Cuarta
Feria, 15 de marzo
SAN
CLEMENTE MARIA HOFBAUER
(†
1818)
No
era solamente el gusto el oír sus sermones, era volver a casa
transformado
"Nos
abandonamos al querer de Dios... Que Él sea glorificado"
"Todo
lo que a nosotros nos parece adverso, nos conduce adonde Dios quiere"
"Porque
el árbol, del lado que caiga, así quedará por toda la eternidad".
Breve
Era
un auténtico genio católico, y Zacarías Werner – poeta,
dramaturgo y predicador alemán - decía que las tres fuerzas de su
tiempo eran Napoleón, Goethe y Clemente. No sólo creía
-------------------------------------------------------------
GREGORIO
MARTÍNEZ ALMENDRES, C. SS. R.
Cierto
día, en una taberna de Varsovia, entra un sacerdote pidiendo
limosna; un jugador, al verle, le insulta y le escupe en la cara. El
sacerdote saca el pañuelo, se limpia, y dice blandamente:
"Caballero, esto es para mí; ¿puede darme ahora alguna cosa
para los huérfanos del Niño Jesús?". Aquel hombre se sintió
vencido, y se hizo amigo de quien así le respondía. Al verle
desaparecer por la puerta de la taberna, todos se preguntaban quién
podía ser aquel cura de manteo descolorido, que tenía tal dominio.
Era
un santo, y se llamaba Clemente María Hofbauer. Noveno de los doce
hijos de un carnicero, había nacido en Tasswitz (Moravia), en 1751.
A los siete años, y en plena guerra, muere su padre. Desde ese
momento tendrá que ir haciéndose la vida casi solo. Solo, no;
después del entierro, su madre le lleva delante de un crucifijo y le
dice: "Mira, hijo, en adelante Éste
será tu padre. Guárdate de afligirle con un pecado".
Quiere
ser sacerdote, pero la vida le obliga a mudar seis veces de ruta; a
los treinta años consigue estudiar teología, gracias a la
generosidad de unas señoras, a las que más tarde el Santo sabrá
agradecer; sólo a los treinta y cuatro llega a ser sacerdote, en
Roma, cuando entra en la Congregación de los Redentoristas.
En
1785 vuelve a Viena. El emperador José II está en el apogeo de sus
reformas, con lo que se llamó el josefinismo, queriendo someter la
Iglesia al Estado, y acaba de suprimir centenares de casas
religiosas. Clemente marcha con su compañero a Polonia,
para trabajar en la iglesia de San Bennón, de Varsovia.
Los
comienzos fueron duros; no tenían nada; dormían sobre una mesa,
porque la humedad entraba por todos los lados. El
aspecto de la ciudad era malo: el jansenismo y el regalismo
atenazaban toda la vida católica; la masonería se había apoderado,
sin trabajo, de las clases altas; los alemanes, que formaban la
colonia más numerosa, preferían ir a las capillas protestantes
antes que a las iglesias polacas.
Poco
a poco, la iglesia de San Bennón se convierte en un centro de
irradiación religiosa, llegando nuevas vocaciones para el trabajo.
Cinco veces al día se renovaba la asistencia, llenándose la
iglesia, que tenía capacidad para unas mil personas; había
diariamente tres sermones en polaco y dos en alemán; tres misas
solemnes, a veces con orquesta, Vía crucis, visita al Santísimo
Sacramento y oficio parvo, oración de la mañana y de la noche, con
meditación.
El
Santo no perdonaba gasto ninguno para el esplendor del culto, que era
una gran atracción, incluso para incrédulos y judíos, siendo el
comienzo de muchas conversiones. A pesar de
las influencias jansenistas, las comuniones ascienden a 104.000 por
año.
Clemente
presiente y utiliza los métodos del apostolado moderno. Mantiene
gratuitamente una escuela de primera enseñanza y profesional, para
trescientos niños y doscientas niñas, a los que enseña a ser
apóstoles de sus familias. Abre un orfanato; para mantenerlo se ve
obligado a mendigar por casas y tabernas; un día se le vio llamando
a la puerta del sagrario.
Funda
un colegio-seminario de vocaciones sacerdotales. Organiza
una asociación de laicos, hombres y mujeres, con algunas
características de los actuales institutos seculares; tenían días
de retiro, círculos de estudio y apostolado; después de un año de
prueba, hacían el voto de fidelidad a la Iglesia y al Papa, y la
promesa de edificar el reino de la gracia en el prójimo.
Al
mismo tiempo piensa en el establecimiento de su Congregación; funda
personalmente seis casas, pero ve con tristeza que apenas levanta el
pie, la fundación desaparece; dos tentativas en los Balcanes y
Ucrania no tuvieron mejor éxito; los redentoristas que están
bajo sus órdenes, tienen que buscar diez casas sucesivas en once
años; los gobiernos protestantes o regalistas los echan de una
diócesis a otra; el mismo Clemente, por
este motivo, estuvo preso.
En
1808, Napoleón, el amo de Europa, desde Bayona, expulsa los
redentoristas de Varsovia, gloriándose en el decreto de haberlos
expulsado de otras ciudades. El
17 de junio un batallón de militares rodea la iglesia; el Santísimo
estaba expuesto; San Clemente tuvo que bajar del púlpito, y los
otros padres interrumpir las confesiones. Después de una prisión de
un mes, fueron dispersados por cuatro naciones. Para el Santo fue el
mayor dolor. Su fe es fuerte, y no se desanima: "Nos
abandonamos al querer de Dios... Que Él sea glorificado".
Buen
caminante, después de ser preso dos veces más, y de pasar por el
peligro de ser fusilado como espía, llega a Viena, que lo recibe con
cuatro días de cárcel, como a un ladrón. Se encuentra
otra vez en el comienzo, como hacía veinte años. Pero ve una gran
claridad: "Todo
lo que a nosotros nos parece adverso, nos conduce adonde Dios
quiere".
Sus
caminos se han terminado. Exteriormente su vida tiene un marco muy
oscuro; desde 1813, capellán de las monjas ursulinas. A pesar de que
el Gobierno mantiene sus reformas, que atan meticulosamente las
actividades apostólicas, y a pesar de que la situación de Europa
central es, según la frase del Santo, peor que en los tiempos de
Lutero, Santa Ursula se transformará en un fermento de vida
católica.
Después
de predicar el primer domingo a media docena de personas, las monjas
ven, admiradas, que el siguiente la iglesia está llena. Aquella
predicación era un acontecimiento en la ciudad. Se predicaba de la
caridad y del cristianismo universales, pero
San Clemente habla precisamente de lo que los otros callan.
de la Iglesia católica, del papa, de la Virgen, de la redención, de
los sacramentos. Es un atrevimiento que cada día le trae un
auditorio mayor.
El
grupo más numeroso, después del pueblo sencillo, es el de los
estudiantes, artistas y profesores de la universidad. Toda su vida
predicó sencillamente, dando la sensación de que era como un
testigo, que había visto y palpado las cosas. No era solamente el
gusto el oír sus sermones, era volver
a casa transformado.
Sus
argumentos no admitían réplica; cuando habló sobre los
sacramentos, había dicho una mujer: "¿Qué diría la gente si
la vieja del herrero comulgase muchas veces?". Otro día alude
San Clemente desde el púlpito: "¿Y qué diría la gente si la
vieja del herrero fuera al infierno?". Quien no faltaba a sus
sermones era la policía, que le dio el mayor disgusto de la vida: le
prohibió predicar.
El
confesionario y los moribundos nadie se los podía quitar; le veían
de noche, envuelto en su viejo manteo, y con una linterna en la mano,
entrar por los barrios más apartados; solía decir que si tenía
tiempo para rezar un rosario en el camino, el éxito era seguro.
Cierta
noche, insultado y rechazado, se clavó en la puerta, diciendo con
una calma glacial: "Veo la muerte que llega, y he visto morir
a muchos que se salvaban; ahora quiero ver cómo muere un condenado".
El moribundo se confesó. Los pobres tampoco
se los quitaban, y a su entierro, entre una multitud de ellos,
asistió un buen grupo de viejos
soldados, que los gobiernos abandonaban después de estropearlos en
las guerras. Hasta
las mismas monjas sintieron frecuentemente su caridad; en cierta
ocasión se les presentó con un cordero bajo el manteo.
La
obra más bella de estos años fue el trabajo con la juventud de
Viena. Fue como el comienzo de una Acción Católica.
Reunió un grupo grande de escritores, estudiantes y artistas de toda
clase.
El
romanticismo católico fue acunado por San Clemente. Uno
de los más destacados fue Federico Schlegel, convertido del
protestantismo, y verdadero iniciador de la escuela romántica; junto
a él podríamos poner una lista de celebridades, como Müller,
Werner, Veit, Rauscher, más tarde cardenal, el poeta Brentano, y
muchas personas de la nobleza austríaca.
El
movimiento de conversiones fue grande, especialmente entre
protestantes, judíos y católicos tibios. Algunos de
éstos fueron a Roma, donde se formó otro centro unido a Clemente, y
donde maduraron muchas conversiones, como la del pintor Overbeck. Con
intuición alegre de sus necesidades y aspiraciones, les dirigía
personalmente, y les daba una formación seria y seguridad contra el
racionalismo; les acostumbraba a la pobreza,
a la humildad, a la frecuencia de los sacramentos; se preocupaba de
sus necesidades materiales; los llevaba a pasear por las calles de
Viena, haciéndoles perder el respeto humano. Les metía un rosario
en el hueco de la mano, y les mandaba ser apóstoles.
La
influencia de estos jóvenes era como un contagio de Cristo. Fundaron
un colegio para las clases dirigentes. En la universidad
protestaban contra los errores de los profesores; el de Derecho llamó
a la policía, que echó la culpa a Clemente, "pues
trastornaba la cabeza de los estudiantes". La
mayor parte eran escritores, y bajo la inspiración del Santo fueron
los primeros que atacaron a los enciclopedistas franceses y filósofos
alemanes; fundaron varios periódicos, y revistas de arte y
filosofía, siendo los iniciadores del periodismo católico.
A
la sombra del Santo fue naciendo el partido romántico católico,
cuya influencia politico-religiosa se notó en el Congreso de Viena,
en 1814, donde se quería reorganizar Europa, y donde varios de sus
discípulos tomaron parte.
Estrechamente
vigilado por la policía, el Santo tenía contacto directo con el
nuncio, y con muchos de los congresistas, que le buscaban en su
propia casa, como lo hizo el príncipe heredero, Luis de Baviera. Se
consiguió, y no fue poco, que la Iglesia no quedase parcelada en
iglesias nacionales, como muchos congresistas y eclesiásticos
querían.
San
Clemente era el hombre de la Iglesia, a la que amaba apasionadamente,
sintiéndose totalmente feliz como hijo de ella, y para ella pensaba
en todos los medios de apostolado. Era un
auténtico genio católico, y Zacarías Werner decía que las tres
fuerzas de su tiempo eran Napoleón, Goethe y Clemente.
En
noviembre de 1818 le obligan a escoger el destierro, por ser
religioso. Y en los siete meses en que suspenden la sentencia, y
en que los treinta años de trabajo parecen una cadena de fracasos,
sigue esperando; aquí está la grandeza del Santo: estar
seguro de Dios. Y Dios le prepara la contradicción
más bella.
En
1819 el emperador Francisco II es recibido en Roma. De tal manera le
habla el Papa sobre Clemente, que desde Italia da una orden que muda
totalmente su suerte. El Santo, aunque sabe que no verá el triunfo
en la tierra, prepara sus futuros novicios; eran treinta y dos. Su
salud va decayendo, y el 6 de marzo de 1820 termina su último sermón
exhortando a pensar "porque el
árbol, del lado que caiga, así quedará por toda la eternidad".
El
16 llega el decreto imperial autorizando la Congregación, y es
depositado junto al cadáver del Santo. Había muerto el día
anterior, al toque del Angelus.
Oración:
Te pedimos Señor, que por intercesión de San Clemente María
Hofbauer, el árbol de nuestra vida quede siempre del lado correcto,
para que cuando caiga, germine en nuevas semillas de fecundidad para
quienes queden de este lado. A Tí Señor que nos enseñaste que el
nombre del Padre queda glorificado cuando damos muchos frutos, y sólo
podemos brindarlos permaneciendo unidos a Tí. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario