jueves, 10 de octubre de 2019


Quinta Feria, 10 de Octubre

San Daniel Comboni
(1831-1881)


Obispo, Pionero de un nuevo plan, para la misión en África. Políglota.

Fundador de una gran obra Misionera, muy devoto de los Corazones de Jesús y María, y de la Santa Cruz

Labora sicut bonus miles Christi” (Trabaja como buen soldado de Cristo)

Nació en Limone sul Guarda, Brescia (Italia), el 15 de marzo de 1831, y fue bautizado el día siguiente. Sus padres, Luigi y Domenica, eran pobres. Él era jardinero, y ella empleada doméstica. Daniel fue el único que sobrevivió de ocho hijos.

A la edad de 17 años, siendo estudiante de filosofía, hace voto ante su superior, de consagrar su vida al apostolado en África central. Se concentra en el estudio de los idiomas. Aprende hebreo, árabe, español, francés, inglés. Más tarde, también el alemán, portugués, y llegará a aprender 13 dialectos árabes, y algunas lenguas africanas.

El 17 de diciembre de 1854, es ordenado diácono y presbítero, el 31 del mismo mes. Dos años más tarde su superior, don Mazza, lo incluye en la expedición misionera al África. Solo le preocupaba de dejar a sus padres, en muy mala situación económica. Pero los ejercicios espirituales, y la dirección espiritual del Padre Marani le dan paz, y se confía en Dios y en María

A los 27 años llega a Egipto. Desde Asiut (la antigua Licópolis), les escribe a sus padres, sobre sus primeras impresiones del viaje, y concluye diciendo: “Les agradezco vivamente, el haberme dado el generoso consentimiento, para recorrer la carrera de la Misión;…Adiós querido padre, querida mamá; ustedes están y viven siempre en mi corazón. Los amo…, porque supieron hacer una obra heroica, que los grandes del siglo, y los héroes del mundo, no saben hacer. Ustedes han obtenido una victoria, que les asegurará la felicidad eterna”.

Los misioneros se exponen a muchos peligros, entre ellos las enfermedades. En poco tiempo, mueren tres de los que llegaron con él, y algunos que trabajaban en África desde hace tiempo, entre ellos el Pro-vicario apostólico, Padre Ignazio Knoblecher. El mismo Comboni, estuvo varias veces a punto de morir, a causa de la fiebre. Por esta razón, recibe la orden de regresar a Verona.

De regreso en Verona, apenas recuperado, el Padre Mazza le encargó la educación, de algunos jóvenes negros, que había acogido el Instituto. Continuó preocupándose, por el pueblo africano.

Un nuevo plan de evangelización por inspiración de Santa Margarita
El 15 de septiembre del 1864, tiene la oportunidad de asistir, al triduo para la beatificación de Santa Margarita María de Alacoque, en la Basílica de San Pedro, Roma. El primer día del triduo, le viene a la mente “como un rayo”, dice él, “el pensamiento de proponer un nuevo plan, para la cristianización de los pobres pueblos negros, cuyos puntos me vinieron de lo alto, como una inspiración”.

La idea fundamental de este plan, consistía esencialmente, en evangelizar África con los mismos africanos, y esta evangelización, debía ir unida a la promoción humana y cultural.

Al mismo tiempo, esta obra no se confiaba a una nación en particular, sino que debía “ser católica, no ya española, o francesa, o alemana o italiana. Todos los católicos, deben ayudar a los pobres Negros, porque una nación sola, no alcanza a socorrer a la raza negra” [Carta a don Goffredo Noecker, 9 Nov. de 1864.]

La Santa Sede, se mostró muy interesada en este plan. El 18 de septiembre, lo presenta al Cardenal Alessandro Barnabo, (Prefecto de Propaganda Fide), y al día siguiente, el Papa Pío IX, recibió a Daniel Comboni en una audiencia, y lo alentó a presentar el plan en París, a la Pía Opera de la Propagación de la Fe, prometiéndole de su parte, la aprobación.

Las últimas palabras del Santo Padre, fueron para él una bendición, y un aliento: “Labora sicut bonus miles Christi” (Trabaja como buen soldado de Cristo). Inmediatamente, sigue los consejos del Papa, y viaja a Turín, Lyon, París, Colonia y Londres, para dar a conocer este proyecto.

Nueva Fundación: Los Misioneros Combonianos
Comprende que debe crear una organización específica, dedicada a la evangelización de África, ayudado por los propios africanos. El 1 de Junio de 1867, funda en Verona, su Instituto de los Misioneros para el África (Misioneros Combonianos), como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una Asociación misionera internacional.

En noviembre, funda en El Cairo, dos Institutos (uno masculino y otro femenino), según la línea trazada en el plan. Dos años después, abre una tercera casa en El Cairo, destinada a ser, escuela con maestras africanas. Mientras, siguen los viajes en Francia, Alemania, Austria e Italia, dando testimonio de las dificultades de la misión, y de los horrores de la esclavitud en Sudán.

Sin embargo, dos años después de entrar en África, tuvo que regresar a Italia. Se había dado cuenta, del mayor problema para evangelizar a ese continente: el clima y las enfermedades.

El europeo duraba poco en África, y el africano no resistía el frío, o la vida europea, sin desarraigarse. Ideó entonces, el “Plan para la regeneración de África”, que consistía en establecer misiones, escuelas, hospitales y universidades en lugares estratégicos, a lo largo de la costa africana, rodeando todo el continente; lugares templados donde los europeos, pudiesen convivir con los africanos.

En esos centros, se formarían los futuros cristianos: maestros, enfermeras, religiosas y sacerdotes nativos, que luego se internarían en el continente, para evangelizar las poblaciones, y promover su desarrollo.

El Episcopado
El 8 de julio de 1877, el Papa Pío IX, lo nombra Vicario del África central, y el 12 de agosto, es consagrado obispo.

Siempre la Cruz
En sus escritos, especialmente hacia el final de su vida, Comboni hace una referencia continua a la Cruz, no solamente respecto a las dificultades materiales de la misión, como el clima, la pobreza, y las enfermedades, sino más aún, a las incomprensiones, malentendidos y calumnias de que fue objeto, provenientes de sus más cercanos colaboradores.

A esto se sumaba, el dolor por la muerte de algunos laicos y sacerdotes misioneros, entre ellos a quien había designado, como su vicario general. En una de sus últimas cartas escribe: “¡Mi Dios!. ¡Siempre la Cruz!. Pero Jesús, dándonos la Cruz, nos ama; todas estas cruces, pesan terriblemente sobre mi corazón, pero nos aumentan la fuerza y el coraje, en el combate de las batallas del Señor, porque las Obras de Dios, nacieron y crecieron siempre así; así prosperaron; así se consolidaron y prosiguieron, en medio de las muertes, del sacrificio, y a la sombra del salutífero árbol de la Cruz” [Khartum, 3 de octubre de 1881].

De este modo, Dios iba completando “Su obra”, asociando a Su Hijo Crucificado, a un hombre que en la soledad, y dureza de la misión, le entregaba sus últimas fuerzas. Después de haber consumido su vida, por anunciar a Cristo, y salvar así a su tan querida África, muere extenuado de cansancio en Khartum, el 10 de octubre 1881, a los 50 años de edad.

Casi 90 años después de su muerte, el Concilio Vaticano II, en el decreto Ad Gentes [Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, cap IV, pto. 24.], daba las características que debe tener el misionero: “El que anuncia el Evangelio entre los gentiles, dé a conocer con libertad el misterio de Cristo, cuyo legado es de suerte, que se atreva a hablar de Él como conviene, no avergonzándose del escándalo de la cruz.

Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave, y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor, con su vida enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera; y si es necesario, hasta con la propia sangre.

Dios le concederá valor y fuerza, para que vea la abundancia de gozo que se encierra, en la experiencia intensa de la tribulación, y de la absoluta pobreza. Esté convencido de que la obediencia, es la virtud característica del ministro de Cristo, quien redimió al mundo con Su Obediencia”.

Monseñor Comboni, fue beatificado por S.S. Juan Pablo II, el 17 de marzo de 1996, en la Basílica de San Pedro en Roma. Canonización: 5 de octubre de 2003; por el Papa Juan Pablo II.

Roguemos al San Comboni, para que nos alcance la gracia de vivir a pleno, nuestra consagración “tesoro escondido, cuya adquisición no admite lamentos por haber renunciado a todo”[JPII, 10 de Nov. de 1978], para que como él, también nosotros, nos animemos a las más grandes empresas, confiados solo en Cristo, “y Cristo siempre, y Cristo en todo, y Cristo en todos, y Cristo Todo” (Constituciones N.7).

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Santo Tomás de Villanueva
(1486 - 1555)


Obispo

Aun cuando sus padres, vivieron en Villanueva de los Infantes, Tomás nació en Fuenllana, en el año 1486. Estudió en la universidad de Alcalá, de la que más tarde, fue maestro preclaro, dada su gran preparación, en las ciencias humanas y sagradas.

Nombrado arzobispo de Valencia, fue un verdadero modelo de buen pastor, sobresaliendo por su caridad, pobreza, prudencia y celo apostólico.

Murió el 8 de septiembre de 1555, y fue canonizado el año 1658.

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Santidad e integridad de vida, virtudes indispensables del buen prelado
De un sermón de Santo Tomás de Villanueva, sobre el evangelio del buen Pastor

Nuestro Redentor, viendo la excelencia de las almas, y al precio de su propia sangre, no quiso dejar el cuidado de los hombres, que tantos sufrimientos le causaron, al solo cuidado de nuestra prudencia, sino que quiere actuar con nosotros.

Por eso, dio a los fieles unos pastores, revistiéndolos de unos méritos que no tenían: entre ellos me encuentro yo, sostenido en mi indignidad, por su infinita misericordia.

Cuatro son las condiciones, que debe reunir el buen pastor.

En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad, la única virtud que el Señor exigió a Pedro, para entregarle el cuidado de su rebaño.

Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas.

En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres, hasta llevarlos a la salvación.

Y finalmente, la santidad e integridad de vida. Ésta es la principal de las virtudes.

En efecto, un prelado, por su inocencia, debe tratar con los justos y con los pecadores, aumentando con sus oraciones, la santidad de unos, y solicitando con lágrimas, el perdón de los otros.

En cualquier caso, por los frutos, se descubrirán siempre, las condiciones indispensables del buen pastor.

Oración Final: Señor mío y Dios mío. Que por los méritos y la intercesión de San Daniel Comboni, podamos todos asumir como propia, la tarea de la evangelización, en el lugar que nos toque, ya sea en la familia, escuela y lugares de trabajo, fundamentalmente basados, en nuestra vida coherente y comprometida con tus enseñanzas.

Y también, que por los méritos de Santo Tomás Villanueva, nos envíes a muchos sacerdotes sabios y puros de corazón como él, y tu Divino Hijo. Por los corazones de Jesús y María, por siempre. Amén.

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