Domingo
1 de Diciembre
ADVIENTO
Adviento,
del latín adventus, llegada o advenimiento. Es el período litúrgico
de cuatro semanas, que precede a la Navidad. El primer domingo de
adviento, es el comienzo del año litúrgico. El adviento termina el
24 de Diciembre.
"Adviento,
es un tiempo litúrgico, que nos invita a detenernos en silencio,
para percibir una presencia". S.S. Benedicto XVI
Adviento
es un tiempo de espera, pero una espera
activa, en la venida del
Salvador. Recordamos su primera venida, y avivamos la
espera, en la segunda venida del Señor. Es tiempo de oración y
penitencia, porque preparamos nuestro corazón, renunciando al
pecado. También es tiempo de alegría y esperanza, por la venida de
Jesús.
San
Juan Bautista, es un gran ejemplo. Fue al desierto a rezar, a meditar
la Palabra, a buscar conversión por medio de la penitencia. Dios
encontró en él, a un hombre dispuesto para preparar Su camino.
Quien no se prepara ante el Señor, no recibirá la gracia de su
venida.
San
Agustín refiriéndose a María escribió: "Ella concibió
primero en su corazón (por la fe), y después en su vientre".
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Meditación
de Adviento de Benedicto XVI
Durante
la celebración de las vísperas, del primer domingo de Adviento.
Ciudad
del Vaticano, 2 de diciembre 2006
Volvamos
a escuchar la primera antífona, de esta celebración vespertina, que
se presenta como apertura del tiempo de Adviento, y que resuena como
antífona, de todo el Año Litúrgico: «Anunciad
a todos los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador».
Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia, a
renovar su anuncio a todos los pueblos, y lo resume en dos palabras:
«Dios viene». Esta expresión
tan sintética, contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.
Detengámonos
un momento a reflexionar: no usa el pasado –Dios ha venido– ni el
futuro, –Dios vendrá–, sino el presente: «Dios
viene». Si prestamos atención, se trata de un presente
continuo, es decir, de una acción que siempre tiene
lugar: está ocurriendo, ocurre ahora, y ocurrirá una vez más. En
cualquier momento, «Dios viene».
El
verbo «venir» se presenta como un verbo «teológico», incluso
«teologal», porque dice algo, que tiene que ver con la naturaleza
misma de Dios. Anunciar que «Dios viene» significa, por lo tanto,
anunciar simplemente al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos
esenciales y significativos: es el «Dios-que-viene».
Adviento
invita a los creyentes, a tomar conciencia de esta verdad, y a actuar
coherentemente. Resuena como un llamamiento provechoso, que tiene
lugar con el pasar de los días, de las semanas, de los meses:
¡Despierta!. ¡Recuerda que Dios
viene!. ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora!. El
único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob» no es
un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros, y de
nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es
un Padre, que no deja nunca de pensar en nosotros, respetando
totalmente nuestra libertad: desea encontrarnos, visitarnos, quiere
venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Este
«venir», se debe a su voluntad de liberarnos del mal y de la
muerte, de todo aquello que
impide, nuestra verdadera felicidad,
Dios viene a salvarnos.
Los
Padres de la Iglesia, observan que el «venir» de Dios –continuo,
y por así decir, connatural con su mismo ser– se concentra en las
dos principales venidas de Cristo, la de su
Encarnación, y la de su regreso glorioso, al fin de la historia
(Cf. Cirilo de Jerusalén, «Catequesis» 15, 1: PG 33, 870). El
tiempo de Adviento, vive entre estos dos polos. En los primeros días,
se subraya la espera de la última venida del Señor, como demuestran
también los textos de la celebración vespertina de hoy.
Al
acercarse la Navidad, prevalecerá por el contrario, la memoria del
acontecimiento de Belén, para reconocer en él, la «plenitud del
tiempo». Entre estas dos venidas, «manifestadas», hay
una tercera, que San Bernardo llama «intermedia» y «oculta»:
tiene lugar en el alma de los
creyentes, y tiende una especie de puente, entre la primera y la
última.
«En
la primera –escribe San Bernardo–, Cristo fue nuestra redención;
en la última se manifestará como nuestra vida; en ésta será
nuestro descanso y nuestro consuelo» («Disc. 5 sobre el Adviento»,
1).
Para
la venida de Cristo, que podríamos llamar «encarnación
espiritual», el arquetipo es María. Como la Virgen
conservó en su corazón, al Verbo hecho carne, así cada una de las
almas, y toda la Iglesia, están llamadas en su peregrinación
terrena, a esperar a Cristo que viene, y a
acogerlo con fe y amor, siempre renovados.
La
Liturgia del Adviento, subraya que la Iglesia da voz, a esa espera de
Dios, profundamente inscrita, en la historia de la humanidad; una
espera a menudo, sofocada y desviada, hacia direcciones equivocadas.
Cuerpo místicamente unido a Cristo Jefe, la Iglesia es sacramento,
es decir, signo e instrumento eficaz, de esa espera de Dios.
De
una forma que sólo Él conoce, la comunidad cristiana puede abreviar
la venida final, ayudando a la humanidad, a salir al encuentro del
Señor que viene. Y esto lo hace antes que nada, pero no sólo, con
la oración. Las
«obras buenas», son esenciales e inseparables a la oración, como
recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que
pedimos al Padre Celestial, que suscite en nosotros «la voluntad de
salir al encuentro de Cristo, con las buenas obras».
Desde
este punto de vista, el Adviento es más adecuado que nunca, para
convertirse en un tiempo, vivido en comunión con todos aquellos –y
gracias a Dios son muchos– que esperan, en un mundo más justo y
más fraterno.
Este
compromiso por la justicia, puede unir en cierto sentido, a los
hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no
creyentes. Todos de hecho, están animados por un anhelo común,
aunque sea distinto por sus motivaciones, hacia un futuro de justicia
y de paz.
¡La
paz es la meta a la que aspira toda la humanidad!. Para
los creyentes «paz», es uno de los nombres más bellos de Dios,
quien quiere el entendimiento, entre todos sus hijos, como he tenido
la oportunidad de recordar, en mi peregrinación de estos días
pasados a Turquía.
Un
canto de paz resonó en los cielos, cuando Dios se hizo hombre, y
nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (Cf. Gálatas 4,
4).
Comencemos
pues este nuevo Adviento –tiempo que nos regala el Señor del
tiempo–, despertando en nuestros corazones, la espera del
Dios-que-viene, y la esperanza de que su nombre, sea santificado, de
que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad,
así en el cielo como en la tierra.
Dejémonos
guiar en esta espera, por la Virgen María, madre del Dios-que-viene,
Madre de la Esperanza, a quien celebraremos, dentro de unos días
como Inmaculada: que nos conceda la gracia, de ser santos e
inmaculados en el amor, cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor
Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, se alabe y
glorifique, por los siglos de los siglos. Amén.
Oración:
Señor concédenos, que nos dejemos guiar en esta
espera, por la Virgen María, madre del Dios-que-viene, Madre de la
Esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada,
y que nos conceda la gracia de ser santos e inmaculados en el Amor,
para cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, en el
momento de nuestra partida al Reino de los Cielos, y así poder
alabarlo allí, por los siglos de los siglos. Amén.
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