Sábado
25 de marzo
LA
ANUNCIACIÓN
La Anunciación por Sandro Boticelli
Se
llama "anunciación" a la visita del Arcángel Gabriel,
enviado por Dios a la Virgen María, para pedirle que sea la Madre
del Verbo por la gracia del Espíritu Santo. Ella, conciente de su
dignidad, y al mismo tiempo su pequeñez, consintió, entregándose
sin reservas a la voluntad de Dios.
El
"Sí" de María Santísima abre el camino a la Encarnación,
que ocurre en ese momento. En ese instante el Verbo se hizo carne.
Dios eterno vino a habitar en ella asumiendo la naturaleza humana.
Lucas
1, 30-32, 38:
“El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo (...)”.
“El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo (...)”.
Dijo
María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tú palabra”.
Celebramos
la Anunciación el 25 de Marzo por ser 9 meses antes de la Navidad
(Nacimiento del Señor).
María
Santísima un 25 de marzo le dijo a Bernardita en Lourdes: "Yo
soy la Inmaculada Concepción".
Recordamos
la anunciación:
Rezando el Angelus, al mediodía.
Rezando el primer misterio gozoso del Rosario
Celebrando el día del niño por nacer.
El día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; el Divino Maestro asumió la naturaleza humana, y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima.
Rezando el Angelus, al mediodía.
Rezando el primer misterio gozoso del Rosario
Celebrando el día del niño por nacer.
El día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; el Divino Maestro asumió la naturaleza humana, y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima.
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Gracias
al «sí» de Cristo y de María, Dios pudo asumir un rostro de
hombre
Benedicto XVI, 25 marzo 2007
Benedicto XVI, 25 marzo 2007
Queridos
hermanos y hermanas:
El
25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Virgen
María. Este año, coincide con un domingo de Cuaresma, y por este
motivo se celebrará mañana. De todos modos, quisiera detenerme a
reflexionar sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos
cada día al rezar el Angelus.
La
Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un
acontecimiento humilde, escondido --nadie lo vio, sólo lo presenció
María--, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la
humanidad. Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del
ángel, Jesús fue concebido, y con Él comenzó la nueva era de la
historia, que después sería sancionada en la Pascua como «nueva y
eterna Alianza».
En
realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de
Cristo, cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los
Hebreos interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo - pues de
mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu
voluntad!» (10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la
obediencia de la Madre, y de este modo, gracias al encuentro de estos
dos «síes», Dios ha podido asumir un rostro de hombre. Por este
motivo, la Anunciación es también una fiesta cristológica, pues
celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.
«He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
La respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a
hacer presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia
disponibilidad para que Dios siga visitando a la humanidad con su
misericordia.
El
«sí» de Jesús y de María se renueva de este modo en el «sí»
de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a
causa del Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo,
aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de
San Salvador, se celebró la Jornada de Oración y de Ayuno por los
Misioneros Mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y
laicos, asesinados en el cumplimiento de su misión de evangelización
y de promoción humana.
Ellos,
los misioneros mártires, como dice el tema de este año, son
«esperanza para el mundo», pues testimonian que el amor de Cristo
es más fuerte que la violencia y el odio. No han buscado el
martirio, pero han estado dispuestos a dar la vida para ser fieles al
Evangelio. El martirio cristiano sólo se justifica como supremo acto
de amor a Dios y a los hermanos.
En
este período de Cuaresma contemplamos más frecuentemente a la
Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret.
Unida a Jesús, testigo del amor del Padre, María vivió el martirio
del alma. Invoquemos con confianza su intercesión para que la
Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente
del amor de Dios.
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Oficio
de lectura, 25 de Marzo
La
Anunciación del Señor
El
misterio de nuestra reconciliación
De las cartas de San León Magno, papa
De las cartas de San León Magno, papa
La
majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la
mortalidad; y para saldar la deuda contraída por nuestra condición
pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible;
de este modo, como convenía para nuestro remedio, el único y mismo
mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también Él,
pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en Él de
esta doble condición.
El
que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada
a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de
la esencia que le es propia, y asumiendo la totalidad de nuestra
esencia humana. Y al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la
que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que Él asume para
restaurarla.
Esta
naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar
por el maligno; pero ningún vestigio de este vicio original hallamos
en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo
suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de
nuestros pecados.
Tomó
la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado,
ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel
anonadamiento suyo –por el cual, Él, que era invisible, se hizo
visible, y Él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso
ser uno más entre los mortales– fue una dignificación de su
misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que,
permaneciendo en su condición divina hizo al hombre, es el mismo que
se hace Él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.
Y
así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo,
bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto
al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.
En
un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su
naturaleza, se hace visible en la nuestra; el que era inaccesible a
nuestra mente, quiso hacerse accesible; el que existía antes del
tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el Universo,
velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo;
el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto
a las leyes de la muerte.
El
mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en Él,
con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de
Dios.
Ni
Dios sufre cambio alguno con esta dignificación de su piedad, ni el
hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de
las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la
otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y
la carne lo que es propio de la carne.
En
cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es
carne, sucumbe a las injurias. Y así cómo la Palabra retiene su
gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza
propia de nuestra raza.
La
misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es
verdaderamente Hijo de Dios, y verdaderamente hijo del hombre. Es
Dios, porque en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; es hombre, porque la
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que esta fiesta sagrada de la
Anunciación sea motivo de reflexión para que la vida por nacer sea
respetada en todo el mundo. A Tí Señor que nos advertiste que sería
mejor que nos atáramos una piedra de molino y hundirnos en el fondo
del mar, antes de escandalizar o violentar a cualquier criatura.
Amén.
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