domingo, 11 de agosto de 2019


Domingo 11 de Agosto

SANTA CLARA DE ASÍS

Clara significa: "Vida Transparente"


Cuerpo Incorrupto

Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse, por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual, la tierra sería destrozada por el maligno”

"El amor que no puede sufrir, no es digno de ese nombre"

Clara nació en Asís, Italia, en el año 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad, y de gran celo por el Señor.

Desde sus primeros años, Clara se vio dotada de innumerables virtudes, y aunque su ambiente familiar, pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña, fue asidua a la oración y la mortificación. Siempre mostró, gran desagrado por las cosas del mundo, y gran amor y deseo por crecer cada día, en su vida espiritual.

Ya en ese entonces, se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba, a los seguidores de San Francisco. Clara sentía, gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos, y les proveía, enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención, como los frailes gastaban su tiempo, y sus energías, cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían, le impactó profundamente, y se sentía unida de corazón, a ellos y a su visión.

Su llamada, y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la orden
La conversión de Clara, hacia la vida de plena santidad, se efectuó, al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco, predicó en la catedral de Asís, los sermones de cuaresma, e insistió, en que para tener plena libertad, para seguir a Jesucristo, hay que librarse de las riquezas y bienes materiales.

Al oír las palabras: "éste es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia Él, que me habla al corazón, desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger..", sintió una gran confirmación, de todo lo que venía experimentando, en su interior.

Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras, que habían calado, en lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche, la decisión de comunicárselo a Francisco, y de no dejar, que ningún obstáculo la detuviera, en responder al llamado del Señor, depositando en Él, toda su fuerza y entereza.

Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad, y la codicia, que movía a los hombres a la guerra, comprendió que esta forma de vida, eran como la espada afilada, que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor, mas que el que dio la vida por todos; Aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía, para alimentarnos diariamente.

Él, que en la oscuridad es la Luz, y que todo lo cambia, y todo lo puede, Aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor, y un deseo de entregarse a Dios, de una manera total y radical.

Clara sabía, que el hecho de tomar esta determinación, de seguir a Cristo, y sobre todo, de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho, de la presencia de los Hermanos Menores en Asís, ya que estaba cuestionando la tradicional forma de vida, y las costumbres, que mantenían intocables, los estratos sociales y sus privilegios.

A los pobres, se les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían, que el Evangelio bien vivido, exponía por contraste, sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco, podía ser mal entendida.

Santa Clara se fuga de su casa, el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así, la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo, para darle una respuesta concreta al llamado, que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula, donde la esperaban Francisco, y los demás Hermanos Menores, y se consagra al Señor, por manos de Francisco.

Empiezan las renuncias
De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa, de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo, y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras, y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza, un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando, para ser una santa religiosa.

Para Santa Clara, la humildad es pobreza de espíritu, y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio, y en deseos de darse sin límites a los demás.

Poco después, su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda, con la determinación, de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio, a dejarla.

Días más tarde, San Francisco, no obstante, preocupado por su seguridad, dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas, situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras, en la expansión de la Orden, y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.

San Francisco les reconstruye, la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón, diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor, habían llegado a lo más profundo de su ser, y lo llevó al más grande anonadamiento, y abandono en el Señor.

Gracias a esa respuesta de Amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos, como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara, se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco, en la Orden de las Clarisas.

Cuando se trasladan las primeras Clarisas, a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres, a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo, pues por su gran humildad, deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor.

Pero acepta, y con verdadero temor, asume la carga que se le impone; entiende que es el medio, de renunciar a su libertad, y ser verdaderamente esclava. Así se convierte, en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia, y prodigiosa sanadora de las enfermas.

Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo, de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas, que todo lo que el Señor había revelado para la Orden, se viviera en plenitud.

Siempre atenta, a las necesidades de cada una de sus hijas, y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos, que aún después de tanto tiempo prevalecen, y el tesoro más rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.

Santa Clara acostumbraba a tomar, los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños, y siendo testimonio de ese corazón de madre, y de esa verdadera respuesta, al llamado y responsabilidad que el Señor, había puesto en sus manos.

Por el testimonio, de las mismas hermanas que convivieron con ella, se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas, y a las que eran más delicadas, les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba, por sentir, que no mortificaba suficientemente su cuerpo.

Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente; y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo, ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera, fue una completa dádiva de amor, de servicio y de mortificación. Su gran amor al Señor, es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, y su gran firmeza y decisión, por cumplir verdaderamente, la voluntad de Dios para ella.

Tenía gran entusiasmo, al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo, era algo muy evidente, y es precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo, que dio a sus hijas.

La humildad brilló grandemente en Santa Clara, y una de las más grandes pruebas de ello, fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección.

La responsabilidad que el Señor, había puesto en sus manos, no la utilizó para imponer, o para simplemente mandar, en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas, lo cumplía primero ella misma, con toda perfección. Se exigía más, de lo que pedía a sus hermanas.

Hacía los trabajos más esforzados, y daba amor y protección, a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies, a las que llegaban cansadas, de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas, y no había trabajo que ella despreciara, pues todo lo hacía con sumo amor, y con suprema humildad.

"En una ocasión, después de haberle lavado los pies, a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie, y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón, y a la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana, y lo besó".

Con su gran pobreza, manifestaba su anhelo, de no poseer nada más que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella, la Santa Pobreza, era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo, era alcanzar de los Papas, el privilegio de la pobreza, que por fin, fue otorgado, por el Papa Inocencio III.

Para Santa Clara, la pobreza era el camino, en donde uno, podía alcanzar más perfectamente, esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza, nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey, y sin embargo, no tuvo nada, ni exigió nada terrenal para sí, y cuya única posesión, era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre, y llevada a su culmen en la Cruz. Cristo pobre, cuyo único deseo, fue Obedecer y Amar.

La vida de Santa Clara, fue una constante lucha, por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor, y todo lo que le limitara su corazón; de tener como único y gran amor al Señor, y el deseo por la salvación de las almas.

La pobreza, la conducía a un verdadero abandono, en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza, ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva, sino como la manera, y forma de vida, que el Señor les pedía, y la manera de mejor proyectar al mundo, la verdadera imagen de Cristo, y Su Evangelio.

Siguiendo las enseñanzas, y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara, que sus conventos no tuvieran riquezas, ni rentas de ninguna clase. Y aunque muchas veces, le ofrecieran regalos de bienes, para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar.

Al Sumo Pontífice, que le ofrecía unas rentas para su convento, le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva, y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva, ni me libre de la obligación que tengo, de ser pobre como lo fue Jesucristo".

A quienes le decían, que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial, que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotras".

Mortificación de su cuerpo: Si hay algo que sobresale, en la vida de Santa Clara, es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo, o de caballo. Su lecho, era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar, por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.

Los ayunos. Siempre vivió una vida austera, y comía tan poco, que sorprendía, hasta a sus propias hermanas. No se explicaban cómo podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado, y los demás días, los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma, y todo lo hacía, llena de amor, regocijo, y de una entrega total al amor que la consumía interiormente, y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente, a su amado Jesús.

Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco, quien intervino con el Obispo, ordenándole comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan, que no fuese menos, de una onza y media.

La vida de Oración: Para Santa Clara, la oración era la alegría, la vida, la fuente, y manantial de todas las gracias, tanto para ella, como para el mundo entero. La oración, es el fin en la vida Religiosa, y su profesión.

Ella acostumbraba pasar, varias horas de la noche en oración, para abrir su corazón al Señor, y recoger en su silencio, las palabras de Amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas, al sentir el gran gozo de la adoración, y de la presencia del Señor, en la Eucaristía; o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos, y por las ingratitudes propias, de los hombres y mujeres de su tiempo.

Se postraba rostro en tierra, ante el Señor, y al meditar la pasión, las lágrimas brotaban de lo más íntimo de su corazón. Muchas veces, el silencio y la soledad de su oración, se vieron invadidos, de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio, de que cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad, y sus palabras eran tan ardientes, que movían y despertaban en ellas, ese ardiente celo, ese encendido Amor por el Señor.

Hizo fuertes sacrificios, los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban, si no se excedía, ella contestaba: “Estos excesos son necesarios para la redención”, "Sin el derramamiento, de la Sangre de Jesús en la Cruz, no habría Salvación".

Ella añadía: "Hay unos, que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven, para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse, por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual, la tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó, de una manera generosa, a este equilibrio.

Milagros de Santa Clara

La Eucaristía ante los sarracenos

En el año 1241, los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento, que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas, y Santa Clara, que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada, y se enfrentó a los atacantes.

Ellos experimentaron en ese momento, tan terrible oleada de terror, que huyeron despavoridos.

En otra ocasión, otros enemigos atacaban a la ciudad de Asís, y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas, oraron con fe ante el Santísimo Sacramento, y los atacantes se retiraron sin saberse por qué.

El milagro de la multiplicación de los panes
Cuando solo tenían un pan, para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo, y rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan, y envió la mitad a los hermanos menores, y la otra mitad, se la repartió a las hermanas.

Aquel pan se multiplicó, dando abasto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder, para abastecer de pan, a sus esposas pobres?"

En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre, pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide, que por favor, bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tú, la que bendigas estos panes".

Santa Clara le dice, que sería como un irrespeto muy grande de su parte, hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia, que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes, haciéndole la señal de la Cruz, y al instante quedó la Cruz impresa, sobre todos los panes.

Larga agonía
Santa Clara estuvo enferma 27 años, en el convento de San Damiano, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad, con paciencia heroica.

En su lecho bordaba, hacía costuras, y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice, la visitó dos veces, y exclamó: "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado, como la que tiene esta santa monjita".

Cardenales y obispos iban a visitarla, y a pedirle sus consejos.

San Francisco ya había muerto, pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Santa Clara, la Pasión de Jesús, mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar, en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman, sino que me consuelan".

El 10 de agosto del año 1253, a los 60 años de edad, y 41 años de ser religiosa, y dos días, después de que su regla, fuese aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.

Cuando el Señor ve que el mundo, está tomando rumbos equivocados, o completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres, para que contrarresten y aplaquen, los grandes males, con grandes bienes.

Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo, estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, por las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias, el amor valiente, para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar, de una manera radical, el verdadero camino a seguir, que al mismo tiempo, deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron, en signo de contradicción para el mundo, y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia, para que otros, la reciban de ella.

El Señor en su gran sabiduría, y siendo el buen Pastor, que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona, y nos manda profetas, que con sus palabras y sus vidas, nos recuerden la verdad, y nos muestran el camino de regreso a Él. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos, y nos enseñan como rectificarlos.

Tras los pasos de Santa Clara en Asís
En la Basílica de Santa Clara, encontramos su cuerpo incorrupto, y muchas de sus reliquias.


En el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto, donde ella pasó muchos años de su vida acostada; se observa la ventana, por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana, por donde expulsó a los sarracenos, con el poder de la Eucaristía.

Hoy las religiosas Clarisas, son aproximadamente 18.000, en 1.248 conventos en el mundo.

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Del Oficio de Lectura, 11 de agosto, Santa Clara, Virgen

Atiende a la pobreza, la humildad, y la caridad de Cristo

De la carta de Santa Clara, virgen, a la beata Inés de Praga
Escritos de Santa Clara

Dichoso en verdad aquel, a quien le es dado alimentarse, en el Sagrado Banquete, y unirse en lo íntimo de su corazón, a Aquel cuya belleza, admiran sin cesar, las multitudes celestiales; cuyo afecto produce afecto; cuya contemplación da nueva fuerza; cuya benignidad sacia; cuya suavidad llena el alma; cuyo recuerdo, ilumina suavemente; cuya fragancia, retornará los muertos a la vida; y cuya visión gloriosa, hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial.

Él es el brillo de la Gloria Eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo nítido, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en Él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes, por dentro y por fuera, con toda la variedad de flores, de las diversas virtudes, que son las que han de constituir, tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima, del Rey Supremo.

En este espejo, brilla la dichosa pobreza, la santa humildad, y la inefable caridad, como puedes observar, si con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.

Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza, de Aquel que fue puesto en un pesebre, y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza!. El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra, es reclinado en un pesebre.

En el medio del espejo, considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió, por la redención del género humano.

Al final de este mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso sufrir en la cruz, y morir en ella, con la clase de muerte más infamante.

Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor?. Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: No hago más que pensar en ello, y estoy abatido. De este modo, tu caridad arderá, con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.

Contemplando además, sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de Tí, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza, y tu diestra me abrace felizmente, y me beses, con los besos deliciosos de tu boca».

Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta, tu insignificante madre, y sabe que yo tengo, tu agradable recuerdo, grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.

Oración: Oh Dios, que infundiste en Santa Clara, un profundo amor a la pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión y sus méritos, que siguiendo a Cristo en la pobreza de espíritu, sepamos compartir con generosidad, todos los dones con que nos has bendecido, y así poder merecer los verdaderos tesoros, que nos tienes reservados en tu Reino. A Tí Señor, que nos enseñaste, que todos los cabellos en nuestra cabeza, están contados en el Cielo. Amén.



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