lunes, 2 de diciembre de 2019


Domingo 1 de diciembre

Edmundo Campion S.J. y compañeros


Mártires ingleses
Breve
Sacerdote Jesuita, hijo de un librero católico.

Nació en Londres, el 25 de enero de 1540. Alumno sobresaliente en la Universidad de Oxford, y luego brillante profesor. Se negó a prestar juramento de lealtad religiosa a la Reina, por encima del Papa. Por esa razón, fué torturado en la Torre de Londres, y martirizado como traidor; sus restos fueron diseminados por Londres, como advertencia a todos los católicos.

Junto a San Edmundo, la Iglesia celebra a diez santos mártires, de la Compañía de Jesús, que en los siglos XVI y XVII, en Inglaterra y Gales, fueron muertos por profesar la fe católica, y que fueron canonizados por Pablo VI en 1970.

Tales son: los Santos Edmundo Campion († el 1 de diciembre de 1581), Alejandro Briant († el 1 de diciembre de 1581), Roberto Southwell († el 21 de febrero de 1595), Enrique Walpole († el 7 de abril de 1595), coadjutor Nicolás Oswen († el 2 de marzo de 1606), Tomás Garnet († el 23 de junio de 1608), Edmundo Arrowsmith († el 28 de agosto de 1628), Enrique Morse († el 1 de febrero de 1645), Felipe Evans († el 22 de julio de 1679) y David Lewis († el 27 de agosto de 1679).

Juntamente con ellos, se celebra en este día, a 16 beatos mártires de la Compañía de Jesús, que en la misma persecución, sufrieron el martirio entre 1573 y 1679.

Extracto tomado de MANUEL BRICEÑO J., S. I.
Con una escolta de doscientos soldados, montado en una vieja cabalgadura, las manos atadas a la espalda, los pies ligados bajo el vientre del animal, vuelto el rostro hacía atrás para mayor ignominia, es conducido con un gran cartel en la cabeza que dice: “Este es Campion, el jesuita sedicioso”...

Lo llevan a Londres como criminal. Había sido traicionado... Unas millas antes de llegar, se les comunica la orden de maltratarlo y ridiculizarlo, para deleite de la plebe, y escarmiento de los católicos. Ya se acerca la cabalgata... Delante de todos, el vizconde de Bark, con el bastón blanco de la justicia: en seguida, el padre Edmundo Campion en su viejo rocín; tras él, los otros dos sacerdotes, firmemente atados entre sí.

Es el mes de julio de 1581. Los prisioneros son llevados a la Torre de Londres. Cuatro días más tarde, lo presentan a Dudley, conde de Leicester, en su palacio.

Le interroga el canciller, le hacen preguntas los magistrados; le prometen, en nombre de la soberana, la vida, la libertad, honores, el obispado de Cambridge; sólo esperan que reconozca, la supremacía de la reina, por sobre la pontificia. La conciencia no se lo permite a Campion. Sus respuestas, tienen un tono tan persuasivo, que revelan una vez más al formidable “scholar oxoniense”.

De improviso, se presenta Isabel en persona. El prisionero, se inclina saludando a su reina: "¿Me reconoce como a su legítima soberana?". "Sí, majestad". "¿Cree que el obispo de Roma, tiene poder para deponerme?". "No me toca erigirme en juez, y pronunciar sentencia entre dos partidos, tanto más, cuanto que los más versados en la cuestión, son de pareceros opuestos. Yo quiero dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".

Lo demás que se dijo en esta entrevista, permaneció en secreto, por expresa voluntad de la reina.

Pero... ¿qué importancia tenía aquel prisionero, que la propia soberana de Inglaterra, venía a interrogarle?. Es muy sencillo de entenderlo. Nuestro Santo tenía inmensa influencia en Oxford, y su declinación del catolicismo, tendría un profundo efecto, en la comunidad universitaria.

El primer encuentro, había acontecido precisamente quince años antes, en 1566. Isabel, con su gran comitiva de cortesanos, aduladores y lacayos, llegaba en su carroza a Oxford, a fin de pasar por primera vez, unos días con su corte, entre los estudiantes de la célebre Universidad.

La visita duró seis días. Las diversiones, los actos académicos, todo se iba desarrollando tranquilamente. El tercer día, correspondió el homenaje a los profesores, entre los cuales fue elegido como "orator", el “scholar” de Oxford más brillante de su generación, un apuesto joven, de sólo veintisiete años de edad: se llamaba Edmundo Campion.

A su alrededor, se agruparon multitud de estudiantes, sobre los que su personalidad amable, ejerció un influjo sabio y comprensivo: sus clases se veían atestadas de oyentes; muchos comenzaron a imitarlo, hasta en su manera de hablar, en sus ademanes, y en su modo de vestir, a los cuales se llamó campionistas... Este era el hombre, que la nueva iglesia anglicana, necesitaba entre sus filas.

Pero Campion, el gran humanista, casi por instinto, rechaza la herejía. Mas para desgracia suya, traba amistad con Richard Cheney, obispo anglicano de Gloucester. Y cede al fin; en el año 1564, presta el juramento anticatólico, reconociendo la supremacía espiritual de Isabel. Más aún, seducido por las promesas del obispo de Gloucester, recibe el diaconado (1568) del obispo hereje.

Al tomar de las manos del falso obispo, semejante distinción, siente aquel infeliz diácono, el acicate mordaz, de su conciencia atormentada. Y su corazón se rebela, y el remordimiento le roe el alma, por la infamia cometida, y pierde la paz; se siente, dice él mismo, como si le hubieran marcado, con "el signo de la bestia"... La crisis interior se desborda, vuelve en sí, se confiesa con un sacerdote católico, y se reconcilia con la Iglesia.

En tales circunstancias, se ve obligado a salir de Oxford, para poner a salvo su vida, y recobrar la tranquilidad de su espíritu. Se refugia en Irlanda. Mas el 12 de febrero de 1570, Su Santidad Pío V, fulmina con la excomunión a la reina Isabel, y sus súbditos quedan liberados, de la obligación moral de obedecerla.

Se expiden entonces contra los católicos, por todo el reino, severísimos edictos. En Dublín, entre los primeros, es denunciado Campion como "papista", y tiene que andar huyendo, hasta que logra volver a Inglaterra.

Llegado a Londres, pasa algunas semanas tranquilo; mas temiendo ser arrestado, se embarca rumbo a Flandes. Llevaban ya varias millas mar adentro, cuando una fragata guardacostas, les da alcance; de todos los pasajeros sólo Campion carece de pasaporte...

Hecho pues prisionero, es devuelto a Dover, para ser remitido a Londres: pero éste se escapa, y acude a unos amigos, que le ayudan a embarcarse de nuevo; y por fin, pasando el Canal, llega al Continente, donde pasará los próximos nueve años.

En el seminario inglés de Douai (Francia), obtiene su grado en Teología, y recibe las órdenes menores, y el subdiaconado. Pero a Campion, le atormenta el recuerdo de aquel diaconado... Y el convertido desconfía de sí, pone su confianza en Aquel que lo conforta; quiere prepararse humildemente, vigorosamente, disciplinadamente. Su corazón, se vuelve hacia la austera disciplina de la obediencia. Sólo así, podrá hacerse digno del verdugo y de la horca, por su Dios.

El 25 de enero de 1573, vestido de peregrino, se dirige a Roma solo, a pie, con la intención de ingresar, en la perseguida y heroica Compañía de Jesús... Recibido en el noviciado, se le destina a la provincia jesuítica de Austria; y cinco años más tarde, el 8 de septiembre de 1578, recibe la unción sacerdotal, en Praga de Bohemia.

El 18 de abril de 1580, con la bendición de Gregorio XIII, sale de Roma una pequeña caravana de misioneros, entre ellos tres jesuitas: Roberto Persons—nombrado superior—y Edmundo Campion, a quienes se añade el hermano Ralph Emerson, como compañero. Llegan a San Omer. Mas el mismo día de la partida de Roma, un espía del Gobierno de Isabel, enviaba al ministro Walsingham, los nombres y señales de los peregrinos.

Así que, sin ellos saberlo, ya en todos los puertos y todos los pasos, están vigilados por espías sagacísimos, para impedir la entrada de ningún jesuíta.

Dondequiera, se ven cartelones con la efigie de Persons y de Campion, enviada desde Roma. Algunos fugitivos ingleses, advierten de urgencia a los Padres, anunciándoles que la vigilancia en Dover es tan grande, que su arresto inmediato parece inevitable.

Mas Persons, se decide por la acción inmediata. A él, que es el superior, y a quien no le falta astucia y franqueza, toca abrir el camino. Aventurará él solo el paso del Canal.

En Londres, aquellos jóvenes que han servido de introductores de Campion, hacen correr secretamente la voz entre los católicos, de su llegada. La noticia causa revuelo. Campion predica sobre el Pontificado.

Las conversiones son múltiples, la sagrada Eucaristía vuelve a fortalecer muchas almas; los sacramentos, los sermones, las palabras de consejo y de aliento, los arrepentidos, las lágrimas, los sabios, los humildes, la nobleza, los estudiantes... la Santa Misa..., todo como en las catacumbas... ¡Cien mil conversiones en un año!

Cuando en hora mala, sabe Isabel y sus ministros, la increíble audacia de los jesuitas, de penetrar en el Reino, ¡cuánta ira, y qué alto precio ponen a sus cabezas!. Y el misionero de Cristo, no tiene otro recurso, que mudar de nombre, de lugar y de apariencia.

El padre Edmundo, acompañado del hermano Emerson, se refugia en York, y en quince días, compone en latín, su más famoso libro, que titula Diez razones por las cuales Edmundo Campion, S. J., se ofreció a disputar con sus adversarios...

Los ejemplares, son repartidos de mano en mano entre los católicos, o abandonados en los sitios públicos, o introducidos en las casas, por debajo de las puertas; lo cual excita tal sensación, que juran los herejes, no descansar hasta dar con aquel jesuita.

Por una traición lo detienen, y lo conducen a Londres, donde será torturado y martirizado.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión, de San Edmundo Campion y compañeros mártires, suscites muchos profesores universitarios católicos, que sepan guiar a sus alumnos, al Reino de los Cielos, con su ejemplo de vida, paciencia, humildad, obediencia hacia Tí, y sabiduría.

Te pedimos también, que nuestra devoción católica, se vea siempre libre de toda ambición política, y que bendigas al Reino Unido de la Gran Bretaña, y a toda Europa, para que vuelvan a ser el faro, de la Fe Cristiana y Católica, en todo el mundo. Te lo pedimos a Tí, que Vives y Reinas por Siempre, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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