miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuarta Feria, 1 de Marzo

Miércoles de Cenizas
Inicio de la Cuaresma


Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás

Conviértete y cree en el Evangelio

La cruz es la salvación de la humanidad: sólo partiendo de la cruz es posible construir un futuro de esperanza y de paz para todos.

Cenizas
La imposición de cenizas marca el inicio de la cuaresma en la que los cristianos nos preparamos para celebrar la Pascua con cuarenta días de austeridad, a semejanza de la cuarentena de Cristo en el desierto, también la de Moisés y Elías.

Las cenizas nos recuerdan:
El origen del hombre: "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7).

El fin del hombre: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).

Dice Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27).

"Todos expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29)

La raíz de la palabra "humildad" es "humus" (tierra). La ceniza es un signo de humildad, nos recuerda lo que somos.

Las cenizas, como polvo, son un signo muy elocuente de la fragilidad, del pecado y de la mortalidad del hombre, y al recibirlas se reconoce su limitación; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades, de nada nos sirven frente al juicio de Dios, y todas esas distinciones humanas son hacen sentir indignos de recibir la Misericordia Divina.

Inspirados por las Sagradas Escrituras, algunas comunidades religiosas tienen la costumbre de poner a sus hermanos moribundos en la tierra, o sobre cenizas.

En Job (Jb 42,6) la ceniza simboliza dolor y penitencia.

La costumbre de imponer la ceniza se practica en la Iglesia desde sus orígenes. En la tradición judía, el símbolo de rociarse la cabeza con cenizas, manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de convertirse: la ceniza es signo de la fragilidad del hombre y de la brevedad de la vida.

Al inicio del cristianismo se imponía la ceniza especialmente a los penitentes, pecadores públicos que se preparaban durante la cuaresma para recibir la reconciliación. Vestían hábito penitencial, y ellos mismos se imponían cenizas antes de presentarse a la comunidad.

En los tiempos medievales se comienza a imponer la ceniza a todos los fieles cristianos con motivo del Miércoles de Ceniza, significando así que todos somos pecadores y necesitamos conversión. La cuaresma es para todos.

Las cenizas se obtienen al quemar las palmas (en general de olivo) que se bendijeron el anterior Domingo de Ramos. Se debe aclarar que no tendría sentido recibir las cenizas, si el corazón no se dispone a la humildad y la conversión que representan.

Como se imparten las cenizas
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar en la misa, después de la homilía. En circunstancias especiales, por ejemplo, cuando no hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de la celebración de la Palabra.

Las cenizas son impuestas en la frente del fiel, haciendo la señal de la cruz con ellas, mientras el ministro dice las palabras Bíblicas: «Acuérdate que eres polvo, y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio».

Las cenizas son un sacramental. Estos no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia los sacramentales «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella» Catecismo (1670 ss.).

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San Juan de Avila
Homilía el Miércoles de Ceniza
"Acuérdate, hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado que te consumió, y del fuego que te tornó ceniza; acuérdate de que para remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo. Para remediar esto vino Dios, y Él mismo fue abrasado de amor y hecho ceniza, trabajó, sudó, se cansó, fue perseguido y afrentado, y finalmente fue crucificado por ti.

Toma la ceniza de Cristo; toma la memoria de su Pasión; acuérdate que Él obedeció más al Padre de lo que tú pecaste; que agradó Él más que desagradaste tú.

Toma la memoria de Jesucristo crucificado; júntala con agua viva. No se te pide sino que te sujetes a la Iglesia, digas a Dios que pequé contra ti, pésame de haber ofendido a mi Dios, que eres, Señor, incomprensible el Bien. Él pone los sacramentos; pon tú un poco de agua viva de contrición. ¿Cómo no te pesará de haber ofendido a quien se puso por ti en la Cruz?"

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Homilía del Miércoles de Ceniza
Juan Pablo II, 28 de febrero de 2001

1. "Reconciliaos con Dios (...). Ahora es el momento favorable" (2 Co 5, 20; 6, 2).

Esta es la invitación que la liturgia nos dirige al inicio de la Cuaresma, exhortándonos a tomar conciencia del don de la salvación, que en Cristo, se ofrece a todo hombre.

Hablando del "momento favorable", el apóstol San Pablo se refiere a la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4), es decir, el tiempo en el que Dios, mediante Jesús, "escuchó" y "socorrió" a su pueblo, realizando plenamente las promesas de los profetas (cf. Is 49, 8).

En Cristo se cumple el tiempo de la misericordia y del perdón, el tiempo de la alegría y de la salvación.

Desde el punto de vista histórico, el "momento favorable" es el tiempo en el que la Iglesia anuncia el Evangelio a los hombres de toda raza y cultura, para que se conviertan, y se abran al don de la redención. De esa forma, la vida queda íntimamente transformada.

2. "Ahora es el momento favorable".

Dentro del año litúrgico, la Cuaresma, que comienza hoy, es un "momento favorable" para acoger con mayor disponibilidad la gracia de Dios. Precisamente por esto, suele definirse "signo sacramental de nuestra conversión" (Oración colecta del I domingo de Cuaresma): signo e instrumento eficaz de aquel radical cambio de vida, que en los creyentes se ha de renovar constantemente. La fuente de ese extraordinario don divino es el Misterio pascual; el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, del que brota la redención para todo hombre, para la historia y para el universo entero.

A este misterio de sufrimiento y amor alude, en cierto modo, el tradicional rito de la imposición de la ceniza, iluminado por las palabras que lo acompañan: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15).

También a ese mismo misterio se refiere el ayuno que hoy observamos, para iniciar un camino de verdadera conversión, en el que la unión con la pasión de Cristo nos permita afrontar, y vencer el combate contra las fuerzas del mal (cf. Oración colecta del miércoles de Ceniza).

3. "Docilidad y Obediencia".

Con esta conciencia, emprendamos el itinerario cuaresmal, prosiguiendo idealmente el gran jubileo, que ha constituido para la Iglesia entera un extraordinario tiempo de penitencia y reconciliación.

Ha sido un año de intenso fervor espiritual, durante el cual se ha derramado en abundancia sobre el mundo la misericordia divina. Para que este tesoro de gracia siga enriqueciendo espiritualmente al pueblo cristiano, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, ofrecí indicaciones concretas sobre cómo actuar en esta nueva fase de la historia de la Iglesia.

Entre esas indicaciones, quisiera recordar aquí algunas que corresponden muy bien a las características peculiares del tiempo cuaresmal. La primera de todas es la contemplación del rostro del Señor: rostro que en Cuaresma se presenta como "rostro doliente" (cf. nn. 25-27).

En la liturgia, en las Stationes cuaresmales, así como en la práctica piadosa del vía crucis, la oración contemplativa, nos permite unirnos al misterio de Aquel que, aunque no tuvo pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (cf. 2 Co 5, 21).

Siguiendo el ejemplo de los santos, todo bautizado está llamado a seguir más de cerca a Jesús, que subiendo a Jerusalén, y previendo su pasión, dice a sus discípulos: "Tengo que recibir un bautismo" (Lc 12, 50). Así, el camino cuaresmal se convierte para nosotros en seguimiento dócil del Hijo de Dios, que se hizo Siervo obediente.

4. “Sacramento de la Reconciliación. El camino al que nos invita la Cuaresma se realiza, ante todo, con la oración: en estas semanas, las comunidades cristianas deben transformarse en auténticas "escuelas de oración".

Otro objetivo privilegiado es acercar a los fieles al sacramento de la reconciliación, para que cada uno pueda "redescubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso, y nos reconcilia plenamente consigo" (Novo millennio ineunte, 37).

Además, la experiencia de la misericordia de Dios, no puede por menos de suscitar el compromiso de la caridad, impulsando a la comunidad cristiana a "apostar por la caridad" (cf. ib., IV).

En la escuela de Cristo, la comunidad cristiana comprende mejor la exigente opción preferencial por los pobres, viviendo la cual "se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia" (ib, 49).

5. Reconciliación. Pacificación y Perdón. "En nombre de Cristo os lo pedimos: reconciliaos con Dios" (2 Co 5, 20).

En el mundo de hoy aumenta la necesidad de pacificación y perdón.

En el Mensaje para esta Cuaresma destaqué ese deseo recurrente de perdón y reconciliación. La Iglesia, apoyándose en las palabras de Cristo, anuncia el perdón y el amor a los enemigos. Al hacerlo, "es consciente de que introduce en el patrimonio espiritual de la humanidad entera una nueva forma de relacionarse con los demás: una forma ciertamente ardua, pero llena de esperanza" (n. 4). He aquí el don que ofrece también a los hombres de nuestro tiempo.

"Reconciliaos con Dios": resuenan con insistencia en nuestro corazón estas palabras. Hoy -nos dice la liturgia- es el "momento favorable" para nuestra reconciliación con Dios.

Conscientes de ello, recibiremos la imposición de la ceniza, dando los primeros pasos en el itinerario cuaresmal. Prosigamos con generosidad por ese camino, conservando la mirada fija en Cristo crucificado. En efecto, la cruz es la salvación de la humanidad: sólo partiendo de la cruz es posible construir un futuro de esperanza y de paz para todos.

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Caridad, oración y ayuno, armas espirituales para combatir el mal
Benedicto XVI: Homilía en la misa del Miércoles de Ceniza, en la basílica de Santa Sabina, 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Con la procesión penitencial hemos entrado en el austero clima de la Cuaresma, y al introducirnos en la celebración eucarística, acabamos de orar para que el Señor ayude al pueblo cristiano a "iniciar un camino de auténtica conversión para afrontar victoriosamente, con las armas de la penitencia, el combate contra el espíritu del mal" (oración Colecta).

Dentro de poco, al recibir la ceniza en nuestra cabeza, volveremos a escuchar una clara invitación a la conversión, que puede expresarse con dos fórmulas distintas: "Convertíos y creed el Evangelio" o "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás". Precisamente por la riqueza de los símbolos, y de los textos bíblicos y litúrgicos, el miércoles de Ceniza se considera la "puerta" de la Cuaresma.

En efecto, esta liturgia y los gestos que la caracterizan forman un conjunto que anticipa de modo sintético la fisonomía misma de todo el período cuaresmal. En su tradición, la Iglesia no se limita a ofrecernos la temática litúrgica y espiritual del itinerario cuaresmal; además, nos indica los instrumentos ascéticos y prácticos para recorrerlo fructuosamente.

"Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto". Con estas palabras comienza la primera lectura, tomada del libro del profeta Joel (Jl 2, 12). Los sufrimientos, las calamidades que afligían en ese período a la tierra de Judá, impulsan al autor sagrado a invitar al pueblo elegido a la conversión, es decir, a volver con confianza filial al Señor, rasgando el corazón, no las vestiduras. En efecto, Dios —recuerda el profeta— "es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas" (Jl 2, 13).

La invitación que el profeta Joel dirige a sus oyentes, vale también para nosotros, queridos hermanos y hermanas. No dudemos en volver a la amistad de Dios perdida al pecar; al encontrarnos con el Señor, experimentamos la alegría de su perdón. Así, respondiendo de alguna manera a las palabras del profeta, hemos hecho nuestra la invocación del estribillo del Salmo responsorial: "Misericordia, Señor: hemos pecado". Proclamando el salmo 50, el gran salmo penitencial, hemos apelado a la misericordia divina; hemos pedido al Señor que la fuerza de su amor nos devuelva la alegría de su salvación.

Con este espíritu, iniciamos el tiempo favorable de la Cuaresma, como nos recordó San Pablo en la segunda lectura, para reconciliarnos con Dios en Cristo Jesús. El Apóstol se presenta como embajador de Cristo, y muestra claramente cómo, en virtud de él, se ofrece al pecador, es decir, a cada uno de nosotros, la posibilidad de una auténtica reconciliación. "Al que no había pecado, Dios se hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a Él, recibamos la justificación de Dios" (2 Co 5, 21). Sólo Cristo puede transformar cualquier situación de pecado en novedad de gracia.

Precisamente por eso asume un fuerte impacto espiritual la exhortación que San Pablo dirige a los cristianos de Corinto: "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5, 20) y también: "Mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2).

Mientras que el profeta Joel hablaba del futuro día del Señor como de un día de juicio terrible, San Pablo, refiriéndose a la palabra del profeta Isaías, habla de "momento favorable", de "día de la salvación".

El futuro día del Señor se ha convertido en el "hoy". El día terrible se ha transformado en la cruz y en la resurrección de Cristo, en el día de la salvación.

Y hoy es ese día, como hemos escuchado en la aclamación antes del Evangelio: "Escuchad hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón". La invitación a la conversión, a la penitencia, resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en todos los momentos de nuestra vida.

De este modo, la liturgia del miércoles de Ceniza indica que la conversión del corazón a Dios es la dimensión fundamental del tiempo cuaresmal. Esta es la sugestiva enseñanza que nos brinda el tradicional rito de la imposición de la ceniza, que dentro de poco renovaremos.

Este rito reviste un doble significado: el primero alude al cambio interior, a la conversión y la penitencia; el segundo, a la precariedad de la condición humana, como se puede deducir fácilmente de las dos fórmulas que acompañan el gesto.

Aquí, en Roma, la procesión penitencial del miércoles de Ceniza, parte de San Anselmo, y se concluye en esta basílica de Santa Sabina, donde tiene lugar la primera estación cuaresmal.

A este propósito, es interesante recordar que la antigua liturgia romana, a través de las estaciones cuaresmales, había elaborado una singular geografía de la fe, partiendo de la idea de que, con la llegada de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, y con la destrucción del templo, Jerusalén se había trasladado a Roma. La Roma cristiana se entendía como una reconstrucción de la Jerusalén del tiempo de Jesús dentro de los muros de la Urbe.

Esta nueva geografía interior y espiritual, ínsita en la tradición de las iglesias "estacionales" de la Cuaresma, no es un simple recuerdo del pasado, ni una anticipación vacía del futuro; al contrario, quiere ayudar a los fieles a recorrer un itinerario interior, el camino de la conversión y la reconciliación, para llegar a la gloria de la Jerusalén celestial, donde habita Dios.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos cuarenta días para profundizar en esta extraordinaria experiencia ascética y espiritual. En el pasaje evangélico que se ha proclamado, Jesús indica cuáles son los instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de caridad (limosna), la oración y la penitencia (el ayuno). Son las tres prácticas fundamentales, también propias de la tradición judía, porque contribuyen a purificar al hombre ante Dios (cf. Mt 6, 1-6. 16-18).

Esos gestos exteriores, que se deben realizar para agradar a Dios, y no para lograr la aprobación y el consenso de los hombres; son gratos a Dios si expresan la disposición del corazón para servirle sólo a Él, con sencillez y generosidad. Nos lo recuerda uno de los Prefacios cuaresmales, en el que, a propósito del ayuno, leemos esta singular afirmación: "ieiunio... mentem elevas", "con el ayuno..., elevas nuestro espíritu" (Prefacio IV de Cuaresma).

Ciertamente, el ayuno al que la Iglesia nos invita, en este tiempo fuerte, no brota de motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y para estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos.

Por esta razón, la tradición cristiana considera el ayuno y las demás prácticas cuaresmales como "armas" espirituales para luchar contra el mal, contra las malas pasiones y los vicios.

Al respecto, me complace volver a escuchar, juntamente con vosotros, un breve comentario de San Juan Crisóstomo: "Del mismo modo que, al final del invierno —escribe—, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al largo viaje, y el atleta se despoja de sus vestiduras, y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro espíritu, para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo" (Homilías al pueblo de Antioquía, 3).

En el mensaje para la Cuaresma, invité a vivir estos cuarenta días de gracia especial como un tiempo "eucarístico". Recurriendo a la fuente inagotable de amor que es la Eucaristía, en la que Cristo renueva el sacrificio redentor de la cruz, cada cristiano puede perseverar en el itinerario que hoy solemnemente iniciamos.

Las obras de caridad (limosna), la oración, el ayuno, juntamente con cualquier otro esfuerzo sincero de conversión, encuentran su más profundo significado y valor en la Eucaristía, centro y cumbre de la vida de la Iglesia y de la historia de la salvación.

"Señor, estos sacramentos que hemos recibido —así rezaremos al final de la Santa Misa— nos sostengan en el camino cuaresmal, hagan nuestros ayunos agradables a tus ojos y obren como remedio saludable de todos nuestros males".

Pidamos a María que nos acompañe para que, al concluir la Cuaresma, podamos contemplar al Señor resucitado, interiormente renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos. Amén.

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
ZS07022510

Oración: Te pedimos Señor, que a semejanza de tu Hijo, podamos adelantar la conversión de nuestro corazón al Divino Corazón de Jesús y María. A Tí que soportaste cuarenta días de terrible ayuno y confortante oración en el desierto. Amén.


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