29 de julio de 2024
San Lupo de Troyes
Obispo
(c.
478)
"Padre de
padres, obispo de obispos, cabeza de los prelados de las Galias,
norma de conducta, columna de verdad, amigo de Dios, e intercesor de
los hombres ante Él."
Martirologio
Romano: En Troyes, ciudad de la Galia Lugdunense, San
Lupo, obispo, que con San Germán de Auxerre, fue a Bretaña para
luchar contra la herejía de los pelagianos; defendió después con
la oración, a su ciudad del furor de Atila, y habiendo ejercido de
modo admirable el sacerdocio durante cincuenta años, descansó en
paz.
San Lupo nació en Toul (Francia), hacia el año 383.
Después de seis años de matrimonio, con la hermana de San Hilario
de Arles, ambos esposos se separaron de común acuerdo, para
consagrarse al servicio de Dios.
Lupo vendió sus posesiones,
y repartió el producto entre los pobres. Después se retiró a la
famosa abadía de Lérins, gobernada entonces por San Honorato. Pero
algo más tarde, hacia el año 426, fue elegido obispo de Troyes.
En su cargo, se mostró tan humilde y mortificado como antes,
y siguió practicando la pobreza como si se hallase en el monasterio.
Sus vestidos eran sencillísimos, dormía en un lecho de tablas,
pasaba largas horas en oración, y ayunaba con mucha frecuencia. Así
vivió cincuenta años, cumpliendo celosamente sus deberes
pastorales.
El año 429, cuando San Germán de Auxerre, pasó
por Troyes de camino a Inglaterra, a donde iba a combatir la herejía
pelagiana, San Lupo fue elegido para acompañarle. Los dos obispos,
aceptaron esa misión con tanto mayor entusiasmo, cuanto que prometía
ser difícil y laboriosa.
Con sus oraciones, predicación y
milagros, lograron extirpar la herejía, cuando menos por algún
tiempo. A su vuelta a Francia, San Lupo se entregó con renovado
vigor, a la reforma de su grey. La prudencia y piedad que desplegó,
fueron tan grandes, que San Sidonio Apolinar le llama "padre
de padres, obispo de obispos, cabeza de los prelados de las Galias,
norma de conducta, columna de verdad, amigo de Dios e intercesor de
los hombres ante El."
San Lupo no vacilaba en enfrentarse a lo peor, con
tal de salvar la oveja perdida, y su apostolado tenía un éxito, que
rayaba frecuentemente en lo milagroso. Entre otros ejemplos, se
cuenta que un hombre de su diócesis, había abandonado a su esposa,
y se había ido a vivir a Clermont.
San Lupo escribió a San
Sidonio, el obispo de esa ciudad, una carta muy firme, pero al mismo
tiempo de un tono tan suave y comedido, que cuando el desertor la
leyó, se arrepintió y regresó a su casa. A ese propósito comenta
San Sidonio: "¿Qué milagro mayor puede darse, que una
reprimenda que mueve al pecador al arrepentimiento, y le hace amar a
quien le reprende?".
Por
aquella época, Atila, a la cabeza de un innumerable ejército de
hunos, invadió la Galia. La invasión fue tan bárbara, que las
gentes consideraban a Atila, como "el azote de Dios", que
venía a castigar los pecados del pueblo. Reims, Cambrai, Besangon,
Auxerre y Langres habían sufrido ya la cólera del invasor. La
amenaza se cernía, pues, sobre Troyes.
El obispo, después de
haber encomendado fervorosamente su grey a Dios, salió al encuentro
de Atila, y consiguió que no entrase a la provincia, pero en cambio,
el rey de los hunos, se llevó consigo a San Lupo como rehén.
Después de la derrota de los bárbaros en la llanura de Chálons, se
acusó a San Lupo de haber ayudado a Atila a escapar, y el santo tuvo
que salir de su diócesis, y abandonarla durante dos años, víctima
de lo que podríamos llamar "histeria anticolaboracionista."
En el exilio vivió como ermitaño en un bosque, con gran
austeridad, entregado a la contemplación. Cuando la malicia de sus
enemigos, cedió finalmente ante la caridad, y paciencia del obispo,
volvió éste a su diócesis, y la gobernó con el mismo entusiasmo
de siempre, hasta su muerte, ocurrida el año 478.
Dado que
acompañó a San Germán a Inglaterra, antiguamente se veneraba a San
Lupo, en ese país. No hay duda alguna, de la historicidad de la
resistencia que el santo, opuso a Atila, y las consecuencias que se
derivaron de ello.
Lo que siempre confirmamos, es que los
hombres de Dios se santifican por la oración, y son capaces de obrar
maravillas. Por la oración, obtuvo Elías que bajase fuego del
cielo, alcanzó misericordia Manases en la prisión, vio Ezequías
restablecida su salud; la oración salvó a los ninivitas de la
catástrofe, con la oración preservaron Judit y Ester al pueblo de
Dios, y finalmente, la oración libró a Daniel de los leones, y a
San Pedro de sus cadenas.
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