Quinta
Feria, 9 de marzo
San
Paciano (Pacianus) de Barcelona, Obispo
Padre
de la Iglesia, 375 A.D.
(†
391)
Exhortó
a la penitencia y al arrepentimiento de los pecados
“Reformemos
nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo”
“Mantened
con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no
pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor”
Breve
Obispo
de Barcelona. Consagrado obispo en 365 AD.
Pocos se sabe de su vida mas allá de sus escritos.
Pocos se sabe de su vida mas allá de sus escritos.
Hombre
casado. Su hijo Dexter tenía un alto cargo en el gobierno del
Emperador Theodosius. En De Viris Illustribus, San Jerónimo honra a
Paciano por su elocuencia y profunda santidad.
Entre
los temas de sus escritos: bautismo, autoridad papal, disciplina
eclesiástica, y otras.
En
una de sus cartas escribió la famosa frase:
"Christian us mihi nomen est, catholicos vero cognomen".
"Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético."
-San Pacián de Barcelona, Carta a Sympronian.
"Christian us mihi nomen est, catholicos vero cognomen".
"Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético."
-San Pacián de Barcelona, Carta a Sympronian.
Oración:
Te pedimos Señor que por los méritos, enseñanzas e intercesión de
San Paciano, Obispo y Padre de la Iglesia, podamos siempre sentirnos
orgullosos de ser Cristianos y Católicos, permaneciendo unidos en
Amor y sincera Devoción al Romano Pontífice, rezando siempre por su
Salud y sus Intenciones, así como para que se incrementen las
vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales. Amén.
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Oficio
de lectura, XIX viernes del tiempo ordinario
Reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo
Del Sermón de San Paciano sobre el bautismo #5-6. PL 13, 1092-1093
Reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo
Del Sermón de San Paciano sobre el bautismo #5-6. PL 13, 1092-1093
El
pecado de Adán se había transmitido a todo el género humano, como
afirma el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el
mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres.
Por
lo tanto, es necesario que la justicia de Cristo sea transmitida a
todo el género humano. Y así como Adán, por su pecado, fue causa
de perdición para toda su descendencia, del mismo modo Cristo, por
su justicia, vivifica a todo su linaje.
Esto
es lo que subraya el Apóstol cuando afirma: Si por la desobediencia
de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de
uno todos se convertirán en justos. Y así como reinó el pecado,
causando la muerte, así también reinará la gracia, causando una
justificación que conduce a la Vida Eterna.
Pero
alguno me puede decir: «Con razón el pecado de Adán ha pasado a su
posteridad, ya que fueron engendrados por él. ¿Pero acaso nosotros
hemos sido engendrados por Cristo para que podamos ser salvados por
Él?» No penséis carnalmente, y veréis cómo somos engendrados por
Cristo. En la plenitud de los tiempos, Cristo se encarnó en el seno
de María: vino para salvar a la carne, no la abandonó al poder de
la muerte, sino que la unió con su espíritu y la hizo suya. Éstas
son las bodas del Señor por las que se unió a la naturaleza humana,
para que, de acuerdo con aquel gran misterio, se hagan los dos una
sola carne, Cristo y la Iglesia.
De
estas bodas nace el pueblo cristiano, al descender del cielo el
Espíritu Santo. La substancia de nuestras almas es
fecundada por la simiente celestial, se desarrolla en el seno de
nuestra Madre, la Iglesia, y cuando nos da a luz somos vivificados en
Cristo.
Por
lo que dice el Apóstol: El primer hombre,
Adán, fue un ser animado, el último Adán, un espíritu que da
vida. Así es como Cristo se engendra en su Iglesia por medio de sus
sacerdotes, como lo afirma el mismo Apóstol: Os he engendrado para
Cristo.
Así,
pues, el germen de Cristo, el Espíritu de Dios, da a luz, por manos
de los sacerdotes, al hombre nuevo, concebido en el seno de la
Iglesia, recibido en el parto de la fuente bautismal, teniendo como
madrina de boda a la fe.
Pero
hay que recibir a Cristo para que nos engendre, como lo afirma el
Apóstol San Juan: Cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos
de Dios. Esto no puede ser realizado sino por el sacramento del
bautismo, del crisma y del Obispo.
Por
el bautismo se limpian los pecados, por el crisma se infunde el
Espíritu Santo, y ambas cosas las conseguimos por medio de las manos
y la boca del obispo. De este modo, el hombre entero
renace y vive una vida nueva en Cristo: Así como Cristo fue
resucitado de entre los muertos, así también nosotros marchemos a
una vida nueva, es decir, que, depuestos los errores de la vida
pasada, reformemos nuestras costumbres en
Cristo, por el Espíritu Santo.
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Oficio
de lectura, XIX sábado del tiempo ordinario
¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado?
Sermón de San Paciano, obispo, sobre el bautismo
Núms 6-7
¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado?
Sermón de San Paciano, obispo, sobre el bautismo
Núms 6-7
Nosotros,
que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del
hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era de la
tierra; el segundo hombre es del cielo. Si obramos así, hermanos, ya
no moriremos. Aunque nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo,
como Él mismo dice: “El
que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
Por
lo demás tenemos certeza, por el mismo testimonio del Señor, que
Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los santos de Dios viven. De
ellos dice el Señor: “Para Él todos
están vivos. No es
Dios de muertos, sino de vivos.
Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y una
ganancia el morir; deseo partir para estar con Cristo”.
Y
añade en otro lugar: Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio,
estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados
por la fe. Esta es nuestra fe, queridos hermanos. Además: Si nuestra
esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados. La vida meramente natural nos es común, aunque no
igual en duración, como lo veis vosotros mismos, con los animales,
las fieras y las aves.
Lo
que es propio del hombre es lo que Cristo nos ha dado por su
Espíritu, es decir, la vida eterna, siempre que ya no cometamos más
pecados.
Pues, de la misma forma que la muerte se
adquiere con el pecado, se evita con la virtud. Porque el pecado paga
con muerte, mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo
Jesús, Señor nuestro.
Como
afirma el Apóstol, Él es quien redime, perdonándonos todos los
pecados. Borró el protocolo que no condenaba con sus cláusulas, y
era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la
cruz, y destituyendo por medio de Cristo a los principados y
autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó
cautivos en su cortejo.
Ha
liberado a los cautivos y ha roto nuestras cadenas, como lo dijo
David: “El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los
ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan”. Y en
otro lugar: Rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Así, pues, somos liberados
de las cadenas cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos
bajo el estandarte del Señor, liberados por la sangre y el nombre de
Cristo.
Por
lo tanto, queridos hermanos, de una vez para siempre hemos sido
lavados, de una vez para siempre hemos sido liberados, y de una vez
para siempre hemos sido trasladados al Reino Inmortal; de una vez
para siempre, dichosos los que están absueltos de sus culpas, a
quienes les han sepultado sus pecados. Mantened
con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no
pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor.
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JOSÉ
M. DALMÁU, S. I.
(Interesante
descripción de la obra magnífica de San Paciano, así como del
contexto histórico en el que vivió, y que siempre es interesante
leer y meditar para valorar el esfuerzo titánico que hicieron
quienes nos precedieron en la Fe. No fueron discusiones entre ociosos
intelectuales, sino una batalla profunda para esclarecer las
enseñanzas del Divino Maestro, extrayendo todas las consecuencias
lógicas que de ella dimanan para nuestra propia Salvación).
De
San Paciano tenemos noticias contemporáneas: las líneas que le
dedicó San Jerónimo en el libro De viris illustribus,
escrito hacia el año 392. Paciano, obispo de Barcelona, en las
faldas del Pirineo, de correcta elocuencia, y tan esclarecido tanto
por su vida como por su dicción, compuso varios opúsculos, entre
los cuales el Cervus y contra los novacianos. Murió en la extrema
ancianidad, bajo el emperador Teodosio".
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Aclaración:
Los Novacianos no admitían que se reincorporen a la Iglesia a
quienes habían renegado de Jesucristo ante el Poder Imperial Romano.
Lo mismo decían de quienes habían cometido pecado mortal como
adulterio y asesinato. Los pontífices siempre condenaron esta
doctrina, entendiendo que el Perdón y la Reconciliación son
posibles mediante la sincera Confesión, Penitencia y Reparación en
todo lo posible del daño ocasionado.
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Por
el mismo San Jerónimo sabemos que Paciano, casado en su juventud,
tuvo un hijo llamado Dextro que ocupó altos cargos en la
administración imperial, en tiempo de Teodosio y de Honorio. Debió
de ser, por tanto, Paciano, de familia distinguida.
Sus
obras denotan una alta cultura literaria, sagrada y profana, y
confirman plenamente el elogio que tributa San Jerónimo a su
elocuencia. No quedan pormenores sobre su actuación pastoral en el
gobierno de la diócesis barcelonesa. Podemos con todo asegurar,
así por la indicación de San Jerónimo, como por los escritos del
santo obispo, que su celo por el bien espiritual de sus diocesanos
fue muy activo e ilustrado.
Aunque
no se puede determinar con precisión el intervalo de tiempo en que
gobernó la diócesis de Barcelona, parece que debió de regirla por
largos años, y se le da como sucesor inmediato de Pretextato, que en
347 asistió como obispo de Barcelona al concilio de Sárdica.
Comoquiera que Teodosio comenzó a imperar en 379, la muerte de San
Paciano debe colocarse entre esta fecha y 391, ya que en 392 la
conocía San Jerónimo.
San
Paciano nos es conocido por sus escritos. Se ha perdido uno de los
que cita San Jerónimo, el Cervus, de cuyo contenido tenemos
no obstante alguna noticia por el mismo Paciano en su "Paraenesis".
Nos quedan, además, sus tres Cartas ad Simpronianum Novatianum y un
Sermo de baptismo ad catechumenos. Tampoco se ha conservado, si es
que llegó a escribirlo, otro tratado o carta contra los novacianos,
a que el mismo Santo alude en su tercera carta a Simproniano. ¿Sería
el tratado que cita San Jerónimo, o se refiere éste a sus cartas a
Simproniano?
El
conocido investigador Dom Germán Morin, O. S. B., había atribuido a
San Paciano otras dos obras: Ad lustinum manichaeum contra duo
principia et de vera carne Christi, que en los manuscritos se
dice del retórico africano Cayo Mario Victorino, y el anónimo De
similitudine carnis peccati contra manichaeos. Este último
escrito tiene por autor al presbítero Eutropio, como demostró el
padre José Madoz, S. l.; ni son claros los argumentos en favor de la
paternidad del primero. Se admiten, pues, como obra de San Paciano,
los cinco opúsculos citados.
Estos
escritos, aunque breves, dan a San Paciano un lugar apreciable en la
patrología del siglo IV, como testigo y doctor de la doctrina
católica en puntos importantes; y por otra parte nos ponen de
manifiesto el espíritu religioso, y lleno de celo por el bien de los
fieles a él encomendados de un obispo santo, conforme al dechado que
diseñó San Pablo en sus cartas a Timoteo y Tito.
El
escrito perdido Cervus (o Cervulus, como él dice) era, según él
mismo refiere, una celosa diatriba contra los perversos e impúdicos
desórdenes que se cometían, aun por algunos cristianos, en
una especie de carnaval de primero de año,
mala costumbre conocida ya por otros autores eclesiásticos y
disposiciones de los concilios de aquella época. Para
entregarse la gente más libremente y sin pudor a la maldad, se
disfrazaban de figuras monstruosas de animales, las más ordinarias
de ciervos, de cabras y de terneras.
El
Sermo de baptismo es una instrucción a los competentes, catecúmenos
ya próximos al bautismo. En ella les quiere enseñar San
Paciano "cómo nacemos y nos renovamos en el bautismo".
Expone primero el estado de muerte y degradación en que yace el
hombre antes del bautismo, explicando con toda precisión, según el
capítulo V de la carta de San Pablo a los Romanos, la
doctrina del pecado original, en forma interesante
para la historia del dogma, ya que atestigua la clara conciencia que
de esta doctrina tenía la Iglesia en vísperas de la negación
pelagiana, y antes de la defensa, y ulterior explicación que de ella
hizo San Agustín.
De
esta muerte nos sacó Cristo; tomando la naturaleza humana, redimió
al hombre de la esclavitud del pecado, y lo presentó puro e
inmaculado a los ojos de Dios. Describe el
Santo con viveza la lucha que sostuvo Cristo en su vida con el
demonio y sus ministros hasta la muerte de cruz, a la que siguió la
gloria de la resurrección. Esta victoria de Cristo se
hace nuestra; porque, así como naciendo en Adán se hizo el hombre
pecador, así renaciendo en Cristo se hace santo. Cristo nos engendra
en la Iglesia por el bautismo, para que, como Cristo resucitó, así
nosotros vivamos vida nueva, a la que fervientemente les invita el
santo obispo.
Las
tres cartas a Simproniano son más citadas por su importancia en la
teología penitencial. Era Simproniano, a lo que parece, un hombre
distinguido (San Paciano le llama "clarissimus"), que se
había separado de la unidad católica, adhiriéndose al cisma
herético de los novacianos, que ya hacía siglo y medio hería a la
Iglesia.
En
la primera carta que Simproniano escribió al obispo de Barcelona,
sin declararse claramente novaciano, se oponía al nombre de católica
que se da a la Iglesia verdadera, y al
perdón de los pecados por la penitencia. Paciano le
contesta defendiendo el nombre de católica por el ejemplo de los
santos y doctores anteriores, en particular de San Cipriano, cuyas
doctrinas se apropia Paciano, y por la necesidad de distinguir con un
nombre la Iglesia "principal", en medio de la confusión
sembrada por las herejías.
Aquí
tiene Paciano la hermosa sentencia: "Christianus
mihi nomen est; catholicus vero cognomen";
"cristiano es mi nombre, católico
mi apellido". Católico significa, según el
Santo, unidad y obediencia total de todos; la Iglesia es católica
porque es una en todos y una sobre todos: "in omnibus una et
una super omnes".
El
perdón de los pecados por la penitencia lo defiende Paciano con
ardiente y sentida elocuencia, y una abrumadora serie de testimonios
de la Sagrada Escritura. "Nunca amenazaría Dios al
que no hace penitencia, si no perdonase al penitente. Pero dirás:
"Sólo Dios puede hacerlo"; es
verdad, pero lo que por sus sacerdotes hace es potestad suya".
En
la segunda carta responde caritativa, pero claramente, a las argucias
e indicios de poca buena voluntad con que reaccionó Simproniano a la
primera del santo obispo.
La
tercera, la más larga, un verdadero tratado, es la refutación de
los argumentos de los novacianos, expuestos en un escrito que le
había remitido Simproniano. La doctrina de este escrito era "que
después del bautismo no se puede hacer penitencia; que la Iglesia no
puede perdonar el pecado mortal; más aún, que ella misma perece al
recibir a los pecadores".
Es
importante esta precisión con que por San Paciano conocemos el
estadio contemporáneo de la doctrina novaciana, que varió mucho en
los cuatro o cinco siglos que perduró. Con viveza y elocuente
energía, rechaza San Paciano los sofismas de los que se llamaban a
sí mismos "cátaros" puros, porque no
querían admitir la reconciliación a los pecadores penitentes.
La
historia de Novaciano, su jefe, le proporciona al obispo armas
eficaces de combate. La santidad de la Iglesia, en la que pretendían
fundarse, le da ocasión para explayar en cálidas frases su amor a
ella, no sólo virgen y Esposa de Cristo, sino su mismo cuerpo, madre
fecunda y llena de compasivo amor hacia sus hijos pródigos, que no
se mancha por exhortarlos a penitencia, y acogerlos plenamente en su
seno después de cumplida la satisfacción, que no era ciertamente
cosa de placer.
Toda
esta refutación de los errores novacianos, rica en textos bíblicos,
con que deshace las falsas interpretaciones de los herejes, está
impregnada de santa indignación por las argucias con que engañan a
sus seguidores, pero también de caridad hacia su corresponsal, a
quien invita con el espectáculo de la Iglesia católica en su unidad
y universalidad, la reina vestida toda de oro con matices de varios
colores... la vid rica en ramos que campean en sus largos
sarmientos..., la casa grande que muestra su opulencia en preciosos
vasos de oro puro y tersa plata, pero no se avergüenza en servirse
también de vasos de barro y madera".
La
Paraenesis, sive libellus exhortatorius ad paenitentiam nos
resarce en parte de la carencia del opúsculo que se proponía
escribir San Paciano como complemento de sus cartas a Simproniano.
Trata
el Santo directamente de la penitencia pública que se practicaba por
ciertos pecados más graves; pero sus exhortaciones tienen carácter
general y son aptísimas para mover al pecador a salir de su estado
por la penitencia. Divide el Santo su exhortación en cuatro partes.
En
la primera declara cuáles son estos pecados por los que se
imponía la penitencia pública: apostasía, homicidio, adulterio y
fornicación; sin que pretenda dar una distinción adecuada entre
pecado mortal y pecado venial.
En
la segunda acosa con celo pastoral a los que por vergüenza no
quieren manifestar sus culpas, post impudentiam timidos,
post peccata verecundos, qui peccare non erubescitis et erubescitis
confiteri, "tímidos después de la impudicia, vergonzosos
después del pecado, que no os avergonzáis de pecar y os avergonzáis
de confesar".
La
tercera se dirige a los que, manifestadas sus culpas, no tienen valor
para sujetarse a las obras penosas de la penitencia pública,
semejantes a los enfermos que, declarada su enfermedad, no quieren
sufrir la cura dolorosa que el médico juzga necesaria.
Por
último les exhorta vivamente a la penitencia, con la
simple representación de los castigos con que la Sagrada Escritura
amenaza a los impenitentes, y con la promesa del perdón, para los
que con la penitencia se humillan ante Dios, recordándoles una vez
más las parábolas evangélicas de la dracma y la oveja perdida, y
el regocijo de los ángeles por el pecador arrepentido.
El
culto de San Paciano no figura en los libros litúrgicos mozárabes.
Las primeras menciones de San Paciano son de los martirologios del
siglo IX; en los santorales y misales de Barcelona se halla la fiesta
del Santo el 9 de marzo desde el siglo XII, y actualmente tiene en la
diócesis rito doble mayor. Los trabajos emprendidos en el siglo XVI
por el obispo de Barcelona, don Juan Dimas Loris para hallar los
restos del Santo, no condujeron a resultados ciertos.
Oración
Final: Te pedimos Señor, que mantengamos siempre presente en
nuestra Vida la exhortación de la Santísima Virgen en Fátima, como
en tantas otras apariciones: PENITENCIA,
PENITENCIA, PENITENCIA. Amén.
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