Cuarta
Feria, 22 de marzo
SANTA
CATALINA DE SUECIA, VIRGEN
(†
1381)
Escultura
de Santa Catalina de Suecia en la iglesia de Trönö, Hälsingland,
Suecia
Con
alegría abrazó voluntariamente la cruz del Señor
Breve
Catalina
Ulfsdotter (1331 o 1332 - Vadstena, 24 de marzo de 1381), mejor
conocida como Santa Catalina de Suecia, o Santa Catalina de Vadstena,
fue una religiosa católica sueca, monja brigidina y santa de la
Iglesia Católica. Era hija de Santa Brígida, y su nombre se halla
muy relacionado a la obra de su madre. Es considerada la santa
patrona de las vírgenes, y es invocada contra el aborto.
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VIRGILIO
BEJARANO
En
Suecia, hoy día, no sólo son luteranos casi todos sus habitantes,
sino que también la cultura y la vida llevan impreso el sello del
protestantismo; los católicos representan sólo una exigua minoría.
Sin
embargo, el país de Gustavo Adolfo ha pertenecido a la Iglesia
romana durante seis siglos (del X al XVI), y en aquella época
produjo admirables frutos de fe, de devoción y de santidad.
Santa
Catalina de Suecia, llamada también Santa Catalina de Vadstena,
nació hacia 1331, de padres nobles y cristianos. Era la cuarta entre
los ocho hijos del príncipe Ulf Gudinarsson y de su esposa Birgitta
Birgesdotter, que no es otra que Santa Brígida, cuya festividad
celebra la Iglesia el día 9 de octubre.
De
niña fue confiada para su educación a la abadesa del monasterio
cisterciense de Riseberga. Por decisión
paterna se casó a los dieciséis años con el linajudo y virtuoso
conde Egard Lydersson van Kyren. De común acuerdo, los dos esposos
decidieron vivir en virginidad, a imitación de la Santísima Virgen
y San José, y entregados a la plegaria, los ayunos y las obras de
caridad.
El
hermano mayor de Santa Catalina, Carlos, príncipe ligero y mundano,
hizo todo lo posible por apartar a su hermana de esta vida de
perfección, mas en vano; en cambio, Santa Catalina, con sus
exhortaciones y su ejemplo, consiguió que su cuñada Gyda, la esposa
de Carlos, renunciara a la vida lujosa y disipada que llevaba.
La
madre de Santa Catalina, Santa Brígida, después de la muerte de su
marido, se encontraba en Roma. A Santa Catalina le entró un ardiente
deseo de ir a reunirse con su madre. Con permiso de su marido (pese a
los intentos de su hermano Carlos para que no se lo concediera),
Santa Catalina emprendió el largo viaje a Roma en el año santo de
1350.
Cuando
en el verano de dicho año, Santa Catalina llegó a la Ciudad Eterna,
su madre estaba fuera de Roma; sólo después de algunos días, y
gracias a haberse encontrado de manera providencial en la iglesia de
San Pedro con el obispo Pedro de Skänninge, uno de los acompañantes
de Santa Brígida, pudo ir a reunirse con ésta, que se encontraba en
el monasterio de Farfa, en el Lacio.
Después
de haber pasado junto a su madre unas semanas en Roma, se disponía
Santa Catalina a regresar a Suecia. Santa Brígida, entre tanto,
había tenido una revelación divina: que era precisamente su hija la
compañera y colaboradora que Dios le había designado para dar cima
a la obra que traía entre manos, es decir, para la fundación de la
Orden del Santísimo Salvador.
Santa
Brígida le preguntó entonces a su hija si estaba dispuesta a pasar
por Jesucristo penas y contrariedades; Santa Catalina le contestó
afirmativamente, añadiendo que estaba dispuesta a seguir la voluntad
divina, aunque para ello tuviera que dejar, no sólo su patria,
amigos y parientes, sino a su mismo marido, a quien —son sus
palabras— amaba más que a su propio cuerpo. Poco después Santa
Brígida tuvo otra revelación: que su yerno, el conde Egard
Lydersson van Kyren, había fallecido en su castillo de Suecia.
Santa
Catalina entonces fue invadida por una gran depresión de ánimo; en
medio de su tristeza sentía un gran amargor y desaliento, viéndose
obligada a permanecer en casa, mientras su madre y sus acompañantes
visitaban las iglesias romanas para ganar indulgencias.
Se
le apareció entonces la Virgen María, ordenándole la obediencia a
su madre y a su director espiritual, y que abandonase la nostalgia de
su tierra y amistades; al mismo tiempo, la Santísima Virgen le
prometía su poderosa protección si permanecía junto a su madre.
Santa Catalina así lo hizo.
En
Roma vivían Santa Catalina y su madre en la más estrecha pobreza
voluntaria, ganándose el sustento con el trabajo de sus manos,
visitando las iglesias, dedicándose a rudas penitencias y ayunos,
sin abandonar por ello los ejercicios de piedad, especialmente la
meditación en la pasión del Señor, y practicando la caridad:
repartían limosnas a los menesterosos, y enseñaban la doctrina
cristiana a los pobres extranjeros.
En
medio de esta vida de santificación y mortificación, los biógrafos
nos cuentan un hecho por el que se pone de relieve la ternura filial
de Santa Catalina. Ella y su madre dormían
siempre sobre el santo suelo;
pero cuando Santa Brígida se había dormido, su hija procuraba poner
una almohada bajo la cabeza de su madre.
Santa
Catalina era joven y hermosa, y ambas cosas iban a acarrearle una
serie de dificultades por parte de los numerosos pretendientes que
surgieron entre los nobles romanos. Ella había confiado a San
Sebastián la salvaguardia de su virginidad, y precisamente un día
en que iba a la iglesia de este Santo, salió a su encuentro un conde
con intención de raptarla: la aparición inesperada de un gamo, al
que sin más pensar intentó darle caza, distrajo al raptor.
Este
mismo conde intentó repetir su fechoría otro día en que la Santa
se dirigía a la iglesia de San Lorenzo extramuros: en esta ocasión
fue víctima de una ceguera repentina, de la que curó después sólo
gracias a las plegarias de Santa Catalina. Un día, desesperada ya,
quiso estropear la belleza de su rostro por medio de un ungüento
repugnante y venenoso.
Cuando,
oculta en el jardín de la casa romana en que vivía con su madre,
iba a poner en obra su intención, le cayó sobre la cabeza una
piedra de la pared hiriéndola gravemente. Dios, que la había creado
tan hermosa, no permitió que su belleza fuera destruida. Pero Santa
Catalina hubo de permanecer encerrada en casa hasta curarse, mientras
su madre y sus amigos iban a visitar las iglesias: era una prueba más
para la Santa, pero también uno de los medios de que se valía el
Señor para su santificación.
Santa
Catalina y su madre realizaban peregrinaciones por Italia, con el fin
de visitar los más famosos santuarios, estos viajes en aquellos
tiempos no estaban exentos de peligros. Por ejemplo, encontrándose
en Asís para visitar la iglesia de San Francisco, fueron atacadas
por una partida de bandidos, de los que milagrosamente consiguieron
huir. También, juntamente con su madre, hizo Santa Catalina la
peregrinación a Tierra Santa.
Poco
después de haber regresado a la Ciudad Eterna, Santa Brígida, que
ya se había sentido enferma en Jerusalén, fallecía en 1373, siendo
enterrada provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in
panisperna.
Algún
tiempo después, Santa Catalina, en compañía de su hermano Birger
Ulfsson y sus amigos y compatriotas, los obispos Pedro de Skänninge
y Pedro de Alvastra, trasladaron a su tierra los restos mortales de
Santa Brígida. A su paso por los diversos países de Europa, el
fúnebre cortejo iba cumpliendo una verdadera actividad misionera:
Santa Catalina dirigía a los pecadores saludables instrucciones,
procuraba con sus hechos y palabras inspirar por doquier el santo
temor de Dios, y al mismo tiempo daba a conocer las predicciones y
revelaciones de su santa madre.
Después
de haber atravesado toda Europa, embarcaron en Danzig para Suecia,
adonde llegaron, tocando tierra en Söderköping, a mediados de junio
de 1374. El paso de los restos mortales de Santa Brígida a través
de Suecia fue una procesión triunfal: los milagros florecían a su
paso, y las gentes acudían de todas partes a oír los sermones de
Pedro de Alvastra. Santa Brígida fue enterrada en Vadstena el 4
de julio de aquel año con gran solemnidad.
Después
de haber enterrado a su madre, Santa Catalina se encierra en el
monasterio de Vadstena, pintorescamente situado a orillas del gran
lago Vättern, viviendo bajo la Regla que, durante nada menos que
veinticinco años, había practicado en Roma junto a su madre.
Poco
tiempo después, y a pesar de no ser ése su deseo, Santa Catalina
era elegida abadesa, pero tampoco ahora iba a poder disfrutar de una
existencia tranquila: el constante peregrinar era el eje de su vida.
En efecto, en 1375 emprende de nuevo el largo, y en aquel tiempo,
dificultosísimo viaje a Roma, esta vez con una doble finalidad:
poner en marcha y activar el proceso de canonización de Santa
Brígida, y conseguir del Papa la aprobación de la Orden del
Santísimo Salvador.
En
esta ocasión Santa Catalina permaneció en Roma cinco años. La
canonización de su madre se vio retrasada por el cisma de Occidente,
que entonces desgarraba a la catolicidad: Santa Brígida fue elevada
a los altares por el papa Bonifacio IX en 1401, mas esto ya no
alcanzó a verlo Santa Catalina; en cambio, consiguió del sumo
pontífice Urbano VI la constitución apostólica de 3 de diciembre
de 1378, por la que se aprobaba la Orden del Santísimo Salvador, y
al mismo tiempo se concedían a Vadtena las mismas indulgencias que
las que podían lucir los peregrinos que visitaban la iglesia romana
de San Pedro ad vincula.
En
1380 Santa Catalina estaba otra vez en su amado retiro de Vadstena,
donde murió el 24 de marzo de 1381, después
de nueve meses de penosa enfermedad, contra la cual no
quiso tomar ninguna clase de medicinas, y en cuyo largo desarrollo
dio numerosos ejemplos de humildad, mortificación y paciencia.
Santa
Catalina recibía a diario, durante los últimos veinticinco años de
su vida, el sacramento de la penitencia, y lo mismo continuó
haciendo en su última enfermedad; pero a causa de los vómitos de
que iba acompañada la dolencia, se veía privada de la comunión
dominical (pues la costumbre de comulgar a diario no existía en la
Edad Media), si bien pudo recibir la comunión antes de morir.
El
final de su vida no fue el final de su influencia. Apenas
había exhalado la Santa el último suspiro, se vieron sobre su
cuerpo luces que lo iluminaban maravillosamente, y durante varios
días estuvo luciendo una brillante estrella sobre la casa donde
estaban sus restos mortales, y en su entierro aparecieron
innumerables luces delante y detrás del sarcófago, pero quienes las
trajeron no se mostraron visibles,
De
esta manera, en los funerales de Santa Catalina, solemnemente
celebrados por el arzobispo Birgen de Upsala, y por los obispos
Nicolás de Linköping (después también elevado a los altares) y
Tord de Strägnäs, y honrados por la asistencia del príncipe Erik,
hijo del rey de Suecia, así como por los más importantes personajes
del reino, se dio un hecho milagroso que fue como la coronación de
los muchos milagros de la vida de la Santa, continuados después de
su muerte.
En
efecto, se nos dice en su Vida que ya al nacer no quiso mamar la
leche de su nodriza, que era una mujer de vida mundana, mientras
tomaba muy bien el pecho de su madre, y de otras mujeres honestas.
En
una ocasión salvó a Roma de una inundación que se presentaba
devastadora: las aguas del Tíber se retiraron milagrosamente al
meter en ella los pies Santa Catalina.
Estando
también la Santa en Roma, cayó enferma la hermana de uno de sus
conocidos, llamado don Latino; esta mujer había llevado una vida
pecadora, y ahora, a pesar de estar enferma de muerte, no quería
arrepentirse ni confesarse. Santa Catalina se postra de rodillas ante
su lecho y pide a Dios. que conmueva el duro corazón de la pecadora.
De pronto, empieza a subir gran cantidad de
humo desde el río, Desencadenándose al mismo tiempo un
violento huracán y una gran tormenta; todo lo cual produjo el efecto
de ablandar el corazón de aquella mujer, que acabó haciendo una
humilde confesión que le permitió tener una muerte cristiana.
En
Nápoles rogó Santa Catalina por una posesa, con el resultado de que
el espíritu inmundo abandonó a la mujer.
Viajando
por Prusia Santa Catalina, uno de sus criados se cayó del coche,
pasándole por encima las ruedas del mismo y resultando gravemente
herido; pero gracias a las plegarias de la Santa sanó en el acto.
En
Vadstena sanó también a un hermano lego que se hirió gravemente al
caerse de un lugar elevado.
También
curó a una muchacha tullida, llamada Cristina Persdotter, que fue
luego monja de Vadstena.
En
Vadstena los piojos no aparecían nunca, y el hecho se creía allí
un milagro de la Santa. Un hombre incrédulo, llamado
Clemente, no quiso dar crédito a esto, y entonces se vio acometido
por los piojos de una manera tan furiosa que no pudo verse libre de
ellos sino después de rezar devotamente a Santa Catalina, para que
le librase de tan inmundos animalejos.
Después
de su muerte, y el mismo día en que años más tarde se sacaban sus
restos para cambiarlos de sitio, hizo otro milagro. Un muchacho de
Mjölby, ciudad sueca hoy día populosa, se cayó en la presa de un
molino; pero salió sano y salvo merced a la ayuda de una mujer
vestida de blanco, que no era otra que Santa Catalina.
También
Santa Catalina, como su madre, tuvo el don de las revelaciones y
predicciones. Predijo, por ejemplo, la muerte en Noruega del rey de
Suecia Magnus Eriksson en 1374, muerte que fue comprobada seis
semanas más tarde, al regresar a Suecia los servidores que
acompañaban al rey.
Otros
numerosísimos milagros hechos por Santa Catalina, son enumerados por
sus biógrafos, y certificados con fidedignos testimonios en el
proceso de canonización. El proceso fue iniciado por el obispo
Enrique Tidemansson de Linköping en 1469 y después proseguido en
Roma: pocos años más tarde, en 1484, el papa Inocencio VIII
permitía festejar la festividad de Santa Catalina como una segunda
fundadora de los monasterios brigidinos.
Y
no sin razón. Pues si bien fue Santa Brígida la autora de la Regla
de la Orden y su comentarista, fue su hija quien de veras la puso en
práctica en Vadstena, organizando conforme a ella el primer
monasterio, y quien trabajó lo indecible hasta verla canónicamente
aprobada.
Efectivamente,
la gran obra de Santa Catalina fue dejar asegurada la fundación de
la Orden del Santísimo Salvador (Ordo Sanctissimi Salvatoris), de
monjas y frailes, bajo la jurisdicción de la abadesa de Vadstena. Su
finalidad principal era y sigue siendo alabar al Señor y a la
Santísima Virgen según la liturgia de la Iglesia, ofrecer
reparación por las ofensas cometidas contra la majestad divina, y
llevar en la oración y la meditación (sobre todo en la meditación
de la pasión del Señor), una vida perfecta para el honor de Dios y
la salvación de las almas.
La
Orden llevó también a cabo, sobre todo al final de la Edad Media,
una brillante obra cultural: los brigidinos
tradujeron la Biblia a los idiomas escandinavos, y los monjes de
Vadstena tuvieron la primera imprenta de Suecia. En el
siglo XVI, una dama española, Marina de Escobar, da impulso a la
rama española de la Orden, que perdura en España y en Méjico. En
Europa, por el contrario, la Orden sufrió mucho a consecuencia de la
Reforma primero, y de la Revolución Francesa después, si bien
sobrevivió en el monasterio bávaro de Altomünster.
Pero
la actividad exterior de Santa Catalina, de fundadora tenaz y de
incansable peregrina, cuya influencia se dejaba sentir incluso en la
corte de los Papas, no era otra cosa que la manifestación de un alma
ardiente llena de fe, de piedad y de fortaleza.
Su
figura se nos presenta en su juventud llena de encanto, lo mismo que
resulta atractiva su figura de joven virgen y viuda, decidida a
llevar en Roma, mediante la obediencia y la oración, una vida nada
común de gran humildad y pobreza.
Y
más todavía, si cabe, nos admira la nueva Catalina que sale a luz
después de la muerte de Santa Brígida: la hija devota y decidida,
que sin regatear esfuerzos traslada de Roma a Vadstena, el cuerpo de
su santa y admirada madre; la organizadora vigorosa y resuelta, que
dirige la suerte de Vadstena durante los primeros y más difíciles
años de la fundación, que viaja a Roma y remueve incesantemente los
estorbos que a su actividad se oponen; que lucha y vence; que nos da
ejemplo de superación de la dureza de esta vida.
Sin
duda todo, porque hizo de la meditación en la pasión del Señor, el
centro de su vida, y porque, como dice una secuencia medieval de la
Santa: "Con alegría abrazó
voluntariamente la cruz del Señor".
Para
terminar diremos que la Orden del Santísimo Salvador, cuya fundación
definitiva en la Edad Media fue la gran obra de Santa Catalina, ha
sido restaurada en nuestros días, e incluso ha sido construido un
nuevo monasterio en Vadstena, a la sombra misma de la famosa "Iglesia
Azul" (Blakyrka), la primera de la Orden, gracias a los
infatigables desvelos de otra tenaz mujer sueca, la madre Isabel
Hesselblad, fallecida en 1957. En Suecia, su amada tierra, y en otros
países, las hermanas brigidinas continúan caminando sobre las
huellas de las santas fundadoras. El espíritu de Santa Catalina no
ha muerto.
Oración:
Te pedimos Señor, que por los méritos e intercesión de
Santa Catalina de Suecia, puedan siempre mantenerse santificados los
matrimonios con su ejemplo, sabiendo fusionar santamente la carne con
tu espíritu, ya que todo te pertenece y está unido a tu Cuerpo
Místico. Que ella ilumine a todos los matrimonios en la apertura
hacia la Vida. Te pedimos también por el aumento de las vocaciones
religiosas y laicales católicas en los países escandinavos. A Tí
Señor que eres el autor de la carne, el Espíritu y la Vida. Amén.
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