15 De Noviembre de 2023
Beata Isabel Achler «la buena»
Virgen
y reclusa
(1386 - 1420)
En
Reute, de Suabia, en Germania, beata Isabel Achler, por sobrenombre
«Buena», virgen, que viviendo como reclusa de la Tercera Orden
Regular de San Francisco, cultivó en grado admirable, la humildad,
la pobreza y la mortificación corporal.
Isabel «la buena»
nació en Waldsee (Alemania) el 25 de noviembre de 1386, hija del
tejedor Juan Achler y de Ana, humildes y virtuosos padres. Desde
joven, se distinguió por una rara piedad, inocencia virginal, y un
carácter tan dulce y amable, que adquirió el sobrenombre, que le
duraría por siempre.
El padre Conrado Kigelin, su confesor,
director espiritual y biógrafo, le aconsejó dejar el mundo, para
tomar el hábito de San Francisco en la Tercera Orden. Isabel tenía
entonces 14 años. Observó la regla franciscana, primero en su casa,
pero luego, considerando los peligros de la vida, que le
obstaculizaban el camino de la perfección, se fue a vivir con una
piadosa terciaria franciscana.
El demonio, envidioso de los
progresos de Isabel, en el camino de la perfección, la atormentaba
con frecuencia. Mientras aprendía el arte de tejedora, le enredaba
el hilo, le dañaba su labor, la forzaba a perder la mitad del
tiempo, reparando los daños. Isabel luchó con paciencia y
perseverancia.
A los 17 años, no sin resistencia, por parte
de sus familiares, el confesor, padre Conrado Kigelin, la guió hacia
la comunidad religiosa de Reute, cerca de Waldsee, donde algunas
religiosas, seguían con fervor la regla franciscana de la Tercera
Orden.
Le encargaron el servicio de la cocina, oficio que
Isabel ejerció con dulzura y obediencia. Fue asidua en la oración y
la penitencia, y amante de la soledad: no salía del convento sino
por graves motivos, tanto que la llamaron «la reclusa».
Se
la veía a menudo orando en el jardín, de rodillas, como arrebatada
en contemplación. Su conducta era tan inocente, que su confesor no
encontraba de qué absolverla. El demonio siguió persiguiéndola, en
forma de sospechas por parte de las compañeras, con situaciones de
abatimiento, con la lepra, y otras enfermedades y pruebas, pero ella
todo lo soportaba, con inalterable paciencia, con ayuda de la oración
y bendiciendo a Dios.
El secreto de su fortaleza, estaba en
la meditación de la Pasión de Cristo, objeto de su amor y regla de
su vida. El Señor la favoreció, marcando su cuerpo algunas veces,
con los signos de su Pasión: heridas como de espinas en la cabeza,
signos de flagelación e incluso estigmas. Aunque aparecían sólo de
vez en cuando, su dolor era continuo. Pero ella, en medio del
sufrimiento, no dejaba de exclamar: «¡Gracias, Señor, porque me
haces sentir los dolores de tu Pasión!».
También fue
privilegiada, con visiones de los santos del cielo, y de las almas
del purgatorio, y obtuvo que algunas de dichas almas, se aparecieran
a su confesor, para solicitarle los sufragios, y las aplicaciones de
santas misas.
Durante el concilio ecuménico de Costanza,
predijo el final del gran cisma de Occidente, y la elección del papa
Martín V. Y tuvo el don, de ver en lo secreto del corazón humano.
Sin embargo, pese a haber sido enriquecida por tantos dones del
Espíritu, Isabel conservó siempre una gran humildad.
El
padre Conrado Kigelin, canónigo regular agustino, la guió y
acompañó siempre, y nos dejó también una pequeña biografía, de
la beata escrita por él mismo. Murió en Reute el 25 de noviembre de
1420, a los 34 años de edad.
Su culto se hizo popular en
Suecia, sobre todo después del reconocimiento de su cuerpo en 1623,
por parte del preboste de Waldsee. A consecuencia de sus numerosos
milagros, pidieron a la Santa Sede, el reconocimiento del culto, que
fue aprobado por Clemente XIII el 19 de junio de 1766.
Fuente:
Frate Francesco
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