14 De Noviembre de 2023
Los mártires de Jerusalén
Santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de Cúneo y Pedro de Narbone.
Presbíteros y mártires
(1391)
En
Jerusalén, santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de
Cúneo y Pedro de Narbone, presbíteros de la Orden de los Hermanos
Menores y mártires, que por predicar libremente en la plaza pública,
la religión cristiana a los sarracenos, y confesar constantemente a
Cristo, como Hijo de Dios, fueron quemados vivos.
Sacerdotes y
mártires de la Primera Orden de San Francisco, canonizados por SS.
Pablo VI el 21 de junio de 1970.
Nicolás
Tavelic (1340-1391) es el primer croata canonizado. Su
figura se destaca grandemente, en el ambiente de su tiempo. Nació
hacia 1340, en la ciudad dálmata de Sebenic. Siendo adolescente,
entró en la Orden de Hermanos Menores, y ya sacerdote fue enviado
como misionero a Bosnia, donde se prodigó por cerca de 12 años, por
la conversión de los Bogomiles, patarenos balcánicos, junto con
Deodato de Rodez.
Hacia 1384, ambos se dirigieron a
Palestina, donde se juntaron con otros dos cohermanos, Pedro de
Narbona y Esteban de Cuneo. Los cuatro entregaron su vida, como
mártires de Cristo.
Nicolás y los tres cohermanos,
permanecieron en Jerusalén, en el convento de San Salvador, en
estudio y oración. Después de larga meditación, Nicolás proyectó
una empresa audaz. La empresa estaba en el espíritu de San
Francisco, movido por el Espíritu Santo, por el celo de la fe, y por
el deseo del martirio. Se trataba de anunciar públicamente en
Jerusalén, ante los musulmanes principales, la doctrina de
Cristo.
Deodato († 1391)
nació en una ciudad francesa, que en los textos originales latinos,
de la mayor parte de los autores, es llamada “Ruticinium”,
identificada con la actual ciudad de Rodez, sede episcopal. Todavía
joven, se hizo Hermano Menor, y fue ordenado sacerdote en la
provincia franciscana de Aquitania.
En los años 1372 1373,
el vicario general, Padre Bartolomé de la Verna, había hecho un
llamamiento, para conseguir religiosos, para una particular
expedición misionera a Bosnia. Una bula de Gregorio XI, del 22 de
junio, presentaba en aquel momento, buenas perspectivas para el
progreso en la verdadera fe, de aquellas zonas devastadas, por la
herejía de los Bogomiles, una secta hereje de fuerte tinte maniqueo,
que a los errores dogmáticos, unía en sus principales
representantes una rígida austeridad de vida.
A Deodato de
Rodez, lo encontramos en este campo de actividad, en compañía de
Nicolás Tavelic. Fue a Bosnia, para responder al deseo del Vicario
general, y del Papa Gregorio XI, en las mismas circunstancias, en que
fue Nicolás de Tavelic.
De este encuentro entre los dos
santos, nace una fraternal e íntima amistad, que los sostiene por
doce largos años, en medio de dificultades y fatigas, comparables a
las de los grandes misioneros de la Iglesia. Una relación
pormenorizada, la “Sibenicensis”, describe esta venturosa
expedición apostólica de Bosnia, junto con la relación de su
martirio.
Hacia 1384, ambos se trasladaron a Palestina, donde
encontraron, como ya se dijo, a los otros dos cohermanos Pedro de
Narbona y Esteban de Cuneo, con quienes compartieron las actividades
apostólicas, y la palma del martirio.
Pedro
de Narbona († 1391), de la provincia de los Hermanos
Menores de Provenza, por varios años, adhirió a la reforma surgida,
para una mejor observancia de la regla de San Francisco, reforma
iniciada en 1368 en Umbría por el Beato Paoluccio Trinci.
En
poco tiempo, se difundió en la Umbría, las Marcas, tanto que en
1373, contaba con una decena de eremitorios. Era un movimiento de
fervor, que tendía a renovar la forma primitiva de la vida
franciscana, especialmente en el ideal de la pobreza, y en el
ejercicio de la piedad. Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia
meridional, a los eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso
de su espíritu, y esto proyecta una luz singular, sobre toda su vida
precedente a su permanencia en Jerusalén.
Esteban
(† 1391) nació en Cuneo, en el Piamonte, y se hizo Hermano Menor
en Génova, en la provincia religiosa de la Liguria. Durante ocho
años, trabajó activamente en Córcega, como miembro de la vicaría
franciscana corsa. Podemos decir, que de este modo, hizo un buen
noviciado apostólico. Pasó luego como misionero a Tierra Santa,
donde el 14 de noviembre de 1391, selló con el martirio la
predicación evangélica. Junto con los tres compañeros, quería
demostrar que el islamismo, no es la verdadera religión. Cristo
Hombre Dios, no Mahoma, era el enviado de Dios para salvar a la
humanidad.
El 11 de noviembre de 1391, después de intensa
preparación los cuatro misioneros realizaron su proyecto. Salieron
juntos del convento, llevando cada uno un papel o pliego, escrito en
latín y en árabe. Se dirigieron a la mezquita, pero mientras
querían entrar fueron impedidos. Interrogados por los musulmanes
sobre qué buscaban, respondieron: “Queremos hablar con el Cadi,
para decirle cosas muy útiles y saludables para sus almas”.
Les respondieron: “La casa del Cadi no es aquí, vengan con
nosotros, y se la mostraremos”.
Cuando llegaron a su
presencia, abrieron los papeles y los leyeron, explicándoselos y
presentando con firmeza, sus propias razones. Dijeron: “Señor
Cadi, y todos ustedes aquí presentes, les pedimos que escuchen
nuestras palabras, y pongan mucha atención a las mismas, porque todo
lo que les vamos a decir, es muy provechoso para ustedes, es
verdadero, justo, libre de todo engaño, y muy útil para el alma, de
todos aquellos que quieran ponerlo en práctica”.
Luego
hicieron una prolongada relación, que ilustraba la verdad, del
mensaje evangélico de Cristo, el único en quien está la salvación,
y demostraron la falsedad de la ley de Mahoma. Se reunió una enorme
turba de mahometanos, primero asombrados, luego irritados, finalmente
hostiles. Nunca se habían oído, ante una turba de musulmanes,
semejantes afirmaciones contra el Corán, y contra el islamismo. Al
oír este discurso, pronunciado con fervor de espíritu, por los
cuatro Hermanos, el Cadí y todos los presentes se airaron
grandemente. Comenzaron a llegar innumerables musulmanes.
El
Cadi entonces, dirigió la palabra a los cuatro religiosos, en estos
términos: “¿Esto lo han dicho ustedes, en pleno conocimiento y
libertad, o en un momento de exaltación fanática, sin el control de
la razón, como tontos o locos?. ¿Han sido enviados a hacer esto,
por el Papa de ustedes, o por algún rey cristiano?”.
A
tal pregunta, los religiosos respondieron: “Nosotros hemos
venido aquí, enviados por Dios. Por tanto si ustedes no creen en
Jesucristo, y no se bautizan, no tendrán la vida eterna”.
Fueron condenados a muerte, y el 14 de noviembre de 1391 fueron
asesinados, despedazados y quemados.
Y todos los hermanos,
dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron, y que cedieron
sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor, deben exponerse a
los enemigos, tanto visibles como invisibles; porque dice el Señor:
“El que pierda su alma por mi causa, la salvará” (cf. Lc
9,24).”
Fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G.
Ferrini O.F.M.
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