Sexta
Feria, 22 de Noviembre
Santa
Cecilia
Virgen,
mártir de la Iglesia primitiva
(año
230)
Patrona
de los músicos
Cuerpo
Incorrupto
Santos
Valeriano, Tiburcio y Máximo
Breve:
El culto de Santa Cecilia, bajo cuyo nombre, fue
construida en Roma una basílica, en el siglo V, se difundió
ampliamente, a causa del relato de su martirio, en el que es
ensalzada, como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que
abrazó la virginidad, y sufrió el martirio por amor a Cristo.
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Durante
más de mil años, Santa Cecilia ha sido, una de las mártires de la
primitiva Iglesia, más veneradas por los cristianos. Su nombre,
figura en el canon de la misa. Las "actas" de la Santa
afirman, que pertenecía a una familia patricia de Roma, y que fue
educada en el cristianismo.
Solía
llevar un vestido de tela muy áspera, bajo la túnica propia de su
dignidad; ayunaba varios días por semana, y había consagrado a Dios
su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un modo
diferente, la casó con un joven patricio, llamado Valeriano.
El
día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos
tocaban, y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un
rincón, a cantar a Dios en su corazón, y a pedirle que la ayudase.
Cuando
los jóvenes esposos, se retiraron a sus habitaciones, Cecilia,
armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo
que comunicarte un secreto. Has de saber, que un ángel del Señor
vela por mí. Si me tocas, como si fuera yo tu esposa, el ángel se
enfurecerá, y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me
respetas, el ángel te amará, como me ama a mí".
Valeriano
replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios,
haré lo que me pides". Cecilia le dijo: "Si crees
en el Dios vivo y verdadero, y recibes el agua del bautismo, verás
al ángel". Valeriano accedió, y fue a buscar al obispo
Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera
mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo.
Entonces
se acercó un anciano, que llevaba un documento, en el que estaban
escritas, las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo
bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de
todo, y en nuestros corazones".
Urbano
preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?". Valeriano
respondió que sí, y Urbano le confirió el bautismo. Cuando
Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie,
junto a ella. El ángel, colocó sobre la cabeza de ambos, una
guirnalda de rosas y lirios.
Poco
después, llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano, y los jóvenes
esposos, le ofrecieron una corona inmortal, si renunciaba a los
falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo al principio, y
preguntó: "¿Quién ha vuelto, de más allá de la tumba, a
hablarnos de esa otra vida?". Cecilia le habló largamente
de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas
maravillas.
Desde
entonces, los dos hermanos, se consagraron a la práctica de las
buenas obras. Ambos fueron arrestados, por haber sepultado los
cuerpos de los mártires.
Almaquio,
el prefecto ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las
respuestas de Tiburcio, le parecieron desvaríos de loco. Entonces,
volviéndose hacia Valeriano, le dijo que esperaba, que le
respondería en forma más sensata. Valeriano replicó, que tanto él
como su hermano, estaban bajo el cuidado del mismo médico,
Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas.
En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo, con
los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar,
y dijese a la corte, si estaba dispuesto a hacer sacrificios a los
dioses, para obtener la libertad.
Tiburcio
y Valeriano, replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los
dioses, sino al único Dios, al que diariamente ofrecemos
sacrificio". El prefecto les preguntó, si su Dios se
llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente no.
Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores".
Valeriano
se regocijó, al ver que el prefecto los mandaba azotar, y hablaron
en voz alta, a los cristianos presentes: "¡Cristianos
romanos, no permitáis que mis sufrimientos, os aparten de la
verdad!. ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos,
de madera y de piedra, que Almaquio adora!".
A
pesar de aquella declaración, el prefecto tenía aún la intención,
de concederles un respiro, para que reflexionasen, pero uno de sus
consejeros, le dijo que emplearían el tiempo, en distribuir sus
posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el Estado
las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte.
La
ejecución se llevó a cabo, en un sitio llamado Pagus Triopius, a
seis kilómetros de Roma. Con ellos, murió un cortesano, llamado
Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los mártires, se declaró
cristiano.
Cecilia
sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada, para
que abjurase de la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la
inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano, fue a visitarla en
su casa, y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba
a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia, una
iglesia, que Urbano consagró más tarde a la santa.
Durante
el juicio, el prefecto Almaquio, discutió detenidamente con Cecilia.
La actitud de la Santa le enfureció, pues ésta se reía de él en
su cara, y le atrapó con sus propios argumentos.
Finalmente,
Almaquio la condenó a morir sofocada, en el baño de su casa. Pero
por más que los guardias, pusieron en el horno, una cantidad mayor
de leña, Cecilia pasó en el baño, un día y una noche, sin recibir
daño alguno.
Entonces,
el prefecto envió a un soldado, a decapitarla. El verdugo, descargó
tres veces la espada sobre su cuello, y la dejó tirada en el suelo.
Cecilia pasó tres días entre la vida y la
muerte.
En
ese tiempo, los cristianos acudieron a visitarla, en gran número. La
santa legó su casa a Urbano, y le confió el cuidado de sus
servidores. Fue sepultada, junto a la cripta pontificia, en la
catacumba de San Calixto.
El
Papa San Pascual I (817-824), trasladó las reliquias de Santa
Cecilia, junto con las de los Santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a
la iglesia de Santa Cecilia in Transtévere.
En
1599, el cardenal Sfondrati, restauró la iglesia, en honor a la
Santa en Transtévere, y volvió a enterrar las reliquias, de los
cuatro mártires. Según se dice, el cuerpo
de Santa Cecilia estaba entero e incorrupto, por más que
el Papa Pascual, había separado la cabeza del cuerpo, ya que entre
los años 847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia, formaba parte de las
reliquias de los Cuatro Santos Coronados.
Se
cuenta que en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa Cecilia, al
escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy
real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver
en la tumba," dijo más tarde el artista, “sino
recostada del lado derecho, como si estuviese en la cama, con las
piernas un poco encogidas, en la actitud de una persona que duerme".
La
estatua, se halla actualmente en la iglesia de Santa Cecilia, bajo el
altar, próximo al sitio, en el que se había sepultado nuevamente el
cuerpo, en un féretro de plata.
Sobre
el pedestal de la estatua, puso el escultor, la siguiente
inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi
incorrupta en el
sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la
santa, en la postura en que la vi".
De
Rossi determinó el sitio, en que la santa había estado
originalmente sepultada, en el cementerio de Calixto, y se colocó en
el nicho, una réplica de la estatua de Maderna.
Santa
Cecilia es muy conocida en la actualidad, por ser la patrona de los
músicos. Sus actas cuentan, que en el día de su matrimonio, en
tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón.
Al fin de la Edad Media, empezó a representarse a la Santa, tocando
el órgano y cantando.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos
y la intercesión, de Santa Cecilia y San Valeriano, así como de los
Santos Tiburcio y Máximo, sea considerado siempre el matrimonio,
como unión sagrada, espiritual y eterna entre los esposos, muy por
encima de cualquier apetencia carnal, recuperando para nuestra
Sociedad y nuestra Cultura, el carácter de pilar incorruptible que
siempre tuvo. Por nuestro Señor Jesucristo, que Vive y Reina contigo
por Siempre. Amén.
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