17 de Julio 2024
Santas Justa y Rufina
Vírgenes y
mártires
(270)
Patronas de los alfareros
En
Sevilla, en la provincia hispánica de Bética, Santas Justa y
Rufina, vírgenes, que detenidas por el prefecto Diogeniano, tras ser
sometidas a crueles suplicios, fueron encerradas en prisión, donde
les hicieron pasar hambre y más torturas. Justa exhaló su espíritu
encarcelada, y Rufina, por seguir proclamando su fe en el Señor, fue
decapitada.
En Sevilla mandan ahora, los romanos fuertes y
guerreros. Pero son idólatras, y han traído a la ciudad, con la
paz, todos los vicios de una ciudad dorada y opulenta. Los cristianos
notan que hay una ola acentuada de corrupción y desenfreno.
Justina
(o Justa) y Rufina viven y respiran según el Evangelio. Así lo
aprendieron en su casa, porque sus padres se bautizaron, entre los
primeros cristianos. Con el producto de su trabajo honrado, viven
ellas y benefician al prójimo; la gente comenta que su caridad, va
con mano larga, y también eso se nota por los miserables, que salen
de su casa con un puchero lleno de algo caliente, para calmar al
estómago, y restaurar las fuerzas.
La fiesta de Salambó -que
ese es el modo de llamar a Venus- vino a alterar su tranquila y
laboriosa existencia. Han salido las damas nobles por las calles,
llevando a hombros su estatua; van remedando gritos y lamentos,
fingen gemidos y ademanes de dolor imitando la angustia de Venus, que
llora la muerte de su enamorado Adonis.
A su paso, está
organizado un petitorio,¿ para costear la fiesta, y hacer más
brillante la solemnidad de los sacrificios. Cuando llegan a la altura
de la casa-tienda-taller de Justina y Rufina, a pedirles limosna para
los festejos, las dos hermanas se niegan al unísono, a cooperar con
el culto pagano.
Además se despachan a gusto -¡pues buenas
eran aquellas hermanas de Trajana, hoy Triana, puestas en jarras!-
hablando de Dios, de Jesucristo el Señor, de la falsedad de su
ídolo, obra del demonio, sin vida ni poder, aborrecible y
despreciable.
Hasta tal punto -cuentan las crónicas- se
enervaron las ilustres damas paganas, que dejan caer la estatua
llevada en andas, y su descuido hizo que, tanto los cacharros en
venta como el ídolo portado, acabaran hechos pedazos en el
suelo.
Ahora, como venganza, son acusadas de sacrílegas ante
Diogeniano, que es el que preside en Sevilla, como gobernador de la
Bética, y que se propone darles un castigo ejemplar. Fue Triana,
fuera de la ciudad y al otro lado del río, el lugar de su juicio y
condena.
Pudieron mantenerse firmes en la fe del bautismo, a
pesar del ecúleo o caballete y de los garfios de hierro; las meten
en la cárcel para debilitar con hambre sus fuerzas, por fuera y por
dentro; también las obligan a caminar descalzas por malos terrenos,
pero resisten sin claudicar a pesar de los pies sangrantes.
Justina
muere en la cárcel por su debilidad, y arrojan su cuerpo muerto a un
pozo, para impedir que los cristianos le dieran culto. A Rufina, le
reservan la muerte en el anfiteatro de Itálica, para que un león la
destrozara; pero con asombro pudieron ver los paganos, que la fiera
se volvió mansa, y se echó a su lado. La orden de Diogeniano salió
tajante de su boca, y el verdugo le rompió el cuello. Su cuerpo lo
quemaron.
Dicen que luego, el obispo Sabino, reverente,
recuperó las cenizas, y los restos de las hermanas.
Pronto
comenzó el culto a las mártires sevillanas. Son testigos el código
Veronense, y los templos que muy pronto, se levantaron en su honor.
En los breviarios antiguos ,se reza que San Leandro, se enterró en
Sevilla, en la iglesia de las Santas Justina y Rufina.
Entre
las iconografías de Justina y Rufina, destaca el grupo escultórico
del siglo XVIII, del sevillano Duque Cornejo, que se venera en un
altar de la catedral hispalense. La sacristía de la misma catedral,
tiene a las santas, en un cuadro de Goya, que las representa no
jóvenes, sino como dos matronas, con un león a sus pies.
También
en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, está resumida
pictóricamente, la historia de su vida, y de su fidelidad a la fe
cristiana, inmortalizadas por Murillo; el pintor quiso dibujarlas en
el lienzo, con las palmas martiriales, y entre la cacharrería de su
oficio, predicando el patronazgo de las dos mártires sobre la
ciudad, con el anacrónico símbolo de sostener ambas con sus manos a
la Giralda. Los artistas son así.
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