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De Noviembre de 2023
Beata Martha Robin
(1902-1981)
Alma
Víctima
Marta
Robin, vivió 50 años postrada en cama, sin comer ni beber ni
dormir; sólo se alimentaba de la Eucaristía.
“Tengo
deseos de gritar a los que me preguntan, si me alimento. Yo les
respondo, que yo como más que ellos, pues yo me alimento, en la
Eucaristía de la sangre, y la carne de Jesús. Tengo deseos de
decirles, que ellos impiden en sí, los efectos de este alimento.
Bloquean sus efectos”
*
La Ciencia nunca pudo dar una respuesta sensata a las manifestaciones
que tenía esta campesina francesa
2 de agosto de
2011.- ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin
dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente
a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista?.
Un
caso tan extraordinario, era normal que atrajera a tantos curiosos, y
que interpelara a creyentes y no creyentes. No logra ver. Es incapaz
de distinguir objetos, y no soporta la más mínima claridad. Sus
brazos permanecerán rígidos de por vida, salvo una ligera movilidad
en las falanges de sus dedos.
Su cabeza está como sin vida,
sin posibilidad de girar a izquierda o derecha, y las piernas
quietas, como plegadas sobre sí mismas, sin la más mínima acción.
Además, todos los viernes, se le aparecen estigmas en pies y manos.
También en el costado derecho, junto a la línea mediana.
Y
la mayoría de esos viernes, aparecen unas llagas que sangran.Apenas
podía moverse en la cama. Estaba como inmóvil. Un caso
extraordinario, único.
Se llamaba Marta Robin, y era una
campesina francesa, que nació el 13 de marzo de 1902, en el
departamento de la Drôme, en Châteauneuf-de-Galaure, cerca de los
Alpes, y murió el 6 de febrero de 1981.
Nunca abandonó la
casa paterna. Marta era una sencilla mujer, que tenía como talento
más destacado, el de bordar. No tenía gran cultura. Apenas leía, y
no había recibido clases de teología o filosofía. Era una chica de
campo. Se está estudiando su beatificación.
En 1936 fundó
los Foyers de charité (casas de retiro espiritual), que se han
extendido por 70 países, y ayudó a miles de personas, organizando
retiros espirituales, y enviando paquetes de ayuda, a encarcelados y
a las misiones. Ofrecemos el resumen testimonial de su vida, en un
reportaje escrito y en un vídeo, además de dos libros para leer con
tranquilidad: “Retrato de Marta Robin” de Jean Guitton y “Marta
Robin, un milagro viviente” escrito por el P. Ángel Peña O.A.R.
(Álex Rosal / Religíón en libertad)
A casa de Marta Robin,
llegaban cada día, decenas de personas que querían hablar con ella,
para pedirle consejo, una palabra de esperanza, o simplemente, un
consuelo. Ministros, médicos, jueces, obispos, empresarios,
campesinos, todos querían recibir una solución, a las
preocupaciones que llevaban consigo. A su casa entraban todos.
También los pobres y marginados. Y los niños, por supuesto, que
solían trepar por la cama. Se calcula que más de 100.000 personas
pudieron hablar con Marta a lo largo de su vida.
Consejos
para todos
Marta Robin Marta permanecía todo el día en
su oscura habitación, con las cortinas corridas, haciendo de freno a
cualquier rayo de luz, que se intentara colar. Siempre inmóvil,
recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones, que
elevaban su espalda, y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha
sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre
sí misma, y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis.
Sin
probar en todo el día, ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver.
Vivía en una permanente oscuridad. Su trabajo era «recibir», y sus
visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz.
Quienes la conocieron, dicen de ella que modulaba gran cantidad de
sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil,
juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo
que más sorprendía a los visitantes, era ese cambio, a veces,
brusco, del registro de voz.
Con los políticos hablaba de sus
cosas, o sea, la gestión de lo público, las batallitas de unos y
otros, lo de siempre; con los obispos, de los problemas de conciencia
que le traían. Con los campesinos y ganaderos, de sus quebraderos de
cabeza con las cosechas, la venta de los terneros, la leche de las
vacas, en fin, lo del campo.
Curiosos y médicos
Solía
repetir: «No pertenezco al sindicato de las echadoras de cartas».
Y era verdad. No era ni una pitonisa, o ni una curandera. Muchos la
definieron como mística. Una «Catalina Emmerich» del siglo
XX. Una mujer, capaz de hacer coincidir en su persona, el cielo y la
tierra. En cierta ocasión, una de sus visitas, tras hablar con ella
unos minutos, y contarle sus preocupaciones, exclamó: «Afuera no
hay más que problemas. Junto a ella no hay más que soluciones, ¿por
qué será así?».
Aunque podía estar en un plano
sobrehumano, tenía los pies en la tierra. A veces recomendaba, a
algún amigo que la frecuentaba: «Cierre la puerta de su casa, y
hágase el enfermo, que lo veo cansado». Otras, se preocupaba
por lo difícil que era para los labriegos, ganar un jornal. El
filósofo Jean Guitton, asiduo a la compañía de Marta, llegó a
decir: «Cada uno en aquella habitación se sentía unido a sí
mismo, a los otros y a Dios».
Entre las miles de visitas
que recibió Marta, muchas tenían un ingrediente detectivesco. ¿Cómo
logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber, y sin dormir ni un
solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta
mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista?.
Un
caso tan extraordinario, era normal que atrajera a tantos curiosos, y
que interpelara a creyentes y no creyentes. Decenas de médicos,
muchos de ellos ateos, pasaron por su habitación, para diagnosticar
una locura, un estado de ansiedad desproporcionado, o cualquier otro
tipo de enfermedad mental. Pero nada de nada. La ciencia no fue capaz
de explicar que le pasaba a esta pequeña campesina.
El
jueves revivía la Pasión de Cristo
La «semana»
de Marta, comenzaba los martes con la Eucaristía. No lograba tragar
la hostia, que se le colocaba en la boca. Era absorbida, sin que ella
pudiera engullirla. «Es como si un ser vivo entrará en mí»,
decía Marta.
A partir de ahí, entraba en un estado de
éxtasis, que podía durar horas. «Después de comulgar, sucede
que siento una renovación, pero no necesariamente en cada ocasión,
pues puede ocurrir también fuera de la comunión».
En
otro momento comentó: «Tengo deseos de gritar, a los que me
preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en
la Eucaristía, de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de
decirles, que ellos impiden en sí, los efectos de este alimento.
Bloquean sus efectos».
El jueves era el otro día
«grande» para Marta. Revivía semanalmente la Pasión. Sus
ojos comenzaban a llorar sangre, uniéndose así, a las llagas de sus
manos, pies y costado, que tampoco cesaban de expulsar líquido,
durante todas las noches de la semana.
A las veintiuna horas,
con la puntualidad que marca un reloj, comenzaba a murmurar
débilmente: «Padre mío, Padre mío, que se aparte de mí este
cáliz, pero que se haga tu voluntad». A continuación, se
producía como un gemido, o una melopea melódica, en tres notas, que
según los presentes, «podía compararse a los pequeños gritos
que da un recién nacido».
La Pasión contada por el
sacerdote que la atendía
El Padre Jorge Finet, fiel
colaborador de Marta, y testigo de esta Pasión semanal, cuenta su
experiencia: «Yo volvía el viernes hacia las dos de la tarde.
Para reproducir las tres caídas de la Pasión, Marta había sido
movida. Yo la tornaba a su posición; ponía su cabeza en la
almohada. Esa cabeza caía sobre el cojín, donde ordinariamente
había un chal blanco.
Añadiré que, en el momento de
la estigmatización, a comienzo de octubre de 1930, Jesús, no sólo
la marcó aquel día, con los estigmas en los pies, las manos y el
costado derecho, sino que además le encasquetó su corona de
espinas, profundamente en la cabeza, y Marta se puso a sangrar no
sólo de los pies, manos y costado, sino también en toda su cabeza;
y comenzó a verter cada noche, lágrimas de sangre.
Fue
en ese momento, cuando Jesús le dijo que la había elegido, para que
ella viviera su pasión más que nadie, después de la Virgen, y que
nadie después, la viviría más totalmente. Jesús añadió, que
cada día aumentaría más su sufrimiento, y que por esto, no
dormiría jamás durante la noche».
A la hora que
llegaba el Padre Finet, el viernes, se cerraba el ciclo de la Pasión.
Marta, que hasta el momento, había lanzando continuos gemidos de
dolor, cesaba sus quejidos, y repetía las palabras de Jesús en la
Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Padre
mío, en tus manos encomiendo mi espíritu».
En ese
momento, daba un profundo suspiro, para quedarse completamente
inmóvil, sin apenas respiración. Tras dos horas como muerta, Marta
volvía a gemir. Esos gemidos se prolongaban, hasta la tarde del
lunes. A partir de ahí, y hasta el martes, Marta entraba en un
éxtasis, del que salía con dificultad, y con ayuda del Padre Finet:
«Hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, por María, madre nuestra, os lo ordeno: volved a
nosotros».
Sufrimientos morales, sobre todo
Marta
solía comentar, que sus sufrimientos físicos no podían compararse,
con los padecimientos que sentía, en el orden moral. La Pasión de
los viernes, era para ella, como una entrada en las tinieblas, que le
provocaba una gran desolación. De alguna manera, sentía que
representaba a la humanidad del siglo XX, que había oficializado la
ruptura con Dios, y experimentaba en su propio ser, ese abandono.
Al
morir Marta en 1981, pocos fueron los que se enteraron, y menos la
prensa. Otra historia ocultada. Lo extraordinario de su caso, lo dejó
dictado: «Mi ser ha sufrido, una transformación tan misteriosa
como profunda. Mi felicidad es divina. Y, ¡cuánta agonía de la
voluntad, para morir a mí misma!. Jesús se hacia tan tierno para un
alma sangrante, tomando sobre él, todo lo penoso de la prueba,
dejándome el mérito de seguirle, sin resistencia».
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