martes, 6 de agosto de 2019


Tercera Feria, 6 de agosto

La Transfiguración del Señor


¡Qué bien se está aquí, Señor!”

Del sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la Transfiguración del Señor
Núms. 6-10: Mélanges d´archéologie et d´histoire 67

El misterio que hoy celebramos, lo manifestó Jesús a sus discípulos, en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino, y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá, no estaban muy convencidos, de lo que les ha anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones, una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente, creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos, aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa, del reino de los cielos.

Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir, antes de que se realicen mis predicciones, no ha de ser motivo, de que vuestra fe se debilite, y por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes, no morirán, sin haber visto llegar al Hijo del hombre, con la gloria del Padre».

Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo, estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago, y a su hermano Juan, y se los llevó aparte, a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos, se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías, conversando con Él.

Éstas son las maravillas, de la presente solemnidad; éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne la muerte, y al mismo tiempo, la festividad de Cristo.

Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos, entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo, de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada, que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.

Debemos apresurarnos a ir hacia allí, –así me atrevo a decirlo– como Jesús, que allí en el cielo, es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos, con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera, en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y como Él, transfigurados continuamente, y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.

Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transportado por aquella hermosa transfiguración, desasidos del mundo, abstraídos de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: “Señor, ¡qué bien se está aquí!”.

Ciertamente Pedro, en verdad, qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante, que estar con Dios, ser hechos conformes con Él, vivir en la luz?.

Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí, y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón, disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a Cristo Dios, donde Él, junto con el Padre, pone su morada, y dice al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde con Cristo, se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.

Oración: Oh Dios, que en la gloriosa transfiguración de tu Unigénito Hijo, confirmaste los misterios de la fe, con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente, nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, te rogamos nos concedas, que escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina contigo, por los Siglos de los Siglos. Amén.

Te pedimos también Glorioso Padre, que siendo un 6 de Agosto, un nuevo aniversario, en donde el mundo fue transfigurado, por el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima, que preserves al mundo, de los horrores del holocausto nuclear, y por el fin de toda carrera armamentista, pero también que preserves nuestro propio corazón, de todo pecado mortal, engendrador de la violencia en nuestra vida, y en nuestra familia. A Tí Señor, que eres el príncipe de la paz. Amén.


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