23 De Noviembre de 2023
Beato Miguel Agustín Pro
Presbítero
y mártir
(1891 - 1927)
José
Ramón Miguel Agustín Pro Juárez (Guadalupe, Zacatecas; 13 de enero
de 1891-Ciudad de México, 23 de noviembre de 1927), fue un sacerdote
católico, activista por los derechos humanos, y miembro de la
Compañía de Jesús, que fue acusado por el gobierno de Plutarco
Elías Calles, de participar en un atentado en el contexto del
extenso enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado que afectó a
México entre 1914 y 1938, y que alcanzó su máxima expresión con
la denominada Guerra Cristera (1926-1929).
Miguel Pro fue
fusilado sin juicio alguno ni desahogo de pruebas, junto con su
hermano Humberto, ejecutados ambos a órdenes del gobierno mexicano
por un pelotón en una comandancia de la policía capitalina, ubicada
en el terreno ocupado en la actualidad por el edificio El Moro. En el
marco del citado conflicto, fue el primer mexicano declarado mártir
por odio a la fe por la Iglesia católica, y beatificado por el papa
Juan Pablo II en 1988.
(Wikipedia)
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En
la ciudad de Guadalupe, en el territorio de Zacatecas, en México,
beato Miguel Agustín Pro, presbítero de la Orden de la Compañía
de Jesús y mártir, quien, en la cruel persecución contra la
Iglesia, como si fuera un facineroso, fue condenado sin juicio a la
pena capital, y así alcanzó el martirio, que tan ardientemente
deseaba.
Miguel Agustín Pro Juárez, nació el 13 de enero de
1891, en la población minera de Guadalupe, Zacatecas, tercero de
once hermanos, e hijo de Miguel Pro y Josefa Juárez. El 19 de agosto
de 1911, ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús en El Llano,
Michoacán, luego de unos Ejercicios hechos con jesuitas, y de haber
madurado lentamente la decisión.
Ya la familia, había dado
antes dos vocaciones religiosas, en la persona de dos hermanas
mayores de Miguel. Luego del Noviciado, continúa sus estudios en Los
Gatos, California, obligados los jesuitas a abandonar Los Llanos, a
causa de la presencia de fuerzas carrancistas.
Estudia
después, retórica y filosofía en España. Desempeña el oficio de
profesor, en el colegio de la Compañía en Granada, Nicaragua y hace
la teología en Enghien, Bélgica, donde recibe el presbiterado. Un
juicio imparcial sobre la vida de formación, del P. Miguel nos
inclina a admitir, que gozaba en alto grado de talento práctico,
pero que carecía de facilidad para los estudios especulativos, quizá
debido a la deficiente enseñanza de sus primeros años.
Una
úlcera estomacal, la oclusión del píloro, y toda la ruina del
organismo hicieron prever, un desenlace rápido, al final de sus
estudios en Bélgica. "Los dolores no cesan -escribe en una
carta íntima-. Disminuyo de peso, 200 a 400 gramos cada semana, y a
fuerza de embaular porquerías de botica, tengo descarriado el
estómago... Las dos operaciones últimas estuvieron mal hechas, y
otro médico ve probable la cuarta".
Luego detalla, el
insoportable régimen dietético, que se le hace sufrir. Su organismo
se reduce a tal extremo, que sus superiores en Enghien, tratan de
apresurar el regreso a México, para que la muerte no lo recoja fuera
de su patria.
En esta situación, realiza su anhelo de viajar
a Lourdes, al pie del Pirineo, donde espera una intervención de la
Virgen, que le devuelva las fuerzas que necesitará en México, para
ayudar a los católicos, entonces vejados por una persecución. La
prisión, el fusilamiento y el destierro están a la orden del día.
De la visita a la célebre gruta, escribe: "Ha sido uno
de los días más felices de mi vida... No me pregunte lo que hice o
qué dije. Sólo sé que estaba a los pies de mi Madre, y que yo
sentí muy dentro de mí, su presencia bendita y su acción".
Esa experiencia mística, es para leerse entera en su vida.
Sabemos por ella, que la Virgen le prometió salud para trabajar en
México. El exorbitante trabajo, que tuvo los meses que vivió en la
capital, desde su llegada en julio de 1926, realizado además
mientras huía de casa en casa, para despistar a los sabuesos que
seguían sus pasos, no hubiera podido ser ejercido, por un individuo
de mediana salud, y menos por uno tan maltratado como Miguel Agustín,
de no haber sido por la intervención de la Madre de Jesucristo.
Así
le sorprende, el fracasado intento de Segura Vilchis, para acabar con
Obregón, el presidente electo. Las bombas de aquel católico
exasperado, estaban tan mal hechas, que ni siquiera causaron
desperfectos graves en el coche abierto del prócer. El lng. Segura
había procedido con todo sigilo, para preparar y ejecutar el acto.
Nadie, sino el chofer y dos obreros, estaban enterados. La liga de
Defensa Religiosa, y por tanto Humberto y Roberto Pro, hermanos del
Padre, y el mismo Padre, fueron ajenos al plan magnicida.
El
Papa Pío XI, había defendido a los católicos mexicanos, y había
condenado, la injusta persecución en tres ocasiones, a través de
documentos públicos, dirigidos al mundo. Calles, el perseguidor,
estaba irritadísimo contra él; pero no pudiendo descargar sus iras,
contra un enemigo tan distante, las descargó contra un eclesiástico,
el Padre Pro, al que la indiscreción de una mujer y un niño, hizo
caer en las garras de la policía, mientras cometía sus cotidianos
delitos, de llevar la comunión, de confesar o socorrer a los
indigentes. Calles se vengaría del Papa en un cura... Y aprovechando
que el Padre Pro, estaba en los sótanos de la Inspección de
Policía, atribuyó a él y a sus hermanos, la responsabilidad de un
acto, cuyo verdadero autor no había podido ser descubierto.
El
autor verdadero, el lng. Segura Vilchis, había ágilmente saltado
del automóvil, desde el que arrojó la fallida bomba. Luego siguió
caminando impertérrito por la banqueta, mientras preparaba una
coartada admirable. Obregón se dirigía a los toros.
Segura
Vilchis, sin ser reconocido por los esbirros, entró a la plaza
detrás del general, buscó su palco, y encontró el modo de hacerse
bien visible y reconocible por éste. Así podía citarlo como
testigo, de que él se hallaba en los toros, pocos minutos después
del atentado.
No obstante, enterado por las extras de los
periódicos, de que acusaban al padre Pro, y a sus hermanos Humberto
y Roberto, del lanzamiento de la bomba, Segura Vilchis resolvió su
caso de conciencia, y corrió a la Inspección de Policía, para
presentarse al general Roberto Cruz, Inspector General, y previa
palabra de honor de que soltaría a los Pro, que nada tenían que ver
con el delito, se ofreció a decir quién era el verdadero autor.
Se delató a sí mismo, y probó con toda facilidad que lo
era. Con todo, de la Presidencia de la República, llegó la orden
directa de fusilar a los Pro y a Segura Vilchis, sin sombra de
investigación judicial.
Así el 23 de noviembre de 1927, a la
puerta del fatídico sótano, y minutos después de la diez de la
mañana, un policía llamo a gritos al preso: "¡Miguel Agustín
Pro!". Salió el padre, y pudo ver el patio lleno de ropa y de
invitados, como a un espectáculo de toros, a multitud de gente, a
unos seis fotógrafos por lo menos, y a varios miembros del Cuerpo
Diplomático, "para que se enteraran, de cómo el gobierno,
castigaba la rebeldía de los católicos". El padre Pro caminó
sereno, y tuvo tiempo de oír a uno de sus aprehensores, que le
susurraba:
-Padre, perdóneme.
-No sólo te perdono -le
respondió-; te doy las gracias.
-¿Su última voluntad? -le
preguntaron ya delante del pelotón de fusilamiento.
-Que me dejen
rezar.
Se hincó delante de todos y, con los brazos cruzados,
estuvo unos momentos ofreciendo sin duda, su vida por México, por el
cese de la persecución, y reiterando el ofrecimiento de su vida por
Calles, como ya lo solía hacer antes... Se levantó, abrió los
brazos en cruz, pronunció claramente, sin gritar.- ¡Viva Cristo
Rey!, y cayó al suelo para recibir luego el tiro de gracia.
Fuente:
Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús
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