13 De Noviembre de 2023
San Nicolás I
Papa
(867)
En
la basílica de San Pedro, de Roma, San Nicolás I, papa, que
sobresalió por su energía apostólica, al reafirmar la autoridad
del Romano Pontífice, en toda la Iglesia.
Cuando Nicolás I
murió, el 13 de noviembre del año 867, después de nueve años de
pontificado, todos los hombres de buena voluntad le lloraron. Los
romanos, consideraron los aguaceros que cayeron entonces sobre Roma,
como una señal de la pena del cielo, porque el difunto Papa, había
merecido realmente los títulos de «santo» y «grande», que las
futuras generaciones habían de darle.
Uno de sus
contemporáneos escribía: «Desde la época del bienaventurado
Gregorio (el Grande), no había ocupado la cátedra pontificia,
ninguno que pudiera comparársele. Nicolás daba órdenes a los reyes
y señores, como si fuese el amo del mundo. Era amable, bondadoso y
modesto, con los obispos y sacerdotes buenos, y con los buenos
cristianos; en cambio, era duro y terrible con los malvados. Puede
decirse con verdad, que Dios nos dio en él, a un segundo Elías».
En
efecto, Nicolás I, fue el papa más grande, entre Gregorio I y
Gregorio VII (Hildebrando). Pertenecía a una distinguida familia
romana, y Sergio II le tomó a su servicio. San León IV y Benedicto
III le emplearon también.
Cuando murió este último, el año
858, Nicolás, que no era más que diácono, fue elegido Papa. Su
primer problema, fue hacer frente a la delicada situación de
Constantinopla, que era la segunda sede de la cristiandad. En el
artículo sobre San Ignacio de Constantinopla relatamos, la forma en
que Bardas Cés,ar y el emperador Miguel III, desposeyeron de su sede
al patriarca, y pusieron a Focio en su lugar. Sobrevinieron otras
complicaciones, y todo el pontificado de San Nicolás, se resintió
por la dificultad, en las relaciones entre Roma y Constantinopla. A
ese propósito, San Nicolás I, recibió una carta del monarca
búlgaro, Boris, recientemente bautizado, quien le hacía diversas
preguntas.
La respuesta de San Nicolás fue «una obra
maestra, de prudencia pastoral, que constituye uno de los más bellos
documentos, de la historia del pasado». El santo reprochó a Boris,
la crueldad con que trataba a los paganos, y le prohibió tratar de
convertirlos por la fuerza. Igualmente, incitó a los búlgaros, a
ser menos supersticiosos, menos crueles en la guerra, y a no emplear
la tortura. Naturalmente, San Nicolás hubiese querido, que esa nueva
porción de la cristiandad, se sometiese a su autoridad; pero Boris
eligió finalmente la autoridad de Constantinopla.
San Nicolás
I, fue un valiente defensor de la integridad del matrimonio, de los
débiles y oprimidos, y de la igualdad de todos los hombres, ante la
ley de Dios. No sólo tuvo que defender, el sacramento del
matrimonio, contra el rey Lotario de Lorena, sino también contra los
obispos complacientes, que habían aprobado el divorcio de éste, y
su nuevo matrimonio.
Cuando Carlos el Calvo, de Borgoña,
consiguió que Ios obispos francos, excomulgasen a su hija Judit, por
haber contraído matrimonio, con Balduino de Flandes, sin permiso de
su padre, Nicolás intervino en favor de la libertad del matrimonio,
recomendó a los obispos, que en adelante, se mostrasen menos
severos, y pidió a Hincmaro de Reims, que tratase de reconciliar a
Carlos con su hija.
Hincmaro fue sin duda, una figura preclara
entre los obispos de la Edad Media, pero era un hombre soberbio y
ambicioso. Con motivo de la apelación a la Santa Sede, hecha por uno
de los sufragáneos de Hincmaro, contra la sentencia de su
metropolitano, San Nicolás I, lo mismo que otros papas, tuvo que
obligar a éste, a reconocer el derecho de la Santa Sede, a
intervenir en los asuntos de importancia.
San Nicolás,
excomulgó también por dos veces, al arzobispo Juan de Ravena, a
causa de la intolerancia con que trataba, a sus sufragáneos y a
otros miembros del clero, y también, porque se oponía abiertamente,
a las decisiones de Roma. Por su actitud, adquirió el Papa, la fama
de ser un juez justo y firme y mucha gente de todas las clases
sociales, y de todos los puntos de Europa, acudieron a él, en
demanda de justicia.
Con la caída del imperio de Carlomagno,
la situación de la Iglesia de Occidente era muy delicada. Cuando
Nicolás I ascendió al trono pontificio, los nobles concedían y
arrebataban a su gusto, las sedes episcopales, y con frecuencia, las
ponían en manos de obispos jóvenes, inexpertos y aun viciosos.
El
arma de la excomunión, se empleaba constantemente, sin la menor
discreción (y así se hizo durante mucho tiempo). El desprecio con
que se miraba, a algunos miembros del clero, se había transformado
en desprecio por los cargos que ocupaban.
Finalmente, las
prácticas penitenciales, habían degenerado o caído en el olvido,
con lo que se había producido, una gran corrupción de costumbres.
San Nicolás hizo cuanto pudo, por oponerse a esos abusos, durante su
breve pontificado, y combatió infatigablemente la maldad y la
injusticia, lo mismo entre el alto y el bajo clero, que entre los
laicos.
Ciertamente que San Nicolás, no carecía de
ambición, pero su objetivo consistía, en colocar a la Santa Sede,
en una situación privilegiada, para que pudiese hacer mayor bien a
las almas.
Se ha acusado a Nicolás I, de haber empleado las
«Falsas Decretales», sabiendo que eran falsas. En realidad, las usó
muy poco, y sin saber que eran falsas, pues nadie sabía eso antes
del siglo XV. Las Falsas Decretales -colección mezcla de documentos
falsos, y auténticos de los primeros siglos de la Iglesia, fueron
compuestas en Francia, de donde pasaron a Italia, y se usaron para
afirmar la autoridad de las sedes episcopales, frente a los reyes.
El anglicano Milman, escribió a este propósito: «Si
Nicolás I trató despectivamente a los reyes de Francia, debemos
reconocer que el poder real, se había ganado el desprecio del mundo
entero. Cierto que Nicolás, anuló un decreto de un sínodo
nacional, constituido por los más distinguidos prelados de la Galia,
pero el sínodo había sido ya condenado, por todos aquéllos, que
estaban en favor de la justicia y la inocencia».
Cuando
surgía un escándalo o un desorden, el Pontífice «no dejaba
descanso a su cuerpo, ni reposo a sus miembros» hasta que
hubiese hecho todo lo posible por poner el remedio.
San
Nicolás se mostró especialmente solícito, en los asuntos de su
diócesis, sin descuidar por ello, los asuntos de toda la
cristiandad. Por ejemplo, tenía una lista de todos los inválidos de
Roma, a los que enviaba diariamente la comida a sus casas.
Además,
en el palacio del Pontífice, se repartían víveres a los pobres,
que no estaban postrados; cada uno recibía una especie de talón, en
el que estaba marcado el día de la semana, en que debía
presentarse, a recoger las provisiones.
La salud de San
Nicolás no era muy fuerte, y la energía con que trabajaba, acabó
por arruinarla. «Nuestro Padre celestial, escribió el Pontífice,
se ha complacido en visitarme, con tan fuertes dolores, que no sólo
no me dejan responder personalmente, a vuestras preguntas, pero ni
siquiera dictar mis respuestas».
La muerte le sobrevino
en Roma, el 13 de noviembre de 867. San Nicolás el Grande, cuya
fiesta se celebra todos los años en Roma, fue un hombre «paciente
y moderado, humilde y casto, de rostro hermoso, y agradable
presencia. Se expresaba con gran sabiduría, y modestia, como si
ignorase la grandeza de sus actos. Fue muy penitente, y amante de los
Sagrados Misterios, amigo de las viudas y los huérfanos, y paladín
de toda la cristiandad», dice el Liber Pontificalis.
La
figura de San Nicolás pertenece a la historia general de la Iglesia.
No existe ninguna biografía primitiva que trate de sus virtudes
personales. El relato del Liber Pontificales (edic. Duchesne, vol.
II, pp. 151-172), debido probablemente a la pluma de Anastasio el
Bibliotecario, tiene menos carácter de inventario, que otras
noticias biográficas anteriores. Es excelente la biografía que se
encuentran en Mann, Lives of the Popes, vol. III (1906), pp. 1-148;
hay allí una lista de las principales fuentes y obras que merecen
consultarse.
Pero desde entonces han visto la luz otros
documentos importantes. La correspondencia de Nicolás I puede verse
en Migne, PL., vol. CXIX, y en Monumenta Germaniae Historica,
Epistolae, vol. VI. Acerca de la cuestión de las falsas Decretales,
véase a P. Fournier y G. Le Bras, en Histoire des Collections
canoniques en Occident, vol. I (1931), pp. 127-233; y J. Haller,
Nikolaus I und Pseudo-Isidor (1936). Sobre el período en general
puede consultarse en castellano H. Jedin, Manual de Historia de la
Iglesia, Tomo III, sección tercera, pág 124ss., Herder,
1980.
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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