Quinta Feria, 2 de Marzo
San
Simplicio, 47ª Papa
«Quien
abusa de su poder merece habitar en el infierno»
(†
483)
Natural
de Tívoli, en el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos
formando parte del clero romano, y sucediendo al papa San Hilario en
la Sede de Roma, en marzo del año 467.
Le
toca vivir y ser Supremo Pastor, en un tiempo difícil por la herejía
y la calamidad dentro de la Iglesia, que aparece como inundada por el
error. En Occidente, Odaco se ha hecho dueño de Italia, y es arriano
como los godos en las Galias, los de España y los vándalos en
África; el panorama no es muy consolador. Los ingleses aún están
en el paganismo.
Para
Oriente no van mejor las cosas, aunque con otros tonos, en cuanto a
la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano Basílico, favorecen
la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado ambiciosos de
poder, y las sedes patriarcales son una deseada presa, más que un
centro de irradiación cristiana.
El
nuevo papa adopta en su pontificado una actitud fundamental: atiende
preferentemente al clero. Procura su reforma, detectando
el error, y proponiendo el remedio con la verdad, sin
condescendencias; muestra perseverancia firme y tesón férreo cuando
debe reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.
Modera
la Iglesia que está en Oriente, siendo un muro de contención frente
a las ambiciones de poder y dominio que muestra Acacio, Patriarca de
Constantinopla, cuando pretendía los derechos de Alejandría y
Antioquía.
No
cedió a las pretensiones del usurpador Timoteo Eluro, ni a las del
intruso Pedro el Tintorero. Defendió la elección canónica de Juan
Tabenas como Patriarca de Alejandría, frente a las presiones de
Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.
Gobierna
la Iglesia que está en Occidente, mandando cartas a otro Zenón
-obispo de Sevilla-, encargándole rectitud, y alabando su dedicación
permanente a la familia cristiana que tiene encomendada. También
escribe a Juan, Obispo de Rávena, en el 482, con motivo de
ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su
poder merece habitar en el infierno», le dice.
En
el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo a corregir a
Gaudencio, y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó
ilícitamente, al tiempo que da orientaciones para distribuir los
bienes de la Iglesia, y evitar abusos.
En
su diócesis de Roma se comporta como modelo episcopal, entregándose
al cuidado de sus fieles, como si no tuviera en sus hombros a la
Iglesia Universal. Aquí cuida especialmente la instrucción
religiosa de los fieles, facilita la distribución de limosnas entre
los más pobres, y dicta normas para atender primordialmente la
administración del bautismo.
Aún
tuvo tiempo para dedicar el primer templo en el occidente al Apóstol
San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam
Mariam o iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.
También
convocó un concilio, para explicitar la fe ante los errores que
había difundido Eutiques, equivocándose en la inteligencia de la
verdad, pues, en su monofisismo, sólo admitía en Cristo la
naturaleza divina, con lo que se llegaba a negar la Redención.
Los
datos exactos de su partida al cielo no están aún perfectamente
esclarecidos, si bien se conoce que fue en el mes de Febrero del año
483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.
Los
contemporáneos del santo conocieron bien la austeridad de su vida y
su constante oración, hasta el punto de afirmar que rezó como un
monje, y se mortificó como un solitario del desierto. Sin esos
medios, su labor de servicio a la Iglesia hubiera resultado
imposible.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que concediste fortaleza espiritual al
Papa San Simplicio en medio de tiempos terribles en lo político y
espiritual, concédenos también a nosotros por medio de su
intercesión la misma fortaleza, y en particular a los Pontífices
Católicos y Patriarcas Ortodoxos, para gobernar con firmeza y
valentía la nave de nuestra Iglesia, en estos tiempos tan terribles
como los del Papa San Simplicio. A Tí Señor, que nos prometiste que
el fuego del infierno nunca prevalecería sobre la Iglesia, y sobre
nuestras Vidas, siempre que nos encontremos unidos a Tí. Amén.
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