martes, 19 de noviembre de 2019


Tercera Feria, 19 de noviembre

Santa Inés de Asís -Hermana de Santa Clara


(1197-1253)

Patrona contra las enfermedades incurables, la ceguera, o la posesión diabólica

Santa Inés de Favarone, es hermana de Santa Clara, «según la carne, y según la pureza». La acompañó poco tiempo después, de que ella siguió en Amor y Pureza, los pasos de San Francisco de Asís. Resistió junto a su hermana, los violentos intentos de su familia, de hacerla regresar a la casa paterna, junto a su hermana.

Su penitencia y mortificación, como la de la misma Clara, despertaban admiración, teniendo en cuenta su corta edad. Sin que nadie lo sospechase, ciñó su cintura, con un áspero cilicio de crin de caballo, y esto desde el comienzo de su vida religiosa, hasta su muerte; su ayuno era tan riguroso, que casi siempre, se alimentaba solamente de pan y agua.

Caritativa y dulcísima de carácter, se inclinaba maternalmente, sobre quien sufría, por el motivo que fuere, y se mostraba llena de piadosa solicitud, hacia todos.

Santa Clara, escribiendo de ella, a Santa Inés de Praga, llamará a su hermana «virgen prudentísima»; es la opinión de una santa, es decir, de quien sabe medir personas y cosas, con la misma medida de Dios.

Hay un episodio que ciertamente sirve, para corroborar en Clara, la convicción de la santidad de su joven hermana; episodio que no sabemos con seguridad cuando aconteció, si en los años precedentes, o subsiguientes a la partida de Inés a Monticelli. Lo extraemos de la Vita, inserta en la Crónica.

«En cierta ocasión, mientras apartada de las demás, perseveraba devotamente en oración, en el silencio de la noche, la bienaventurada Clara, que también se había quedado a orar, no muy lejos de ella, la contempló en oración, elevada del suelo, y suspendida en el aire, coronada con tres coronas, que de tanto en tanto le colocaba un ángel.

Cuando al día siguiente, le preguntó la bienaventurada Clara, qué pedía en la oración, y qué visión había tenido aquella noche, Inés trató de eludir la respuesta. Pero al fin, obligada por la bienaventurada Clara, a responder por obediencia, refirió lo siguiente:

En primer lugar, al pensar una y otra vez, en la bondad y paciencia de Dios, cuánto y de cuántas maneras, se deja ofender por los pecadores, medité mucho, doliéndome y compadeciéndome;

- en segundo lugar, medité sobre el inefable amor, que muestra a los pecadores, y cómo padeció acerbísima pasión y muerte, por su salvación;

- en tercer lugar, medité por las almas del purgatorio y sus penas, y cómo no pueden por sí mismas, procurarse ningún alivio» (Crónica).

En la meditación de Inés, de acuerdo con toda la espiritualidad seráfica, el Dios- Hombre crucificado, proyecta su vasta sombra de eficacia salvadora, sobre el drama de los pecadores, y de los redimidos, que anhelan su última purificación.

Una despedida nostálgica
«Después, el bienaventurado Francisco, la envió como Abadesa a Florencia, donde condujo a Dios, a muchas almas, tanto con el ejemplo de su santidad de vida, como con su palabra dulce y persuasiva, llena de amor de Dios.

Ferviente en el desprecio del mundo, implantó en aquel monasterio –como ardientemente lo deseaba Clara– la observancia de la pobreza evangélica» (Crónica).

Existe un documento precioso, esto es, una carta remitida por Inés a su hermana, – a la que consideraba su madre - después de su llegada al nuevo destino, que nos da luz, acerca del profundo dolor que le produjo, la separación de su hermana, y del lugar original en San Damián; así como acerca de la nueva comunidad, floreciente en una atmósfera de paz y de unión.

La misma carta, sin fecha, nos proporciona también indicaciones, que pueden ser válidas, como referencias cronológicas:

« ... Has de saber, madre –escribe entre otras cosas Inés–, que mi carne y mi espíritu, sufren grandísima tribulación e inmensa tristeza; que me siento sobremanera agobiada y afligida, hasta tal punto, que casi no soy capaz ni de hablar, porque estoy corporalmente separada de vos, y de las otras hermanas mías, con las que esperaba vivir siempre en este mundo, y morir...

¡Oh dulcísima madre y señora!, ¿qué diré, si no tengo la esperanza, de volveros a ver con los ojos corporales, a vos ni a mis hermanas?...

Por otra parte, encuentro un gran consuelo, y también vos, podéis alegraros conmigo por lo mismo, pues he hallado aquí mucha unión, nada de disensiones, muy por encima, de cuanto hubiera podido creerse. Todas me han recibido con gran cordialidad y gozo, y me han prometido obediencia con devotísima reverencia... Os ruego, que tengáis solícito cuidado de mí y de ellas, como de hermanas e hijas vuestras. Quiero que sepáis, que tanto yo como ellas, queremos observar inviolablemente, vuestros consejos y preceptos, durante toda nuestra vida. ».

A la cabecera de Clara moribunda
Para Inés, que oprimida por el dolor, no halla manera de contener las lágrimas, abundantes y amargas, y suplica a su hermana que no se marche, ni la abandone.

Clara tiene palabras de ternura infinita, que hacen florecer una esperanza maravillosa, en el corazón de Inés: «Hermana carísima, es del agrado de Dios, que yo me vaya; mas tú cesa de llorar, porque llegarás pronto ante el Señor, enseguida después de mí, y Él te concederá un gran consuelo, antes que me aparte de ti» (Leyenda 43).
Santa Inés parte hacia los cielos
En efecto, tuvo bien pronto realización, la promesa que le había hecho, pues al cabo de pocos días, Inés fue llamada a las bodas del Cordero, y siguió a su hermana Clara, a las eternas moradas.

La noticia de la muerte de Inés, difundida por Asís, atrajo –como la de Clara– multitud de gentes, que le profesaban gran devoción, y esperaban poder contemplar, sus despojos mortales, y ser así consoladas espiritualmente.

Todo este gentío, subió la escalera de madera, que daba acceso al monasterio de San Damián. Pero de pronto, las cadenas de hierro, que sostenían esta escalera, cedieron bajo un peso tan desacostumbrado, y se derrumbó con gran estrépito, sobre la multitud que estaba debajo, arrastrando en su derrumbamiento, a cuantos allí se agolpaban.

De la imprevista catástrofe, se podían esperar consecuencias desastrosas, puesto que el gentío, quedó como aplastado, bajo el enorme peso de la escalera, sobrecargada de gente. Pero en los corazones, se abrió paso la esperanza, en el nombre de Inés. Invocando inmediatamente su nombre y sus méritos, heridos y magullados se levantaron riendo, como si nada hubieran sufrido.
Esta fue la primera, de las numerosísimas intervenciones milagrosas de Inés, que ya reunida con Clara en la gloria, será para siempre, como su hermana, muy pródiga en su intercesión de favores a cuantos, en su nombre, supliquen para verse librados de enfermedades incurables, de la ceguera, o de posesión diabólica.

La serie de estas intervenciones, continúa ampliamente durante todo el siglo XIV, hasta establecerse su culto, ratificado por la Iglesia.

Su nombre aparece en el Martirologio Romano, entre los santos del día 19 de noviembre, y sus restos reposan en la Basílica de Asís, que también encierra el cuerpo de su «madre y señora» Santa Clara.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión, de Santa Inés y Santa Clara de Asís, junto al Hermano Seráfico San Francisco de Asís, sepamos entender el verdadero sentido de la Pobreza y de la Humildad, que evita todo derroche – una palabra que aparece muchas veces en el Apocalipsis como prenda de condenación -, de toda ostentación, toda vanidad, y que sólo nuestra inteligencia y voluntad, se concentre en separar, con sentido de Hermandad, al menos una parte de nuestros ingresos, o de nuestro tiempo, para estudiar tu mensaje, y para ayudar a otros material o espiritualmente, mediante nuestras oraciones, trabajo, ejemplo y consejo. Amén.

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