viernes, 4 de octubre de 2019


Sexta Feria, 4 de Octubre

San Francisco de Asís
(1182-1226 )


FUNDADOR DE LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES (OFM),
conocidos como los franciscanos

Breve
Nació en Asís, en el año 1182; después de una juventud frívola se convirtió, renunció a los bienes paternos, y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza, y vivió una vida evangélica, predicando a todos, el amor de Dios.

Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Inició también una nueva Orden de monjas, y un grupo de penitentes que vivían en el mundo, así como la predicación, entre los musulmanes. Murió en el año 1226.

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SAN FRANCISCO tenía un don especial, para con las criaturas....

EL LOBO DE GUBBIO y otras historias
Las Florecillas de San Francisco, (capítulo XXI), siglo XIV, de autor anónimo.
En el tiempo en que San Francisco, moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz, que no sólo devoraba los animales, sino también a los hombres; hasta el punto de que tenía aterrorizados, a todos los habitantes, porque muchas veces se acercaba a la ciudad.

Todos iban armados cuando salían de la ciudad, como si fueran a la guerra; y aun así, quien se topaba con él, estando solo, no podía defenderse. Era tal el terror, que nadie se aventuraba a salir de la ciudad.

San Francisco, movido a compasión por la gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los habitantes, que querían a todo trance disuadirle. Y haciendo la señal de la cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros, puesta en Dios toda su confianza.

Como los compañeros vacilaran en seguir adelante, San Francisco se encaminó resueltamente, hacia el lugar adonde estaba el lobo. Cuando he aquí, que a la vista de muchos de los habitantes, que lo habían seguido en gran número, para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco, con la boca abierta, acercándose a él; San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí, y le dijo:

¡Ven aquí, hermano lobo!. Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí, ni a nadie.
¡Cosa admirable!. Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr, y obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco. Entonces, San Francisco le habló en estos términos:

Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males, maltratando y matando a las criaturas de Dios, sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte, y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios.

Por todo ello, has merecido la horca, como ladrón y homicida malvado. Toda la gente grita y murmura contra ti, y toda la ciudad es enemiga tuya. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre ti y ellos, de manera que tú, no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada, y dejen de perseguirte hombres y perros.
Ante estas palabras, el lobo, con el movimiento del cuerpo, de la cola, de las orejas, y bajando la cabeza, manifestaba aceptar y querer cumplir, lo que decía San Francisco. Le dijo entonces San Francisco:

Hermano lobo, puesto que estás de acuerdo, en sellar y mantener esta paz, yo te prometo hacer que la gente de la ciudad, te proporcione continuamente, lo que necesitas mientras vivas, de modo que no pases ya hambre; porque sé muy bien que por hambre, has hecho el mal que has hecho. Pero una vez que yo te haya conseguido este favor, quiero, hermano lobo, que tú me prometas, que no harás daño ya, a ningún hombre del mundo, y a ningún animal. ¿Me lo prometes?

El lobo, inclinando la cabeza, dio a entender claramente que lo prometía. San Francisco le dijo:

Hermano lobo, quiero que me des fe de esta promesa, para que yo pueda fiarme de ti plenamente.
Le tendió San Francisco, la mano para recibir la fe, y el lobo levantó la pata delantera, y la puso mansamente sobre la mano de San Francisco, dándole la señal de fe que le pedía. Luego, le dijo San Francisco:
Hermano lobo, te mando, en nombre de Jesucristo, que vengas ahora conmigo, sin temor alguno; vamos a concluir esta paz, en el nombre de Dios.

El lobo, obediente, marchó con él como manso cordero, en medio del asombro de los habitantes. Corrió rápidamente la noticia por toda la ciudad, y todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, fueron acudiendo a la plaza, para ver al lobo con San Francisco.

Cuando todo el pueblo se hubo reunido, San Francisco se levantó, y les predicó, diciéndoles, entre otras cosas, cómo Dios permite tales calamidades, por causa de los pecados; y que es mucho más de temer, el fuego del infierno, que ha de durar eternamente para los condenados, y no la ferocidad de un lobo, que sólo puede matar el cuerpo; y si la boca de un pequeño animal, infunde tanto miedo, y terror a tanta gente, cuánto más de temer, será la boca del infierno.
Volveos, pues, a Dios, carísimos, y haced penitencia de vuestros pecados, y Dios os librará del lobo en el presente, y del fuego infernal en el futuro.

Terminado el sermón, dijo San Francisco:

Escuchad, hermanos míos: el hermano lobo, que está aquí ante vosotros, me ha prometido, y dado su fe de hacer las paces con vosotros, y de no dañaros en adelante, en cosa alguna, si vosotros os comprometéis, a darle cada día, lo que necesita. Yo salgo fiador por él, de que cumplirá fielmente por su parte, el acuerdo de paz.
Entonces, todo el pueblo, a una voz, prometió alimentarlo continuamente. Y San Francisco, dijo al lobo delante de todos:
Y tú hermano lobo, ¿me prometes cumplir para con ellos el acuerdo de paz, es decir, que no harás daño ni a los hombres, ni a los animales, ni a criatura alguna?. El lobo se arrodilló y bajó la cabeza, manifestando con gestos mansos del cuerpo, de la cola y de las orejas, en la forma que podía, su voluntad de cumplir todas las condiciones del acuerdo.
Añadió San Francisco:
Hermano lobo, quiero que así como me has dado fe de esta promesa, fuera de las puertas de la ciudad, vuelvas ahora a darme fe delante de todo el pueblo, de que yo no quedaré engañado, en la palabra que he dado, en nombre tuyo.

Entonces, el lobo, alzando la pata derecha, la puso en la mano de San Francisco. Este acto y los otros que se han referido, produjeron tanta admiración y alegría, en todo el pueblo, así por la devoción del Santo, como por la novedad del milagro, y por la paz con el lobo, que todos comenzaron a clamar al cielo, alabando y bendiciendo a Dios, por haberles enviado a San Francisco, el cual, por sus méritos, los había librado de la boca de la bestia feroz.
El lobo, siguió viviendo dos años más en Gubbio; entraba mansamente en las casas de puerta en puerta, sin causar mal a nadie, y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba cortésmente, y aunque iba así por la ciudad, y por las casas, nunca le ladraban los perros.

Por fin, al cabo de dos años, el hermano lobo murió de viejo; los habitantes lo sintieron mucho, ya que al verlo andar tan manso por la ciudad, les traía a la memoria, la virtud y la santidad de San Francisco.

El milagro de la ovejita
San Buenaventura refiere, que cierto día, estando el Santo en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles, una persona tuvo a bien regalarle una ovejita, y la recibió con mucho agradecimiento, porque le complacía ver en ella, la imagen de la mansedumbre.

Después de recibida, mandó San Francisco a la ovejita, que atendiese a las alabanzas que se tributaban a Dios, y no turbase la paz de los religiosos, con sus balidos. El animal, como si hubiese entendido al siervo de Dios, observaba con fidelidad su mandato, pues tan pronto como oía, el canto de las divinas alabanzas en el coro, se aquietaba, y si alguna vez se metía en la capilla, se quedaba inmóvil en un rinconcito, sin causar la menor molestia.

Pero el prodigio era ver, cómo después del rezo divino, si se celebraba el Santo Sacrificio de la Misa, al tiempo de elevar el sacerdote la Sagrada Hostia, la ovejita, sin ser enseñada de nadie, se ponía de pie, e hincaba las rodillas en señal de reverencia a su Señor.

-Del libro Prodigios Eucarísticos de Fray Antonio Corredor García, o.f.m.

Saludo de San Francisco de Asís a La Virgen María

¡Salve, Señora,
Santa Reina, Santa Madre de Dios,
María, virgen convertida en templo,
y elegida por el Santísimo Padre del cielo,
consagrada por Él, con su santísimo
Hijo amado, y el Espíritu Santo Paráclito;
que tuvo y tiene, toda la plenitud de la gracia
y todo bien!

¡Salve, palacio de Dios!
Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios!
¡Salve, esclava de Dios!
¡Salve, Madre de Dios!

¡Salve también todas vosotras,
santas virtudes, que por la gracia
e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones
de los fieles para hacerlos,
de infieles, fieles a Dios!

-San Francisco de Asís

Oración Final: Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión de San Francisco de Asís, podamos siempre dominar el lobo que llevamos adentro, despojándonos de toda ira, y deseos de venganza. Por Nuestro Señor Jesucristo, que vive eternamente, y nos aguarda en las moradas eternas, que fué a prepararnos para estar con Él, por los siglos de los siglos. Amén.

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