domingo, 9 de agosto de 2020

9 de Agosto

SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ -EDITH STEIN


(1891-1942)

Mártir del Amor

Copatrona de Europa

Estamos en el mundo, para servir a la humanidad”

No tenemos preocupación mayor, ni más cruel aflicción pastoral, que cuando oímos: Muchos abandonan el camino de la verdad” (cf. 2Pe 2,2).


El mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas?. Contempla la cruz: del Corazón abierto, de donde brota la sangre del Redentor; sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno”

La cruz es el camino que conduce, de la tierra al cielo”

"¡Salve Cruz, única esperanza!"


Breve

Judía de nacimiento, abraza la fe católica, ya siendo profesora en la universidad, y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas descalzas, y muere víctima de los nazis en Auschwitz. Canonizada por el Papa Juan Pablo II, el 11 de Octubre de 1998.

Consideró su conversión a la fe católica, como una conversión también, hacia una más profunda identificación con su identidad judía.

Su testimonio, ilustra dos temas inseparables: La unidad entre el judaísmo y la fe católica, y el valor del sufrimiento.

"Santa Edith Stein vio en el holocausto, un aspecto del sufrimiento expiatorio... un valor redentivo para todo el mundo, y un vínculo específico entre su sacrificio, y la gracia especial necesaria, para propiciar la conversión de los judíos" - Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa murió con un grupo compuesto, casi enteramente de judíos bautizados.

Cartas y documentos - Editorial Monte Carmelo: http://www.montecarmelo.com/

Libro recomendado: http://bit.ly/2axk8b5

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Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau, hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a pertenecer a Polonia, después de la Segunda Guerra Mundial.

Ella era la menor, de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran judíos. Él murió, antes de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de cargar, con la dirección del comercio y la educación de sus hijos.

Edith escribió de sí misma, que de niña era muy sensible, dinámica, nerviosa e irascible; pero que a los siete años, ya empezó en ella a madurar, un temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su inteligencia, y por su capacidad, de estar abierta a los problemas que la rodean.

En plena adolescencia, deja la escuela y la religión, porque no encuentra en ellas, sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales, sobre el sentido de la vida del hombre, en general, y se percata de la discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda, motivada por un sólo principio: "estamos en el mundo, para servir a la humanidad".

Fue una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de Gottiengen. Husserl la escoge antes que a Martín Heidegger (uno de los filósofos más importantes del siglo XX), para ser su asistente de cátedraComo mujer, en la época de 1916, esto era un logro impresionante.

Partiendo de una personalidad, marcada fuertemente por la determinación, la tenacidad, terquedad y seguridad en sí misma, recibió el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo.

Siendo una mujer, con una personalidad de alta tensión, y fuertemente pasional, así como totalmente racionalista y atea, en el fondo mismo de su corazón, la semilla de la generosidad, y el servicio a la humanidad, le causaba un profundo cuestionamiento existencial. Fue así, que decidió enlistarse en la Cruz Roja como enfermera, durante la Primera Guerra Mundial.

Sus palabras fueron: "ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías, están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo, en mis asuntos personales. Si los que están en las trincheras, tienen que sufrir calamidades, ¿porqué he de ser yo una privilegiada?".

Todo esto revela, la búsqueda de un alma buena; de un alma que en ese momento, no conocía a Dios, pero que sin embargo, ante el sufrimiento ajeno, se hace solidaria. En 1915 recibe la “medalla al valor".

Otras características humanas de su carácter, brillaron en ese período: su amabilidad, paz, silencio, servicio y dominio de sí misma. Todo el mundo la quería. Dios ya estaba preparando su alma, para un día reinar en ella.

El Momento de la Conversión

En el año 1921, tras la muerte de un amigo muy cercano, Edith decide acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también era muy amiga suya. Edith pensaba que se iba a encontrar, con una mujer totalmente desconsolada, ante la pérdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba siempre, un impacto interior muy grande, porque le hacía sentir la urgencia de dar respuesta, a los grandes interrogantes de la vida.

En este momento de su vida, ya vivía interiormente, una cierta kenósis, pues había experimentado el vacío, de los postulados filosóficos. Éstas no eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su deseo, de una verdad más profunda, más completa. Reconocía que en ellas, quedaban grandes vacíos y lagunas. Edith buscaba más.

Fue por lo tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y gran fe en Dios. Viéndola, Edith deseaba conocer la fuente de esta paz, y de esta fe.

Mientras estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a leer la biografía, de quien pasaría a ser su maestra de vida interior, y su Madre Fundadora, Santa Teresa de Jesús.

Una vez que lo comienza, Edith no pudo soltar el libro, sino que pasó toda la noche leyendo, hasta terminarlo. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página, hasta que finalmente su raciocinio, se sometió a la gracia, haciéndola pronunciar aquellas palabras, desde su corazón femenino: "ésta es la verdad".

La fenomenóloga brillante, quiere rendirse a la gracia, pero atraviesa crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se resiste. Edith estudia incansablemente "los fenómenos", que se van sucediendo en su alma; se apasiona por "explicar", qué es lo que le pasa, pero sin lograrlo. Esto la lleva a tener un cansancio crónico, pero que finalmente le muestra, lo que es el poder de la gracia de Dios, en el alma.

Ella misma escribe: "hay un estado de sosiego en Dios, de total relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen planes de ninguna naturaleza, ni se toman decisiones de ninguna clase; y sobre todo, no se actúa, sino que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente al "destino"”. Edith ha descubierto la verdad, y se entrega: Seré Católica.

Unos pocos meses más tarde, sin más, Edith entra en una Iglesia Católica, y después de la Santa Misa, busca al sacerdote en la sacristía, y le comunica su deseo de ser bautizada. Ante el asombro del Padre, y el cuestionamiento acerca de su preparación, para recibir el sacramento, y de ser iniciada en la Fe Católica, Edith responde simplemente: “Haga la prueba”.

El día 1 de enero de 1922, Edith es bautizada Católica. Añade a su nombre, el de Hedwig, en honor a su amiga, quien fue instrumento en su conversión. Su bautismo es fuente de inmensas gracias.

Ella reconoce admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo, como Católica, lejos de robarle su identidad como Judía, más bien le da cumplimiento, y un sentido más profundo. Al ser Católica, se siente más Judía; encuentra en Jesucristo, el sentido de toda su fe y vida, como Judía. Este doble aspecto, crea en Edith, un corazón auténticamente reconciliador, entre las dos religiones.

Después de su bautismo, emergió en ella como fruto directo, la seguridad de su vocación a la vida religiosa. Ella misma escribía, a su hermana Rosa, en una ocasión: "Un cuerpo, pero mucho miembros. Un Espíritu, pero muchos dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno?. Ésta es la pregunta vocacional. La misma no puede ser contestada, sólo en base del auto-examen, y de un análisis de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración, y en muchos casos, debe ser buscada, a través de la obediencia".

Es difícil, a una mujer tan acostumbrada a la vida independiente, y con la tenacidad de su carácter, someterse a la obediencia. Pero en efecto, lo hizo.

Vida Apostólica

Edith deseaba entrar, casi inmediatamente, a la vida religiosa, pero el Padre, que en ese momento la aconsejaba espiritualmente, reconociendo los dones extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando que aún, tenía mucho bien que hacer, por medio de sus actividades “en el mundo”. Así, Edith empieza un período de apostolado fecundo, y de un alcance impresionante.

Empieza a trabajar como maestra, en la escuela de formación de maestras, de las dominicas de Santa Magdalena. Aquí establece amistosas relaciones, con varias profesoras y alumnas, amistades que durarán toda su vida.

Además de sus clases, escribe, traduce e imparte conferencias. Durante estos años realizó, además de otros trabajos menores, dos obras voluminosas: La traducción al alemán, de las cartas y diarios del Cardenal Newman, y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad, de Santo Tomás de Aquino. Éste se convertirá, en base fundamental para sus obras filosóficas, escritas luego en el Carmelo.

También durante esta época, da varias conferencias y programas radiales, dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida notablemente por sus colegas.

Aún en medio de tanta actividad apostólica, Edith busca siempre que puede, sobre todo en Semana Santa, la soledad y la paz de la abadía benedictina de Beuron. Su amor a la Liturgia de la Iglesia, la lleva a pasar horas en la capilla, y a celebrar las diferentes horas de oración, junto con los benedictinos. Cuando más tarde, debe escoger un nombre religioso, decide agregarse el nombre de Benedicta, en reconocimiento de las muchas gracias que recibió, durante sus horas con la orden benedictina.

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En 1933, la situación política en Alemania, empieza a descomponerse. El 1 de abril de 1933, el nuevo Gobierno nazi, ordena a los profesores no-arios, que abandonen “de forma espontánea” sus cátedras. Aunque teme, por la situación cada vez más precaria para los judíos, Edith y su director espiritual, reconocen que por esta eventualidad, no hay nada que ya le impida su entrada al Carmelo, lo cual ha sido su sueño más ferviente, durante los últimos 11 años.

Y así, en el momento más fecundo de su profesión, Edith decide escuchar y acceder, a la voz de su corazón, abrazando la vida religiosa. La famosa y brillante conferencista católica, renuncia al mundo, y voluntariamente pasa a ser parte del anonimato, por tanto tiempo anhelado.

"¡Una verdadera locura!". ¿Cómo a alguien se le ocurre, renunciar a la fama y al éxito, de esa manera, especialmente después de tanta lucha?. Ella, que hubiera sido nombrada "Filósofa del siglo XX", si no se hubiese retirado...Pero Stein desapareció de la vida pública, y la Orden del Carmelo le abrió sus puertas, a una de las grandes pensadoras de nuestra época.

Su Familia

En este momento, sería oportuno destacar, lo que significa todo esto, para la familia de Edith, y sobre todo para su mamá. Más que su profesión, y más que su trabajo a favor de la mujer y sus derechos, fue la incomprensión de su mamá, lo que le causó un verdadero martirio interior a la santa.

Para su madre, los actos de Edith, constituían una traición familiar, que no aceptaría jamás. Su madre, que nunca había comprendido su conversión al catolicismo, sufre un duro golpe, con la nueva decisión de su hija más querida, de entrar en la vida religiosa, y se niega a escuchar sus explicaciones. Edith abraza este profundo sufrimiento, que traspasó su corazón por seguir la voluntad de Dios, costara lo que costara.

Entrada al Convento de Colonia

El 15 de abril de 1934, toma el hábito carmelitano, y cambia su nombre a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos, quienes traducen su nombre, como Teresa “bendecida por la cruz”. Ella no ha tomado su nombre a la ligera; ha entendido bien, que abrazar la vida religiosa, no tiene otro fin, que la entrega generosa del alma en la cruz, en unión con el Crucificado, para el bien de las almas.

Ella escribe: “Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a Él, como una novia, en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre y Su sangre preciosa, las que se derraman. Unida a Él, eres como el omnipresente. Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos los lugares de aflicción”.

Y también: “Hay una vocación a sufrir con Cristo, y por lo tanto, a colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor, entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo sufrimiento, llevado en unión con el Señor, es un sufrimiento que da fruto, porque forma parte de la gran obra de redención”.

El 21 de abril de 1935, acabado el año de noviciado, hace su primera profesión religiosa, y el 21 de abril de 1938, su profesión solemne.

Es durante estos años, que concluyó una de las más admirables y profundas de sus obras, no ya para brillar sino para obedecer. Se trata de la gran obra titulada: Ser Finito y Eterno.

En esta obra, Edith trata las preguntas mas existenciales del hombre; reconoce la sed infinita que posee el hombre, de conocer la verdad, y de experimentar su fruto, entendido desde la realidad de lo eterno y lo trascendental. Y así busca unir, las dos fuentes que conducen al hombre, al conocimiento de sí mismo, y de la verdad: la fe y la filosofía.

Una vez más, la situación de los judíos, y de los que los acogen o apoyan, empeora. Y ante la hostilidad creciente, sobre todo, después de la famosa noche de los “Cristales Rotos”, ocurrida entre el 9 y 10 de noviembre de 1938, Edith pide trasladarse del Carmelo de Colonia, para evitar peligros a la comunidad.

Es trasladada, --junto con su hermana Rosa, quien después de la muerte de la mamá, se había convertido al Catolicismo, como Edith, y era una hermana lega de la comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.

Es aquí donde Edith, empieza a escribir en 1941, su última y más ilustre obra: La Ciencia de la Cruz. Hecha por obediencia a sus superiores, más que una obra intelectual, es el fruto de su propio camino interior, de inmolación y victimazgo, en imitación al Cordero Inmolado. Teresa Benedicta de la Cruz, ha deseado con todo su ser, dar respuesta a la vocación de la entrega total, hasta la Cruz.

Entrega su propia vida, a favor de los pecadores, y por la liberación de su pueblo, de la situación tan horrenda que viven bajo los nazis. El estar detrás de las puertas del Carmelo, no ha acallado las voces del sufrimiento de su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana Teresa, está profundamente preocupada, por la situación del pueblo judío en general, y ve en su entrega sacrificial, la oportunidad de responder.

Este deseo creciente del ofrecimiento de sí misma, como víctima por su pueblo, por la conversión de Alemania y por la paz en el mundo, se hace cada vez más vivo. Su modo de apostolado, se había transformado, en el apostolado del sufrimiento.

Ella escribe: “Yo hablaba (en una ocasión) con el Salvador, y le decía que sabía que era su Cruz, la que ahora había sido puesta, sobre el pueblo judío. La mayoría no lo comprendían; mas aquellos que lo sabían, deberían echarla de buena gana sobre sí, en nombre de todos. Al terminar el retiro, tenía la más firme persuasión, de que había sido oída por el Señor. Pero dónde había de llevarme la Cruz, aún era desconocido para mí”.

El pueblo sufría, y la Hermana Teresa por Amor, desea sufrir con él. “El amor, desea estar con el amado”.

Decidida en su vocación a la Cruz, a favor de su pueblo y de los pecadores, la Hermana Teresa, hace una petición por escrito a su Priora, pidiendo permiso para ofrecerse como víctima: “Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús, para pedir la verdadera paz; que la potencia del Anticristo desaparezca, sin necesidad de una nueva guerra mundial, y que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy, porque ya es medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos más en estos días”.

Como Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en plenitud. Es llamada a responder, como respondió la Reina Ester, a favor de su pueblo. Su función consiste, en interceder con toda el alma, y con una disposición total, para conseguir lo que pide, incluso contando con la posible pérdida de su vida. Pero lo hace en total unión, con el ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere colaborar, en lo que falta a la Pasión de Cristo.

Ella escribe: “Y es por eso, que el Señor ha tomado mi vida por todos. Tengo que pensar continuamente, en la Reina Ester, que fue arrancada de su pueblo, para interceder ante el rey, por su pueblo. Yo soy una pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido, es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo”.

En 1942, empiezan las deportaciones de judíos. A la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la comunidad del Carmelo, comienza los trámites para que Edith y Rosa, puedan emigrar a Suiza, pero los intentos no dan resultado.

Las fuerzas Nazi de Ocupación, en respuesta a las declaraciones, de los obispos católicos de Holanda, en contra de las deportaciones de los judíos, declaran a todos los católicos, judíos “apátridas”.

Luteranos, calvinistas y católicos, acuerdan leer el mismo día, un texto conjunto de protesta en sus servicios religiosos. La Gestapo, amenaza a todas las autoridades cristianas de Holanda, con extender la orden de deportación, a los judíos conversos a sus credos.

No era la primera vez que la Iglesia protestaba y sufría. Ya en el día de la Pascua de 1937, la encíclica de Pío XI, condenando duramente el nazismo, se había leído desde todos los púlpitos de Alemania. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos, habían sufrido graves consecuencias.

(Nota: Al final de esta reflexión se dan los datos precisos, de esta importante encíclica)

Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero Pío XI se mantiene firme. El texto de condena, se lee en todas las iglesias católicas de Holanda. La venganza, se cumple unos días mas tarde. Las SS invaden el convento del Carmelo de Echt, y se llevan a dos monjas judías conversas: Edith y Rosa Stein.

El 2 de agosto del año 1942, miembros de la SS, se presentan en el convento, y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la Cruz, y a su hermana Rosa, para conducirlas, al campo de concentración de Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa, tomó tranquilamente a su hermana de la mano, y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!”.

Estas palabras, eran reflejo de un documento, que había escrito mucho antes, pero con la misma dedicación y determinación: “Yo sólo deseo que la muerte, me encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase de penas y dolores.

He querido, que Dios me pruebe como a su sierva, después de que Él ha probado en el trabajo, la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en el oprobio, como lo ha hecho, con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos. Dígnate Señor, coronar con el martirio, la cabeza de tu indigna sierva”.

En la Cima de la Cruz

Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero fueron trasladadas, al campo de concentración de Mersforrt. A empujones y golpes de culata, las metieron en barracones llenos de suciedad. Tenían que dormir sobre somieres de hierro, sin colchón; a los servicios tenían que ir en grupo, y las vigilaban mientras los utilizaban. Los hombres del SS se divertían, colocando a las monjas contra la pared, y apuntando hacia ellas los fusiles sin el seguro. En aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein.

En la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros, a subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del país. Durante este traslado, eran muchos los que morían por la asfixia, y otros se volvían locos de desesperación. La caravana se detuvo en un lugar descampado, y entre bosques y prados, obligaron a las 1.200 personas que llevaban, a ir hacia el campo de Westerbork.

Durante toda esta trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban admirados, ante la serenidad de Edith. Algunos de los sobreviventes, dan testimonio de la paz interior de la santa: “Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los recién llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a otra, entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus hijos durante días. Edith se ocupaba inmediatamente de los pequeños; los lavaba, peinaba y les buscaba alimento”.

Otro dice: “Había una monja, que me llamó inmediatamente la atención, y a la que jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes, de los que fui testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa, que no era una simple máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba, ante una persona verdaderamente grande. En una conversación, dijo ella: “El mundo está hecho de contradicciones; en último término, nada quedará de estas contradicciones. Sólo el Gran Amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?”.

Y finalmente otro: “Tengo la impresión, de que ella pensaba en el sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, --por eso estaba bastante tranquila, demasiado tranquila diría yo--, sino en el sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando yo quiero imaginármela, mentalmente sentada en el barracón, todo su porte externo, despierta en mí, la idea de una Pietá sin Cristo”.

Después de varios tormentos y humillaciones indescriptibles, el 7 de agosto, apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto con unos mil judíos, son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz. Llegan al campo de concentración, el mismo 9 de agosto, y los prisioneros son conducidos inmediatamente, a la cámara de gas.

Es ahí donde Edith, encuentra la culminación de su ofrecimiento, como Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como holocausto, para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la conversión de Alemania. Con la oración de un Padrenuestro en los labios, Edith da el sentido mas pleno a su vida, entregándose por todos por Amor.

Sin duda podemos declarar, que la vida de Teresa fue bendecida por la Cruz. Con su vida, la Hermana Teresa, repite las palabras de su gran madre espiritual, Santa Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor”.

Edith Stein fue canonizada como mártir en 1998, por el Papa Juan Pablo II, quien le dio el título de “Mártir del Amor”. En octubre de 1999, fue declarada co patrona de Europa.

Su último testamento:

El telegrama que Edith, había enviado a la Priora de Echt, antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: "No se puede adquirir la ciencia de la Cruz, más que sufriendo verdaderamente, el peso de la cruz. Desde el primer instante, he tenido la convicción íntima de ello, y me he dicho, desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza".

Santa Teresa Benedicta de la Cruz... ¡Ruega por nosotros!

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De los escritos espirituales de Santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126)

Ave Crux, spes unica

Te saludamos Cruz Santa, única esperanza nuestra”. Así lo decimos en la Iglesia, en el tiempo de la Pasión, tiempo dedicado a la contemplación, de los amargos sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo.

El mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y el Anticristo, ha comenzado abiertamente; por eso, si te decides en favor de Cristo, ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida.

Contempla al Señor, que ante tí cuelga del madero, porque ha sido Obediente, hasta la muerte de Cruz.

Él vino al mundo, no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado, debes renunciar totalmente a tu voluntad, y no tener más aspiración, que la de cumplir la voluntad de Dios.

Frente a ti, el Redentor pende de la Cruz, despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quien quiera seguirlo, debe renunciar a toda posesión terrena.

Ponte delante del Señor que cuelga de la Cruz, con corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su corazón, con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado, debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.

El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas, se alza la cruz, incombustible. La cruz es el camino, que conduce de la tierra al cielo.

Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza, se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad.

El mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas?. Contempla la cruz del Corazón abierto, de donde brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno.

Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él, los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente, hasta los confines de la tierra.

Gracias al poder de la cruz, puedes estar presente en todos los lugares del dolor, adonde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón Divino, y que te hace capaz de derramar, en todas partes, su preciosísima sangre, para mitigar, salvar y redimir.

El Crucificado clava en ti los ojos, interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio, con Él, la alianza?. Tú sólo tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única esperanza!.

RESPONSORIO 1Co 1, 24b

R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; Pero para los llamados judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios, y sabiduría de Dios.

V. El deseo de mi corazón y mi plegaria, pidiendo su salvación, suban hasta el Señor.

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TIEMPO DE NAVIDAD

Lecturas de los Santos

El Misterio de la Navidad

por: Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz

(Escritos Espirituales, BAC, 1998)

Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad que nos ha precedido, como una estrella luminosa, en el oscuro cielo nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros, demasiado deprisa.

No ha permanecido en silencio, como la estrella sobre el pesebre de Belén. Ha pasado como un susurro, y quizás permanecimos asustados, porque no pudimos comprender, o sacar nada en limpio, de lo que nos quiso y pudo traer.

Resulta ciertamente consolador, que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad de sus hijos, y que haya previsto, un buen número de semanas, para el tiempo natalicio. Así, se puede aún recuperar algo, de lo que se ha perdido; e incluso para hoy, no se me ocurre nada mejor, que el que permanezcamos un poco en silencio, y volvamos la mirada a las semanas pasadas.

Cuando los días se hacen cada vez más cortos, y comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen, tímida y calladamente, los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra, brota un encanto, ante el cual, apenas un corazón puede resistirse.

Incluso los fieles de otras confesiones, y los no creyentes, para los cuales, la vieja historia del Niño de Belén, no significa nada, se preparan para esta fiesta, pensando cómo pueden ellos, encender aquí o allá, un rayo de felicidad.

Es como si un cálido torrente de amor, se desbordase sobre toda la tierra, con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría --ésta es la estrella, hacia la cual, todos caminamos en los primeros meses del invierno--.

Para los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella nos conduce hasta el pesebre, donde se encuentra el Niño, que trae la paz a la tierra. El arte cristiano, nos lo presenta ante nuestros ojos, en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías, entre las cuales resuena, todo el encanto de la infancia que nos cantan de Él.

En el corazón del que vive con la Iglesia, se despierta una santa nostalgia, con las campanas del "Rorate", y los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado, el inagotable manantial de la santa liturgia, palpitan día a día, las exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío del cielo, y que las nubes, lluevan al Justo!; ¡El Señor está cerca!, ¡Venid, adorémosle!, ¡Ven Señor, no tardes!, ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo, porque viene tu Salvador!.

Desde el 17 hasta el 24 de diciembre, resuenan las solemnes antífonas "Oh" del Magníficat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí, que todo se ha cumplido, y finalmente decimos: “Hoy veréis que el Señor se acerca, y mañana contemplaréis su gloria”.

Precisamente, cuando al atardecer, se encienden las velas del árbol, y se intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción, nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo, y cuando todo permanece en profundo silencio, el misterio de la Navidad, se renueva sobre los altares, cubiertos de flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora de la plenitud: Hoy los cielos, se han hecho melifluos para todo el mundo.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que Santa Edith Stein, con su ejemplo de Vida, y el sacrificio de su Partida, nos impulse a una verdadera conversión del corazón, y nos llene de alegría y paz, a nosotros y a nuestras familias, en la espera de tu Segunda Venida; primero a nuestras Vidas, y luego al Mundo Entero. A Tí Señor, que regresarás rodeado de esplendor, en medio de tus ángeles y santos. Amén.

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Nota: La encíclica de Pío XI, "Con Ardiente Inquietud", condenando al nazismo, fué titulada originalmente en Alemán, algo inédito, ya que siempre, la primera edición era en Latín, como "Mit Brennender Sorge".

Se difundió el 14 de Marzo de 1937, en todas las Iglesias Católicas Alemanas, antes que Francia e Inglaterra, le declararan la guerra a la Alemania Nazi.

El núcleo de la encíclica podríamos ubicarlo en el siguiente párrafo:

12. Si la raza o el pueblo; si el Estado, o una forma determinada del mismo; si los representantes del poder estatal, u otros elementos fundamentales de la sociedad humana, tienen en el orden natural, un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales, elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado, e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe, y de una concepción de la vida conforme a esta.

Publicamos solo la introducción. El texto completo se puede consultar en: http://bit.ly/2kzlxC4


CARTA ENCÍCLICA

MIT BRENNENDER SORGE

DEL SUMO PONTÍFICE

PÍO XI

SOBRE LA SITUACIÓN

DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL REICH ALEMÁN

A los venerables hermanos,

arzobispos, obispos, y otros ordinarios de Alemania

en paz y comunión con la Sede Apostólica

1. Con viva preocupación, y con asombro creciente, venimos observando hace ya largo tiempo, la vía dolorosa de la Iglesia, y la opresión progresivamente agudizada contra los fieles, de uno u otro sexo, que le han permanecido devotos, en el espíritu y en las obras; y todo esto, en aquella nación, y en medio de aquel pueblo, al que San Bonifacio llevó un día, el luminoso mensaje, la buena nueva de Cristo y del reino de Dios.

2. Esta nuestra inquietud, no se ha visto disminuida, por los informes que los reverendísimos representantes del episcopado, según su deber, nos dieron, ajustados a la verdad, al visitarnos durante nuestra enfermedad.

Junto a muchas noticias muy consoladoras y edificantes, sobre la lucha sostenida por sus fieles, por causa de la religión, no pudieron pasar en silencio, a pesar de su amor al propio pueblo, y a su patria, y el cuidado de expresar un juicio bien ponderado, otros innumerables sucesos, muy tristes y reprobables.

Luego que Nos hubimos escuchado sus relatos, con profunda gratitud a Dios, pudimos exclamar, con el Apóstol del amor: No hay para mí mayor alegría, que oír de mis hijos, que andan en la verdad (3Jn 4).

Pero la sinceridad, que corresponde a la grave responsabilidad, de nuestro ministerio apostólico, y la decisión de presentar ante vosotros, y ante todo el mundo cristiano, la realidad en toda su crudeza, exigen también que añadamos: No tenemos preocupación mayor, ni más cruel aflicción pastoral, que cuando oímos: Muchos abandonan el camino de la verdad” (cf. 2Pe 2,2).

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