasión -al igual que con los padres de Santa
Teresa de Lisieux, los beatos Beatos Celia Guérin y Luis Martin-,
para que SS Juan Pablo II, no sólo exaltara las virtudes del
matrimonio cristiano, sino que además mostrara, que en el caso de
estos beatos, fue el matrimonio como tal, el camino privilegiado de
su santificación. No sólo han sido beatificados juntos marido y
mujer, sino que deben evocarse juntos.
No podía haber
ocasión, más feliz y más significativa que ésta [es decir: la
beatificación del matrimonio Beltrame-Corsini] para celebrar el
vigésimo aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris
consortio". Este documento, que sigue siendo de gran actualidad,
además de ilustrar el valor del matrimonio, y las tareas de la
familia, impulsa a un compromiso particular, en el camino de
santidad, al que los esposos están llamados, en virtud de la gracia
sacramental, que "no se agota en la celebración del sacramento
del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda
su existencia" (Familiaris consortio, 56). La belleza de este
camino, resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María,
expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio
y a la familia fundada en él.
Estos esposos vivieron, a la
luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal, y
el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad, la tarea
de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente
a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos, al descubrimiento
de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil,
surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que
demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus
raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente
unidos, y se iluminan recíprocamente.
Los beatos esposos,
inspirándose en la palabra de Dios, y en el testimonio de los
santos, vivieron una vida ordinaria, de modo extraordinario. En medio
de las alegrías y las preocupaciones, de una familia normal,
supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en
espiritualidad.
En el centro, la Eucaristía diaria, a la que
se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el
rosario, que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a
sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos,
en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo
"de tejas para arriba", como simpáticamente solían
decir.
La riqueza de fe y amor de los esposos, Luis y María
Beltrame Quattrocchi, es una demostración viva, de lo que el
concilio Vaticano II, afirmó acerca de la llamada de todos los
fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este
objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su
propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del
Concilio, se realiza plenamente hoy, con la primera beatificación de
una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio, y el
heroísmo de las virtudes, a partir de su vivencia como esposos y
padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios,
que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar
la manifestación sacramental, del amor de Cristo a la Iglesia. En
efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de este sacramento
especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de
Cristo, con el que toda su vida, está impregnada por la fe, la
esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su propia
perfección, y a su santificación mutua, y por tanto, a la
glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes,
48).
Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación,
de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es
posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para
el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.
Esto
impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos,
los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el
"misterio grande" del amor conyugal, que tiene su origen en
la creación, y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf.
Ef 5, 22-33).
Fuente:
Vaticano
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Luigi
nació en Catania, Italia, el 12 de enero de 1880. Al ser acogido por
un tío paterno que no tenía descendencia, de acuerdo con los padres
del beato, éste tomó de él su apellido Quattrocchi, sin dejar de
mantener un vínculo con sus padres, Carlo y Francesca.
En
1890 se trasladó a Roma, por motivos profesionales de su tío. Y en
1898 se matriculó en derecho en la Sapienza. Mientras estudiaba, en
1901 conoció a María, hija del coronel Corsini, y por tanto,
perteneciente a una familia acomodada. Ella residía en Roma desde
1893. Había mostrado fuerte carácter, y ciertas desavenencias con
sus padres, propias de la adolescencia, y en ese momento estudiaba
empresas y contabilidad, aunque al mismo tiempo, se sentía atraída
por la literatura y el arte. Fue autora de un trabajo sobre el pintor
Rossetti.
La diferencia de edad entre Luigi y María no era
excesiva, puesto que ella había nacido en Florencia, el 24 de junio
de 1884. Ambos compartían, similares intereses artísticos y
culturales. De hecho, les vinculó inicialmente el afán literario.
Pero María añadía un plus: su compromiso espiritual. Era una mujer
culta, amante de la música, que se convertiría a partir de 1912, en
escritora y profesora experta en temas pedagógicos. Ya estaba
vinculada a la Acción Católica, y colaboraba con los scouts. Luigi
tenía entonces un horizonte prometedor, que se materializó
enseguida, dadas sus excelentes cualidades personales e
intelectuales. Defendió la tesis doctoral en 1902, y después se
convertiría en un reputado abogado del Estado.
La pareja, no
tuvo dudas de la fortaleza de sus sentimientos porque, también
amparados por la amistad, que vinculaba a las familias de ambos,
intensificaron la correspondencia, solidificando un sentimiento
profundo, que fue desembocando, en la clamorosa necesidad de
compartir un mismo proyecto de vida.
Se comprometieron en
marzo de 1905, y el 25 de noviembre de ese año contrajeron
matrimonio, en la basílica de Santa María la Mayor. En lo
concerniente a la fe, Luígi era creyente, y su conducta personal y
profesional, era la de un hombre con principios, intachable, honesto
y bondadoso, pero no iba mucho más allá, en la práctica religiosa.
Sin embargo, el vínculo matrimonial, le condujo a una mayor
entrega en el amor a Dios, alentado por el ejemplo de su esposa, y
con la ayuda de su director espiritual, en una progresión
exponencial encomiable, que iba a llevarle a los altares junto a
ella.
Su residencia, la misma de su familia política, los
Corsini, sita en Vía Depretis, le permitía acudir a misa
diariamente, junto a su esposa, a Santa María la Mayor; así abrían
su apretada agenda cotidiana. En lo demás, aparentemente se
asemejaban a una familia normal, dentro de su clase, que le permitía
acceder a círculos sociales selectos, vedados para otros.
Pero
el escenario, en el que transcurría su feliz existencia, lo llenaba
Dios. En el centro de sus vidas, se hallaba la Eucaristía, el amor a
la Virgen, la recitación del rosario, el rezo de otras oraciones,
etc., además de retiros, y la formación espiritual que se
procuraban.
Todo ello, vivido en un clima de fe y de alegría,
sin estridencias, de forma sencilla y natural, y eso lo percibieron
sus hijos y sus familiares, antes que nadie. Cuando en un hogar
rezuma la felicidad, un gesto tan simple, como introducir la llave en
la cerradura, comporta un indescriptible gozo, porque se ansía
volver a reunirse, con los seres más queridos; es uno de los
sentimientos que narraba María, poniendo de manifiesto la riqueza de
su convivencia.
A los hijos, les enseñaron a afrontar las
dificultades del día a día, con la confianza en la Providencia,
buscando la perspectiva divina con su oración:«desde el techo hacia
arriba» era el consejo que dieron a todos.
El ejercicio de
su caridad alentó su vida, y tres de ellos fueron religiosos; uno
sacerdote en la diócesis de Roma, otro trapense, y una hija
benedictina. El último de los hijos, una niña, sembró la zozobra
en sus vidas antes de nacer. Varios médicos, no auguraron nada bueno
para la madre y la hija. María fue informada del altísimo peligro
que corría si determinaba seguir adelante con el embarazo, y le
sugirieron deshacerse del bebé para conservar su propia vida. Ni
Luigi ni ella vacilaron en la decisión de continuar con el embarazo,
aventando el riesgo, y todo se resolvió sin contratiempos.
La
oración que impregnaba su hogar, se hizo palpable también en el
entorno exterior, con sus amigos, y en la cantidad de acciones que
realizaron. Porque los esposos desplegaron su apostolado social, en
diversas vertientes, atendiendo a los pobres, involucrándose en
actividades del grupo scouts, que organizaron para los niños durante
la posguerra, aunque anteriormente, habían abierto las puertas de su
domicilio, a refugiados de la guerra, en acciones catequéticas, y su
decidido compromiso con la Acción Católica.
Luigi realizaba
su acción apostólica, con compañeros y amigos en su casa, llevando
a muchos de ellos a la fe. Con uno de éstos, en 1919 fundó un
oratorio festivo, para los chicos de la favela. Cuando estalló el
fascismo, tuvo que esconderse para salvar la vida.
Después
fue nombrado, asesor general adjunto del estado italiano. Murió el 9
de noviembre de 1951 de un infarto de miocardio. María, que en 1917
se hizo terciaria franciscana, le sobrevivió hasta el 26 de agosto
de 1965, dejando atrás una admirable labor apostólica.
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