Segunda
Feria, 12 de Agosto
Santa
Juana de Chantal
+1641
Cofundadora
de la Orden de la Visitación
Corazón
incorrupto
Se
destacó por la caridad, con los pobres y enfermos
Fundó
el Instituto de la Visitación, y lo gobernó sabiamente
"Destruye,
corta y quema, cuanto se oponga a tu santa voluntad".
"Que
el Señor nos de la gracia, para vivir y morir, en el Sagrado
Corazón"
Es
tan fuerte el amor como la muerte -De las Memorias escritas por una
religiosa, secretaria de Santa Juana Francisca.
Breve
Santa
Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Santa
Brígida de Suecia, y otros místicos, era una persona muy activa,
llena de múltiples proyectos, para la gloria de Dios, y la
santificación de las almas.
Estableció
no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió,
no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda
espiritualidad. Más de dos mil de éstas, se conservan todavía. La
fundación de tantas casas, en tan pocos años, la forzó a viajar
mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.
Santa
Juana Francisca Fremiot, nació en Dijon, Francia, el 23 de enero de
1572, nueve años después de finalizado, el Concilio de Trento. De
esta manera, estaba destinada, a ser una de los grandes santas, que
el Señor levantó, para defender y renovar a la Iglesia, después
del caos causado por la división de los protestantes.
Santa
Juana, fue contemporánea de San Carlos Borromeo de Italia, de Santa
Teresa de Ávila, y San Juan de la Cruz de España, de San Juan Eudes
y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier, y de
sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales,
y San Vicente de Paúl.
Casada
con el barón de Chantal, tuvo seis hijos, a los que educó
cristianamente. Muerto su marido, llevó bajo la dirección de San
Francisco de Sales, una admirable vida de perfección, ejerciendo,
sobre todo, la caridad con los pobres y enfermos. Fundó el Instituto
de la Visitación, y lo gobernó sabiamente. Murió el año 1641.
En
el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey
Luis XIII, de Richelieu, de Mary Stuart, de la Reina Isabel y
Shakespeare. Murió en Moulins, el 13 de diciembre de 1641.
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Vida
familiar
El
padre de Santa Juana de Chantal, era Benigno Frémiot, presidente del
parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo,
cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún
esfuerzo, para educarlos en la práctica de la virtud, y prepararlos
para la vida.
Juana,
que recibió en la confirmación, el nombre de Francisca, fue sin
duda la que mejor supo aprovechar, esa magnífica educación. Cuando
la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la
concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin.
El
barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés,
y contaba con un largo historial, de victoriosos duelos; su madre
descendía de la Beata Humbelina, cuya fiesta se celebra también el
día de hoy.
El
matrimonio tuvo lugar en Dijon, y Juana Francisca, partió con su
marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había
llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su
casa, se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en
consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa, fue
restablecer el orden en su casa.
Los
tres primeros hijos del matrimonio ,murieron poco después de nacer;
pero los jóvenes esposos, tuvieron después, un niño y tres niñas
que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la
felicidad, a los ojos del mundo, y procuraban corresponder, a tantas
bendiciones del cielo.
Cuando
su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy
modesta, y si alguien le preguntase por qué, ella respondía: "Los
ojos de aquel, a quien quiero agradar, están a cien leguas de aquí".
Las
palabras que San Francisco de Sales, dijo más tarde, sobre Santa
Juana Francisca, podían aplicársele ya desde entonces: "La
señora de Chantal, es la mujer fuerte, que Salomón no podía
encontrar en Jerusalén".
El
dolor visita
Pero
la felicidad de la familia, sólo duró nueve años. En 1601, el
barón de Chantal, salió de cacería con su amigo, el señor
D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió, en la parte superior del
muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales, sufrió
un verdadero martirio, a manos de un cirujano muy torpe, y recibió
los últimos sacramentos, con ejemplar resignación.
La
baronesa, había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el
lector, puede suponer fácilmente su dolor, al verse viuda a los
veintiocho años. Durante cuatro meses, estuvo sumida en el más
profundo dolor, hasta que una carta de su padre, le recordó sus
obligaciones, para con sus hijos.
Para
demostrar, que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la
baronesa le prestó cuantos servicios pudo, y fue madrina de uno de
sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres, y
consagró su tiempo a la educación, e instrucción de sus hijos.
Juana
pedía constantemente a Dios, que le diese un guía verdaderamente
santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una
vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre,
cuyas facciones y modo de vestir, reconocería más tarde, al
encontrar en Dijon, a San Francisco de Sales.
En
otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano
de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender,
que el amor divino, tenía que consumir, la imperfección del amor
propio que había en su corazón, y que se vería obligada a
enfrentarse, con numerosas dificultades.
La
futura santa, fue a pasar el año del luto en Dijon, a casa de su
padre. Más tarde, se trasladó con sus hijos a Monthelon, cerca de
Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años.
Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly, por
un viejo castillo.
En
el otoño de 1602, el suegro de Juana, la forzó a vivir en su
castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos, si
se rehusaba. Ella pasó unos siete años, bajo su errática y
dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En
1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales.
Con esto, comenzó un nuevo capítulo en su vida.
Bajo
la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra
Santa, creció en sabiduría espiritual, y auténtica santidad.
Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy, en
1610. Su plan, al principio, fue el de establecer, un instituto
religioso muy práctico, algo similar al de las Hijas de la Caridad,
de San Vicente de Paúl.
No
obstante, bajo el consejo enérgico, e incluso imperativo, del
Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados, a
renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres, de los presos, y
otros apostolados, para establecer una vida de claustro riguroso. El
título oficial de la Orden, fue la Visitación de Santa María.
Sabemos
que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de San Francisco de
Sales, tomó la decisión, de dedicarse por completo a Dios y a la
vida religiosa, repartió sus joyas valiosas, y sus pertenencias
entre sus allegados y seres queridos, con abandono amoroso. De allí
en adelante, estos preciosos regalos, se conocieron como "las
Joyas de nuestra Santa". Gracias a Dios, que ella dejó para la
posteridad, joyas aún más preciosas, de sabiduría espiritual y
edificación religiosa.
A
diferencia de Santa Teresa de Ávila, y de otros santos, Juana no
escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que
fueron anotadas y entregadas a la posteridad, gracias a muchas
monjas, fieles y admiradoras de su Orden.
Uno
de los factores providenciales, en la vida de Santa Juana, fue el
hecho de que su vida espiritual, fuera dirigida por dos de los más
grandes santos, de todas las épocas, San
Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Todos los
escritos de la Santa, revelan la inspiración del Espíritu Santo, y
de estos grandiosos hombres.
Ellos
a su vez, deben haberla guiado a los escritos, de otros grandes
santos, ya que vemos que ella, les indicaba a sus Maestras de
Novicias, que se aseguraran de que los escritos de Santa Teresa de
Ávila, se leyeran y estudiaran, en los Noviciados de la Orden.
Un
guía espiritual excepcional
En
1604, San Francisco de Sales, fue a predicar la cuaresma a Dijon, y
Juana se trasladó ahí con su suegro, para oír al famoso
predicador. Al punto, reconoció en él, al
hombre que había vislumbrado en su visión, y comprendió, que era
el director espiritual, que tanto había pedido a Dios.
San
Francisco cenaba frecuentemente, en casa del padre de Juana
Francisca, y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella
deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había
hecho, por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir
su conciencia, a ningún otro sacerdote.
Pero
no por ello, dejó de sacar gran provecho, de la presencia del Santo
Obispo, quien a su vez, se sintió profundamente impresionado, por la
piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión, en que se había
vestido más elegantemente que de ordinario, San Francisco de Sales
le dijo: "¿Pensáis casaros de nuevo?" "De
ninguna manera, Excelencia", replicó ella. "Entonces
os aconsejo, que no tentéis al diablo", le dijo el santo.
Juana Francisca siguió el consejo.
Después
de vencer sus escrúpulos, sobre su voto indiscreto, la santa
consiguió que Francisco de Sales, aceptara dirigirla. Por consejo
suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad, para
poder cumplir con sus obligaciones mundanas, en tanto que vivía con
su padre, o con su suegro.
Lo
hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: "Esta dama
es capaz de orar todo el día, sin molestar a nadie". De
acuerdo con una estricta regla de vida, consagraba la mayor parte de
su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos y pobres de los
alrededores, y pasaba en vela noches enteras, junto a los
agonizantes.
La
bondad y mansedumbre de su carácter, mostraban hasta qué punto,
había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza
firme y fuerte, había cierta dureza y rigidez, que sólo consiguió
vencer del todo, al cabo de largos años de oración, sufrimiento y
paciente sumisión, a la dirección espiritual. Tal fue la obra de
San Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando
en cuando, a Annecy, y con quien sostenía una nutrida
correspondencia.
Santa
Juana, le escribió muchas cartas a San Francisco de Sales, en
búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la
muerte de San Francisco, la mayoría de las cartas, le fueron
devueltas a Santa Juana, por uno de los miembros de la familia de
Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su
naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado,
de lo que pudo haber sido, una de las mejores colecciones de escritos
espirituales, de esta naturaleza.
El
santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales,
recordándole que San Carlos Borromeo, "cuya libertad de
espíritu, tenía por base la verdadera caridad", no vacilaba en
brindar con sus vecinos, y que San Ignacio de Loyola, había comido
tranquilamente carne los viernes.
Por
consejo de un médico, "en tanto que un hombre de espíritu
estrecho, hubiese discutido esa orden, cuando menos durante tres
días". San Francisco de Sales no
permitía que su dirigida, olvidase que estaba todavía en el mundo,
que tenía un padre anciano, y sobre todo, que era madre; con
frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos, y moderaba su
tendencia, a ser demasiado estricta con ellos. En esta
forma, los hijos de Juana Francisca, se beneficiaron de la dirección
de San Francisco de Sales, tanto como su madre.
Sueño
hecho realidad
Durante
algún tiempo, la señora de Chantal, se sintió inclinada a la vida
conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia
de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún
tiempo, de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607, de su
proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación.
Santa
Juana, acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus
propias obligaciones de familia, y la situación de los asuntos de su
casa, constituían por el momento, obstáculos que la hacían sufrir.
Juana
Francisca, respondió a su director, que la educación de sus hijos,
exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus
hijos, ya no eran niños, y que desde el claustro, podría velar por
ellos, tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta, que
los dos mayores, estaban ya en edad, de "entrar en el mundo".
En esa forma, lógica y serena, resolvió San Francisco de Sales,
todas las dificultades de la señora de Chantal.
Antes
de abandonar el mundo, Juana Francisca, casó a su hija mayor con el
barón de Thorens, hermano de San Francisco de Sales, y se llevó
consigo al convento, a sus dos hijas menores; la primera murió
al poco tiempo, y la segunda se casó más tarde, con el señor de
Toulonjon.
Celso
Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo, y de varios
tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir
adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano, de
apartarla de su resolución, se tendió por tierra, ante el dintel de
la puerta de la habitación, para cerrarle la salida, pero la santa
no se dejó vencer, por la tentación de escoger la solución más
fácil, y pasó sobre el cuerpo de su hijo.
Frente
a la casa, la esperaba su anciano padre, Juana Francisca se postró
de rodillas, y llorando, le pidió su bendición. El anciano le
impuso las manos, y le dijo: "No puedo reprocharte lo que
haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios, como Abraham le
ofreció a Isaac, a quien amaba tanto, como yo a ti. Ve a donde Dios
te llama, y sé feliz en Su casa. Ruega por mí".
La
santa inauguró el nuevo convento, el domingo de la Santísima
Trinidad de 1610, en una casa que San Francisco de Sales, le había
proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras
de Juana Francisca, fueron María Favre, Carlota de Bréchard, y una
sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento, otras
diez religiosas.
Hasta
ese momento, la congregación no tenía todavía nombre, y la única
idea clara, que San Francisco de Sales poseía sobre su finalidad,
era que debía servir de puerto de refugio, a quienes no podían
ingresar en otras congregaciones, y que las religiosas, no debían
vivir en clausura, para poder consagrarse con mayor facilidad, a las
obras de apostolado y caridad.
Naturalmente,
la idea provocó fuerte oposición, por parte de los espíritus
estrechos, e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales,
acabó por modificar sus planes, y aceptar la clausura para sus
religiosas. A las reglas de San Agustín, añadió unas
constituciones admirables, por su sabiduría y moderación, no
demasiado duras para los débiles, y no demasiado suaves para los
fuertes.
Lo
único que se negó a cambiar, fue el nombre de la Congregación de
la Visitación de Nuestra Señora, y Santa Juana Francisca, le
exhortó a hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la
humildad y la mansedumbre, fuesen la base de la observancia. "Pero
en la práctica", decía a sus religiosas, "la
humildad, es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis
límites a la humildad, y haced de ella el principio de todas
vuestras acciones”.
Fuente
de amor y alegría, para Santa Juana de Chantal
Para
bien de Santa Juana, y de las hermanas más experimentadas, el santo
obispo escribió, el "Tratado del amor de Dios".
Santa Juana progresó tanto en la virtud, bajo la dirección de San
Francisco de Sales, que éste le permitió, que hiciese el voto de
que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más
perfecto, a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa, gobernó
prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su
director.
La
madre de Chantal, tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para
fundar nuevos conventos, como para cumplir, con sus obligaciones de
familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a
pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para
poner en orden sus asuntos.
Sus
parientes, aprovecharon la ocasión, para intentar hacerla volver al
mundo. Una mujer exclamó al verla: "¿Cómo podéis
sepultaros en dos metros de tela?. Deberíais hacer pedazos ese
velo". San Francisco de Sales, le escribió entonces las
palabras decisivas: "Si os hubiéseis casado de nuevo, con
algún señor de Gascuña, o de Bretaña, habríais tenido que
abandonar a vuestra familia, y nadie habría opuesto, en ese caso, la
menor objeción . . ."
Después
de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y
Bourges, San Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó
llamar a la Madre Chantal, para que fundase un convento en dicha
ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, Santa Juana
Francisca, consiguió fundarlo en 1619.
Dios
la sostuvo, le dio valor, y la santa se ganó la admiración, de sus
más acerbos opositores, con su paciencia y mansedumbre. Ella misma
gobernó, durante tres años, el convento de París, bajo la
dirección de San Vicente de Paul, y ahí conoció a Angélica
Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien le consiguió permiso, de
renunciar a su cargo, e ingresar en la Congregación de la
Visitación.
Una
dolorosa pérdida
En
1622, murió San Francisco de Sales, y su muerte constituyó, un rudo
golpe para la madre Chantal; pero su conformidad con la voluntad
divina, le ayudó a soportarlo, con invencible paciencia. El santo
fue sepultado, en el convento de la Visitación de Annecy.
En
1627, murió Celso Benigno, en la isla de Ré, durante las batallas
contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no
tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda, y con una
hijita de un año, la que con el tiempo sería, la célebre Madame de
Sévigné.
Santa
Juana Francisca, recibió la noticia, con heroica fortaleza, y
ofreció su corazón a Dios, diciendo: "Destruye,
corta y quema, cuanto se oponga a tu santa voluntad".
El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia,
Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación.
Cuando
la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad,
puso a la disposición del pueblo, todos los recursos de su convento,
y espoleó a las autoridades, a tomar medidas más eficaces, para
asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno,
Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería
mucho), y el Padre Miguel Favre, quien había sido el confesor de San
Francisco, y era muy amigo de las visitantinas.
A
estas pruebas, se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad
espiritual, que en ciertos momentos, Dios lo permite con frecuencia,
para que las almas que le son más queridas, atraviesen por largos
períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de estas
duras pruebas, casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de
Santa Juana Francisca, las lleva con mano segura, a las fuentes de la
felicidad, y al centro de la luz.
Santa
muerte
En
los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la
Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos, no
habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia
para ver a Madame de Montmorency, en una misión de caridad. Ese fue
su último viaje.
La
reina Ana de Austria, la convidó a París, donde la colmó de
honores y distinciones, con gran confusión por parte de la
homenajeada. Al regreso, cayó enferma, en el convento de Moulins,
donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años
de edad. Su cuerpo fue trasladado a Annecy, y sepultado cerca del de
San Francisco de Sales.
La
canonización de Santa Juana Francisca, tuvo lugar en 1767. San
Vicente de Paul, dijo de ella: "Era una mujer de gran fe, y
sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe, toda su vida. Aunque
aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu, de
las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que
me habló varias veces.
Se
veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar
los ojos de sí misma, para no contemplar ese espectáculo
insoportable. La vista de su propia alma, la horrorizaba, como si se
tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes
sufrimientos, jamás perdió la serenidad, ni cejó en la plena
fidelidad, que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de
las almas más santas, que me haya sido dado encontrar sobre la
tierra".
Fuente
Bibliográfica:
-Butler,
Vidas de los Santos, Vol. III.
-Oficio
Divino I, p. 1026
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Oficio
de Lectura, 12 de Diciembre
Santa
Juana Francisca de Chantal, Religiosa
Es
tan fuerte el amor como la muerte
De
las Memorias escritas por una religiosa, secretaria de Santa Juana
Francisca de Chantal
Cierto
día, la bienaventurada Juana, dijo estas encendidas palabras, que
fueron en seguida, recogidas fielmente:
«Hijas
queridísimas, muchos de nuestros Santos Padres, columnas de la
Iglesia, no sufrieron el martirio; ¿por qué creéis que ocurrió
esto?»
Después
de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo:
«Pues
yo creo que esto es debido, a que hay otro martirio, el del Amor,
con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para
que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo,
mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación, se
les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo
dispone, lo conseguirán, si lo desean ardientemente».
Una
hermana preguntó, cómo se realizaba dicho martirio. A lo que Juana
contestó:
«Sed
totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El Amor Divino hunde
su espada, en los reductos más secretos e íntimos de nuestras
almas, y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un
alma, a quien el amor, separó de todo lo que le agradaba, como si
hubiese recibido un tajo, dado por la espada del tirano, y hubiera
separado su espíritu, de su cuerpo».
Nos
dimos cuenta, de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle
otra hermana, sobre la duración de este martirio, dijo:
«Desde
el momento, en que nos entregamos a Dios sin reservas, hasta el fin
de la vida. Pero esto lo hace Dios, sólo con
los corazones magnánimos, que renunciando completamente a sí
mismos, son completamente fieles al Amor; a los débiles e
inconstantes en el amor, no les lleva el Señor, por el camino del
martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no se
aparten de él, pues nunca violenta a la voluntad libre».
Por
último, se le preguntó, con insistencia, si este martirio de amor,
podría igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana:
«No
nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene
menor mérito, pues es tan fuerte el amor como la muerte, y los
mártires de amor, sufren dolores mil veces más agudos en vida, para
cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas, para
testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad».
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EXHORTACIONES
A SUS HIJAS ESPIRITUALES DE LA ORDEN DE LA VISITACIÓN
La
mayoría de sus exhortaciones, las dio en la sala de capítulo de sus
conventos, de manera formal.
"¿Queréis
ser humilde, hija mía?. Tratad de conoceros bien; desead que os
reconozcan imperfecta; amad el desprecio, en todas sus formas, y de
cualquier parte que os venga.
No
ocultéis vuestros defectos; dejad que se vean, aceptando con cariño
la abyección, que de ellos os resulte. No dejéis nunca decaer
vuestro corazón, por alguna falta que podáis cometer.
Desconfiad
de vos misma, y confiad única e incesantemente en Dios, persuadida
de que no pudiendo nada por vos, todo lo podéis, con su gracia y
poderosa ayuda".
En
un retiro de Navidad
"(Jesucristo)
es un Señor tan grande, rico y poderoso, que no tiene necesidad de
nuestros bienes. ¿Qué presentes podremos pues hacerle, si todo el
mundo es suyo?. Es preciso ofrecerle almas
puras, y corazones limpios y blancos, vacíos de todas las cosas
terrenas; fijaos que nuestras almas, han de estar muy
limpias, para ser ofrecidas a este Niño divino, que nace en este
día, el cual es Autor de toda pureza y santidad.
He
aquí el más grato presente que podemos hacerle: un
corazón limpio, contrito y humillado. Él no quiere de nosotras más
que el corazón".
Sobre
las cualidades, que debe tener nuestro trato y nuestro afecto, hacia
el prójimo
"Mis
queridas Hermanas, no nos hagamos ilusiones; es preciso que nuestro
afecto, para ser bendecido por Dios, sea común e igual, pues el
Salvador, no ha mandado que se amara más a unos que a otros, sino
que ha dicho: “Amarás al prójimo como
a tí mismo”.
Pensamos
a veces que nuestros afectos, son muy puros; pero delante de Dios, es
muy diferente; el afecto que es del todo puro, no mira más que a
Dios, no aspira más que a Dios, y no pretende más que a Dios.
Yo
amo a mis Hermanas porque veo a Dios en ellas, y porque Dios lo
quiere así... Vuestra caridad es falsa, si no es igual, general y
completa, con todas vuestras Hermanas, de manera que seáis tan
suave, con una como con otra.
El
motivo del amor que profesáis a vuestras Hermanas, no debe estar
fundado más que en el seno de Dios; si está fuera de ahí, no vale
nada. ...cuanto esta unión con nuestras Hermanas sea más pura, más
general y más entera, tanto mayor será nuestra unión con Dios".
También
les dio Conferencias, las cuales representan, las conversaciones
espirituales con las Hermanas, durante sus tiempos de recreación
diaria, en un estilo informal y conversacional.
Sobre
la reforma del alma
"En
verdad, mis queridas hijas, es por falta de conocernos bien, por lo
que nos asombramos de vernos defectuosas, pues presumimos tanto de
nosotras, que siempre esperamos algo bueno; nos engañamos, y Nuestro
mismo Señor, permite que caigamos, algunas veces bien torpemente, a
fin de que nos conozcamos...
Este
conocimiento de nosotras mismas, consiste en que debemos creer, con
gran certidumbre de fe, que no
somos nada, que no podemos nada;
que somos débiles, flacas e imperfectas, aficionando nuestra
voluntad, a amar nuestra pobreza y miseria.
La
reforma del alma, comienza por el conocimiento de sí misma, y la
confianza en Dios; el propio conocimiento, nos hará ver que hay en
nosotras, muchas cosas que corregir y reformar, y que sin embargo, no
podremos llevarlo a cabo, por nosotras mismas; la
confianza en Dios, nos hará esperar, que todo lo podemos en Él, y
que con su gracia, todas las cosas nos serán posibles y fáciles".
Sobre
la caridad y la pureza de intención
"Alguna
vez podrá ocurrir, que una Hermana nos haya molestado, o que nos
haya hecho alguna mala partida, o que no le tengamos simpatía; otra
vendrá a hablarnos bien de ella, y contestaremos con medias
palabras, que rebajarán todo aquel bien, y harán como una gota de
aceite, que cae en la tela, una mancha irremediable, en el corazón
de aquella Hermana con quien hablamos.
Y
notad que todo el mal que haga la Hermana, a consecuencia de esa mala
impresión, que nosotras le hayamos causado, cargará sobre nuestra
conciencia, y seremos culpables de ello, y castigadas severamente.
Dios dice que odia seis cosas, pero que la
séptima la abomina, y son aquellos que desunen los corazones, y
siembran la discordia entre los hermanos".
Sobre
el amor propio, y los perjuicios que causa en el alma
"Cuando
uno se ha vencido a sí mismo, o que ha ejecutado alguna buena
acción, se siente cierta complacencia y satisfacción, que lo
estropea todo, y nos lo hace perder todo, si no ponemos mucho
cuidado.
¡Qué
desgracia cuando, después de haber hecho algunos sacrificios, alguna
auto-negación de actitudes, o palabras, o cualquier otra cosa,
terminamos complaciéndonos, en nosotras mismas!.
Pero
mirad: si no se puede nunca, o rara vez, hacer el bien, sin que nos
quede alguna satisfacción, esto no es malo; la que echa a perder
todo, es el entretenerse y complacerse en ello.
Y
¿qué hacer entonces?. Hay que ahuyentar y aniquilar, todos los
pensamientos de complacencia y vana satisfacción; humillarse y
procurar su desprecio, dar a Dios la gloria de todo, y reconocer que
nada podemos, por nosotras mismas. O
sea que no se debe buscar, más que la gloria de Dios en todas las
cosas, y no hacer nada, sino para complacerle".
Les
inculcaba y transmitía a sus hijas, un Amor profundo al Corazón de
Jesús, y al Corazón de María. Las Instrucciones
sobre la oración y la vida espiritual, se dirigían a las novicias y
a sus maestras.
Sobre
"la confianza que debemos tener en la infinita sabiduría,
bondad y omnipotencia de Dios":
"...Consideraba
que Nuestro Señor ha permitido, desde el tiempo de los Apóstoles,
que haya habido siempre herejías, y toleraba que se adorara a los
perros, gatos y otra suerte de ídolos, como si fueran verdaderos
dioses; y pensar que nosotras, miserables criaturas como somos, nos
queremos preferir a las demás; queremos que nos estimen, y nos
disgustamos, cuando no hacen más caso de nosotras, que de las demás;
¡y no obstante, vemos que el Hijo de Dios, ha sufrido tantos
desprecios!.
Sobre
las palabras de Nuestro Señor:
"Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo..."
"Estas
palabras, son el fundamento de toda la perfección cristiana y
religiosa. Negarse a sí mismo, es renunciar
a toda la voluntad de la carne, a todas nuestras inclinaciones,
deseos, contentos, satisfacciones, delicadezas, gustos, placeres,
humores, hábitos, propensiones, aversiones, y repugnancias a las
cosas ásperas; en fin, renunciar en todo, y por todo, a ese perverso
yo.
Luchar
por destruir vuestros caracteres, pasiones e inclinaciones; en una
palabra, toda nuestra naturaleza; y esto, con enérgica voluntad, y
con una generosa y perseverante mortificación, de todo vuestro ser.
Es
necesario saber, que solamente hay que mortificar las inclinaciones
imperfectas, o de cosas malas, y no las buenas, o las que tenemos a
cosas buenas; por ejemplo: me mandan hacer un trabajo, y yo me siento
inclinada a hacer otro; hay que mortificar esta inclinación, y
sujetarla a la obediencia.
Pero
me dan a hacer un trabajo que me gusta: no debo entonces, bajo el
pretexto de mortificar mi inclinación, rehusar dicho trabajo, sino
ofrecer a Dios esta labor, y decir: la hago, no por la inclinación
que a ella siento, sino porque la obediencia me lo manda (o, en el
caso de los laicos: Lo hago por amor a Tí, Señor; o porque es mi
obligación)."
Es
necesario aclarar, que todos estos pasos de la vida espiritual, hacia
la santidad, los vivía y enseñaba Santa Juana, al igual que todos
los santos, con gran gozo y amor, ya que los mandatos del Señor,
lejos de ser una carga, "son dulces como la miel, para quien
ama a Dios", como decía S. Francisco de Sales.
En
todas las conversaciones y cartas, de Santa Juana de Chantal, el
pensamiento más importante era, sin duda, la mayor gloria de Dios, y
la santificación de las almas.
Podemos
concluir compartiendo una visión, que experimentó San Vicente de
Paul: "San Vicente de Paúl, me contó que habiendo
tenido noticias, de la gravedad de la enfermedad, de nuestra
desahuciada Madre (Santa Juana Francisca De Chantal), cayó de
rodillas para rogar a Dios por ella, y el primer pensamiento que le
vino, fue el de hacer un acto de contrición, por los pecados que
ella hubiera cometido, y que inmediatamente después, se
le apareció un globito de fuego, que se levantaba de la tierra, y se
absorbía en la parte superior del aire, con otro globo más grande y
más luminoso, y ambos se unieron en uno solo, fueron elevados más
alto, entrando y ardiendo, dentro de otro globo, infinitamente más
grande y más luminoso que los otros; y que él
supo interiormente, que el primer globo era el alma de Nuestra
Carísima Madre, el segundo la de nuestro Bienaventurado Padre (S. F.
de Sales) y el otro, la Esencia Divina, que el alma de nuestra
queridísima Madre, se había vuelto a unir a la de nuestro Padre, y
las dos, con Dios, su Principio Soberano."
“Él
contó más adelante, que "en la celebración de la Santa Misa,
por nuestra querida Madre, apenas se enteró de que había pasado a
mejor vida, se le ocurrió que debería rezar por ella, ya que podría
estar en el purgatorio, por ciertas palabras, que había dicho hacía
un tiempo, las cuales, al parecer, contenían pecado venial, y al
instante volvió a tener la visión, los mismos globos y su unión, y
tuvo la convicción interior, de que el alma de nuestra Madre estaba
bendecida, que no tenia necesidad de oraciones".
Deseamos
que el conocer sobre la vida, y algunos rasgos de las enseñanzas de
Santa Juana de Chantal, cuyos restos descansan en el Monasterio de
Annecy, Francia, junto a los de San Francisco de Sales, sean de gran
provecho para el lector, lo lleven a amar más, y a desear las
virtudes del Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, y de su Santísima
Madre, y a promover el reinado de estos Dos
Corazones, a través de una vida de virtud auténtica, oración y
sacrificio.
Corazón
incorrupto (y sus ojos en manos de ángeles) de Santa Juana de
Chantal.
Estas
reliquias se veneran, en el monasterio de la Visitación de Nevers,
Francia. Visitado durante nuestras peregrinaciónes de 1996 y 1999.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos un corazón incorrupto, como
lo hiciste con Santa Juana de Chantal, para poder compartirlo con
nuestros hermanos y hermanas, mientras vivamos, y además tener un
anticipo de tu Gloria, en el Reino de los Cielos. A Tí Señor, que
nos enseñaste que un corazón dolido, no deja de ser escuchado por
Tí y por el Padre. Amén.
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