domingo, 17 de noviembre de 2019


Domingo 17 de noviembre

Santa Isabel de Hungría


(1207-1231)

Viuda, religiosa

Patrona principal de la Arquidiócesis de Bogotá

"¿Cómo podría llevar una corona tan preciosa, ante un Rey coronado de espinas?"

Isabel, palabra de origen hebreo que significa: "consagrada a Dios"
Breve
Hija de Andrés, rey de Hungría; nació en el año 1207; siendo aún niña, fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo tres hijos.

Vivía entregada a la meditación de las cosas celestiales, y después de la muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital, en el que ella misma, servía a los enfermos. Murió en Marburgo, en el año 1231.

Isabel reconoció y amó a Cristo, en la persona de los pobres” -De una carta escrita al Papa, por Conrado de Marburgo, director espiritual de Santa Isabel.

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La vida de Santa Isabel, ha sido embelesada por sus hagiógrafos, con numerosos cuentos, que han llegado a conocerse como la "Leyenda Dorada". Sin embargo, los datos fundamentales son históricos, y revelan la gran caridad de la Santa.

DIETRICH de Apolda, refiere en la biografía de esta Santa, que una noche del verano de 1207, Klingsohr de Transilvania, anunció a Herman de Turingia, que el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, acababa de tener una hija, que había de distinguirse por su santidad, y contraería matrimonio con el hijo de Herman.

En efecto, esa misma noche, Andrés II y su esposa, Gertrudis de Andech-Meran, tuvieron una hijita, que nació en Presburgo (Bratislava), o en Saros-Patak.

El matrimonio profetizado por Klingsohr, ofrecía grandes ventajas políticas, por lo cual, la recién nacida Isabel, fue prometida en matrimonio, al hijo mayor de Herman. Cuando la niña tenía unos cuatro años, sus padres la enviaron al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, para que se educase en la corte de Turingia, con su futuro esposo.

Durante su juventud, Isabel hubo de soportar, la hostilidad de algunos miembros de la corte, que no apreciaban su bondad; pero en cambio, el joven Luis, se enamoró cada vez más de ella.

Se cuenta, que siempre que Luis pasaba por una ciudad, compraba un regalo para su prometida. "Cuando se acercaba el momento de la llegada de Luis, Isabel salía a su encuentro; el joven le daba el brazo amorosamente, y le entregaba el regalo que le había traído". Él era un buen rey, que tomó por lema: "Piedad, Pureza, Justicia".

En 1221, cuando Luis tenía veintiún años, y había heredado ya de su padre, la dignidad de landgrave, e Isabel tenía catorce, se celebró el matrimonio, a pesar de que algunos, habían aconsejado a Luis, que hiciese volver a Isabel a Hungría, pues la unión no les convenía.

El joven declaró, que estaba dispuesto a perder una montaña de oro, antes que la mano de Isabel. Según los cronistas, Isabel era hermosa, elegante, morena, seria, modesta, bondadosa en sus palabras, fervorosa en la oración, muy generosa con los pobres, y llena siempre de bondad, y de amor divino. Se dice también, que era prudente, paciente y leal. Su pueblo la amaba.

El día de su boda, la joven Duquesa, no quiso ir a la iglesia, adornada con los preciosos collares de su rango: "¿Cómo podría llevar una corona tan preciosa, ante un Rey coronado de espinas?".

La vida de matrimonio de la santa, sólo duró seis años, que fueron calificados por un escritor inglés, de "idilio de arrebatado amor, de ardor místico, de felicidad casi infantil, como rara vez se encuentra, en las novelas que se leen, ni en la experiencia humana".

La joven reina, descubrió profundamente, el sentido del sacramento del matrimonio, que está en poner a Dios primero, de manera que el amor conyugal, se nutra de Cristo, y manifieste a Cristo. "Si yo amo tanto a una criatura mortal - le confiaba la joven reina a su amiga Isentrude-, ¿cómo no debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?".

Dios le concedió tres hijos a la pareja: A los quince años, en el año 1222, Isabel tuvo a su primogénito, Herman quien murió a los diecinueve años. A los 17 años de edad, Isabel tuvo una niña (Sofía), y a los 20 otra niña, que nació tres semanas después, de haber perdido a su esposo, quien muriera en una cruzada, a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Sofía, que fue más tarde duquesa de Brabante, y la Beata Gertrudis de Aldenburg.

A diferencia de otros esposos de Santas, Luis no puso obstáculo alguno, a las obras de caridad de Isabel, a su vida sencilla y mortificada, ni a sus largas oraciones. Una de las damas de compañía de Isabel, escribió: "Mi señora se levanta a orar por la noche, y mi señor la tiene por la mano, como si temiera que eso le haga daño, y le suplica que no abuse de sus fuerzas, y que vuelva a descansar”.

La liberalidad de Isabel era tan grande, que en algunas ocasiones, provocó graves críticas. En 1225, el hambre se dejó sentir en aquella región de Alemania, y la Santa acabó con todo su dinero, y con el grano que había almacenado en su casa, para socorrer a los más necesitados.

El landgrave estaba entonces ausente. Cuando volvió, algunos de sus empleados, se quejaron de la liberalidad de Santa Isabel. Luis preguntó si su esposa, había vendido alguno de sus dominios, y ellos le respondieron que no. Entonces el landgrave declaró: "Sus liberalidades, atraerán sobre nosotros la misericordia divina. Nada nos faltará, mientras le permitamos socorrer así, a los pobres".

El castillo de Wartburg, se levantaba sobre una colina muy empinada, a la que no podían subir los inválidos. (La colina se llamaba "Rompe-rodillas"). Así pues, Santa Isabel construyó un hospital, al pie del monte, y solía ir allá, a dar de comer a los inválidos, con sus propias manos, a hacerles la cama, y a asistirlos, en medio de los calores más abrumadores del verano. Además, acostumbraba pagar la educación de los niños pobres, especialmente de los huérfanos.

Fundó también otro hospital, en el que se atendía a veintiocho personas, y diariamente alimentaba, a novecientos pobres en su castillo, sin contar a los que ayudaba, en otras partes de sus dominios. Por lo tanto, puede decirse con verdad, que sus bienes, eran el patrimonio de los pobres.

Sin embargo, la caridad de la santa, no era indiscreta. Por ejemplo, en vez de favorecer la ociosidad entre los que podían trabajar, les procuraba tareas adaptadas, a sus fuerzas y habilidades.

Por entonces, se predicó en Europa, una nueva cruzada, y Luis de Turingia, tomó el manto marcado con la cruz. El día de San Juan Bautista, se separó de Santa Isabel, y fue a reunirse con el emperador Federico II en Apulia. El 11 de septiembre de ese mismo año, murió en Otranto, víctima de la peste.

La noticia no llegó a Alemania, sino hasta el mes de octubre, cuando acababa de nacer su segunda hija. La suegra de Santa Isabel, para darle la funesta noticia, en forma menos violenta, le habló vagamente, de "lo que había acontecido" a su esposo, y de "la voluntad de Dios".

La santa entendió mal, y dijo: "Si está preso, con la ayuda de Dios, y de nuestros amigos, conseguiremos ponerlo en libertad". Cuando le explicaron que no estaba preso, sino que había muerto, la santa exclamó: "El mundo, y cuanto había de alegre en él, está muerto para mí".

Lo que sucedió después, es bastante oscuro. Según el testimonio de Isentrudis, que era una de sus damas de compañía, Enrique, el cuñado de Santa Isabel, que era el tutor de su único hijo, echó fuera del castillo a la santa, a sus hijos, y a dos criados, para apoderarse del gobierno.

Se cuentan muchos detalles, de la forma degradante, en que la santa fue tratada, hasta que su tía Matilde, abadesa de Kitzingen, la sacó de Eisenach. Unos afirman, que fue despojada de su casa de Marburgo de Hesse, y otros que abandonó voluntariamente, el castillo de Wartburg.

Desde Kitzingen, fue a visitar a su tío Eckemberto, obispo de Bamberga, quien puso a su disposición su castillo de Pottenstein. La santa se trasladó allá, con su hijo Herman, y su hijita de brazos, dejando a Sofía, al cuidado de las religiosas de Kitzingen.

Eckemberto, movido por la ambición, proyectaba un nuevo matrimonio, pero Santa Isabel se negó absolutamente, pues antes de la partida de su esposo a la Cruzada, se habían prometido mutuamente, no volver a casarse.

A principios de 1228, se trasladó el cadáver de Luis a Alemania, para sepultarlo en la iglesia abacial de Reinhardsbrunn. Los parientes de Santa Isabel, le proporcionaron lo necesario para vivir. El Viernes Santo de ese año, la viuda renunció formalmente al mundo, en la iglesia de los franciscanos de Eisenach. Más tarde, tomó el hábito de la Tercera Orden de San Francisco.

Los frailes menores, habían inculcado a Santa Isabel, un espíritu de pobreza, que en sus años de Langravina, no podía practicar plenamente. Ahora, sus hijos tenían todo lo necesario, y la santa se vio obligada a abandonar Marburgo, y a vivir en Wehrda, en una cabaña, a orillas del río Lahn.

Más tarde, construyó una casita, en las afueras de Marburgo, y ahí fundó una especie de hospital para los enfermos, los ancianos y los pobres, y se consagró enteramente a su servicio.

El sacerdote Maese Conrado de Marburgo, tuvo gran influencia sobre la santa. Dicho sacerdote, había sustituido desde 1225, al franciscano Rodinger, en el cargo de confesor de la santa. El esposo de la santa, le había permitido hacer, un voto de obediencia al sacerdote, en todo aquello, que no se opusiese a su propia autoridad marital.

El Padre Conrado la protegió, no permitiéndole pedir de puerta en puerta, desposeerse definitivamente de todos sus bienes, dar más que determinadas limosnas, ni exponerse al contagio de la lepra, y otras enfermedades.

Cierto día, un noble húngaro, fue a Marburgo, y pidió que le dijesen, dónde vivía la hija de su soberano, de cuyas penas había oído hablar. Al llegar al hospital, encontró a Isabel sentada, hilando, vestida con su túnica burda. El pobre hombre casi se fue de espaldas, y se santiguó asombrado: "¿Quién había visto hilar, a la hija de un rey?". El noble intentó llevar a Isabel a Hungría, pero la santa se negó: sus hijos, sus pobres, y la tumba de su esposo, estaban en Turingia, y ahí quería pasar el resto de su vida.

Por lo demás, le quedaban ya pocos años en la tierra. Vivía muy austeramente, y trabajaba sin descanso, ya fuese en el hospital, ya en las casas de los pobres, o pescando en el río, a fin de ganar un poco de dinero, para sus protegidos. Cuando la enfermedad le impedía hacer otra cosa, hilaba o cargaba lana.

En cierta ocasión, en que estaba en cama, la persona que la atendía, la oyó cantar dulcemente. "Cantáis muy bien, señora", le dijo. La santa replicó: "Os voy a explicar por qué. Entre el muro y yo, había un pajarito, que cantaba tan alegremente, que me dieron ganas de imitarlo".

La víspera del día de su muerte, a media noche, entre dormida y despierta, murmuró: "Es ya casi la hora, en que el Señor nació en el pesebre, y creó con su omnipotencia, una nueva estrella. Vino a redimir el mundo, y me va a redimir a mí". Y cuando el gallo comenzó a cantar, dijo: "Es la hora en que resucitó del sepulcro, y rompió las puertas del infierno, y me va a librar a mí".

Santa Isabel murió al anochecer, del 17 de noviembre de 1231, antes de cumplir veinticuatro años. Su cuerpo estuvo expuesto tres días, en la capilla del hospicio. Ahí mismo fue sepultada, y Dios obró muchos milagros, por su intercesión.

Prodigiosos milagros por la intercesión de Santa Isabel
El mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego, se le destrozó un brazo en un accidente, y estaba en cama sufriendo terribles dolores.

De pronto, vio aparecer a Isabel en su habitación, vestida con trajes hermosísimos. Él dijo: "Señora, Ud. que siempre ha vestido trajes tan pobres, ¿por qué está ahora tan hermosamente vestida?". Y ella sonriente le dijo: "Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo, que ya ha quedado curado". El paciente estiró el brazo, que tenía totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea.

Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa, un monje cisterciense, el cual desde hacía varios años, sufría un terrible dolor al corazón, y ningún médico, había logrado aliviarle de su dolencia. Se arrodilló por un buen rato, a rezar junto a la tumba de la santa, y de un momento a otro, quedó completamente curado de su dolor, y de su enfermedad.

Maese Conrado, empezó a reunir testimonios, acerca de su santidad, pero murió, antes de que Isabel fuese canonizada, en 1235 por el Papa Gregorio IX. Al año siguiente, las reliquias de la santa fueron trasladadas, a la iglesia de Santa Isabel de Marburgo, que había sido construida por su cuñado.

A la ceremonia, asistieron el emperador Federico II, y "una multitud tan grande, formada por gentes de diversas naciones, pueblos y lenguas, que probablemente no se había visto, ni se volverá a ver en estas tierras alemanas, algo semejante".

La iglesia en que reposaban las reliquias de la santa, fue un sitio de peregrinación hasta 1539, año en que el landgrave protestante, Felipe de Hesse, las trasladó a un sitio desconocido.

Algunos testimonios de la época. Uno de los sacerdotes de ese tiempo, escribió: "Afirmo delante de Dios, que raramente he visto, una mujer de una actividad tan intensa, unida a una vida de oración, y de contemplación, tan elevada". Algunos religiosos franciscanos, que la dirigían en su vida de total pobreza, afirman que varias veces, cuando ella regresaba de sus horas de oración, la vieron rodeada de resplandores, y que sus ojos brillaban, como luces muy resplandecientes”.

El emperador Federico II afirmó: "La venerable Isabel, tan amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo, como una estrella luminosa en la noche oscura".

Bibliografía
Sálesman, Eliécer. Vidas de Santos # 4.
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini. Un Santo Para Cada Día.

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Isabel reconoció y amó a Cristo, en la persona de los pobres
De una carta escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de Isabel, al Sumo pontífice, año 1232.

Pronto Isabel, comenzó a destacarse por sus virtudes, y así como durante toda su vida, había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente, remedio de los hambrientos.

Mandó construir un hospital, cerca de uno de sus castillos, y acogió en él, a gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían, en demanda de limosna, les otorgaba ampliamente, el beneficio de su caridad; y no sólo allí, sino también en todos los lugares, sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo, todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender, en favor de los pobres, todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre, de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente, a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí, y ejercía con ellos, muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos, todas estas cosas.

Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes, que le permitiese ir a mendigar, de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes Santo, mientras estaban desnudados los altares, puestas las manos, sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido a los frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo, y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar.

Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo, y por la gloria mundana de aquel territorio, en el que en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad; allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa, a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios, que raramente he visto una mujer, que a una actividad tan intensa, juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas, vieron más de una vez, como al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía, de un modo admirable, y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte, la oí en confesión; y al preguntarle, cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo, que pertenecía a los pobres, todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía, y con la que quería ser sepultada.

Recibió luego, el cuerpo del Señor, y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas, que había oído en la predicación; finalmente, habiendo encomendado a Dios, con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión, de Santa Isabel de Hungría, nuestros gobernantes sepan imitarla fielmente, haciendo una sincera opción, por los más pobres. Te pedimos también que por sus méritos, se restablezca la santidad y la fidelidad, en el seno de las familias, y que todos nosotros, sepamos compartir lo que tenemos, con quienes más lo necesitan. Te lo pedimos a Tí que Vives y Reinas por Siempre, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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