1 De Noviembre de 2023
San Audomaro de Thérouanne
Monje y
Obispo
(670)
En
el territorio de Théouranne, en Flandes, San Audomaro, que siendo
discípulo de San Eustasio, abad de Luxeuil, fue elegido obispo de
los Marinos, y renovó allí la fe cristiana.
El nombre de San
Audomaro, resulta más familiar y conocido en su forma francesa de
Omer, ya que en Francia existe la ciudad de Saint-Omer, donde estuvo
en tiempos de la persecución religiosa en Inglaterra, el famoso
colegio de jesuitas, que mantuvo bien provista la misión inglesa.
El
lugar de nacimiento de Omer, no estaba lejos de la ciudad de
Coutances. Todas las preocupaciones de sus padres, se concentraron en
él, y la educación del joven fue su cuidado primordial. Omer
respondió bien, a las esperanzas que habían sido puestas en él,
progresó rápidamente en los estudios, manifestó su inclinación
hacia la vida religiosa, y a la muerte de su madre, ingresó en el
monasterio de Luxeuil.
San Eustacio, que había sucedido al
fundador San Columbano, en el gobierno de aquella casa, acogió
amablemente al joven y a su padre, que le acompañaba; ambos fueron
admitidos, y a su debido tiempo, padre e hijo hicieron juntos su
profesión religiosa. La humildad, devoción, obediencia y pureza de
costumbres, que demostró poseer el joven desde un principio, le
distinguieron entre sus hermanos, aun en aquel hogar de santos.
Con
el correr del tiempo, se supo que Thérouanne, la capital de los
morini, tenía gran necesidad de un pastor celoso y enérgico, para
que guiara a sus habitantes por el buen camino. Aquella comarca que
comprendía, lo que ahora conocemos con el nombre de Pas-de-Calais,
se hallaba bajo la égida del vicio y el error, y el rey Dagoberto,
buscaba afanosamente a una persona bien calificada, para restablecer
la fe y la práctica de las reglas de moral, que predica el
Evangelio.
San Omer, que hacía veinte años, era monje en el
convento de Luxeuil, fue señalado como el hombre capaz de
desempeñar, la ardua tarea, y San Acario, obispo de Noyon y Tournai,
se lo recomendó al rey, de manera que, alrededor del año 637, Omer,
que se hallaba feliz y contento en su retiro, fue súbitamente
obligado a abandonar su soledad.
Al recibir la orden, hizo
este comentario: «¡Qué enorme diferencia, hay entre el seguro
puerto en el que ahora me encuentro anclado (su monasterio), y ese
mar tempestuoso al que me empujan, contra mi voluntad, y sin ninguna
experiencia!»
La primera tarea de su ministerio pastoral,
como obispo de Thérouanne fue el restablecimiento de la fe, con toda
su pureza, entre los pocos cristianos que encontró, y cuya reforma
fue un trabajo tan difícil, como la conversión de los idólatras.
A pesar de los obstáculos, fue inmenso el éxito de sus
labores, y se puede afirmar, que dejó su diócesis, al mismo nivel
que las más florecientes de Francia. Sus sermones, llenos de fogosa
elocuencia, eran irresistibles, pero su vida ejemplar, era una
prédica todavía más poderosa, puesto que alentaba a los demás, a
prodigarse para dar de comer a los pobres, consolar a los enfermos,
reconciliar a los enemigos, y servir a todos, sin otro interés, que
el de su salvación, y la mayor gloria de Dios. Ése era el carácter
del santo obispo, y de todos los que trabajaban bajo su dirección.
Entre sus principales colaboradores figuraban Mumolino,
Beltrán y San Bertino, tres monjes a los que San Omer sacó de
Luxeuil, para que le ayudasen. Junto con ellos, San Omer fundó el
monasterio de Sithiu, que llegó a ser uno de los grandes seminarios
de Francia.
Durante sus últimos años de vida, estuvo ciego,
pero aquella aflicción, no le causó ningún abatimiento, ni
disminuyó su preocupación pastoral por su grey. Otro de sus
biógrafos dice que, cuando San Auberto, obispo de Arras, trasladó
las reliquias de San Vedast, al monasterio que había construido en
su honor, San Omer estaba presente, y en aquella ocasión, recuperó
la vista durante algún tiempo. Es probable que San Omer, muriese
poco después del año 670.
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