sábado, 3 de agosto de 2019


Segunda Feria, 29 de julio

Santa Beatriz de Nazaret

(1200-1269)

'Mi deseo es morir y estar con Cristo'

Transverberación - Corazón Traspasado

Etimológicamente, Beatriz significa, “la que hace feliz”. Viene de la lengua latina.

Tratado sobre el Amor

Atributos: Flecha transverberando su corazón. Una pluma en su mano.

Santa Beatriz de Nazaret (n. 1200, Tirlemont, Bélgica. † 1269), era la última de seis hermanos. Nació en la ciudad de Tirlemont, Bélgica. Era hija del beato Bartolomé, fundador de un monasterio cistercience, después de fallecer su esposa. Beatriz ingresó al monasterio, a los 17 años.

Escribió un tratado, en estilo flamenco medieval, en el que resume, las siete maneras de amar santamente, según ella. Cuenta la tradición, que el Señor Jesús se le apareció, y transverberó (traspasó) su corazón con una flecha.

Falleció en el año de 1269. La devoción a esta santa, es tradicional, no incluida en el Martirologio.

------------------------------------------------------------

Todo ser humano, ha sido llamado para amar al mundo. La respuesta que Dios nos pide, es que seamos contemplativos. Cualquier creyente, que vive una vida estrechamente unida a la Eucaristía, es un contemplativo.

Se acostumbraba en los monasterios belgas del siglo XI, admitir para el coro, a las chicas de buenas familias, de la alta burguesía. Las otras, incultas, entraban solamente en calidad de conversas.

Existía – como ocurre hoy –, la necesidad de nuevas vocaciones, y por tanto, había que abrir los monasterios, a otro tipo de actuaciones distintas.

Esta idea, la llevaban ya a cabo los cistercienses. Recibían la ayuda de familias importantes, como los Brabantes o Tirlemont. Beatriz era hija de esta última familia. Vino al mundo en el año 1200.

Su padre, el Beato Bartolomé, ingresó como lego cisterciense, al fallecer su mujer. Ayudó a construir, otros tres Monasterios de Monjas, como el Oplinter, y el de Nazaret.

A los 17 años, Beatriz ingresó en este último, cerca de Lier en Brabant, siendo después la superiora, durante muchos años. Pero no porque fuera hija, del padre del fundador del monasterio, sino porque brillaba ante todos, por su virtud, su piedad, y su generosidad sin límites.

Se habla, de que en sus primeros años, le sucedió como a San Bernardo, entregándose a penitencias, más para admirar que para imitar, cosa frecuente en los principiantes, quienes al meditar la pasión de Cristo, que dio su vida por nosotros en la cruz, entre indecibles tormentos, se suscita en ellos, un ansia de inmolarse por amor a Él.

San Bernardo, lamentará más tarde, tales excesos de juventud, pues toda la vida, tendrá que luchar para mantenerse en pie. Igual le pasó a Beatriz: se entregó a severas austeridades, entre ellas usando un cinturón de espinas, y comprimiendo su cuerpo con cuerdas, y más tarde, pagaría el costo de aquellas penitencias indiscretas.

Luego de profesar, la enviaron al monasterio de La Ramee, para que se perfeccionase, en la caligrafía e iluminación de manuscritos (coloreado), habiendo resultado, una excelente maestra, en el arte de iluminar pergaminos.

Allí se encontró con una santa religiosa - Ida de Nivelles -, la cual le serviría de maestra, y como madre espiritual, gracias a su perfecta preparación, y experiencia en los caminos de Dios, de que estaba adornada.

Se dio cuenta Beatriz, que esta religiosa, se esmeraba demasiado en atenderla, y como le preguntara, cómo era que dedicaba tanto tiempo, a ayudarla espiritualmente; su contestación fue, porque veía claro que Dios, la había elegido para grandes cosas. Palabras proféticas, que se cumplirían con creces.

Beatriz se esmeró, en seguir de cerca los pasos de su maestra, viviendo una espiritualidad, centrada toda ella en el amor. Fijándose en dos textos de San Juan: "El amor procede de Dios", es decir, el amor pertenece a la razón, a la afectividad y a la voluntad, siendo Dios mismo, el sujeto en el obrar; y a la vez, "Dios es amor", el amor entendido como medio, por el cual Dios se manifiesta a la criatura, y a quien ésta puede contestar.

Esto dio, como resultado de esta experiencia mística, la obra preciosa titulada: "De siete modos de practicar el amor", la cual, según quienes la han estudiado a fondo, es un tratado que contiene una belleza singular.

"Su estilo es sobrio, y sus frases muy elegantes; su exposición neta y clara; la prosa es dulce y ágil, con lindas asonancias, y rimas muy naturales.

La autora posee una inteligencia excepcional, logra expresar magistralmente, en el plano de la forma y del pensamiento, sus experiencias místicas extraordinarias.

El tratado es muy sintético, cada palabra tiene su peso y su valor... dejándonos seducir por su mensaje, a través de la belleza literaria del texto, que más que toda otra cosa, expresa la belleza de su alma, y es testimonio de su búsqueda absoluta del Amor".

Las tres experiencias activas, son el amor purificante, el amor devorante y el amor elevante, a las que siguen cuatro pasivas: amor infuso, amor vulnerado, amor triunfante, y amor eterno.

Escribió otras obras. Sus lecturas preferidas eran la Biblia, y los tratados sobre la Santísima Trinidad. Sus restos mortales hubo que esconderlos, para que los calvinistas no los profanaran.
Se cuenta que le apareció Nuestro Señor, y le perforó el corazón, con una flecha incandescente.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que la flecha incandescente de tu Amor, atraviese nuestros corazones, para que así podamos ofrecértelo, en Ofrenda Pura y Consagrada, quedando en la palma de tus manos, todas las penas, dolores y pecados de nuestra Vida, y así podamos sentir, que ya no nos pertenecemos, sino que somos tuyos para siempre. Amén.

-----------------------------------------------------------------

Un resumen de los "Siete modos de vivir el Amor"

ß
Siete modos de Santo Amor
Hay siete modos de vida en el amor. Vienen del Supremo, y vuelven al Altísimo.

Gentileza de la revista Cistercium
Traducción para CISTERCIUM de Ana María Schlüter Rodés.

NOTA DE LA TRADUCTORA: He traducido, a partir de la transcripción al neerlandés actual, que ha hecho Rob Faesen SJ (Beatrijs van Nazareth: Seven manieren van minne, Uitgeverij Pelckmans, Kapellen 1999), recurriendo a menudo al texto original que publica conjuntamente.

Como señala dicho autor, la palabra central es "minne", amor. Se refiere aquí al amor, entre Dios y el ser humano; pero a la vez en muchas ocasiones, al divino Amado mismo, pues el alma experimenta en el amor, una vida abismal y trascendente, por la que participa, en el mismo movimiento de amor, entre el Espíritu Santo (eternidad de amor), el Hijo (sabiduría incomprensible), y el Padre (altura silenciosa y profundidad abismal), como lo expresa Beatriz de Nazareth, en el séptimo modo de amor. A pesar de esto, siempre he puesto amor en minúscula, siguiendo la transcripción y el original.

He traducido "manieren", en la transcripción al neerlandés actual "wijzen", por "modos" siguiendo el criterio de R. Faesen, el cual considera menos acertado, traducir por clases, grados, aspectos o peldaños, pues se trata de modos de vivir el amor, o modos de amar.

En el primer modo, Beatriz de Nazareth, expresa el anhelo de vivir, de acuerdo a la imagen según la cual ha sido creada, y esta imagen es Cristo.

Los místicos, no sólo hablan de una primera venida de Cristo, en carne y debilidad, y de una segunda, al final de los tiempos, en gloria y majestad, sino además, de una venida intermedia en espíritu y fuerza. Esta tiene lugar en el corazón humano.

De ello, se toma conciencia de un modo especial, en el siglo XII. Se realza, la relación amorosa entre Dios, y cada ser humano, como eje central de la vida. Sobresalen en este sentido San Bernardo, y también las "mulieres religiosae", especialmente las beguinas, con las que Beatriz de Nazareth, se formó en algún momento. Mientras que el clero masculino, debido a la influencia aristotélica en las universidades, en general se apartó de esta corriente, la siguieron cultivando sobre todo las mujeres. De ello, da cumplida cuenta esta obra, de "Los siete modos de Santo Amor" de Beatriz de Nazareth.

El primer modo de Amor
El primer modo, es un anhelo provocado por el amor. Este anhelo, tiene que reinar mucho tiempo en el corazón, para poder llegar a expulsar totalmente al enemigo, y tiene que actuar con fortaleza y circunspección, y tener valor para avanzar en este estado.

Este modo, es un anhelo que nace, sin duda, del amor, es decir, de un alma buena, que quiere servir fielmente a nuestro Señor, seguirle con valor, y amarlo de verdad. Esta alma se mueve, por el deseo de alcanzar la pureza, la libertad y la nobleza, de las que le ha dotado su creador, al crearla a su imagen y semejanza, y permanecer ahí, algo que es especialmente digno, de ser amado y cuidado. En esto desea emplear su vida.

En esto, desea colaborar para crecer y ascender, a una nobleza de amor, más sublime aún, y a un conocimiento más cercano de Dios, hasta alcanzar la madurez plena, para la que ha sido creada, y llamada por Dios. En esto está, desde la mañana hasta la noche. A esto se ha entregado totalmente.

Sólo una cosa pide a Dios, una sola cosa quiere saber, una sola cosa reclama, en una sola cosa piensa: cómo poder alcanzar esto, y cómo conseguir la mayor semejanza con el amor, con todo el tesoro de belleza, de las virtudes que lo acompañan, así como la pureza y nobleza sublimes del amor.

Esta alma, a menudo examina seriamente lo que es, y lo que podría ser, lo que tiene, y lo que aún falta a su anhelo. Con celo muy grande, con gran empeño, y tan dispuesta como le es posible, se esfuerza por evitar, todo aquello que distrae su atención de esto, o que pudiera impedirlo. Su corazón nunca está tranquilo; nunca descansa en esta búsqueda, reclamo y discernimiento, en este tomar a pecho, y conservar lo que le pudiera ayudar, y lo que la pudiera hacer crecer en el amor.

En esto consiste, la dedicación principal del alma, que ha llegado a este estado - y en esto ha de trabajar y esforzarse, con gran dedicación y fidelidad, hasta que reciba de Dios, el que en adelante, pueda servir al amor, con claro entendimiento, y sin verse impedida por errores pasados.

Un anhelo tal, tan puro y tan noble, nace sin duda del amor, y no del miedo. El miedo, lleva a trabajar y padecer, a hacer y dejar de hacer, por temor a que nuestro Señor, pueda estar enojado. Lo cual además conlleva espanto, ante el juicio del Juez justo, o al castigo eterno, o a penas temporales.

El amor, en cambio, actúa exclusivamente, con la mirada puesta en la pureza, y en la sublime nobleza, que ella es, en lo más profundo, cuando es ella misma, que ella tiene, y que ella disfruta.

Actuando así, ella enseña lo mismo, a quienes tienen trato con ella.

ß
El segundo modo de amor
A veces el alma también vive otro modo de amor.

(Nota: Es la longanimidad del amor. Es un amor generoso y fiel. Me atrevo a introducir estas notas, para mejorar la precisión, que los verdaderos místicos no pueden hacer, dado el estado de éxtasis que los embarga. Santa Beatriz escribe, desde una altura mística elevadísima, y se hace difícil comprenderla en su totalidad).

Este se da, cuando se dedica a servir a nuestro Señor gratuitamente, sin más, sólo por amor, sin tener a la vista ningún motivo, o recompensa de gracia, o gloria.

Como una joven doncella, que sirve a su señor con gran amor, sin perseguir ninguna recompensa - le basta poderle servir, y que a él le plazca que le sirve -, así el alma desea, poder servir al amor, con un amor sin medida, inmenso, más allá de toda racionalidad y cálculo humano, con todos los servicios que su fidelidad le inspira.

Cuando el alma se encuentra en este estado, ¡cómo arde su anhelo!. Está dispuesta a cualquier servicio. ¡Cuán ligeras le parecen las cargas!. ¡Con qué facilidad, soporta los sinsabores!. ¡Cómo se alegra, cuando las cosas se ponen difíciles!. ¡Qué alegría tan grande, cuando descubre algo, que puede hacer o sufrir, para servir al amor por su honor!.

ß
El tercer modo de amor

(Nota: Es la constancia en el amor. No es un amor errático, caprichoso, voluble. No admite inconstancias. Permanece firme e inclaudicable).

A veces ocurre que el alma buena, aún vive otro modo de amor, el cual le produce mucho dolor y sufrimiento.

Se da, cuando intenta responder al amor enteramente, cuando desea seguirle totalmente, con todas las muestras de respeto y servicio, con todas las formas de obediencia, y sumisión por amor.

Este anhelo se convierte, de vez en cuando, en un auténtico tormento para el alma. Ansiosamente se propone hacer todo, imitarle en todos los sufrimientos, padecerlos y soportarlos, y seguir el amor con obras, de una manera total, sin ahorrar ningún esfuerzo, sin medida.

En este estado, está verdaderamente dispuesta a cualquier servicio, está presta y animada a cualquier trabajo, y sufrimiento.

Pero no queda satisfecha. Nada de lo que hace, le parece suficiente. Sin embargo, lo que más la entristece, es ver que le es imposible, responder al amor plenamente, según le inspira su gran anhelo, y ver que siempre le falta tanto, para amar del todo.

Sabe bien que esto, supera la capacidad humana, y rebasa sus fuerzas. Lo que anhela es algo imposible, por esencia impropio, de una criatura. Pues ella sola, quisiera llevar a cabo, todo lo que todos los seres humanos en la tierra, todos los espíritus del cielo, todas las criaturas en lo alto y en lo bajo, e innumerables seres más, pudieran hacer en servicio del amor, según corresponde al honor, y a la dignidad del amor.

Quiere conseguir lo que le falta, para un servicio tal. Lo ansía con todas sus fuerzas, y con voluntad ardiente. Pero todo esto, no es capaz de dejarla satisfecha.

Sabe muy bien que satisfacer este deseo, rebasa por completo sus fuerzas, que supera toda comprensión y entendimiento humano. Pero a pesar de esto, no es capaz de mitigar, dominar, o calmar su anhelo. Hace todo lo que puede.

Agradece y alaba el amor, trabaja y se afana por él, suspira y ansía el amor, está totalmente entregada al amor. Pero nada de ello, la deja tranquila. Le resulta un gran sufrimiento, no poder dejar de anhelar, lo que no puede alcanzar. Por esto, tiene que permanecer en el dolor de su corazón, y vivir en la insatisfacción. Le parece que muere estando viva, y que así muriendo, experimenta el sufrimiento del infierno.

Lleva una vida infernal. Todo es padecimiento e insatisfacción, debido a ese anhelo terrible y temeroso, que no puede satisfacer, que no puede calmar ni saciar. En este dolor ha de permanecer, hasta el momento en que nuestro Señor, la consuela trasladándola, a otro modo de amar y anhelar, y a un conocimiento más profundo de sí. Y entonces, tendrá que esforzarse, según lo que en ese momento, reciba de nuestro Señor.

ß
El cuarto modo de amor

(Nota: Es la fusión del amor con la persona amada. Es cuando ya no somos nosotros, sino totalmente de Dios. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”, diría San Pablo).

Pues nuestro Señor, suele conceder todavía, otro modo de amar, a veces acompañado de gran felicidad, a veces de gran dolor, lo cual queremos exponer ahora.

A veces ocurre, que el amor despierta en el alma, de un modo dulce, y que surge alegremente, instalándose en el corazón, sin intervención de actividad humana alguna. El corazón entonces siente, un toque tan delicado de amor, se siente tan atraído por el amor, se ve conmovido tan apasionadamente por el amor, tan fuertemente subyugado por el amor, y tan suavemente abrazado por el amor, que el alma queda vencida totalmente, por el amor.

En este estado, experimenta una gran presencia de Dios, una claridad de comprensión, y un bienestar maravilloso, una noble libertad, una intensa dulzura, un sentirse fuertemente abrazada por el amor, y una plenitud rebosante de gran gozo.

Experimenta que todos sus sentidos, se han unificado en el amor, y que su propia voluntad, se ha convertido en amor, que ha quedado abismada y absorbida, en el hondón del amor, convirtiéndose ella misma, totalmente en amor.

La belleza del amor la ha engullido, la fuerza del amor la ha consumido; la dulzura del amor la ha hecho desfallecer; la grandeza del amor la ha devorado; la nobleza del amor la ha abrazado; la pureza del amor la ha adornado; la excelencia del amor, la ha elevado e unificado en el amor, de modo que ha de pertenecer totalmente al amor, y ya no puede tratar más que con el amor.

Cuando se siente tan colmada de bienestar, y tan rebosante en su corazón, su espíritu empieza a hundirse en el amor, y su cuerpo empieza a sustraérsele; su corazón empieza a derretirse, y desfallecen sus potencias. De tal manera, es vencida por el amor, que a duras penas puede dominarse, y a veces pierde el dominio, de sus miembros y sentidos.

Como un recipiente lleno, a rebosar, se derrama inmediatamente en cuanto se toca; así esta alma, cuando se siente tocada de repente, y vencida por la gran plenitud de su corazón, muchas veces, sale fuera de sí, sin poderlo remediar.

ß
El quinto modo de amor
(Nota: Es la potencia del amor. Es el momento de las inspiraciones, de una fuerza personal arrolladora que sentimos; es cuando viene Nuestro Pentecostés. Sentimos que los límites se difuminaron, y que nuestro ser, es parte de la energía Sagrada del Espíritu Santo, y podemos planear sobre el océano del mundo. Nos sentimos en la cresta de una inmensa ola, como en un tsunami, y todo avanza en nuestro interior, de manera vertiginosa).

A veces también ocurre, que el amor se despierta en el alma, de un modo vigoroso, y surge impetuosamente con gran vehemencia y apasionamiento, como si fuera a partir violentamente el corazón, y sacar el alma fuera de sí, más allá de sí, en las obras de amor, y en los fallos de amor.

Se ve absorbida valientemente, por el anhelo de cumplir, las grandes y puras obras del amor, y de responder, a las múltiples exigencias del amor. Pues anhela encontrar descanso, en el dulce abrazo del amor, en la apetecible enajenación, y en la posesión gozosa del amor. Su corazón, y todos sus sentidos, lo ansían; sólo en eso se empeñan, sólo eso pretenden apasionadamente.

Cuando se encuentra en este estado, es tan poderosa de espíritu, tan emprendedora en su corazón, en su cuerpo tan fuerte y valiente, tan diligente y dispuesta en su trabajo, interior y exteriormente tan activa, que tiene la impresión, que toda ella está activa, aunque por fuera, no se esté moviendo.

A la vez, siente con mucha claridad, su pereza interior, así como una gran atracción del amor. Se siente inquieta, a causa de esta ansia, y siente dolor debido a una gran insatisfacción. Pero otras veces, siente un dolor intenso, al experimentar el amor mismo, de manera pura y gratuita, o por reclamar, con mucha insistencia, el amor, y sentirse insatisfecha, al no poder disfrutar de él.

De vez en cuando, el amor se vuelve tan inmenso, y desbordante en el alma - al tocarla con tanta fuerza, e ímpetu en el corazón -, que tiene la impresión, que su corazón, queda dolorosamente herido de múltiples maneras. Las heridas, parecen abrirse de nuevo cada día, volviéndose cada vez más dolorosas; es un dolor intenso, que siente cada vez de nuevo.

Le parece que sus venas van a estallar, que su sangre arde, que su médula se consume, que sus huesos se debilitan; su pecho arde y su garganta se seca, de modo que todo lo exterior, y sus miembros, perciben el ardor interior, del ansia enloquecida de amor.

Muchas veces, entonces, siente como una flecha que atraviesa su corazón, pasando por la garganta, hasta el cerebro, como si se fuera a volver loca.

Como un fuego devorador, que se apodera de todo lo que puede engullir y vencer, así experimenta el amor, que actúa en su interior, de una manera rabiosa, despiadadamente, sin medida, apoderándose de todo, y arrasándolo.

Esto la deja muy herida. Su corazón se debilita, sus fuerzas ceden. Su alma recibe alimento, y su amor cuidados, y su espíritu se ve sacado fuera de sí, pues el amor, está tan por encima de todo entendimiento, que ella no puede de ninguna manera gustarlo.

Debido a este dolor, quisiera romper el lazo, aunque no destrozar la unidad del amor. Sin embargo, está tan dominada por el lazo del amor, y tan vencida por la inmensidad del amor, que no es capaz de moderación, ni de ordenar sus actividades sensatamente, o de cuidarse, o de limitarse, a lo que la razón le presenta como posible.

Cuanto más recibe de lo alto, más reclama. Y cuanto más apetecible se le presenta, tanto más ansía acercarse, a la luz de la verdad, de la pureza, y de la nobleza, y disfrutar del amor.

Constantemente se ve incitada y seducida, pero no satisfecha ni saciada. Y precisamente, lo que más le duele e hiere, es lo que más la sana y cura. Lo que le produce la herida más honda, sólo esto le proporciona salud.

ß
El sexto modo de amor
(Nota: Es la seguridad del amor. Ya no tememos lanzarnos, del “borde del acantilado”, de nuestras propias limitaciones, porque estamos seguros que habrá una poderosa mano, que nos sostendrá en el vuelo).

Cuando la esposa de nuestro Señor, ha avanzado más, y ha ascendido a una mayor heroicidad, experimenta todavía, otro modo de amar; siente un estado de mayor presencia, y un conocimiento más elevado.

Se da cuenta, que el amor ha vencido todas sus resistencias interiores, ha corregido sus deficiencias, y ha subyugado, su ser más profundo. El amor la ha dominado totalmente, ya no hay oposición. El amor posee su corazón, con seguridad serena, puede descansar en él gozosamente, y ha de actuar con total libertad.

Cuando el alma se encuentra en este estado, le parece poco, todo lo que ha de hacer, por la gran dignidad del amor; le resulta fácil hacer, y dejar de hacer, padecer y soportar. Y por lo tanto, vive con suavidad, su entrega al amor.

Experimenta una fuerza vital divina, una pureza clara, una dulzura espiritual, una libertad envidiable, una sabiduría perspicaz, una dichosa igualdad con Dios.

Ahora es como una mujer, que ha administrado bien su casa, que la ha dispuesto sensatamente, la ha gobernado con sabiduría, la ha ordenado con pulcritud, la ha asegurado con previsión, y trabaja con entendimiento. Mete y saca, hace y deshace, según ella misma quiere.

Así ocurre con el alma, en este estado. Ella es amor; el amor gobierna en ella, soberano y fuerte, trabajando y descansando, haciendo y deshaciendo, tanto externa como internamente, según ella quiere.

Como el pez, que nada en la gran corriente, y descansa en su profundidad, y como el pájaro que vuela valientemente, en la anchura y altura del espacio, así ella siente, que su espíritu se mueve libremente, en la anchura y profundidad, en la espaciosidad, y altura del amor.

La fuerza soberana del amor, ha atraído el alma hacia sí, la ha guiado, cuidado y protegido. Le ha dado el entendimiento, la sabiduría, la dulzura, y la fortaleza del amor.

Sin embargo, ha ocultado al alma, su fuerza soberana, hasta que llegue el momento, en que haya ascendido a mayor altura, y hasta que haya conseguido liberarse completamente, de sí misma, y el amor reine en ella, con más vigor todavía.

Entonces el amor, la hace tan valiente y libre, que no teme ni a hombres ni a demonios, ni a ángeles ni a santos, ni al mismo Dios, en todo lo que hace o deja de hacer, en el trabajo, o en el descanso.

Se da claramente cuenta, que el amor está muy despierto y activo en su interior, tanto si descansa su cuerpo, como cuando trabaja mucho. Sabe y percibe claramente, que en quienes reina el amor, éste no está supeditado, a la actividad o al dolor.

Pero todos aquellos que desean llegar al amor, han de buscarlo con respeto, seguirlo con fidelidad, y vivirlo con un gran deseo. No pueden llegar a él, si se retraen cuando se trata de trabajar duro, padecer mucho dolor y molestias, o sufrir desprecios.

Deben prestar mucha atención, a cualquier detalle, hasta que el amor llegue a realizar, en su dominio, las grandes obras del amor, haciendo fácil todo, ligero todo trabajo, dulce todo dolor, y borrando toda culpa.

Esto es libertad de conciencia, dulzura de corazón, bondad de sentimientos, nobleza del alma, altura de espíritu, y base y fundamento de la vida eterna.

Esto es ya ahora, una vida como la de los ángeles. Le sigue la vida eterna, que Dios, en su bondad, nos conceda a todos.

ß
El séptimo modo de amor
(Nota: Es la quietud del amor. Es el momento, en el que el tiempo y el espacio desaparecen. Ya no tenemos prisa, por nuestros anhelos mundanos. Solo nos importa la vida sobrenatural. Entramos en una quietud profunda, como cuando estamos dentro de un gran avión, a enorme altitud, que cruza raudamente, el inmenso océano de la eternidad...).

El alma dichosa, todavía tiene otro modo de amar más elevado, que le proporciona, no poco trabajo interior.

Consiste en que trascendiendo su humanidad, es introducida en el amor, y que trascendiendo, todo sentir y razonar humano, toda actividad de nuestro corazón, es introducida, sólo por el amor eterno, en la eternidad del amor, en la sabiduría incomprensible, y en la altura silenciosa, y profundidad abismal de la divinidad, la cual es todo en todo, siempre incognoscible, y más allá de todo, inmutable, la cual es todo, puede todo, abarca todo, y obra todopoderosamente.

En este estado, el alma dichosa, se ve tan delicadamente sumergida en el amor, y tan intensamente introducida en el anhelo, que su corazón está fuera de sí, e interiormente inquieto. Su alma se derrama y derrite de amor. Su espíritu es todo en él, anhelo.

Todas sus potencias, la empujan en una misma dirección: ansía gozar del amor. Lo reclama con insistencia a Dios. Lo busca apasionadamente en Dios. Esta sola cosa anhela, sin poder remediarlo. Pues el amor, ya no la deja reposar, ni descansar, ni estar en paz.

El amor la levanta, y la derriba. El amor de pronto la acaricia, y en otro momento la atormenta. El amor le da muerte, y le devuelve la vida; da salud, y vuelve a herir. La vuelve loca, y luego de nuevo sensata.

Obrando así, el amor eleva el alma a un estado superior. De esta manera, el alma ha subido - en lo más alto de su espíritu - por encima del tiempo, a la eternidad.

Por encima de los regalos del amor, ha sido elevada a la eternidad del mismo amor, donde no hay tiempo. Está por encima, de los modos humanos de amar, por encima de su propia naturaleza humana, en el anhelo de estar ahí arriba.

Allí está toda su vida y voluntad, su anhelo y su amor: en la seguridad y la claridad diáfana, en la noble altura, y en la belleza radiante, en la dulce compañía de los espíritus más excelsos, que rebosan amor desbordante, y que se encuentran, en un estado de conocimiento claro, de posesión y disfrute del amor.

A veces ahí arriba, vive su relación anhelante, especialmente en compañía de los ardientes serafines; en la gran divinidad, y en la sublime Trinidad, tiene su amable descanso, y su dichosa morada.

Ella lo busca en su majestad, Le sigue allí, y Lo contempla con su corazón, y con su espíritu. Lo conoce, Lo ama, Le desea tanto, que es incapaz de prestar atención, a santos o seres humanos, a ángeles o criaturas, a no ser en el amor a Él, que lo abarca todo, y en el que lo ama todo.

Sólo a Él ha elegido por amor, por encima de todo, por debajo de todo, en todo, de tal modo, que con el anhelo de su corazón, y con todas las potencias de su espíritu, desea verlo, poseerlo y disfrutarlo.

Por esto, la vida terrena para ella, es un verdadero destierro, una dura cárcel, y un gran dolor. Desprecia el mundo, la tierra le pesa, y lo terreno, no es capaz de satisfacerla, ni contentarla.

Le resulta un gran dolor, tener que estar tan lejos, y vivir como exiliada. No es capaz de olvidar, que vive en el destierro. Su anhelo, no puede ser calmado. Su ansia la tortura lastimosamente. Lo vive, como un camino de pasión y de tormento, sin medida, sin gracia.

Por esto, siente un ansia grande, y un anhelo ardiente, de ser liberada de este destierro, y poder desprenderse de este cuerpo. Con un corazón herido, dice lo mismo, que dijo el Apóstol: Cupio dissolvi et esse cum Christo, es decir: 'Mi deseo es morir, y estar con Cristo'.

Así pues, el alma se encuentra en un ansia ardiente, y en una inquietud dolorosa de ser liberada, y vivir con Cristo. La razón de ello, no es que la vida actual le entristezca, ni que tenga miedo a los sinsabores que la esperan. No, debido sólo a un amor santo y eterno, languidece en ansias, y se derrite en el anhelo, de poder llegar a la patria eterna, y a la gloria del gozo.

El anhelo en ella es grande y fuerte; su inconstancia le pesa mucho, y el dolor que sufre por este anhelo, es indescriptible. A pesar de todo, no tiene más remedio, que vivir en la esperanza; y es precisamente esta esperanza, la que le hace ansiar y padecer tanto.

Oh santo deseo de amor, ¡qué grande es tu fuerza, en el alma que ama!. Es un dichoso sufrimiento, un tormento agudo, un dolor que dura demasiado, una muerte traidora, y un vivir muriendo.

No puede llegar allí arriba, y aquí abajo, no puede encontrar descanso ni reposo. Su anhelo, le hace insoportable pensar en Él, y prescindir de Él, hace sufrir de anhelo su corazón. Así pues, ha de vivir con gran incomodidad.

Y así es que no puede, ni quiere ser consolada, como dice el profeta: Renuit consolari anima mea, etcetera, que quiere decir: 'Mi alma rehúsa ser consolada'. Rehúsa toda consolación, a menudo incluso de Dios, y de sus criaturas. Porque toda alegría, que esto podría comportar, intensifica su amor, y aviva su anhelo, de un estado superior.

Esto renueva su ansia, por poner en práctica su amor, permanecer en el goce del amor, y vivir sin consuelo en el destierro. De esta manera, sigue insaciable e insatisfecha, en todo lo que recibe, por tener que carecer de la presencia real de su amor.

Es una dura vida de padecimiento, por no querer ser consolada, mientras no reciba, lo que busca sin descanso.

El amor la ha seducido, la ha guiado y enseñado, a andar por su camino, y ella lo ha seguido fielmente.

A menudo, en trabajo costoso y muchas obras; en gran ansia y fuerte anhelo; en inquietud de muchas clases, y gran insatisfacción; en alegría y dolor, y mucho sufrimiento, buscando y reclamando, careciendo y teniendo, saliendo fuera de sí; en el seguimiento y el ansia, en agobio y pena, en miedo y preocupaciones, derritiéndose y sucumbiendo; en gran confianza y mucha desconfianza, en lo bueno y en lo malo - en todo esto, está dispuesta a sufrir. En la muerte y en la vida, quiere dedicarse al amor; en el sentimiento de su corazón, sufre mucho dolor; por el amor anhela llegar a la patria.

Cuando en este destierro, lo ha probado todo, todo su refugio es la gloria. Esto es verdaderamente, la obra del amor: anhelar la forma de vida, que más conecta con el amor, en que mejor se puede dedicar al amor, y seguir esta forma de vida.

Por esto, siempre quiere seguir al amor, conocer el amor, y gozar del amor. En este destierro, esto no lo consigue. Por esto, quiere partir hacia su patria, en donde ha construido su morada, hacia donde ha dirigido su anhelo, y donde descansa con amor.

Pues esto lo sabe muy bien: allí en su patria, quedará libre de todos los obstáculos, y será recibida con amor, por su Amado.

Allí contemplará ardientemente, al haber amado tan delicadamente. Su recompensa eterna, será poseerle a Él, a quien ha servido tan fielmente.

Gozará plenamente satisfecha de Él, a quien tantas veces ha abrazado, llena de amor en su interior. Allí entrará, en la alegría del Señor, como dice San Agustín: Qui in te intrat, intrat in gaudium domini sui etcetera, lo cual quiere decir: 'Quien entra en Ti, entra en la alegría de su Señor'. No le tendrá miedo, sino que lo poseerá - morando como amada en el Amado.

Allí el alma, se une a su esposo, se hace un solo espíritu con Él, en fidelidad inquebrantable, y amor eterno.

Quien se haya empleado activamente en esto, en el tiempo de gracia, lo gozará en el tiempo de la gloria, cuando ya no se haga otra cosa, más que alabar y amar. Que Dios nos conduzca allí a todos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario