jueves, 9 de marzo de 2017

Quinta Feria, 9 de marzo

San Paciano (Pacianus) de Barcelona, Obispo


Padre de la Iglesia, 375 A.D.
(† 391)

Exhortó a la penitencia y al arrepentimiento de los pecados

Reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo”

Mantened con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor”

Breve
Obispo de Barcelona. Consagrado obispo en 365 AD.
Pocos se sabe de su vida mas allá de sus escritos.

Hombre casado. Su hijo Dexter tenía un alto cargo en el gobierno del Emperador Theodosius. En De Viris Illustribus, San Jerónimo honra a Paciano por su elocuencia y profunda santidad.

Entre los temas de sus escritos: bautismo, autoridad papal, disciplina eclesiástica, y otras.

En una de sus cartas escribió la famosa frase:
"Christian us mihi nomen est, catholicos vero cognomen".

"Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético."
-San Pacián de Barcelona, Carta a Sympronian.

Oración: Te pedimos Señor que por los méritos, enseñanzas e intercesión de San Paciano, Obispo y Padre de la Iglesia, podamos siempre sentirnos orgullosos de ser Cristianos y Católicos, permaneciendo unidos en Amor y sincera Devoción al Romano Pontífice, rezando siempre por su Salud y sus Intenciones, así como para que se incrementen las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales. Amén.
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Oficio de lectura, XIX viernes del tiempo ordinario
Reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo
Del Sermón de San Paciano sobre el bautismo #5-6. PL 13, 1092-1093

El pecado de Adán se había transmitido a todo el género humano, como afirma el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres.

Por lo tanto, es necesario que la justicia de Cristo sea transmitida a todo el género humano. Y así como Adán, por su pecado, fue causa de perdición para toda su descendencia, del mismo modo Cristo, por su justicia, vivifica a todo su linaje.

Esto es lo que subraya el Apóstol cuando afirma: Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la Vida Eterna.

Pero alguno me puede decir: «Con razón el pecado de Adán ha pasado a su posteridad, ya que fueron engendrados por él. ¿Pero acaso nosotros hemos sido engendrados por Cristo para que podamos ser salvados por Él?» No penséis carnalmente, y veréis cómo somos engendrados por Cristo. En la plenitud de los tiempos, Cristo se encarnó en el seno de María: vino para salvar a la carne, no la abandonó al poder de la muerte, sino que la unió con su espíritu y la hizo suya. Éstas son las bodas del Señor por las que se unió a la naturaleza humana, para que, de acuerdo con aquel gran misterio, se hagan los dos una sola carne, Cristo y la Iglesia.

De estas bodas nace el pueblo cristiano, al descender del cielo el Espíritu Santo. La substancia de nuestras almas es fecundada por la simiente celestial, se desarrolla en el seno de nuestra Madre, la Iglesia, y cuando nos da a luz somos vivificados en Cristo.

Por lo que dice el Apóstol: El primer hombre, Adán, fue un ser animado, el último Adán, un espíritu que da vida. Así es como Cristo se engendra en su Iglesia por medio de sus sacerdotes, como lo afirma el mismo Apóstol: Os he engendrado para Cristo.

Así, pues, el germen de Cristo, el Espíritu de Dios, da a luz, por manos de los sacerdotes, al hombre nuevo, concebido en el seno de la Iglesia, recibido en el parto de la fuente bautismal, teniendo como madrina de boda a la fe.

Pero hay que recibir a Cristo para que nos engendre, como lo afirma el Apóstol San Juan: Cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios. Esto no puede ser realizado sino por el sacramento del bautismo, del crisma y del Obispo.

Por el bautismo se limpian los pecados, por el crisma se infunde el Espíritu Santo, y ambas cosas las conseguimos por medio de las manos y la boca del obispo. De este modo, el hombre entero renace y vive una vida nueva en Cristo: Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros marchemos a una vida nueva, es decir, que, depuestos los errores de la vida pasada, reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo.

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Oficio de lectura, XIX sábado del tiempo ordinario
¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado?
Sermón de San Paciano, obispo, sobre el bautismo
Núms 6-7

Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era de la tierra; el segundo hombre es del cielo. Si obramos así, hermanos, ya no moriremos. Aunque nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como Él mismo dice: El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.

Por lo demás tenemos certeza, por el mismo testimonio del Señor, que Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los santos de Dios viven. De ellos dice el Señor: “Para Él todos están vivos. No es Dios de muertos, sino de vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir; deseo partir para estar con Cristo”.

Y añade en otro lugar: Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Esta es nuestra fe, queridos hermanos. Además: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. La vida meramente natural nos es común, aunque no igual en duración, como lo veis vosotros mismos, con los animales, las fieras y las aves.

Lo que es propio del hombre es lo que Cristo nos ha dado por su Espíritu, es decir, la vida eterna, siempre que ya no cometamos más pecados. Pues, de la misma forma que la muerte se adquiere con el pecado, se evita con la virtud. Porque el pecado paga con muerte, mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Como afirma el Apóstol, Él es quien redime, perdonándonos todos los pecados. Borró el protocolo que no condenaba con sus cláusulas, y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz, y destituyendo por medio de Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo.

Ha liberado a los cautivos y ha roto nuestras cadenas, como lo dijo David: “El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan”. Y en otro lugar: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Así, pues, somos liberados de las cadenas cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, liberados por la sangre y el nombre de Cristo.

Por lo tanto, queridos hermanos, de una vez para siempre hemos sido lavados, de una vez para siempre hemos sido liberados, y de una vez para siempre hemos sido trasladados al Reino Inmortal; de una vez para siempre, dichosos los que están absueltos de sus culpas, a quienes les han sepultado sus pecados. Mantened con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor.

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JOSÉ M. DALMÁU, S. I.
(Interesante descripción de la obra magnífica de San Paciano, así como del contexto histórico en el que vivió, y que siempre es interesante leer y meditar para valorar el esfuerzo titánico que hicieron quienes nos precedieron en la Fe. No fueron discusiones entre ociosos intelectuales, sino una batalla profunda para esclarecer las enseñanzas del Divino Maestro, extrayendo todas las consecuencias lógicas que de ella dimanan para nuestra propia Salvación).

De San Paciano tenemos noticias contemporáneas: las líneas que le dedicó San Jerónimo en el libro De viris illustribus, escrito hacia el año 392. Paciano, obispo de Barcelona, en las faldas del Pirineo, de correcta elocuencia, y tan esclarecido tanto por su vida como por su dicción, compuso varios opúsculos, entre los cuales el Cervus y contra los novacianos. Murió en la extrema ancianidad, bajo el emperador Teodosio".
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Aclaración: Los Novacianos no admitían que se reincorporen a la Iglesia a quienes habían renegado de Jesucristo ante el Poder Imperial Romano. Lo mismo decían de quienes habían cometido pecado mortal como adulterio y asesinato. Los pontífices siempre condenaron esta doctrina, entendiendo que el Perdón y la Reconciliación son posibles mediante la sincera Confesión, Penitencia y Reparación en todo lo posible del daño ocasionado.
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Por el mismo San Jerónimo sabemos que Paciano, casado en su juventud, tuvo un hijo llamado Dextro que ocupó altos cargos en la administración imperial, en tiempo de Teodosio y de Honorio. Debió de ser, por tanto, Paciano, de familia distinguida.

Sus obras denotan una alta cultura literaria, sagrada y profana, y confirman plenamente el elogio que tributa San Jerónimo a su elocuencia. No quedan pormenores sobre su actuación pastoral en el gobierno de la diócesis barcelonesa. Podemos con todo asegurar, así por la indicación de San Jerónimo, como por los escritos del santo obispo, que su celo por el bien espiritual de sus diocesanos fue muy activo e ilustrado.

Aunque no se puede determinar con precisión el intervalo de tiempo en que gobernó la diócesis de Barcelona, parece que debió de regirla por largos años, y se le da como sucesor inmediato de Pretextato, que en 347 asistió como obispo de Barcelona al concilio de Sárdica. Comoquiera que Teodosio comenzó a imperar en 379, la muerte de San Paciano debe colocarse entre esta fecha y 391, ya que en 392 la conocía San Jerónimo.

San Paciano nos es conocido por sus escritos. Se ha perdido uno de los que cita San Jerónimo, el Cervus, de cuyo contenido tenemos no obstante alguna noticia por el mismo Paciano en su "Paraenesis". Nos quedan, además, sus tres Cartas ad Simpronianum Novatianum y un Sermo de baptismo ad catechumenos. Tampoco se ha conservado, si es que llegó a escribirlo, otro tratado o carta contra los novacianos, a que el mismo Santo alude en su tercera carta a Simproniano. ¿Sería el tratado que cita San Jerónimo, o se refiere éste a sus cartas a Simproniano?

El conocido investigador Dom Germán Morin, O. S. B., había atribuido a San Paciano otras dos obras: Ad lustinum manichaeum contra duo principia et de vera carne Christi, que en los manuscritos se dice del retórico africano Cayo Mario Victorino, y el anónimo De similitudine carnis peccati contra manichaeos. Este último escrito tiene por autor al presbítero Eutropio, como demostró el padre José Madoz, S. l.; ni son claros los argumentos en favor de la paternidad del primero. Se admiten, pues, como obra de San Paciano, los cinco opúsculos citados.

Estos escritos, aunque breves, dan a San Paciano un lugar apreciable en la patrología del siglo IV, como testigo y doctor de la doctrina católica en puntos importantes; y por otra parte nos ponen de manifiesto el espíritu religioso, y lleno de celo por el bien de los fieles a él encomendados de un obispo santo, conforme al dechado que diseñó San Pablo en sus cartas a Timoteo y Tito.

El escrito perdido Cervus (o Cervulus, como él dice) era, según él mismo refiere, una celosa diatriba contra los perversos e impúdicos desórdenes que se cometían, aun por algunos cristianos, en una especie de carnaval de primero de año, mala costumbre conocida ya por otros autores eclesiásticos y disposiciones de los concilios de aquella época. Para entregarse la gente más libremente y sin pudor a la maldad, se disfrazaban de figuras monstruosas de animales, las más ordinarias de ciervos, de cabras y de terneras.

El Sermo de baptismo es una instrucción a los competentes, catecúmenos ya próximos al bautismo. En ella les quiere enseñar San Paciano "cómo nacemos y nos renovamos en el bautismo". Expone primero el estado de muerte y degradación en que yace el hombre antes del bautismo, explicando con toda precisión, según el capítulo V de la carta de San Pablo a los Romanos, la doctrina del pecado original, en forma interesante para la historia del dogma, ya que atestigua la clara conciencia que de esta doctrina tenía la Iglesia en vísperas de la negación pelagiana, y antes de la defensa, y ulterior explicación que de ella hizo San Agustín.

De esta muerte nos sacó Cristo; tomando la naturaleza humana, redimió al hombre de la esclavitud del pecado, y lo presentó puro e inmaculado a los ojos de Dios. Describe el Santo con viveza la lucha que sostuvo Cristo en su vida con el demonio y sus ministros hasta la muerte de cruz, a la que siguió la gloria de la resurrección. Esta victoria de Cristo se hace nuestra; porque, así como naciendo en Adán se hizo el hombre pecador, así renaciendo en Cristo se hace santo. Cristo nos engendra en la Iglesia por el bautismo, para que, como Cristo resucitó, así nosotros vivamos vida nueva, a la que fervientemente les invita el santo obispo.

Las tres cartas a Simproniano son más citadas por su importancia en la teología penitencial. Era Simproniano, a lo que parece, un hombre distinguido (San Paciano le llama "clarissimus"), que se había separado de la unidad católica, adhiriéndose al cisma herético de los novacianos, que ya hacía siglo y medio hería a la Iglesia.

En la primera carta que Simproniano escribió al obispo de Barcelona, sin declararse claramente novaciano, se oponía al nombre de católica que se da a la Iglesia verdadera, y al perdón de los pecados por la penitencia. Paciano le contesta defendiendo el nombre de católica por el ejemplo de los santos y doctores anteriores, en particular de San Cipriano, cuyas doctrinas se apropia Paciano, y por la necesidad de distinguir con un nombre la Iglesia "principal", en medio de la confusión sembrada por las herejías.

Aquí tiene Paciano la hermosa sentencia: "Christianus mihi nomen est; catholicus vero cognomen"; "cristiano es mi nombre, católico mi apellido". Católico significa, según el Santo, unidad y obediencia total de todos; la Iglesia es católica porque es una en todos y una sobre todos: "in omnibus una et una super omnes".

El perdón de los pecados por la penitencia lo defiende Paciano con ardiente y sentida elocuencia, y una abrumadora serie de testimonios de la Sagrada Escritura. "Nunca amenazaría Dios al que no hace penitencia, si no perdonase al penitente. Pero dirás: "Sólo Dios puede hacerlo"; es verdad, pero lo que por sus sacerdotes hace es potestad suya".

En la segunda carta responde caritativa, pero claramente, a las argucias e indicios de poca buena voluntad con que reaccionó Simproniano a la primera del santo obispo.

La tercera, la más larga, un verdadero tratado, es la refutación de los argumentos de los novacianos, expuestos en un escrito que le había remitido Simproniano. La doctrina de este escrito era "que después del bautismo no se puede hacer penitencia; que la Iglesia no puede perdonar el pecado mortal; más aún, que ella misma perece al recibir a los pecadores".

Es importante esta precisión con que por San Paciano conocemos el estadio contemporáneo de la doctrina novaciana, que varió mucho en los cuatro o cinco siglos que perduró. Con viveza y elocuente energía, rechaza San Paciano los sofismas de los que se llamaban a sí mismos "cátaros" puros, porque no querían admitir la reconciliación a los pecadores penitentes.

La historia de Novaciano, su jefe, le proporciona al obispo armas eficaces de combate. La santidad de la Iglesia, en la que pretendían fundarse, le da ocasión para explayar en cálidas frases su amor a ella, no sólo virgen y Esposa de Cristo, sino su mismo cuerpo, madre fecunda y llena de compasivo amor hacia sus hijos pródigos, que no se mancha por exhortarlos a penitencia, y acogerlos plenamente en su seno después de cumplida la satisfacción, que no era ciertamente cosa de placer.

Toda esta refutación de los errores novacianos, rica en textos bíblicos, con que deshace las falsas interpretaciones de los herejes, está impregnada de santa indignación por las argucias con que engañan a sus seguidores, pero también de caridad hacia su corresponsal, a quien invita con el espectáculo de la Iglesia católica en su unidad y universalidad, la reina vestida toda de oro con matices de varios colores... la vid rica en ramos que campean en sus largos sarmientos..., la casa grande que muestra su opulencia en preciosos vasos de oro puro y tersa plata, pero no se avergüenza en servirse también de vasos de barro y madera".

La Paraenesis, sive libellus exhortatorius ad paenitentiam nos resarce en parte de la carencia del opúsculo que se proponía escribir San Paciano como complemento de sus cartas a Simproniano.

Trata el Santo directamente de la penitencia pública que se practicaba por ciertos pecados más graves; pero sus exhortaciones tienen carácter general y son aptísimas para mover al pecador a salir de su estado por la penitencia. Divide el Santo su exhortación en cuatro partes.

En la primera declara cuáles son estos pecados por los que se imponía la penitencia pública: apostasía, homicidio, adulterio y fornicación; sin que pretenda dar una distinción adecuada entre pecado mortal y pecado venial.

En la segunda acosa con celo pastoral a los que por vergüenza no quieren manifestar sus culpas, post impudentiam timidos, post peccata verecundos, qui peccare non erubescitis et erubescitis confiteri, "tímidos después de la impudicia, vergonzosos después del pecado, que no os avergonzáis de pecar y os avergonzáis de confesar".

La tercera se dirige a los que, manifestadas sus culpas, no tienen valor para sujetarse a las obras penosas de la penitencia pública, semejantes a los enfermos que, declarada su enfermedad, no quieren sufrir la cura dolorosa que el médico juzga necesaria.

Por último les exhorta vivamente a la penitencia, con la simple representación de los castigos con que la Sagrada Escritura amenaza a los impenitentes, y con la promesa del perdón, para los que con la penitencia se humillan ante Dios, recordándoles una vez más las parábolas evangélicas de la dracma y la oveja perdida, y el regocijo de los ángeles por el pecador arrepentido.

El culto de San Paciano no figura en los libros litúrgicos mozárabes. Las primeras menciones de San Paciano son de los martirologios del siglo IX; en los santorales y misales de Barcelona se halla la fiesta del Santo el 9 de marzo desde el siglo XII, y actualmente tiene en la diócesis rito doble mayor. Los trabajos emprendidos en el siglo XVI por el obispo de Barcelona, don Juan Dimas Loris para hallar los restos del Santo, no condujeron a resultados ciertos.

Oración Final: Te pedimos Señor, que mantengamos siempre presente en nuestra Vida la exhortación de la Santísima Virgen en Fátima, como en tantas otras apariciones: PENITENCIA, PENITENCIA, PENITENCIA. Amén.


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