Sábado
18 de Marzo
SAN
CIRILO DE JERUSALEN
Obispo
y Doctor de la Iglesia
(315-386)
(315-386)
Gran
defensor de la divinidad de Cristo frente a la herejía del
arrianismo
“Preparad
limpios los vasos para recibir al Espíritu Santo”
Breve
Valiente
Obispo y Doctor de la Iglesia. Sufrió todo tipo de destierros y
enconados enfrentamientos con los arrianos.
Podríamos
resumir su doctrina en las siguiente frases, extraído de sus
escritos:
Por
la fe sincera, preparad limpios los vasos de vuestra alma para
recibir al Espíritu
Santo. Comenzad por
lavar vuestros vestidos con la penitencia,
a fin de que os encuentren limpios, ya que habéis sido llamados al
tálamo del Esposo.
Si
hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga
por la fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y
así, libertado de la pésima esclavitud del pecado, y sometido a la
dichosa esclavitud del
Señor, será digno de
poseer la herencia celestial.
Adquirid,
mediante vuestra fe, las
arras (conjunto
de trece monedas que, en algunas regiones españolas, entrega el
novio a la novia durante la ceremonia de la boda)
del Espíritu Santo,
para que podáis ser recibidos en la mansión eterna.
La
Santa Iglesia católica es la única que goza de una potestad
ilimitada en toda la
tierra.
Porque
la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta,
sino que nos
esforzamos por la posesión de la vida eterna.
Cristo
fue ungido con el óleo espiritual de
la alegría, es decir, con el
Espíritu Santo, que se llama aceite de júbilo, porque es el autor y
la fuente de toda alegría espiritual, pero vosotros, al ser ungidos
con ungüento material, habéis sido hechos partícipes y consortes
del mismo Cristo.
Vida
de San Cirilo
San
Cirilo nació cerca de Jerusalén, en el año 315. Sus padres eran
cristianos y le dieron una excelente educación. Conocía muy bien la
Sagradas Escrituras, y las citaba frecuentemente en sus
instrucciones. Se cree que fue ordenado sacerdote por el obispo de
Jerusalén, San Máximo, quien le encomendó la tarea de instruir a
los Catecúmenos, cosa que hizo por varios años.
Sus
escritos son de gran importancia por ser un Padre de la Iglesia y
Arzobispo de Jerusalén, solo tres siglos después de la pasión de
Jesús. Sucedió a Máximo en la sede de Jerusalén el año
348, y fue obispo de esa ciudad por unos 35 años. Por su defensa de
la ortodoxia en la controversia arriana, se vio condenado al
destierro más de una vez.
Hasta
nosotros llegaron 18 discursos catequéticos, un sermón de la
piscina de Betseda, la carta al emperador Constantino, y otros
pequeños fragmentos. Trece escritos están dedicados a la exposición
general de la doctrina, y cinco, llamados mistagógicas, están
dedicados al comentario de los ritos sacramentales de la iniciación
cristiana.
Estos
escritos llamados Catequesis de San Cirilo, nos llegaron gracias a la
transcripción de un estenógrafo, que lo hizo con la misma sencillez
y naturalidad que lo hacía San Cirilo, cuando comunicaba a la
comunidad cristiana, en los tres principales santuarios de Jerusalén,
entre ellos la Basílica de la Santa Cruz de Constanza, llamada
Martyrion para los candidatos al bautismo, y la iglesia de la
Resurrección o Anástasis, para los que se bautizaban durante la
semana de Pascua, es decir, eran los mismos lugares de la redención,
como él mismo decía, que no solo se escucha, sino que "se
ve y se toca".
Por
estos importantes escritos, que probablemente lo compuso al comienzo
de su episcopado, ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por
el Papa León XIII. La incertidumbre de su pensamiento teológico,
es lo que demoró en Occidente, el reconocimiento de su santidad. Su
fiesta fue instituida en 1882.
Tuvo
alguna simpatía por los arrianos, pero pronto se separó de ellos,
para adherirse a los semiarrianos homoiusianos, esto era, la
orientación teológica que se inclinaba a los convenios, que
proponía el término "homoi-ousios" (de naturaleza
semejante) en vez de "homo-ousios" (de la misma naturaleza,
es decir, el verbo de la misma naturaleza que el Padre).
Se
trataba solo de añadir una letra, pero era suficiente para eliminar
la idea de la consubstancialidad (consubstancial: que es de la misma
substancia) entre el Padre y el Hijo. Cirilo abandonó también a los
semiarrianos, y se unió a la doctrina ortodoxa de Nicea, por eso fue
desterrado cinco veces bajo los emperadores Constantino y Valente. En
total fueron 16 años de destierro. Tres veces por un bando, y dos
por el bando opuesto.
En
sus escritos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo y del
Credo, explicándolo frase por frase, para instruir a los recién
bautizados sobre la fe, también habla bellísimamente sobre la
Eucaristía, insistiendo fuertemente en que Jesucristo Sí está
presente en la Santa Hostia de la Eucaristía.
A
los que reciben la comunión en la mano les aconseja: "Hagan de
su mano izquierda como un trono que se apoya en la mano derecha, para
recibir al Rey Celestial" - traten con
cuidado la hostia consagrada, para que no caigan pedacitos, así como
no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro.
En
síntesis estos documentos son de mucho valor, porque contienen las
enseñanzas y ritos de la Iglesia de mediados del siglo IV, y forman
"el primitivo sistema teológico". También describe
interesantemente acerca del descubrimiento de la cruz, y de la roca
que cerraba el Santo Sepulcro.
Existen
dos versiones que no coinciden entre sí, de porque Cirilo sucedió a
Máximo en la sede de Jerusalén. San Jerónimo fue quien dejó una
de ellas, pero evidentemente tenía prejuicio en contra de San
Cirilo.
Arrio
Acacio, era uno de los obispos de la provincia, que consagró
legalmente a San Cirilo, pensando que luego iba a poder manejarlo,
pero se equivocó por completo. Cirilo era un hombre suave de
carácter, ya que prefería instruir que polemizar, y trataba de
permanecer neutral en las discusiones, y por esa razón ambos
partidos lo desterraron en su momento, llamándolo hereje.
Pero
contaba con amigos como San Hilario, que era defensor del dogma de
Santísima Trinidad, y con San Atanasio que defendía la divinidad de
Jesucristo, que le profesaba una sincera amistad. En el Concilio
general de Constantinopla, en el año 381, lo llaman: "valiente
luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las
verdades de nuestra religión".
En
el primer año de su episcopado, ocurrió un fenómeno físico que
impresionó a la ciudad. Envió noticia de lo sucedido al emperador
Constantino, en una carta que aún existe, y que se ha puesto en duda
su autenticidad, aunque el estilo sin duda es suyo.
La
carta dice: "En las nonas de mayo,
hacia la hora tercera, apareció en los cielos una gran cruz
iluminada, encima del Gólgota, que llegaba hasta la sagrada montaña
de los Olivos: fue vista no por una o dos persona, sino evidente y
claramente por toda la ciudad. Esto no fue, como podría creerse, una
fantasía ni apariencia momentánea, pues permaneció por varias
horas visible a nuestros ojos, y más brillante que el sol. La ciudad
entera se llenó de temor y regocijo a la vez, ante tal portento, y
corrieron inmediatamente a la iglesia alabando a Cristo Jesús único
Hijo de Dios".
Enseguida
que Cirilo tomara posesión, comenzaron las discusiones entre él y
Acacio, no solo por problemas de sus respectivas sedes, sino también
sobre asuntos de fe, porque Acacio en ese entonces, estaba envuelto
en la herejía arriana.
Acacio
como metropolitano de Cesárea, exigía la jurisdicción de Cirilo,
que mantuvo la prioridad de su sede, como si tuviera un "trono
apostólico". Acacio recordaba un Canon del Concilio de Nicea
que dice: "Ya que por la costumbre o antigua tradición, el
obispo de Aelia (Jerusalén) debe recibir honores, dejemos al
metropolitano (de Cesarea) en su propia dignidad mantener el segundo
lugar".
La
pelea se hizo abierta, y Acacio convocó un Concilio de Obispos
partidarios suyos, al que citaron a Cirilo, pero no se presentó. Se
le acusó de contumacia (porfía, obstinación en el error), y de
haber vendido propiedades de la Iglesia para ayudar a los
necesitados. Lo último, sí lo hizo, como anteriormente lo
habían hecho muchos prelados, entre ellos San Ambrosio y San
Agustín, y fueron comprendidos.
El
fraudulento Concilio condenó a Cirilo, y fue desterrado de
Jerusalén. Se fue para Tarso, lo recibió Silvanus, un obispo
semi-arriano, y esperó allí la apelación que había hecho al
tribunal superior. Dos años después, ante el Concilio de Seleucia,
llegó su apelación. Este Concilio estaba integrado por
semi-arrianos, arrianos y muy pocos miembros del partido ortodoxo,
todos de Egipto.
Cirilo
se sentó entre los semi-arrianos que lo ayudaron durante su exilio.
Acacio se fue de la reunión, objetando violentamente la presencia de
Cirilo, pero regresó pronto para participar de los debates
posteriores. El partido de Acacio fue depuesto por tener minoría, y
el de Cirilo fue reivindicado.
Acacio
se fue a Constantinopla, a tratar de convencer a Constantino a que
reuniera otro concilio. Acusó a Cirilo de haber vendido unas
vestiduras que el emperador le regaló a Macario para administrar el
bautizo, y que luego fueron vistas en una representación teatral.
Esto
puso furioso al emperador, y emitió un segundo decreto de exilio en
contra de Cirilo, un año después de haber sido repuesto a su sede.
Constantino muere en el año 361, le sucede Juliano, quien llama a
que regresen todos los obispos que Constantino había desterrado, y
así Cirilo regresa a su sede.
Durante
la gestión de Juliano el Apóstata, hubieron pocos martirios en
comparación con otros reinados, pero cayó en la cuenta que la
sangre de los mártires era el simiente de la iglesia, y por esa
razón hizo todo lo que pudo para desacreditar la religión que él
había abandonado.
Nos
cuentan los historiadores de la Iglesia, Sócrates, Teodoreto y
otros, que Juliano planeó reconstruir el templo de Jerusalén para
apelar a los sentimientos nacionales de los Judíos, y para demostrar
que lo que Jesús había anunciado en el evangelio, no se cumpliría.
San Cirilo contempla con calma los preparativos para la
reconstrucción del templo, profetizando que sería un fracaso, y así
sucedió.
Gibbon
y otros agnósticos se burlan de los sucesos sobrenaturales, sismos,
esferas de fuego, desplome de paredes, etc….que le hicieron
abandonar el proyecto, pero Gibbon admite que estos sucesos están
confirmados no solo por escritores cristianos, como San Juan
Crisóstomo y San Ambrosio, sino también por el testimonio de
Ammianus Marcellinus, el soldado filósofo, que era pagano.
San
Cirilo es desterrado por Valente, por tercera vez en el año 367,
junto con todos los prelados nombrados por Juliano. Este último
destierro duró 11 años, pero cuando sube al trono Teodoro, le
restituye a su sede, donde permanece los últimos años de su vida.
Triste
por todo lo malo que encontró en Jerusalén, como vicios, crímenes,
desórdenes, herejías, divisiones, etc…. apela al Concilio de
Antioquía. Envían a San Gregorio de Nissa, quien no pudo remediar
nada y abandona Jerusalén, dejando para la posteridad sus
"Advertencias en contra de las peregrinaciones",
una detallada descripción de la moral de la santa ciudad en aquel
tiempo.
San
Cirilo y San Gregorio estuvieron presentes en el gran Concilio de
Constantinopla -primer Concilio Ecuménico que participó Cirilo, que
era el segundo Concilio Ecuménico. En esta ocasión Cirilo, obispo
de Jerusalén, junto con los patriarcas de Alejandría y Antioquía,
toma lugar como metropolitano, se reconoció la legitimidad de su
episcopado.
Este
Concilio promulgó el Símbolo de Nicea, en su forma corregida.
Cirilo y los demás aceptan el término "Homo-ousios" que
llegó a ser la palabra clave de la ortodoxia. Este hecho toman
Sócrates y Sozomeno, como un acto de arrepentimiento.
Por
otra parte, los obispos escriben una carta al Papa San Dámaso, donde
halagan a Cirilo diciendo que es uno de los defensores de la verdad
ortodoxa en contra de los arrianos.
Se
cree que murió en Jerusalén en el año 386 a los 72 años.
(Leer
las siguientes cartas apostólicas de este Santo es algo realmente
esclarecedor, y se siente como que leyéndolas, rezamos junto a este
glorioso Obispo).
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Oficio
de lectura, 18 de Marzo,
San Cirilo de Jerusalén, Obispo y doctor de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén, Obispo y doctor de la Iglesia
De
su Catequesis
(Catequesis 3, 1-3: PG 33, 426-430)
(Catequesis 3, 1-3: PG 33, 426-430)
Preparad limpios los vasos para recibir al Espíritu Santo
Alégrese
el cielo, goce la tierra, por estos que van a ser rociados con el
hisopo y purificados con el hisopo espiritual, por el poder de aquel
que en su pasión bebió desde la cruz por medio de la caña de
hisopo. Alégrense las virtudes de los cielos; y prepárense las
almas que van a desposarse con el Esposo. Una voz grita en el
desierto: «Preparad el camino del Señor».
Comportaos,
pues, rectamente, oh hijos de la justicia, recordando la exhortación
de Juan: Allanad sus senderos: Retirad
todos los estorbos e impedimentos para llegar directamente a la vida
eterna. Por la fe sincera,
preparad limpios los vasos de vuestra alma para recibir al Espíritu
Santo. Comenzad por lavar vuestros vestidos con la penitencia, a fin
de que os encuentren limpios, ya que habéis sido llamados al tálamo
del Esposo.
El
Esposo llama a todos sin distinción, pues su gracia es liberal y
abundante; sus pregoneros reúnen a todos a grandes voces, pero luego
Él segrega a aquellos que no son dignos de entrar a las bodas,
figura del bautismo.
Que
ninguno de los inscritos tenga que oír aquella voz: “Amigo,
¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”.
Ojalá
que todos escuchéis aquellas palabras: Muy bien. “Eres un
empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un
cargo importante; pasa al banquete de tu Señor”.
Hasta
ahora os habéis quedado afuera de la puerta, pero deseo que todos
podáis decir: El rey me introdujo en su cámara. Me alegro con mi
Dios: porque me ha vestido un traje de gala, y me ha envuelto en un
manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se
adorna con sus joyas.
Que
vuestra alma se encuentre sin mancha ni arruga, ni nada por el
estilo; no digo antes de recibir la infusión de la gracia (¿para
qué, entonces, habríais sido llamados a la remisión de los
pecados?), pero sí que cuando la gracia se os infunda, vuestra
conciencia, estando libre de toda falta, concurra al efecto de la
gracia.
El
bautismo es algo sumamente valioso y debéis acercaros a él con la
mejor preparación. Que cada uno coloque ante la presencia de Dios,
rodeado de todas las miradas de los ejércitos celestiales. El
Espíritu Santo sellará vuestras almas, pues habéis sido elegidos
para militar al servicio del Gran Rey.
Preparaos,
pues, y disponeos para ello, no tanto con la blancura inmaculada de
vuestra túnica, cuanto con un espíritu verdaderamente fervoroso.
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Oficio
de lectura, jueves de la octava de pascua
El
bautismo, figura de la pasión de Cristo
San Cirilo de Jerusalén
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis
de Jerusalén
Catequesis 20, Mistagogica 21, 4-6: PG 33, 1079-1082
Catequesis 20, Mistagogica 21, 4-6: PG 33, 1079-1082
Fuisteis
conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde
la cruz fue llevado al sepulcro.
Y
se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado
esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua, y otras
tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en
imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo.
Pues
así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y
tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra
primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y,
con vuestra inmersión, la primera noche.
Porque
como el que anda durante el día lo percibe todo, del mismo modo en
vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en
cambio al emerger os pareció encontraros en pleno día; y en un
mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua
salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
Por
eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a propósito de
otras cosas: Tiempo de nacer, tiempo de
morir; pero a vosotros os pasó esto en orden inverso:
tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad
un mismo instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó
junto con vuestra muerte.
¡Oh
maravilla nueva e inaudita!. No hemos muerto ni hemos sido
sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados, en el
sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas
realidades en imagen, hemos obtenido así la salvación verdadera.
Cristo
sí que fue realmente crucificado, y su cuerpo fue realmente
sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido
dado, por gracia, que, imitando lo que Él padeció con la realidad
de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.
¡Oh
exuberante amor para con los hombres!. Cristo fue el que recibió los
clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y
a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio
la salvación por la comunión de sus dolores.
No
piense nadie, pues, que el Bautismo fue dado solamente por el perdón
de los pecados, y para alcanzar la gracia de la adopción, como en el
caso del bautismo de Juan, que confería sólo el perdón de los
pecados; nuestro bautismo, como bien
sabemos, además de limpiarnos del pecado y darnos el don del
Espíritu es también tipo y expresión
de la Pasión de Cristo.
Por
eso Pablo decía: “¿Es que
no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo
Jesús fuimos incorporados a su muerte?. Por el bautismo fuimos
sepultados con Él en la muerte”.
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Oficio
de lectura, viernes de la octava de pascua
La
unción del Espíritu Santo
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 21 (Mistagógica 3), 1-3
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 21 (Mistagógica 3), 1-3
Bautizados
en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos semejantes al
Hijo de Dios. Porque Dios, que nos predestinó para la adopción, nos
hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Hechos, por
tanto, partícipes de Cristo (que significa Ungido), con toda razón
os llamáis ungidos; y Dios mismo dijo de vosotros: “No toquéis
a mis ungidos”.
Fuisteis
convertidos en Cristo al recibir el anticipo del Espíritu Santo:
pues con relación a vosotros, todo se realizó en símbolo e imagen;
en definitiva, sois imágenes de Cristo.
Por
cierto que Él, cuando fue bautizado en el río Jordán, comunicó a
las aguas el fragante perfume de su divinidad, y al salir de ellas,
el Espíritu Santo descendió substancialmente sobre Él como un
igual sobre su igual.
Igualmente
vosotros, después que subisteis de la piscina, recibisteis el
crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con el que Cristo fue
ungido. De este Espíritu, dice el profeta Isaías en una profecía
relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor: “el
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido;
me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren”.
Cristo,
en efecto, no fue ungido por los hombres, ni su unción se hizo con
óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió, al
constituirlo Salvador del mundo; y su unción fue el Espíritu Santo
tal como dice San Pedro: Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo, que anuncia también el profeta David:
“Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; cetro de rectitud es
tu cetro real. Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el
Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus
compañeros”.
Cristo
fue ungido con el óleo espiritual de la alegría, es decir,
con el Espíritu Santo, que se llama aceite de júbilo, porque es el
autor y la fuente de toda alegría espiritual, pero vosotros, al ser
ungidos con ungüento material, habéis sido hechos partícipes y
consortes del mismo Cristo.
Por
lo demás, que no se te ocurra pensar que se trata de un simple y
común ungüento. Pues, de la misma manera que después de la
invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un
simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite,
después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración
consagratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino
el don de Cristo y fuerza del Espíritu Santo, ya que realiza, por la
presencia de la divinidad, aquello que significa. Por eso, este
ungüento se derrama simbólicamente sobre la frente y los demás
sentidos, para que mientras se unge el cuerpo con un aceite visible,
el alma quede santificada por el Santo y vivificante Espíritu.
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DOMINGO
PRIMERO DE ADVIENTO, Oficio de Lectura,
De
la Catequesis de San Cirilo de Jerusalén, Obispo
(Catequesis 15, 1-3: PG 33, 870-874)
Las dos venidas de Cristo
(Catequesis 15, 1-3: PG 33, 870-874)
Las dos venidas de Cristo
Anunciamos
la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda,
mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un
significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema
del reino divino.
Pues
casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble
es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la
Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso:
el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro,
manifiesto, todavía futuro.
En
la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda
se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz,
sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado
por un ejército de ángeles.
No
pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la
futura. Y habiendo sido proclamado en la primera: “Bendito el
que viene en nombre del Señor”, diremos eso mismo en la
segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles,
aclamaremos, adorándolo: “Bendito el que viene en nombre del
Señor”.
El
Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su
tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que
antes, mientras era juzgado, guardó silencio, refrescará la memoria
de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y
les dirá: “Esto hicisteis y yo callé”.
Entonces,
por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres
con suave persuasión; en esa otra ocasión futura, lo quieran o no,
los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
De
ambas venidas habla el profeta Malaquías: “De pronto entrará
en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis”. He ahí
la primera venida.
Respecto
a la otra, dice así: “El mensajero de la alianza que vosotros
deseáis: miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos-, ¿Quién
podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie
cuando aparezca?. Será un fuego de fundidor, una lejía de
lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata”.
Escribiendo
a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos:
“Ha
aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los
hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos
mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y
religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”. Ahí
expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la
segunda, la que esperamos.
Por
esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido
por la Tradición, decimos que creemos en Aquel que subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Vendrá,
pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá
ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con
gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este
mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.
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Oficio
de lectura, Sábado XIII del tiempo Ordinario
Reconoce
el mal que has hecho, ahora que es el tiempo propicio
De las catequesis de San Cirilo de Jerusalén, padre de la Iglesia, siglo IV.
1,2-3. 5-6: PG 33, 371, 375-378).
De las catequesis de San Cirilo de Jerusalén, padre de la Iglesia, siglo IV.
1,2-3. 5-6: PG 33, 371, 375-378).
Si
hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga
por la fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y
así, libertado de la pésima esclavitud del pecado, y sometido a la
dichosa esclavitud del Señor, será digno de poseer la herencia
celestial.
Despojaos,
por la confesión de vuestros pecados, del hombre viejo, viciado por
las concupiscencias engañosas, y vestíos del hombre nuevo, que se
va renovando según el conocimiento de su creador.
Adquirid,
mediante vuestra fe, las arras (conjunto
de trece monedas que, en algunas regiones españolas, entrega el
novio a la novia durante la ceremonia de la boda)
del Espíritu Santo, para que podáis ser recibidos en la mansión
eterna.
Acercaos
a recibir el sello sacramental, para que podáis ser reconocidos
favorablemente por Aquel que es vuestro dueño. Agregaos al santo y
racional rebaño de Cristo, para que un día, separados a su derecha,
poseáis en herencia la vida que os está preparada.
Porque
los que conserven adherida la aspereza del pecado, a manera de una
piel velluda, serán colocados a la izquierda, por no haberse querido
beneficiar de la gracia, que se obtiene por Cristo a través del baño
de regeneración.
Me
refiero no a una regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del
alma. Los cuerpos, en efecto, son engendrados por nuestros padres
terrenos, pero las almas son regeneradas por la fe, porque el
Espíritu sopla donde quiere. Y así entonces, si te has hecho digno
de ello, podrás escuchar aquella voz: “Muy
bien. Eres un empleado fiel y cumplidor, a saber, si tu conciencia es
hallada limpia y sin falsedad”.
Pues,
si alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a
prueba la gracia de Dios, se engaña a sí mismo, e ignora la
realidad de las cosas. Procura, oh hombre,
tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios penetra en el
interior del hombre.
El
tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce
el mal que has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche.
Reconócelo ahora que es el tiempo propicio, y en el día de la
salvación recibirás el tesoro celeste.
Limpia
tu recipiente, para que sea capaz de una gracia más abundante,
porque el perdón de los pecados se da a todos por igual, pero
el don del Espíritu Santo se concede a proporción de la fe de cada
uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si
trabajas mucho, mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio,
mira, pues, tu conveniencia.
Si
tienes algo contra alguien, perdónalo.
Vienes para alcanzar el perdón de los pecados: es
necesario que tú también perdones al que te ha ofendido.
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Oficio
de lectura, Sábado de la octava de pascua
El
pan del celestial y la bebida de salvación
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis de Jerusalén
Catequesis 22, (Mistagógica 4,1.3-6.9: PG 33, 1098-1106)
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis de Jerusalén
Catequesis 22, (Mistagógica 4,1.3-6.9: PG 33, 1098-1106)
Nuestro
Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y
pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo: «Tomad y comed;
esto es mi cuerpo».
Y,
después de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias, dijo:
«Tomad y bebed; ésta es mi sangre».
Si fue Él mismo quien dijo sobre el pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién
se atreverá en adelante a dudar?. Y si Él fue quien aseguró y
dijo: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar, y decir que no
es su sangre?.
Por
lo cual estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento
el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues
bajo la figura del pan, se te da el cuerpo, y bajo la figura del
vino, la sangre; para que al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo,
llegues a ser un solo cuerpo y
una sola sangre con él. Así,
al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos
en portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos
hacemos partícipes de la naturaleza divina.
En
otro tiempo Cristo, disputando con los judíos, dijo: “Si
no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en
vosotros”. Pero como no lograron entender el
sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás
escandalizados, pensando que se les estaba invitando a comer carne
humana.
En
la antigua alianza existían también los panes de la proposición:
pero se acabaron precisamente por pertenecer a la antigua alianza. En
cambio, en la nueva alianza, tenemos un pan celestial y una bebida de
salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Porque del mismo modo
que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo
es para la vida del alma.
No
pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos
simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de
Cristo, de acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y
aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y
asegura la verdadera realidad. (hay
gran cantidad de milagros eucarísticos, avalados con base
científica, que certifican este dogma como el de Lanciano, entre
tantos otros)
La
fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no
es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que
parece vino no es vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino
la sangre de Cristo; por eso ya en la antigüedad, decía David en
los salmos: “El pan da fuerzas al corazón del hombre, y el
aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo
ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma”.
Y
que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la
gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en
Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Oficio
de lectura, XVII Jueves del tiempo ordinario
La
Iglesia es la esposa de Cristo
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18,26-29
Catequesis 18, 26-29
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18,26-29
Catequesis 18, 26-29
«Católica»:
éste es el nombre propio de esta Iglesia, Santa y Madre de todos
nosotros; ella es en verdad esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo
unigénito de Dios (porque está escrito: Como Cristo amó a su
Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, y lo que sigue), y es
figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es
nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole
numerosa.
En
efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia,
esto es, la católica, Dios –como dice Pablo– estableció en el
primer puesto a los Apóstoles, en el segundo los Profetas, en el
tercero los Maestros, después vienen los Milagros; luego el don de
curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, y toda
clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la
justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia
insuperable en las persecuciones.
Ella
fue la que antes, en tiempo de persecución y de angustia, con armas
ofensivas y defensivas, con honra y deshonra, redimió a los
santos mártires con coronas de paciencia entretejidas de diversas y
variadas flores; pero ahora, en este tiempo de paz, recibe, por
gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los reyes, de los
hombres constituidos en dignidad, y de toda clase de hombres.
Y
la potestad de los reyes sobre sus súbditos está limitada por unas
fronteras territoriales; la Santa Iglesia
católica, en cambio, es la única que goza de una potestad ilimitada
en toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha
puesto paz en sus fronteras.
En
esta Santa Iglesia Católica, instruidos con esclarecidos preceptos y
enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos, y heredaremos la
vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos
alcanzarla del Señor.
Porque
la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta,
sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna.
Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña la resurrección de
los muertos, de la que ya hemos disertado; creamos en la vida del
mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos.
Por
tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la
que, por mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones
para todos, y por su benignidad, también a nosotros los hombres se
nos han prometido verídicamente los bienes de la vida eterna.
Oración:
Te pedimos Señor, que nos permitas siempre mantener una
profunda comunidad espiritual con San Cirilo de Jerusalén,
teniéndolo como faro seguro en medio de la terrible borrasca de
indiferentismo y apostasía, en la que el mundo vive actualmente. Que
él nos inspire siempre en la verdadera senda a seguir. A Tí Señor
que nos diste tu Cuerpo y Tu Sangre, para que nos unamos íntimamente
a tu Cuerpo Místico, y así abrevar en toda Ciencia y Piedad. Amén.
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