domingo, 5 de marzo de 2017

Sábado, 4 de marzo

San Casimiro, Príncipe de Polonia


Cuerpo Incorrupto. Devoto de la Pasión de Cristo.

(† 1484)

Breve
Desde muy pequeño demostró gran devoción a Dios y humildad, destacando como una de sus más grandes características la pureza y la bondad, habiendo hecho también voto de castidad. Gran propagador del catolicismo en medio de las nacientes herejías que invadían Europa, las cuales luego desembocaron años después en el protestantismo.
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Cuando nació San Casimiro el día 3 de octubre de 1458 en el castillo de Wawel, en Cracovia, habían pasado setenta y dos años desde que su abuelo, el célebre Jaguelón, gran duque de Lituania, se posesionara del trono de Polonia con el nombre de Ladislao II.

Amenazados continuamente por los asaltos de los caballeros de la orden teutónica, y por las incursiones de los tártaros y los rusos, tanto lituanos como polacos, aunque tan dispares en lengua y estirpe, habían resuelto, al fin, unir su suerte creando una federación o "república", como entonces se decía, la cual sería regida por un jefe único, pero conservando ambos estados sus derechos y sus prerrogativas, con ejército, parlamento y cargas civiles propias.

Jaguelón solamente tuvo hijos de su cuarta esposa, la princesa lituana Sofía de Alsenai; entre éstos se encontraba el padre de nuestro Santo, llamado también Casimiro, que fue desde 1440 gran duque de Lituania v desde 1447 rey también de Polonia. Se casó con la princesa austríaca Isabel de Habsburgo, de la cual tuvo trece hijos, siendo el segundo San Casimiro.

Las familias numerosas son consideradas en los salmos como una bendición: "Tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa". Y a menudo los santos han salido de estas familias con mucha prole, y en la actualidad demuestran las estadísticas que de estas familias salen las mejores vocaciones religiosas y sacerdotales.

Volviendo a nuestro Santo, hemos de decir que, como sus hermanos y hermanas, tuvo una educación sólida y profundamente cristiana.

Por lo que toca a su madre no puede dudarse. Era una de las princesas más piadosas de su siglo. Pero, además, tenemos un testimonio excepcional. Una carta de la propia Isabel de Habsburgo, escrita en 1502 a su hijo Ladislao, rey de Bohemia y Hungría, en la cual describe minuciosamente cómo deben los padres educar a sus propios hijos. Y sin duda que los sabios consejos que da la madre, son sencillamente la exposición de su experiencia personal. A esta labor básica e insustituible de los padres se juntó la obra de excelentes maestros.

Claro está que, ni los cuidados exquisitos de sus padres, ni la competencia de sus maestros, alcanzarían gran cosa si el príncipe Casimiro no hubiera correspondido generosamente a la gracia. Porque sus otros hermanos, a pesar de haber recibido la misma educación, y criarse en circunstancias semejantes, no sólo no llegaron a su mismo grado de perfección, sino que su vida dejó bastante que desear en cuanto a ejemplaridad cristiana.

El continuo esfuerzo del jovencito de agradar a Dios, y estar siempre unido a Él, denotaba una conducta muy por encima de lo ordinario. Para domar su cuerpo y evadir los peligros de la corte renacentista, tan poco propicia a la abnegación, se ejercitaba en las mortificaciones más austeras. Usaba cilicio, se azotaba con disciplinas, practicaba el ayuno corporal, dormía en la dura tierra...

De la mortificación de los sentidos no hay que decir. Ni los vestidos ricos, ni los regalos de palacio, ni los pasatiempos frívolos, ni las fiestas mundanas, conseguían atraerle. No podía concebirse mayor inocencia, mayor compostura, mayor devoción en tan tierna edad, En el templo, sobre todo, sobrecogía por su actitud piadosa y recogida, olvidado de todo y arrebatado a Dios.

Principalmente fue devoto de la pasión de Cristo.

A lo largo de toda la Edad Media, las almas religiosas habían ido penetrando en el misterio insondable de la redención, y una ascética pujante llevaba a los espíritus a conformarse con Cristo crucificado.

Nuestro joven príncipe se abismaba en la contemplación del Crucificado, y al oír hablar de los dolores y agonías que se le presentaron al Redentor en el huerto, de los escarnios que padeció en el atrio de los sumos sacerdotes, de las befas y de la violencia de la flagelación, y la coronación de espinas, así como de las caídas en el terrible itinerario, y de la posterior crucifixión y muerte a la hora de nona, las lágrimas brotaban de sus ojos compasivos, y el corazón se le desmayaba.

Embebido en pensamientos tan divinos, ninguna otra cosa le apetecía, y por su gusto todo su tiempo lo pasara en oración tan sabrosa.

Y no siendo esto posible, por los deberes ineluctables de su alto rango, aprovechaba las noches para tan piadosa ocupación, y para visitar las iglesias, pues tan grande como su piedad hacia la pasión de Cristo era su amor al Santísimo Sacramento.

Y como no puede haber amor divino sin caridad para con el prójimo, San Casimiro socorría a manos llenas a los necesitados, amparaba a los débiles, ejercitaba su influencia en favor de los oprimidos, de los prisioneros, de los enfermos y angustiados. Vida tan santa resulta más admirable en una corte del cuatrocientos, en un ambiente poco propicio a la abnegación y a la virtud.

Vivió siempre en perfecta castidad. Este Santo moría de tisis el día 4 de marzo de 1484, a los veinticuatro años de edad, como otros santos que tanto se le parecen: San Luís Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, Santa Teresita del Niño Jesús.

Que su muerte fue edificante, nos lo abona la santidad de su vida, pero también el hecho de que supo esperarla serenamente, habiendo recibido los santos sacramentos, y con sus ojos clavados en la imagen del crucifijo, e invocando a su Madre, la Virgen María. Testigos hubo que aseguraron haber visto su alma, llena de gran claridad, ascender hasta el cielo, donde era recibida por los coros de los ángeles.

Murió en Gardinas (Grodno), pero su cuerpo fue enterrado en la catedral de Vilna, capital de Lituania, en la capilla de Nuestra Señora, lugar escogido por el santo y así ser fiel hasta la muerte, a tan buena madre.

Cuando ciento veinte años después, en 1604, fue abierta su sepultura para el reconocimiento de sus reliquias, fue hallado entero y sin corrupción su sagrado cuerpo, así como sus vestidos, a pesar de la humedad del enterramiento.

Y sobre el pecho del Santo se encontró una copia del himno latino Omni die dic Mariae meae laudes animae. No contento con haberlo rezado diariamente, para demostrar así su devoción a la Virgen, quiso el Santo llevarlo consigo al sepulcro. Este himno se compone de sesenta estrofas rimadas, de seis versos cada una:

Cada día,
alma mía,
di a María
alabanzas.

A sus fiestas,
a sus gestas,
tú les prestas
culto y prez.

Durante mucho tiempo se creyó que el propio San Casimiro había sido el autor de este himno, que el juglar de la Virgen cantaba en las iglesias de Cracovia ante sus imágenes. Mas la crítica moderna ha demostrado que se trata de una composición medieval, más de cien años anterior, que algunos atribuyen a San Anselmo de Cantorbery.

Con todo, queda el hecho de que el Santo fue quien la propagó, y a su gran devoción mariana se debe el que no se perdiera. Por eso hicieron muy bien los monjes de Montserrat, en la reciente decoración del camarín de la Virgen morenita, el poner la efigie de San Casimiro entre los amantes de María, pronunciando las estrofas del Omni die.

Entre las virtudes de San Casimiro hay que mencionar su celo por promover la fe católica. Tal vez no sea del todo exacta la noticia de las lecciones del segundo nocturno del breviario, donde se dice que consiguió de su padre una ley prohibiendo a los cismáticos rutenos levantar nuevas iglesias o reparar las ruinosas. Esta prohibición estaba ya en vigor cincuenta años antes, desde los tiempos de su abuelo; lo que sí hizo el joven príncipe fue favorecer por todos los medios la extensión del catolicismo, y luchar decididamente contra las herejías y movimientos subversivos que en el siglo XV, época de hussitas y wiclefitas, tenían en conmoción al centro de Europa.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por intercesión de San Casimiro, podamos siempre observar una completa disciplina espiritual en nuestras Vidas, sabiendo guardar en todo momento la santa castidad del cuerpo y del espíritu para las personas consagradas, y la estricta observancia de la fidelidad conyugal para los que viven en el matrimonio, a fin de que todos podamos unirnos completamente a Tí en tu Santa Pasión a lo largo de los días de nuestra Vida. Que San Casimiro también nos guíe espiritualmente contra tantas herejías o conductas heréticas que hoy abundan, incluso dentro de nuestra Iglesia. A Tí Señor que tantas veces nos advertiste sobre los falsos profetas. Amén.


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