19 De Noviembre de 2023
Santa Matilde Hackeborn
Virgen
(1241 - 1299)
En
el monasterio de Helfta, en Sajonia, Santa Matilde, virgen, que fue
mujer de exquisita doctrina y humildad, ilustrada con el don celeste,
de la contemplación mística.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 29 de septiembre de
2010
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy quisiera
hablaros de Santa Matilde de Hackeborn, una de las grandes figuras
del monasterio de Helfta, que vivió en el siglo XIII. Su hermana
religiosa santa Gertrudis la Grande, en el VI libro de la obra Liber
specialis gratiae (El libro de la gracia especial), en el que se
narran las gracias especiales, que Dios otorgó a Santa Matilde,
afirma así: “Lo que hemos escrito, es bien poco en comparación
con lo que hemos omitido. Únicamente para gloria de Dios, y utilidad
del prójimo, publicamos estas cosas, porque nos parecería injusto,
mantener el silencio, sobre tantas gracias que Matilde recibió de
Dios, no tanto para ella misma, en nuestro parecer, sino para
nosotros, y para los que vendrán después de nosotros” (Mechthild
von Hackeborn, Liber specialis gratiae, VI, 1).
Esta obra fue
redactada por Santa Gertrudis, y por otra hermana de Helfta, y tiene
una historia singular. Matilde, a la edad de cincuenta años,
atravesaba una grave crisis espiritual, unida a sufrimientos físicos.
En estas condiciones, confió a dos hermanas amigas, las gracias
singulares, con las que Dios la había guiado desde la infancia, pero
no sabía que éstas lo anotaban todo. Cuando lo supo, se sintió
profundamente angustiada y turbada. Pero el Señor la consoló,
haciéndole comprender, que cuanto se había escrito, era para gloria
de Dios, y para bien del prójimo (cfr ibid., II,25; V,20). Así,
esta obra es la fuente principal, de la que obtener informaciones,
sobre la vida y la espiritualidad de nuestra Santa.
Con ella,
nos introducimos en la familia del Barón de Hackeborn, una de las
más nobles, ricas y poderosas de Turingia, emparentada con el
emperador Federico II, y entramos en el monasterio de Helfta, en el
periodo más glorioso de su historia.
El Barón, había ya
dado al monasterio una hija, Gertrudis de Hackeborn (1231/1232 -
1291/1292), dotada de una destacada personalidad. Abadesa durante
cuarenta años, capaz de dar una impronta peculiar a la
espiritualidad del monasterio, llevándolo a un florecimiento
extraordinario, como centro de mística y de cultura, escuela de
formación científica y teológica.
Gertrudis ofreció a las
monjas, una elevada instrucción intelectual, que les permitía
cultivar una espiritualidad, fundada en la Sagrada Escritura, en la
Liturgia, en la tradición Patrística, en la Regla y espiritualidad
cisterciense, con particular predilección por San Bernardo de
Claraval, y Guillermo de St-Thierry. Fue una verdadera maestra,
ejemplar en todo, en la radicalidad evangélica, y en el celo
apostólico.
Matilde, desde su juventud, acogió y gustó el
clima espiritual y cultural, creado por su hermana, ofreciendo
después su impronta personal.
Matilde nació en 1241 o 1242,
en el castillo de Helfta; es la tercera hija del Barón. A los siete
años con su madre, visitó a su hermana Gertrudis, en el monasterio
de Rodersdorf. Quedó tan fascinada por ese ambiente, que deseaba
ardientemente formar parte de él.
Entró como educanda, y en
1258 se convirtió en monja del convento, que entre tanto se había
transferido a Helfta, en la propiedad de los Hackeborn. Se distinguió
por la humildad, fervor, amabilidad, limpieza e inocencia de vida,
familiaridad e intensidad con que vivió su relación con Dios, la
Virgen y los Santos.
Estaba dotada, de elevadas cualidades
naturales y espirituales, como “la ciencia, la inteligencia, el
conocimiento de las letras humanas, la voz de una suavidad
maravillosa: todo la hacía adecuada, para ser un verdadero tesoro
para el monasterio, bajo todos los aspectos” (Ibid., Proemio).
Así, “el ruiseñor de Dios” – como se la llamaba –
aún muy joven, se convirtió en directora, de la escuela del
monasterio, directora del coro, y maestra de novicias, servicios que
llevó a cabo, con talento e infatigable celo, no sólo en beneficio
de las monjas, sino de todo el que deseara acudir, a su sabiduría y
bondad.
Iluminada por el don divino de la contemplación
mística, Matilde compuso numerosas oraciones, Es maestra de fiel
doctrina, y de gran humildad, consejera, consoladora, guía en el
discernimiento: “Ella – se lee – distribuía la doctrina con
tanta abundancia, que nunca se había visto en el monasterio, y
tenemos, ¡ay! gran temor de que nunca vuelva a verse algo semejante.
Las monjas se reunían a su alrededor, para escuchar la
palabra de Dios, como a un predicador. Era el refugio y la
consoladora de todos, y tenía, como don singular de Dios, la gracia
de revelar libremente, los secretos del corazón de cada uno. Muchas
personas, no sólo en el monasterio, sino también extraños,
religiosos y seglares, llegados de lejos, atestiguaban que esta santa
virgen, les había liberado de sus penas, y que nunca habían probado
tanto consuelo como a su lado. Compuso además, y enseñó tantas
oraciones, que si se reuniesen, superarían el volumen de un
salterio” (Ibid., VI,1).
En 1261, llegó al convento una
niña de cinco años, de nombre Gertrudis: fue confiada a los
cuidados de Matilde, con apenas veinte años, que la educa y la guía
en la vida espiritual, hasta hacer de ella no sólo su discípula
excelente, sino su confidente.
En 1271 o 1272, entra en el
monasterio también Matilde de Magdeburgo. El lugar acogió así a
cuatro grandes mujeres – dos Gertrudis y dos Matildes –, gloria
del monaquismo germánico.
En su larga vida transcurrida en
el monasterio, Matilde sufrió continuos e intensos sufrimientos, a
los que añadió las durísimas penitencias, elegidas para la
conversión de los pecadores. De este modo participó en la pasión
del Señor, hasta el final de su vida (cfr ibid., VI, 2).
La
oración y la contemplación, fueron el humus vital de su existencia:
las revelaciones, sus enseñanzas, su servicio al prójimo, su camino
en la fe y en el amor, tienen aquí su raíz y su contexto. En el
primer libro de la obra Liber specialis gratiae, las redactoras
recogen las confidencias de Matilde, señaladas en las fiestas del
Señor, de los santos y, de modo especial, de la Beata Virgen.
Es
impresionante la capacidad, que esta santa tenía de vivir la
Liturgia, en sus varios componentes, incluso los más sencillos,
llevándola a la vida monástica cotidiana. Algunas imágenes,
expresiones, aplicaciones quizás están alejadas de nuestra
sensibilidad, pero, si se considera la vida monástica, y su tarea de
maestra y directora de coro, se nota su singular capacidad de
educadora y formadora, que ayuda a sus hermanas, a vivir
intensamente, partiendo de la Liturgia, cada momento de la vida
monástica.
En la plegaria litúrgica, Matilde dio
particularmente relieve, a las horas canónicas, a la celebración de
la Santa Misa, sobre todo a la Santa Comunión. En ese momento, a
menudo, se elevaba en éxtasis, en una intimidad profunda con el
Señor, en su Corazón ardentísimo y dulcísimo, en un diálogo
estupendo, en el que pedía iluminación interior, mientras
intercedía de modo especial, por su comunidad y por sus hermanas.
En el centro, están los misterios de Cristo, hacia los
cuales la Virgen María, remite constantemente, para caminar por el
camino de la santidad: “Si deseas la verdadera santidad, estate
cerca de mi Hijo; Él es la santidad misma que lo santifica todo”
(Ibid., I,40). En esta intimidad suya con Dios, está presente el
mundo entero, la Iglesia, los benefactores, los pecadores. Para ella
Cielo y tierra se unen.
Sus visiones, sus enseñanzas, las
circunstancias de su existencia, se describen con expresiones, que
evocan el lenguaje litúrgico y bíblico. Se capta así, su profundo
conocimiento de la Sagrada Escritura, su pan cotidiano.
Recurre
continuamente a ella, sea valorando los textos bíblicos, leídos en
la liturgia, sea tomando símbolos, términos, paisajes, imágenes,
personajes. Su predilección era por el Evangelio: “Las palabras
del Evangelio, eran para ella un alimento maravilloso, y suscitaban
en su corazón, sentimientos de tal dulzura, que a menudo por el
entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas
palabras, era tan ferviente que suscitaba la devoción en todos.
Así también, cuando cantaba en el coro, estaba toda absorta
en Dios, transportada por tal ardor, que a veces manifestaba sus
sentimientos con los gestos... Otras veces, elevada en éxtasis, no
oía a las que la llamaban o la movían, y a duras penas recuperaba
el sentido de las cosas exteriores” (Ibid., VI, 1).
En una
de sus visiones, Jesús mismo le recomienda el Evangelio; abriéndole
la herida de su dulcísimo Corazón, le dijo: “Considera cuán
inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo
encontrarás expresado más claramente, que en el Evangelio. Nadie ha
sentido nunca, expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que
estos: Como mi Padre me ha amado, así os he amado Yo” (Jn. 15,
9)” (Ibid., I,22).
Queridos amigos, la oración personal y
litúrgica, especialmente la Liturgia de las Horas, y la Santa Misa,
son la raíz de la experiencia espiritual, de Santa Matilde de
Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura, y nutrir por el
Pan eucarístico,
Ella recorrió un camino, de íntima unión
con el Señor, siempre en la plena fidelidad a la Iglesia. Esto es
también para nosotros, una fuerte invitación a intensificar nuestra
amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración cotidiana,
y la participación atenta, fiel y activa en la Santa Misa. La
Liturgia, es una gran escuela de espiritualidad.
La discípula
Gertrudis, describe con expresiones intensas, los últimos momentos
de la vida de Santa Matilde de Hackeborn, durísimos, pero iluminados
por la presencia de la Beatísima Trinidad, del Señor, de la Virgen,
de todos los Santos, y también de su hermana de sangre Gertrudis.
Cuando llegó la hora, en que el Señor quiso llevarla con
Él, ella le pidió poder vivir un poco más en el sufrimiento, por
la salvación de las almas, y Jesús se complació por este ulterior
signo de amor.
Matilde tenía 58 años. Recorrió el último
trecho del camino, caracterizado por ocho años de graves
enfermedades. Su obra y su fama de santidad, se difundieron
ampliamente. Llegada su hora, “el Dios de Majestad ... única
suavidad del alma que le ama ... le cantó: Venite vos, benedicti
Patris mei ... Venid, vosotros benditos de mi Padre, venid a recibir
el reino ... y la asoció a su gloria” (Ibid., VI,8).
Santa
Matilde de Hackeborn, nos confía al Sagrado Corazón de Jesús, y a
la Virgen María. Invita a alabar al Hijo, con el Corazón de la
Madre, y a alabar a María con el Corazón del Hijo: “¡Os
saludo, oh Virgen veneradísima, en ese dulcísimo rocío, que del
Corazón de la Santísima Trinidad, se difundió en vos; os saludo en
la gloria y en el gozo, con que ahora os alegráis eternamente, vos
que con preferencia a todas las criaturas de la tierra y del cielo,
fuisteis elegida antes aún de la creación del mundo! Amén”
(Ibid., I, 45).
No hay comentarios:
Publicar un comentario