lunes, 12 de agosto de 2019


Segunda Feria, 12 de Agosto

Santa Juana de Chantal


+1641

Cofundadora de la Orden de la Visitación

Corazón incorrupto

Se destacó por la caridad, con los pobres y enfermos
Fundó el Instituto de la Visitación, y lo gobernó sabiamente

"Destruye, corta y quema, cuanto se oponga a tu santa voluntad".

"Que el Señor nos de la gracia, para vivir y morir, en el Sagrado Corazón"

Es tan fuerte el amor como la muerte -De las Memorias escritas por una religiosa, secretaria de Santa Juana Francisca.

Breve
Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Santa Brígida de Suecia, y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos, para la gloria de Dios, y la santificación de las almas.

Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió, no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas, se conservan todavía. La fundación de tantas casas, en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.

Santa Juana Francisca Fremiot, nació en Dijon, Francia, el 23 de enero de 1572, nueve años después de finalizado, el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada, a ser una de los grandes santas, que el Señor levantó, para defender y renovar a la Iglesia, después del caos causado por la división de los protestantes.

Santa Juana, fue contemporánea de San Carlos Borromeo de Italia, de Santa Teresa de Ávila, y San Juan de la Cruz de España, de San Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier, y de sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales, y San Vicente de Paúl.

Casada con el barón de Chantal, tuvo seis hijos, a los que educó cristianamente. Muerto su marido, llevó bajo la dirección de San Francisco de Sales, una admirable vida de perfección, ejerciendo, sobre todo, la caridad con los pobres y enfermos. Fundó el Instituto de la Visitación, y lo gobernó sabiamente. Murió el año 1641.

En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, de Richelieu, de Mary Stuart, de la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins, el 13 de diciembre de 1641.
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Vida familiar
El padre de Santa Juana de Chantal, era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo, cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo, para educarlos en la práctica de la virtud, y prepararlos para la vida.

Juana, que recibió en la confirmación, el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar, esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin.

El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés, y contaba con un largo historial, de victoriosos duelos; su madre descendía de la Beata Humbelina, cuya fiesta se celebra también el día de hoy.

El matrimonio tuvo lugar en Dijon, y Juana Francisca, partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa, se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa, fue restablecer el orden en su casa.

Los tres primeros hijos del matrimonio ,murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos, tuvieron después, un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad, a los ojos del mundo, y procuraban corresponder, a tantas bendiciones del cielo.

Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta, y si alguien le preguntase por qué, ella respondía: "Los ojos de aquel, a quien quiero agradar, están a cien leguas de aquí".

Las palabras que San Francisco de Sales, dijo más tarde, sobre Santa Juana Francisca, podían aplicársele ya desde entonces: "La señora de Chantal, es la mujer fuerte, que Salomón no podía encontrar en Jerusalén".

El dolor visita
Pero la felicidad de la familia, sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal, salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió, en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales, sufrió un verdadero martirio, a manos de un cirujano muy torpe, y recibió los últimos sacramentos, con ejemplar resignación.

La baronesa, había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector, puede suponer fácilmente su dolor, al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses, estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre, le recordó sus obligaciones, para con sus hijos.

Para demostrar, que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo, y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres, y consagró su tiempo a la educación, e instrucción de sus hijos.

Juana pedía constantemente a Dios, que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre, cuyas facciones y modo de vestir, reconocería más tarde, al encontrar en Dijon, a San Francisco de Sales.

En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender, que el amor divino, tenía que consumir, la imperfección del amor propio que había en su corazón, y que se vería obligada a enfrentarse, con numerosas dificultades.

La futura santa, fue a pasar el año del luto en Dijon, a casa de su padre. Más tarde, se trasladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly, por un viejo castillo.

En el otoño de 1602, el suegro de Juana, la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos, si se rehusaba. Ella pasó unos siete años, bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto, comenzó un nuevo capítulo en su vida.

Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa, creció en sabiduría espiritual, y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy, en 1610. Su plan, al principio, fue el de establecer, un instituto religioso muy práctico, algo similar al de las Hijas de la Caridad, de San Vicente de Paúl.

No obstante, bajo el consejo enérgico, e incluso imperativo, del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados, a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres, de los presos, y otros apostolados, para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden, fue la Visitación de Santa María.

Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de San Francisco de Sales, tomó la decisión, de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas, y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos, con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos, se conocieron como "las Joyas de nuestra Santa". Gracias a Dios, que ella dejó para la posteridad, joyas aún más preciosas, de sabiduría espiritual y edificación religiosa.

A diferencia de Santa Teresa de Ávila, y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad, gracias a muchas monjas, fieles y admiradoras de su Orden.

Uno de los factores providenciales, en la vida de Santa Juana, fue el hecho de que su vida espiritual, fuera dirigida por dos de los más grandes santos, de todas las épocas, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa, revelan la inspiración del Espíritu Santo, y de estos grandiosos hombres.

Ellos a su vez, deben haberla guiado a los escritos, de otros grandes santos, ya que vemos que ella, les indicaba a sus Maestras de Novicias, que se aseguraran de que los escritos de Santa Teresa de Ávila, se leyeran y estudiaran, en los Noviciados de la Orden.

Un guía espiritual excepcional
En 1604, San Francisco de Sales, fue a predicar la cuaresma a Dijon, y Juana se trasladó ahí con su suegro, para oír al famoso predicador. Al punto, reconoció en él, al hombre que había vislumbrado en su visión, y comprendió, que era el director espiritual, que tanto había pedido a Dios.

San Francisco cenaba frecuentemente, en casa del padre de Juana Francisca, y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho, por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia, a ningún otro sacerdote.

Pero no por ello, dejó de sacar gran provecho, de la presencia del Santo Obispo, quien a su vez, se sintió profundamente impresionado, por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión, en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, San Francisco de Sales le dijo: "¿Pensáis casaros de nuevo?" "De ninguna manera, Excelencia", replicó ella. "Entonces os aconsejo, que no tentéis al diablo", le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.

Después de vencer sus escrúpulos, sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales, aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad, para poder cumplir con sus obligaciones mundanas, en tanto que vivía con su padre, o con su suegro.

Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: "Esta dama es capaz de orar todo el día, sin molestar a nadie". De acuerdo con una estricta regla de vida, consagraba la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos y pobres de los alrededores, y pasaba en vela noches enteras, junto a los agonizantes.

La bondad y mansedumbre de su carácter, mostraban hasta qué punto, había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte, había cierta dureza y rigidez, que sólo consiguió vencer del todo, al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión, a la dirección espiritual. Tal fue la obra de San Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, y con quien sostenía una nutrida correspondencia.

Santa Juana, le escribió muchas cartas a San Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de San Francisco, la mayoría de las cartas, le fueron devueltas a Santa Juana, por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado, de lo que pudo haber sido, una de las mejores colecciones de escritos espirituales, de esta naturaleza.

El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que San Carlos Borromeo, "cuya libertad de espíritu, tenía por base la verdadera caridad", no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que San Ignacio de Loyola, había comido tranquilamente carne los viernes.

Por consejo de un médico, "en tanto que un hombre de espíritu estrecho, hubiese discutido esa orden, cuando menos durante tres días". San Francisco de Sales no permitía que su dirigida, olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano, y sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos, y moderaba su tendencia, a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca, se beneficiaron de la dirección de San Francisco de Sales, tanto como su madre.

Sueño hecho realidad
Durante algún tiempo, la señora de Chantal, se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo, de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607, de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación.

Santa Juana, acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia, y la situación de los asuntos de su casa, constituían por el momento, obstáculos que la hacían sufrir.

Juana Francisca, respondió a su director, que la educación de sus hijos, exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos, ya no eran niños, y que desde el claustro, podría velar por ellos, tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta, que los dos mayores, estaban ya en edad, de "entrar en el mundo". En esa forma, lógica y serena, resolvió San Francisco de Sales, todas las dificultades de la señora de Chantal.

Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca, casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de San Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento, a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y la segunda se casó más tarde, con el señor de Toulonjon.

Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo, y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano, de apartarla de su resolución, se tendió por tierra, ante el dintel de la puerta de la habitación, para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer, por la tentación de escoger la solución más fácil, y pasó sobre el cuerpo de su hijo.

Frente a la casa, la esperaba su anciano padre, Juana Francisca se postró de rodillas, y llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos, y le dijo: "No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios, como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto, como yo a ti. Ve a donde Dios te llama, y sé feliz en Su casa. Ruega por mí".

La santa inauguró el nuevo convento, el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que San Francisco de Sales, le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca, fueron María Favre, Carlota de Bréchard, y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento, otras diez religiosas.

Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre, y la única idea clara, que San Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio, a quienes no podían ingresar en otras congregaciones, y que las religiosas, no debían vivir en clausura, para poder consagrarse con mayor facilidad, a las obras de apostolado y caridad.

Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición, por parte de los espíritus estrechos, e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales, acabó por modificar sus planes, y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín, añadió unas constituciones admirables, por su sabiduría y moderación, no demasiado duras para los débiles, y no demasiado suaves para los fuertes.

Lo único que se negó a cambiar, fue el nombre de la Congregación de la Visitación de Nuestra Señora, y Santa Juana Francisca, le exhortó a hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre, fuesen la base de la observancia. "Pero en la práctica", decía a sus religiosas, "la humildad, es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad, y haced de ella el principio de todas vuestras acciones”.

Fuente de amor y alegría, para Santa Juana de Chantal
Para bien de Santa Juana, y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió, el "Tratado del amor de Dios". Santa Juana progresó tanto en la virtud, bajo la dirección de San Francisco de Sales, que éste le permitió, que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto, a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa, gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.

La madre de Chantal, tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos, como para cumplir, con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos.

Sus parientes, aprovecharon la ocasión, para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer exclamó al verla: "¿Cómo podéis sepultaros en dos metros de tela?. Deberíais hacer pedazos ese velo". San Francisco de Sales, le escribió entonces las palabras decisivas: "Si os hubiéseis casado de nuevo, con algún señor de Gascuña, o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia, y nadie habría opuesto, en ese caso, la menor objeción . . ."

Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, San Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la Madre Chantal, para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, Santa Juana Francisca, consiguió fundarlo en 1619.

Dios la sostuvo, le dio valor, y la santa se ganó la admiración, de sus más acerbos opositores, con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó, durante tres años, el convento de París, bajo la dirección de San Vicente de Paul, y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien le consiguió permiso, de renunciar a su cargo, e ingresar en la Congregación de la Visitación.

Una dolorosa pérdida

En 1622, murió San Francisco de Sales, y su muerte constituyó, un rudo golpe para la madre Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina, le ayudó a soportarlo, con invencible paciencia. El santo fue sepultado, en el convento de la Visitación de Annecy.

En 1627, murió Celso Benigno, en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda, y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería, la célebre Madame de Sévigné.

Santa Juana Francisca, recibió la noticia, con heroica fortaleza, y ofreció su corazón a Dios, diciendo: "Destruye, corta y quema, cuanto se oponga a tu santa voluntad". El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación.

Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo, todos los recursos de su convento, y espoleó a las autoridades, a tomar medidas más eficaces, para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho), y el Padre Miguel Favre, quien había sido el confesor de San Francisco, y era muy amigo de las visitantinas.

A estas pruebas, se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos, Dios lo permite con frecuencia, para que las almas que le son más queridas, atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de estas duras pruebas, casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca, las lleva con mano segura, a las fuentes de la felicidad, y al centro de la luz.

Santa muerte
En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos, no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency, en una misión de caridad. Ese fue su último viaje.

La reina Ana de Austria, la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma, en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue trasladado a Annecy, y sepultado cerca del de San Francisco de Sales.

La canonización de Santa Juana Francisca, tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul, dijo de ella: "Era una mujer de gran fe, y sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe, toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu, de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces.

Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma, para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma, la horrorizaba, como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos, jamás perdió la serenidad, ni cejó en la plena fidelidad, que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas, que me haya sido dado encontrar sobre la tierra".

Fuente Bibliográfica:

-Butler, Vidas de los Santos, Vol. III.
-Oficio Divino I, p. 1026

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Oficio de Lectura, 12 de Diciembre
Santa Juana Francisca de Chantal, Religiosa

Es tan fuerte el amor como la muerte
De las Memorias escritas por una religiosa, secretaria de Santa Juana Francisca de Chantal

Cierto día, la bienaventurada Juana, dijo estas encendidas palabras, que fueron en seguida, recogidas fielmente:

«Hijas queridísimas, muchos de nuestros Santos Padres, columnas de la Iglesia, no sufrieron el martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto?»

Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo:

«Pues yo creo que esto es debido, a que hay otro martirio, el del Amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación, se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo dispone, lo conseguirán, si lo desean ardientemente».

Una hermana preguntó, cómo se realizaba dicho martirio. A lo que Juana contestó:

«Sed totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El Amor Divino hunde su espada, en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas, y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma, a quien el amor, separó de todo lo que le agradaba, como si hubiese recibido un tajo, dado por la espada del tirano, y hubiera separado su espíritu, de su cuerpo».

Nos dimos cuenta, de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle otra hermana, sobre la duración de este martirio, dijo:

«Desde el momento, en que nos entregamos a Dios sin reservas, hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios, sólo con los corazones magnánimos, que renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al Amor; a los débiles e inconstantes en el amor, no les lleva el Señor, por el camino del martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no se aparten de él, pues nunca violenta a la voluntad libre».

Por último, se le preguntó, con insistencia, si este martirio de amor, podría igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana:

«No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene menor mérito, pues es tan fuerte el amor como la muerte, y los mártires de amor, sufren dolores mil veces más agudos en vida, para cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas, para testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad».

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EXHORTACIONES A SUS HIJAS ESPIRITUALES DE LA ORDEN DE LA VISITACIÓN

La mayoría de sus exhortaciones, las dio en la sala de capítulo de sus conventos, de manera formal.

"¿Queréis ser humilde, hija mía?. Tratad de conoceros bien; desead que os reconozcan imperfecta; amad el desprecio, en todas sus formas, y de cualquier parte que os venga.

No ocultéis vuestros defectos; dejad que se vean, aceptando con cariño la abyección, que de ellos os resulte. No dejéis nunca decaer vuestro corazón, por alguna falta que podáis cometer.

Desconfiad de vos misma, y confiad única e incesantemente en Dios, persuadida de que no pudiendo nada por vos, todo lo podéis, con su gracia y poderosa ayuda".

En un retiro de Navidad

"(Jesucristo) es un Señor tan grande, rico y poderoso, que no tiene necesidad de nuestros bienes. ¿Qué presentes podremos pues hacerle, si todo el mundo es suyo?. Es preciso ofrecerle almas puras, y corazones limpios y blancos, vacíos de todas las cosas terrenas; fijaos que nuestras almas, han de estar muy limpias, para ser ofrecidas a este Niño divino, que nace en este día, el cual es Autor de toda pureza y santidad.

He aquí el más grato presente que podemos hacerle: un corazón limpio, contrito y humillado. Él no quiere de nosotras más que el corazón".

Sobre las cualidades, que debe tener nuestro trato y nuestro afecto, hacia el prójimo

"Mis queridas Hermanas, no nos hagamos ilusiones; es preciso que nuestro afecto, para ser bendecido por Dios, sea común e igual, pues el Salvador, no ha mandado que se amara más a unos que a otros, sino que ha dicho: “Amarás al prójimo como a tí mismo”.

Pensamos a veces que nuestros afectos, son muy puros; pero delante de Dios, es muy diferente; el afecto que es del todo puro, no mira más que a Dios, no aspira más que a Dios, y no pretende más que a Dios.

Yo amo a mis Hermanas porque veo a Dios en ellas, y porque Dios lo quiere así... Vuestra caridad es falsa, si no es igual, general y completa, con todas vuestras Hermanas, de manera que seáis tan suave, con una como con otra.

El motivo del amor que profesáis a vuestras Hermanas, no debe estar fundado más que en el seno de Dios; si está fuera de ahí, no vale nada. ...cuanto esta unión con nuestras Hermanas sea más pura, más general y más entera, tanto mayor será nuestra unión con Dios".

También les dio Conferencias, las cuales representan, las conversaciones espirituales con las Hermanas, durante sus tiempos de recreación diaria, en un estilo informal y conversacional.

Sobre la reforma del alma
"En verdad, mis queridas hijas, es por falta de conocernos bien, por lo que nos asombramos de vernos defectuosas, pues presumimos tanto de nosotras, que siempre esperamos algo bueno; nos engañamos, y Nuestro mismo Señor, permite que caigamos, algunas veces bien torpemente, a fin de que nos conozcamos...

Este conocimiento de nosotras mismas, consiste en que debemos creer, con gran certidumbre de fe, que no somos nada, que no podemos nada; que somos débiles, flacas e imperfectas, aficionando nuestra voluntad, a amar nuestra pobreza y miseria.

La reforma del alma, comienza por el conocimiento de sí misma, y la confianza en Dios; el propio conocimiento, nos hará ver que hay en nosotras, muchas cosas que corregir y reformar, y que sin embargo, no podremos llevarlo a cabo, por nosotras mismas; la confianza en Dios, nos hará esperar, que todo lo podemos en Él, y que con su gracia, todas las cosas nos serán posibles y fáciles".

Sobre la caridad y la pureza de intención
"Alguna vez podrá ocurrir, que una Hermana nos haya molestado, o que nos haya hecho alguna mala partida, o que no le tengamos simpatía; otra vendrá a hablarnos bien de ella, y contestaremos con medias palabras, que rebajarán todo aquel bien, y harán como una gota de aceite, que cae en la tela, una mancha irremediable, en el corazón de aquella Hermana con quien hablamos.

Y notad que todo el mal que haga la Hermana, a consecuencia de esa mala impresión, que nosotras le hayamos causado, cargará sobre nuestra conciencia, y seremos culpables de ello, y castigadas severamente. Dios dice que odia seis cosas, pero que la séptima la abomina, y son aquellos que desunen los corazones, y siembran la discordia entre los hermanos".

Sobre el amor propio, y los perjuicios que causa en el alma
"Cuando uno se ha vencido a sí mismo, o que ha ejecutado alguna buena acción, se siente cierta complacencia y satisfacción, que lo estropea todo, y nos lo hace perder todo, si no ponemos mucho cuidado.

¡Qué desgracia cuando, después de haber hecho algunos sacrificios, alguna auto-negación de actitudes, o palabras, o cualquier otra cosa, terminamos complaciéndonos, en nosotras mismas!.

Pero mirad: si no se puede nunca, o rara vez, hacer el bien, sin que nos quede alguna satisfacción, esto no es malo; la que echa a perder todo, es el entretenerse y complacerse en ello.

Y ¿qué hacer entonces?. Hay que ahuyentar y aniquilar, todos los pensamientos de complacencia y vana satisfacción; humillarse y procurar su desprecio, dar a Dios la gloria de todo, y reconocer que nada podemos, por nosotras mismas. O sea que no se debe buscar, más que la gloria de Dios en todas las cosas, y no hacer nada, sino para complacerle".

Les inculcaba y transmitía a sus hijas, un Amor profundo al Corazón de Jesús, y al Corazón de María. Las Instrucciones sobre la oración y la vida espiritual, se dirigían a las novicias y a sus maestras.

Sobre "la confianza que debemos tener en la infinita sabiduría, bondad y omnipotencia de Dios":
"...Consideraba que Nuestro Señor ha permitido, desde el tiempo de los Apóstoles, que haya habido siempre herejías, y toleraba que se adorara a los perros, gatos y otra suerte de ídolos, como si fueran verdaderos dioses; y pensar que nosotras, miserables criaturas como somos, nos queremos preferir a las demás; queremos que nos estimen, y nos disgustamos, cuando no hacen más caso de nosotras, que de las demás; ¡y no obstante, vemos que el Hijo de Dios, ha sufrido tantos desprecios!.

Sobre las palabras de Nuestro Señor:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo..."

"Estas palabras, son el fundamento de toda la perfección cristiana y religiosa. Negarse a sí mismo, es renunciar a toda la voluntad de la carne, a todas nuestras inclinaciones, deseos, contentos, satisfacciones, delicadezas, gustos, placeres, humores, hábitos, propensiones, aversiones, y repugnancias a las cosas ásperas; en fin, renunciar en todo, y por todo, a ese perverso yo.

Luchar por destruir vuestros caracteres, pasiones e inclinaciones; en una palabra, toda nuestra naturaleza; y esto, con enérgica voluntad, y con una generosa y perseverante mortificación, de todo vuestro ser.

Es necesario saber, que solamente hay que mortificar las inclinaciones imperfectas, o de cosas malas, y no las buenas, o las que tenemos a cosas buenas; por ejemplo: me mandan hacer un trabajo, y yo me siento inclinada a hacer otro; hay que mortificar esta inclinación, y sujetarla a la obediencia.

Pero me dan a hacer un trabajo que me gusta: no debo entonces, bajo el pretexto de mortificar mi inclinación, rehusar dicho trabajo, sino ofrecer a Dios esta labor, y decir: la hago, no por la inclinación que a ella siento, sino porque la obediencia me lo manda (o, en el caso de los laicos: Lo hago por amor a Tí, Señor; o porque es mi obligación)."

Es necesario aclarar, que todos estos pasos de la vida espiritual, hacia la santidad, los vivía y enseñaba Santa Juana, al igual que todos los santos, con gran gozo y amor, ya que los mandatos del Señor, lejos de ser una carga, "son dulces como la miel, para quien ama a Dios", como decía S. Francisco de Sales.

En todas las conversaciones y cartas, de Santa Juana de Chantal, el pensamiento más importante era, sin duda, la mayor gloria de Dios, y la santificación de las almas.

Podemos concluir compartiendo una visión, que experimentó San Vicente de Paul: "San Vicente de Paúl, me contó que habiendo tenido noticias, de la gravedad de la enfermedad, de nuestra desahuciada Madre (Santa Juana Francisca De Chantal), cayó de rodillas para rogar a Dios por ella, y el primer pensamiento que le vino, fue el de hacer un acto de contrición, por los pecados que ella hubiera cometido, y que inmediatamente después, se le apareció un globito de fuego, que se levantaba de la tierra, y se absorbía en la parte superior del aire, con otro globo más grande y más luminoso, y ambos se unieron en uno solo, fueron elevados más alto, entrando y ardiendo, dentro de otro globo, infinitamente más grande y más luminoso que los otros; y que él supo interiormente, que el primer globo era el alma de Nuestra Carísima Madre, el segundo la de nuestro Bienaventurado Padre (S. F. de Sales) y el otro, la Esencia Divina, que el alma de nuestra queridísima Madre, se había vuelto a unir a la de nuestro Padre, y las dos, con Dios, su Principio Soberano."

Él contó más adelante, que "en la celebración de la Santa Misa, por nuestra querida Madre, apenas se enteró de que había pasado a mejor vida, se le ocurrió que debería rezar por ella, ya que podría estar en el purgatorio, por ciertas palabras, que había dicho hacía un tiempo, las cuales, al parecer, contenían pecado venial, y al instante volvió a tener la visión, los mismos globos y su unión, y tuvo la convicción interior, de que el alma de nuestra Madre estaba bendecida, que no tenia necesidad de oraciones".

Deseamos que el conocer sobre la vida, y algunos rasgos de las enseñanzas de Santa Juana de Chantal, cuyos restos descansan en el Monasterio de Annecy, Francia, junto a los de San Francisco de Sales, sean de gran provecho para el lector, lo lleven a amar más, y a desear las virtudes del Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, y de su Santísima Madre, y a promover el reinado de estos Dos Corazones, a través de una vida de virtud auténtica, oración y sacrificio.


Corazón incorrupto (y sus ojos en manos de ángeles) de Santa Juana de Chantal.
Estas reliquias se veneran, en el monasterio de la Visitación de Nevers, Francia. Visitado durante nuestras peregrinaciónes de 1996 y 1999.


Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos un corazón incorrupto, como lo hiciste con Santa Juana de Chantal, para poder compartirlo con nuestros hermanos y hermanas, mientras vivamos, y además tener un anticipo de tu Gloria, en el Reino de los Cielos. A Tí Señor, que nos enseñaste que un corazón dolido, no deja de ser escuchado por Tí y por el Padre. Amén.


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