Segunda
Feria 20 de marzo
SAN
MARTÍN DUMIENSE
OBISPO
(† 580)
"Todo
trabajo sin humildad es vano ...".
"He
sido arrebatado al juicio, hijo mío, y he visto a muchos con hábito
de monjes ir a los suplicios, y a muchos laicos subir al cielo"
Breve
Logró
la conversión de los suevos, de origen germánico, que habitaban el
noroeste de España. Gran escritor y poeta. Impulsor del monacato
oriental en esa región. Su obra eclesial y literaria, presentando un
cristianismo adaptado a los diferentes grupos de población; su
preocupación por transmitir valores procedentes de la Antigüedad
clásica; la predicación de un cristianismo ortodoxo en tiempos de
herejía; y sus relaciones con los reyes suevos, anuncian el ideal
episcopal de Leandro y de Isidoro de Sevilla.
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San
Martín Dumiense debe su sobrenombre a Dumio, lugar próximo a Braga,
capital que era ésta del reino de los suevos. A él se atribuye la
conversión al catolicismo de este pueblo bárbaro, establecido desde
comienzos del siglo V en la parte noroeste de la Península, y como
Apóstol de los suevos es conocido en la historia por antiguos y
modernos.
Entre
los antiguos aduzcamos ya el testimonio dé San Isidoro de Sevilla,
su contemporáneo algo posterior. "Habían
—dice San Isidoro— permanecido muchos reyes suevos en la herejía
arriana, hasta que subió al trono Theudemiro. Este, por celo y
esfuerzo de Martín, obispo del monasterio de Dumio, hombre
esclarecido por su fe y su ciencia, volvió a los suevos a la fe
católica". Al importante hecho se le asigna la
fecha de 560.
Pero
ni los suevos ni su Apóstol son originariamente hispanos. ¿Cómo
vinieron unos y otro a España?. ¿Cómo se encontró el apóstol con
los que ante Dios y ante la historia, serían su gloria y su corona?.
Si
abrimos un mapa clásico de la antigua Germania, entre las mallas de
las arterias que forman el Elba con las aguas venidas de los montes
Sudetes, hallamos en grueso trazo el nombre de Suebi.
El
mapa mismo, con el confuso cruzarse y entrecruzarse de los nombres de
pueblos, nos da la impresión de un hormiguero humano aprisionado
entre sus bosques, ríos y montañas; el Danubio aquí, el Rhin más
allá, las legiones romanas por dondequiera.
Los
suevos, en alguna de las ramas en que aparecen ya fraccionados a
comienzos del siglo I, hubieron de ser más de una vez el terror de
Roma. En los días de Marco Aurelio, cuados y marcomanos están
frente a Roma (166-180), y fue tal el pánico de la urbe, que el
emperador estoico no halló en el Imperio suficientes adivinos a
quienes consultar, ni víctimas suficientes que sacrificar, para
asegurar el éxito de la guerra.
Pero
a la larga, la frontera romana se resquebrajaba por todas partes. En
lo que ahora nos interesa, los últimos días del año 406, bandas de
vándalos, alanos, suevos, y una fracción de vándalos silingos
atraviesan por Maguncia el Rhin, que acaso estaba helado, e inician
por tierras del Imperio la marcha que, a través de la Galia, había
de llevarlos a nuestra Península. "De un solo empujón
—dice San Isidoro - resumiendo penalidades infinitas,—
alcanzaron el Pirineo, llevándose a los francos por delante
(Francos proterunt directoque impetu ad Pyrenaeum usque perveniunt
("Hist. Goth." c.71 ).
Pero
no lo atraviesan entonces. Aún sufren una derrota romana, y sólo el
año 408 ó 409 irrumpen por las provincias de España. Hasta el año
411, estos pueblos devastan las tierras por donde pasan. El 411 hubo
un reparto de tierras en nuestras provincias. "Los
bárbaros —dice Idacio—, inclinados por la misericordia divina al
camino de la paz, se reparten a la suerte las regiones de las
provincias para habitarlas. Los vándalos y los suevos ocupan la
Galicia, sita en la extremidad occidental del mar océano..."
(Chronicon c.47).
Estos
suevos, que de un magnífico salto han venido de las orillas del Rhin
a las del Miño, rompiendo por entre las lanzas de francos y romanos,
eran paganos de religión. Todavía su rey Rékhila, que llevó sus
armas victoriosas hasta la Bética y conquistó Sevilla, muere gentil
en el año 448. En este momento nos da Idacio esta noticia: "Al
gentil Rékhila sucede inmediatamente en el reino su hijo Rekhiario,
católico" (Chron., c.137).
A
la conversión del rey sigue la de su pueblo. A qué y a quién se
debiera esta conversión de rey y pueblo, es punto oscuro en la
historia —de la historia de este pueblo suevo, que tantos puntos
oscuros tiene.
Lo
cierto es que cuando, a los pocos años, otro rey suevo se hace
arriano, el pueblo se pasa también al arrianismo (si no hay, más
bien, que pensar que el pueblo fuera ajeno a estos cambios de
decoración religiosa). Y es que estas conversiones religiosas, nota
bien un moderno historiador, eran característicamente actos
políticos.
El
nuevo rey arriano, Remismundo, de complicada historia política,
aparece dueño único del reino suevo por el año 465. Está en
relaciones con el poderoso rey godo Teodorico, con cuya hija se casa.
La
conversión, pues, fue también ahora acto político. El catequista
fue un tal Ayax, gálata de nación, enviado, sin duda por Teodorico.
Las palabras de Idacio respiran indignación: "Ayax, gálata de
nación, que, viejo ya, se había hecho arriano, se alza entre los
suevos a combatir, con el auxilio de su rey, la fe católica y la
divina Trinidad, propagando el virus pestífero del enemigo del
género humano, que había traído de la región de las Galias,
habitada por los godos" (Chron. c.232).
Si
aceptamos para la conversión del pueblo suevo al catolicismo la
fecha antes notada de 560, el arrianismo habría durado desde 465 a
dicha fecha: un siglo aproximadamente. Y este siglo es justamente de
total oscuridad histórica por silencio de las fuentes.
Se
duda, incluso, sobre el nombre del rey suevo que pasó con su pueblo
al catolicismo: Kharriarico, según San Gregorio de Tours, o
Theudemiro, según San Isidoro en texto anteriormente citado. Vamos a
prescindir de la cuestión de nombres.
Según
San Gregorio de Tours (538-594), el rey suevo arriano habría enviado
una embajada al sepulcro de San Martín de Tours, suplicando la
curación de un hijo enfermo. La embajada fracasa. Envía otra con
grandes ofrendas.
Los
enviados reciben ahora las reliquias del Santo, que, de paso, libera
a los presos de la ciudad. Con próspero viento llegan, por mar, a
Galicia. El hijo del rey, milagrosamente curado, sale a recibir aquel
tesoro... "Entonces llegó también
de lejanas regiones, movido de divina inspiración, un sacerdote
llamado Martín... El rey con toda su casa confesó la unidad del
Padre, Hijo y Espíritu Santo, y recibió el crisma. El
pueblo quedó libre de la lepra hasta el día de hoy y todos los
enfermos fueron sanos...
Y aquel pueblo arde ahora tanto en el amor de Cristo, que todos irían
gozosos al martirio si llegasen tiempos de persecución"
(De rniraculis S. Martini, I,11).
Este
texto de Gregorio de Tours, contemporáneo de los hechos que narra,
siquiera sobre ellos deja indefectiblemente caer el polvillo irisado
del oro de la leyenda, pone finalmente en contacto a San Martín
Dumiense con el pueblo del que va a ser Apóstol.
San
Martín Dumiense es de Panonia, la actual Hungría, muy hacia el
Oriente, que su glorioso homónimo San Martín de Tours, de reciente
memoria (relativamente, reciente, pues San Martín muere el año 397)
y cuyos milagros atraían a su tumba gentes de toda procedencia y
categoría. El Dumiense hubo de nacer hacia el 510-520.
Miembro
de una importante familia romana de la antigua provincia de Panonia
(actual Hungría). Ingresa muy joven en el clero, y muy joven se
traslada a Palestina a visitar los Santos Lugares. Allí reside
durante varios años, y entra en contacto con el floreciente
movimiento monástico que se desarrolla en las montañas de Judea.
De
su juventud no se sabe nada. Ni San Isidoro ni San Gregorio de Tours,
nos dicen en qué consistió la acción del Dumiense en la conversión
del rey y pueblo suevos. Acaso fue obra del prestigio de su fe y de
su saber.
El
hecho es que en el primer concilio de Braga, el año 561, San Martín
desempeñaba el mismo papel que San Leandro en el tercero de Toledo.
La conversión había sido tan entera, que no fue menester lanzar
nuevo anatema contra el arrianismo y los ocho obispos, que firman sus
actas y se limitaron a leer la decretal del papa Vigilio, y extractar
de ella su canon quinto, que manda administrar el bautismo en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Que
la conversión hubo de estar relacionada con los milagros de San
Martín de Tours lo prueban los versos del Dumiense, que figuraban en
la basílica de Dumio, consagrada al taumaturgo turonense "Admirando
tus prodigios, el suevo ha conocido el verdadero camino, y, para
sublimar tus méritos, ha levantado estos atrios, construyendo a
Cristo un templo venerable, donde tú repartes tus gracias y él
derrama sus plegarias".
Pero
Martín, que hubo de frecuentar la corte, mezclarse entre las
muchedumbres populares, y presidir un concilio para la obra de
conversión, era en el fondo un monje que se había traído de
Palestina la nostalgia de la soledad, del silencio y la quietud, de
la gloria de la oración, lejos de todo mundanal ruido, aun del que
trae consigo toda obra de apostolado (y éste es acaso el brazo más
pesado de su cruz).
Así,
y apoyado sin duda por el poder regio, pronto funda el monasterio de
Dumio, cerca de Braga, el primero de Galicia, y acaso también de
toda la España visigótica. Luego seguirán otros, de los que
quedan escasas noticias. Lo cual no era abandonar la obra de
conversión, sino asegurarla. Acaso Martín comprendió que no hay
medio de cristianizar un pueblo, como esos focos de intensa vida
sobrenatural, que como el fuego su calor, la irradian luego en torno
suyo, sin estruendos pero con infalible eficacia.
No
sabemos cómo se llevó a cabo la fundación, y cómo se formó en
torno a Martín ese vasto mundo aparte que era una abadía medieval.
Lo que sí sabemos es que muy pronto el abad de Dumio es creado
obispo —Dumiensis monasterii sanctissimus pontífex, le llama San
Isidoro—.
Su
jurisdicción debió de limitarse a la familia servorum del
monasterio, y acaso a la corte. Se supone que conoció la regla de
San Cesáreo de Arlés († 27 de agosto de 543), y acaso también la
de San Benito († h. 547). Pero en Dumio, Martín fue sin duda, la
regla viva. Y como fuente de inspiración para la formación de sus
monjes, allí estaban los dos opúsculos que se trajera de Oriente:
Las palabras de los ancianos y las sentencias de los padres egipcios.
Tiene
una sentencia de oro: "Todo
trabajo sin humildad es vano ...".
Contra
la fácil tentación de soberbia que acecha al monje como elegido y
predestinado, San Martín contaba a los suyos: El abad Silvano fue
arrebatado en éxtasis en su celda. Vuelto del éxtasis, lloraba.
Importunado por su discípulo, dijo finalmente: "He
sido arrebatado al juicio, hijo mío, y he visto a muchos con hábito
de monjes ir a los suplicios, y a muchos laicos subir al cielo".
(Sententiae Patrum Aegyptiorum, 48).
Pronto
el monasterio de Dumio se convierte en el principal centro de
difusión de cultura y espiritualidad cristiana, de origen oriental,
en el norte de la Península, ya que sus monjes tenían encomendada
la copia de códices, muchos posiblemente traídos por el mismo San
Martín de Oriente.
Como
escritor eclesiástico, San Martín es una figura de primer orden.
Tanto San Isidoro de Sevilla, como San Gregorio de Tours, lo
consideran como el hombre letrado más importante de su tiempo. Entre
sus obras de más influencia, además del De correctione rusticorum,
destaca la recopilación Sententiae Patrum Aegipteorum,
San
Martín muere hacia 579-580, y es enterrado en la capilla de San
Martín de Tours del monasterio de Dumio, en un sarcófago donde es
labrado un epitafio redactado por él mismo: «Nacido en Panonia,
llegué atravesando los anchos mares y arrastrado por un instinto
divino, a esta tierra gallega, que me acogió en su seno. Fui
consagrado obispo en esta iglesia tuya, ¡oh glorioso confesor San
Martín!; restauré la religión y las cosas sagradas, y habiéndome
esforzado por seguir tus huellas, yo, tu servidor Martín, que tengo
tu nombre, pero no tus méritos, descanso aquí en la paz de Cristo».
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste al amado Obispo San Martín
de Braga, como primigenio impulsor del cristianismo en España, le
concedas a este amado país la gracia de volver y permanecer siempre
a tu lado, unido al corazón de Jesús y María. Amén.
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