domingo, 2 de agosto de 2020

29 de julio

BEATO URBANO II

159ª Papa


(† 1099)


Breve

Gran reformista del clero, continuó con el trabajo del insigne Papa Gregorio VII. Supo mantener la autoridad de la Iglesia, en un período de enorme oscuridad, violencia extrema, y decadencia de las costumbres en Europa.

Su llamado a la primera cruzada, fué aclamada en ese tiempo por la Europa Cristina, pero las reflexiones posteriores, muchos siglos después, viendo las horrendas consecuencias humanas, entre la población musulmana, motivó al Papa Juan Pablo II, a hacer una fuerte declaración, el 12 de marzo de 2000, durante la Jornada del día de Perdón, por todo lo actuado en ese entonces, “especialmente por los cristianos del segundo milenio”. Al final de este texto, podemos leer sus palabras al respecto.

Los príncipes cristianos, se comportaron como verdaderos criminales, y hasta entraron en disputa, con el propio emperador bizantino, ya que éste temió ser a su vez invadido. Las consecuencias de las cruzadas, las estamos viviendo hasta el día de hoy, ya que incluso no cesó la intervención de Occidente en esa región, hasta nuestros días.

Esto nos enseña, sobre la falibilidad de las decisiones humanas de los pontífices, lo que hace patente, que sin el auxilio del Espíritu Santo, nadie puede vislumbrar el camino verdadero, ni siquiera el Sumo Pontífice.

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BERNARDINO LLORCA, S. I.

El Beato Urbano II, (1040-1099) es indudablemente, uno de los papas más insignes de la Edad Media, cuyo mérito principal consiste, aparte de la santidad de su vida, en haber hecho progresar notablemente, y llevado adelante la reforma eclesiástica, ampliamente emprendida por San Gregorio VII (1073-1085). El resultado brillante de sus esfuerzos, aparece bien de manifiesto, en los grandes sínodos de Piacenza y de Clermont, de 1095, y en la primera Cruzada, iniciada en este último concilio (1095-1099).

Nacido de una familia noble, en la diócesis de Soissons, en el año 1040, llamábase Eudes u Otón; tuvo por maestro en Reims, al fundador de los cartujos, San Bruno: fue allí mismo canónigo, y el año 1073 entró en el monasterio de Cluny, donde se apropió plenamente del espíritu de la reforma cluniacense, entonces en su apogeo.

De esta manera, se modeló su carácter suave y humilde, pero al mismo tiempo, entusiasta y emprendedor. Por esto, llegó fácilmente a la convicción, de que el espíritu de la reforma cluniacense, que iba penetrando en todos los sectores de la Iglesia, era el destinado por Dios, para realizar la transformación a que aspiraban los hombres, de más elevado criterio eclesiástico. Por esto, ya desde el principio de la gran campaña reformadora, emprendida por Gregorio VII, Otón fue uno de sus más decididos partidarios.

Estaba entonces al frente de la abadía de Cluny, el gran reformador San Hugón, a cuya propuesta, Gregorio VII elevó en 1078 al monje Otón, al obispado de Ostia. Bien pronto, pudo éste dar claras pruebas, de sus extraordinarias cualidades de gobierno, pues enviado por el Papa como legado a Alemania, supo allí defender victoriosamente los derechos de la Iglesia, frente a las arbitrariedades del emperador Enrique IV. Al volver de esta legación, acababa de morir Gregorio VII.

La situación de la Iglesia, era en extremo delicada. Al desaparecer el gran Papa, personificación de la reforma eclesiástica, dejaba tras de sí, a un ejército de hombres eminentes, discípulos o admiradores de sus ideas. Frente a ellos, estaban sus adversarios, entre los cuales se hallaban, el violento Enrique IV, y el antipapa puesto por él, Clemente III.

En estas circunstancias, fue elegido el papa Víctor III (1086-1087), antiguo abad de Montecasino, gran amigo de las letras, pero indeciso, reconciliador y poco partidario de las medidas violentas. Pero muerto inesperadamente, al año de su pontificado, fue elegido entonces, nuestro Otón de Ostia, quien tomó el nombre de Urbano II.

Era indudablemente el hombre más adecuado, el hombre providencial en aquellas circunstancias. Dotado de las más eximias virtudes cristianas, era un amante y entusiasta decidido de la reforma eclesiástica, de que ya había dado muestras suficientes.

Precisamente por esto, su elección fue considerada por todos, como el mayor triunfo de las ideas gregorianas, y rápidamente recobraron todo su influjo, los elementos partidarios de la reforma eclesiástica. Así lo entendieron también Enrique IV, el antipapa Clemente III, y todos los adversarios de la reforma, los cuales se aprestaron a la lucha más encarnizada.

Ya desde el principio quiso el nuevo Papa, dar muestras inequívocas de su verdadera posición. En diferentes cartas, dirigidas a los obispos alemanes y franceses, escritas en los primeros meses de su pontificado, expresó claramente su decisión, de renovar en todos los frentes, la campaña de reforma gregoriana.

Así lo manifestó, en el concilio Romano de la cuaresma de 1089, y sobre todo, así lo proclamó en el concilio de Melfi, de septiembre del mismo año, en el que se renovaron las disposiciones, contra la simonía – el cobro para acceder a cargos eclesiásticos -, contra el concubinato y contra la investidura laica, y que constituye el programa, que Urbano II se proponía realizar en su gobierno.

Mas, por otra parte, con su carácter más flexible y diplomático, unido a su espíritu de longanimidad y mansedumbre, siguió un camino diverso, del que se había seguido anteriormente, y con él obtuvo mejores resultados. Inflexible en los principios, y genuino representante de la reforma gregoriana, sabía acomodarse a las circunstancias, procurando sacar de ellas, el mayor partido posible.

Símbolo de su modo de proceder, son Felipe I de Francia, vicioso y afeminado, pero hombre en el fondo de buena voluntad, y Enrique IV de Alemania, bien conocido por sus veleidades y mala fe. Del primero, procuró sacar lo que pudo, con concesiones y paternales amonestaciones. Con el segundo, ni siquiera lo intentó, manteniendo frente a él los principios de reforma, y alentando siempre a los partidarios de la misma.

Con clara visión, sobre la necesidad de intensificar el ambiente general de reforma, fomentó e impulsó los trabajos de los apologistas. Movidos por este impulso pontificio, muchos y acreditados escritores, lanzaron al público importantes obras, que contribuyeron eficazmente a que ganaran terreno, y se afianzaran las ideas de reforma. 

Así Gebhardo de Salzburgo, compuso una carta dirigida a Hermann de Metz, típico representante de la oposición a la reforma, en la que defiende con valiente argumentación, la justicia del Papa. Bernardo de Constanza dirigió a Enrique IV, un tratado, en el que establece como base, la expresión de San Mateo (18, 17): "El que rehúsa escuchar a la Iglesia, sea para ti, como un pagano y un publicano"; y poco después, publicó una verdadera apologética de la reforma.

Otro escritor insigne, Anselmo de Lucca, redactó una obra contra Guiberto, es decir, el antipapa Clemente III. Indudablemente, este movimiento literario, impulsado por Urbano II, fue un arma poderosa y eficaz, para la realización de la reforma.

Así pues, mientras con prudentes concesiones, y convenios ventajosos para la Iglesia, Urbano II logró robustecer su influjo en Francia, España, Inglaterra y otros territorios; pero en Alemania, siguió la lucha abierta y decidida con Enrique IV.

En Francia mantuvo con energía, la santidad del matrimonio cristiano, frente al divorcio realizado por el rey, al separarse de la reina Berta, llegando en 1094 a excomulgarlo; mas, por otra parte, en la cuestión de la investidura laica, por la que los príncipes defendían, su derecho de nombramiento de los obispos, llegó a un acuerdo, que fue luego la base de la solución final y definitiva: el rey renunciaba a la investidura con anillo y báculo, dejando a los eclesiásticos la elección canónica; pero se reservaba la aprobación de la elección, que iba acompañada de la investidura de las insignias temporales.

También en Inglaterra, tuvo que mantenerse enérgico Urbano II, frente al rey Guillermo, quien a la muerte de Lanfranco, no quería reconocer ni a Urbano Il, ni al antipapa Clemente III; pero al fin, se llegó a una especie de reconciliación.

El resultado fue un robustecimiento extraordinario, del prestigio pontificio, y de la reforma eclesiástica por él defendida. El espíritu religioso, aumentaba en todas partes. Los cluniacenses, se hallaban en el apogeo de su influjo, y por su medio, la reforma penetraba en todos los medios sociales. El estado eclesiástico, iba ganando extraordinariamente, por lo cual se formaban en muchas ciudades, grupos de canónigos regulares, de los cuales el mejor exponente, fueron los premonstratenses, fundados poco después.

Es cierto, que durante casi todo su pontificado, Urbano II se vio obligado a vivir fuera de Roma, pues Enrique IV mantenía allí al antipapa Clemente III. Pese a esto, no obstante, desplegó una actividad extraordinaria, y fue constantemente ganando terreno. En una serie de sínodos, celebrados en el sur de Italia, renovó las prescripciones reformadoras, proclamadas al principio de su gobierno.

Pero donde apareció más claramente, el éxito y la significación del pontificado de Urbano II, fue en los dos grandes concilios de Piacenza y de Clermont, celebrados en 1095.

En el gran concilio de Piacenza, celebrado en el mes de marzo, ante más de cuatro mil clérigos, y treinta mil laicos reunidos, proclamó de nuevo los principios fundamentales de la reforma.

Pero en este concilio, se presentaron los embajadores del emperador bizantino, en demanda de socorro, frente a la opresión de los cristianos en Oriente. Así pues, Urbano II trató de mover al mundo occidental, a enviar al Oriente el auxilio necesario, para defender los Santos Lugares. Fue el principio de las Cruzadas; mas como se trataba de un asunto de tanta trascendencia, se determinó dar la respuesta definitiva, en otro concilio que se celebraría en Clermont.

Efectivamente, se enviaron inmediatamente, gran número de predicadores del temple de Pedro de Amiéns, llamado también Pedro el Ermitaño, a predicar la Cruzada, en todo el centro de Europa. Urbano II, con su elocuencia extraordinaria, y el fervor que le comunicaba su espíritu ardiente y entusiasta, contribuyó eficazmente, a mover a gran número de príncipes y caballeros, de la más elevada nobleza.

El resultado, fue el gran concilio de Clermont de noviembre de 1095, en el que en presencia de catorce arzobispos, doscientos cincuenta obispos, cuatrocientos abades, y un número extraordinario de eclesiásticos, de príncipes y caballeros cristianos, se proclamaron de nuevo los principios de la reforma, y la Tregua de Dios (https://ec.aciprensa.com/wiki/Tregua_de_Dios).

Después de esto, a las ardientes palabras que dirigió Urbano II, en las que describió con los más vivos colores, la necesidad de prestar auxilio a los cristianos de Oriente, y rescatar los Santos Lugares, respondieron todos con el grito de ¡Dios lo quiere!, que fue en adelante, el santo y seña de los cruzados. De este modo, se organizó inmediatamente la primera Cruzada, cuyo principal impulsor fue, indudablemente, el papa Urbano Il.

Después de tan gloriosos acontecimientos, mientras Godofredo de Bouillón, Balduino, y los demás héroes de la primera Cruzada, realizaban tan arriesgada empresa, Urbano II continuaba su intensa actividad reformadora.

En las Navidades de 1096, pudo finalmente entrar en Roma, donde celebró una gran asamblea o sínodo, en Letrán. En enero de 1097, celebró otro importante concilio en Roma; otro de gran trascendencia en Bari, en octubre de 1088; pero el de más significación de estos últimos años, fue el de la Pascua, celebrado en Roma en 1099, donde en presencia de ciento cincuenta obispos, proclamó de nuevo, los principios de reforma y la prohibición de la investidura laica.

Poco después, en julio del mismo año 1099, moría el santo papa Urbano II, sin conocer todavía la noticia, del gran triunfo final de la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén ocurrida quince días antes.

En realidad, el Beato Urbano Il, fue digno sucesor en la Sede Pontificia, de San Gregorio VII, y digno representante de los intereses de la Iglesia, en la campaña iniciada, de la más completa renovación eclesiástica. En ella, tuvo más éxito que su predecesor, logrando transformar en franco triunfo, y en resultados positivos, la labor iniciada por sus predecesores.

Esta impresión de avance y de triunfo, aparece plenamente confirmada y enaltecida, con el principio, de una de las más sublimes epopeyas de la Iglesia, y de la Edad Media cristiana, que son las Cruzadas, y con el éxito final de la primera, que es la conquista de Tierra Santa y la formación del reino de Jerusalén, con que termina este glorioso pontificado. Por eso, la memoria de Urbano II, va inseparablemente unida a la primera Cruzada, la única plenamente victoriosa.

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Recordamos con Amor y Agradecimiento a otro pontífice:


-San Félix II, papa y mártir. (355 dc), Romano e hijo de Anastasio, según el testimonio de San Dámaso. Gobernó la Iglesia un año y tres meses. Reunió un concilio en Roma, y condenó al emperador Constancio y a los arrianos. Estos herejes le quitaron la vida en el año 359. Sus sagradas cenizas, juntamente con las de los mártires Abundio y Abundancio, fueron halladas en la diaconía de San Cosme y San Damián en 1582, y colocadas en la iglesia de la Compañía de Jesús.


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HOMILÍA Del PAPA JUAN PABLO II

SANTA MISA DE LA JORNADA DEL PERDÓN DEL AÑO SANTO 2000

Primer domingo de Cuaresma, 12 de marzo

1. "En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!. A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él" (2 Co 5, 20-21).

La Iglesia relee estas palabras de San Pablo cada año, el miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma. Durante el tiempo cuaresmal, la Iglesia desea unirse de modo particular a Cristo, que impulsado interiormente por el Espíritu Santo, inició su misión mesiánica dirigiéndose al desierto, donde ayunó durante cuarenta días, y cuarenta noches (cf. Mc 1, 12-13).

Al término de ese ayuno, fue tentado por Satanás, como narra sintéticamente, en la liturgia de hoy, el evangelista San Marcos (cf. Mc 1, 13). San Mateo y San Lucas, en cambio, tratan con mayor amplitud ese combate de Cristo en el desierto, y su victoria definitiva sobre el tentador: "Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto"" (Mt 4, 10).

Quien habla así, es Aquel "que no conoció pecado" (2 Co 5, 21), Jesús, "el Santo de Dios" (Mc 1, 24).

2. "A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros" (2 Co 5, 21). Acabamos de escuchar en la segunda lectura, esta afirmación sorprendente del Apóstol. ¿Qué significan estas palabras?. Parecen una paradoja, y efectivamente lo son. ¿Cómo pudo Dios, que es la santidad misma, "hacer pecado" a su Hijo unigénito, enviado al mundo?.

Sin embargo, esto es precisamente lo que leemos, en el pasaje de la segunda carta de San Pablo a los Corintios. Nos encontramos ante un misterio: misterio que a primera vista, resulta desconcertante, pero que se inscribe claramente en la Revelación Divina.

Ya en el Antiguo Testamento, el libro de Isaías habla de ello, con inspiración profética, en el cuarto canto del Siervo de Yahveh: "Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre Él, la culpa de todos nosotros" (Is 53, 6).

Cristo, el Santo, a pesar de estar absolutamente sin pecado, acepta tomar sobre Sí nuestros pecados. Acepta para redimirnos; acepta cargar con nuestros pecados, para cumplir la misión recibida del Padre, que como escribe el evangelista San Juan, "tanto amó al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él (…), tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

3. Ante Cristo, que por Amor cargó con nuestras iniquidades, todos estamos invitados a un profundo examen de conciencia. Uno de los elementos característicos del gran jubileo, es el que he calificado como "purificación de la memoria" (Incarnationis mysterium, 11).

Como Sucesor de Pedro, he pedido que "en este año de misericordia, la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su Señor, se postre ante Dios, e implore perdón, por los pecados pasados y presentes de sus hijos" (ib.). Este primer domingo de Cuaresma, me ha parecido la ocasión propicia, para que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino, por las culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos y pidamos perdón!.

Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial, una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de un documento de la Comisión Teológica Internacional, titulado: "Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado".

Doy las gracias a todos los que han contribuido, a la elaboración de este texto. Es muy útil, para una comprensión y aplicación correctas, de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo Místico, y que impulsa a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y teológico.

En efecto, "por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo Místico, y aun sin tener responsabilidad personal, ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores, y de las culpas de quienes nos han precedido" (Incarnationis mysterium, 11). Reconocer las desviaciones del pasado, sirve para despertar nuestra conciencia, ante los compromisos del presente, abriendo a cada uno el camino de la conversión.

4. ¡Perdonemos y pidamos perdón!. A la vez que alabamos a Dios, que en su Amor Misericordioso, ha suscitado en la Iglesia, una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero, y de entrega total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer, las infidelidades al Evangelio, que han cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio.

Pidamos perdón, por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia, que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad, adoptadas a veces, con respecto a los seguidores de otras religiones.

Confesemos, con mayor razón, nuestras responsabilidades de cristianos, por los males actuales. Frente al ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a las violaciones del derecho a la vida, al desinterés por la pobreza de numerosos países, no podemos menos de preguntarnos, cuáles son nuestras responsabilidades.

Por la parte que cada uno de nosotros con sus comportamientos, ha tenido en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente perdón.

Al mismo tiempo que confesamos nuestras culpas, perdonemos las culpas cometidas por los demás, contra nosotros. En el curso de la historia, los cristianos han sufrido muchas veces atropellos, prepotencias y persecuciones a causa de su fe. Al igual que perdonaron a las víctimas de dichos abusos, así también perdonemos nosotros.

La Iglesia de hoy y de siempre, se siente comprometida, a purificar la memoria de esos tristes hechos, de todo sentimiento de rencor o venganza. De este modo, el jubileo, se transforma para todos, en ocasión propicia de profunda conversión al Evangelio. De la acogida del perdón divino, brota el compromiso de perdonar a los hermanos, y de reconciliación recíproca.

5. Pero, ¿qué significa para nosotros, el término "reconciliación"?. Para captar su sentido y su valor exactos, es necesario ante todo, darse cuenta de la posibilidad de la división, de la separación. Sí, el hombre es la única criatura en la tierra, que puede establecer, una relación de comunión con su Creador, pero también es la única que puede separarse de Él. De hecho, por desgracia, con frecuencia se aleja de Dios.

Afortunadamente muchos, como el hijo pródigo, del que habla el evangelio de San Lucas (cf. Lc 15, 13), después de abandonar la casa paterna, y disipar la herencia recibida, al tocar fondo, se dan cuenta de todo lo que ha perdido (cf. Lc 15, 13-17). Entonces, emprenden el camino de vuelta: « Me levantaré, iré a mi padre y le diré: "Padre, pequé..." » (Lc 15, 18).

Dios, bien representado por el padre de la parábola, acoge a todo hijo pródigo, que vuelve a Él. Lo acoge por medio de Cristo, en quien el pecador, puede volver a ser "justo" con la justicia de Dios. Lo acoge, porque hizo pecado por nosotros, a su Hijo Eterno. Sí, sólo por medio de Cristo, podemos llegar a ser justicia de Dios (cf. 2 Co 5, 21).

6. "Dios tanto amó al mundo, que le dio a su Hijo único". ¡Éste es en síntesis, el significado del misterio de la redención del mundo!. Hay que darse cuenta plenamente, del valor del gran don, que el Padre nos ha hecho en Jesús. Es necesario, que ante la mirada de nuestra alma, se presente Cristo, el Cristo de Getsemaní, el Cristo flagelado, coronado de espinas, con la cruz a cuestas, y por último, crucificado. Cristo tomó sobre Sí, el peso de los pecados de todos los hombres; el peso de nuestros pecados, para que en virtud de su sacrificio salvífico, pudiéramos reconciliarnos con Dios.

Saulo de Tarso, convertido en San Pablo, se presenta hoy ante nosotros, como testigo: él experimentó de modo singular, la fuerza de la cruz, en el camino de Damasco.

El Resucitado se le manifestó, con todo el esplendor de su poder: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (...) ¿Quién eres, Señor? (...) Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9, 4-5). San Pablo, que experimentó con tanta fuerza, el poder de la cruz de Cristo, se dirige hoy a nosotros, con una ardiente súplica: "Os exhortamos, a que no recibáis en vano, la gracia de Dios". San Pablo insiste en que esta gracia, nos la ofrece Dios mismo, que nos dice hoy a nosotros: "En el tiempo favorable te escuché, y en el día de salvación te ayudé" (2 Co 6, 2).

María, Madre del perdón, ayúdanos a acoger la gracia del perdón, que el jubileo nos ofrece abundantemente. Haz que la Cuaresma, de este extraordinario Año Santo, sea para todos los creyentes, y para cada hombre que busca a Dios, el momento favorable, el tiempo de la reconciliación, el tiempo de la salvación.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, ayúdanos a perdonar, para así ser perdonados; ayúdanos a ser compasivos para obtener compasión; ayúdanos a permitir, que seamos ayudados y aconsejados por nuestro prójimo. Que la reconciliación y la conversión hacia Tí, se restablezca en toda la Tierra, y podamos recibir así tu Paz en nuestros corazones Amén.


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