jueves, 20 de agosto de 2020

20 de agosto

San Bernardo de Claraval (Clairvaux)


Lippi, Fra. Filippo: Aparición de la Virgen a San Bernardo

(1090-1153)

Abad Cisterciense. Doctor de la Iglesia

No eres mas santo, porque no eres mas devoto de María”

"Maldito será tu quehacer, si no te deja dedicarle el debido tiempo, a la oración y a la meditación"

Etim. de Bernardo: "Batallador y valiente". (Bern=batallador; Nard=valiente)

Breve

Nacido en Borgoña, Francia. Llamado "Mellifluous Doctor" (boca de miel), por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María. Compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval, y muchos otros.

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San Bernardo, abad es cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza), en el año 1090. Con sus siete hermanos, recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura.

Bernardo tenía un extraordinario carisma, de atraer a todos para Cristo. Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Pero su vigor juvenil, le causaba un reto, en las tentaciones contra la castidad y santidad. Por eso, durante algún tiempo se enfrió su fervor, y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta, se sentía más desilusionado del mundo, y de sus placeres.

Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo, hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer, y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.

Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús, en Belén, en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara, y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día, ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.

Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos, llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría, pues en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.

Bernardo volvió a su familia a contar la noticia, y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto, era desperdiciar una gran personalidad, para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba esta decisión suya, de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente, de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento, a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y a otros 31 compañeros.

Dicen que cuando llamaron a Nirvardo, el hermano menor, para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra?. Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso.

Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca, a todos los que deseaban entrar al convento, para prepararlos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse, para ser unos fervorosos religiosos.

En el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister. Más tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo, decidieron también entrar en la vida religiosa. Vemos así en la historia de las personas, la gran influencia de las relaciones, tanto para bien como para mal.

En la historia de la Iglesia, es difícil encontrar otro hombre, que haya sido dotado por Dios, de un poder de atracción tan grande, para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror, de que su novio hablara con el santo.

En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes, al oírle hablar de las excelencias, y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos, a que él los instruyera y los formara como religiosos.

Durante su vida, fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a una elevada santidad, a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado, consiguió que 900 monjes, hicieran profesión religiosa.

En el convento del Cister, demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso), fue enviado como superior, a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio apartado en el bosque, donde sus monjes, tuvieran que derramar el sudor de su frente, para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle claro, ya que allí el sol, ilumina fuerte todo el día.

Supo infundir del tal manera, el fervor y el entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros, a los pocos años, tenía 130 religiosos de este convento de Claraval, y salieron monjes a fundar otros 63 conventos.

Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios, y a la Virgen Santísima, y su deseo de salvar almas, lo llevaban a estudiar por horas y horas, cada sermón que iba a pronunciar; y luego, como sus palabras iban precedidas de mucha oración, y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo, era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.

Su amor a la Virgen Santísima

Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, por la claridad y el amor con que habla de ella.

Él fue quien compuso, aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir".

El pueblo vibraba de emoción, cuando le oía clamar desde el púlpito, con su voz sonora e impresionante: “Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos, quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados, quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo, y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola, no te desesperarás. Y guiado por Ella, atracarás con seguridad en el Puerto Celestial”.

Sus bellísimos sermones, son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.

Viajero incansable

El más profundo deseo de San Bernardo, era permanecer en su convento, dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes, le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda, adonde quiera que pudiera ser útil.

Con una salud sumamente débil, porque los primeros años de religioso, se dedicó a hacer demasiadas penitencias, y se le dañó la digestión, recorrió toda Europa, poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados, y hasta reuniendo ejércitos, para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.

Exclamaba: “A veces, no me dejan tiempo durante el día, ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas, y sienten tanta paz, cuando se les habla, que es necesario atenderlas” (ya en las noches, pasaría luego sus horas, dedicado a la oración y a la meditación).

De carbonero a Pontífice

Un hombre muy bien preparado, le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud, le impuso durante las primeras semanas, a transportar carbón, lo cual hizo de muy buena voluntad.

Llegó a ser un excelente monje, y más tarde, fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro, llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos, para que los que están en puestos elevados; principalmente que no vayan a cometer el gravísimo error, de dedicarse solamente a actividades exteriores, descuidando la oración y la meditación.

Y llegó a decirle: "Malditas serán dichas ocupaciones, si no te dejan dedicarle el debido tiempo, a la oración y a la meditación".

Despedida gozosa

Después de haber llegado a ser, el hombre más famoso de Europa en su tiempo, y de haber conseguido varios milagros -como por el hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados, que tenía sin perdonar -, y después de haber llenado varios países, de monasterios con religiosos fervorosos, y ante la petición de sus discípulos, para que pidiera a Dios, la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba:

"Mi gran deseo es ir a ver a Dios, y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos, me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios, haga lo que a Él mejor le parezca".

Y a Dios le pareció, que ya había sufrido y trabajado bastante, y que se merecía el descanso eterno, y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a su feliz eternidad, el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

Oración: San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima, pídele al buen Dios, que nos conceda a nosotros, amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea. Amén.

Nota interesante: San Bernardo escribió la vida de San Malaquías, quién murió en sus brazos, camino a Roma.

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DE LA CASA DE LA DIVINA SABIDURIA,

LA VIRGEN MARÍA

1. Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas.

Según estas sabidurías, se llaman sabios a los que hacen el mal, y no saben hacer el bien, los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito: “Cogeré a los sabios en su astucia; perderé la sabiduría de los sabios, y reprobaré la prudencia de los prudentes”.

Y ciertamente, me parece que a tales sabios, se adapta digna y competentemente, el dicho de Salomón: “Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten”.

Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa además de pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: “Al cual, nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención”.

2. Así pues, esta sabiduría que era de Dios, vino a nosotros del seno del Padre, y edificó para sí una casa, es a saber a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas, sino hacer de ella, una digna morada, con la fe y las buenas obras?.

Ciertamente, el número ternario, pertenece a la fe en la Santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes.

Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo, estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien abriendo los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo"; y en seguida: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra".

He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo, o el Hijo sin el Padre, o sin los dos, el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí". Y otra vez: "El Padre que permanece en Mí, ése hace los milagros" . Es claro pues, que en el corazón de la Virgen, estuvo la fe en la Santísima Trinidad.

3. Que poseyó las cuatro principales virtudes, como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella, que relegadas las pompas seculares, y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente?.

Si no me engaño, ésta es la virgen, de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte?. Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente, a la que dijo el Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza".

Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel, y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel, diciéndole: "Dios te salve, llena de gracia", no se ensoberbeció, por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló, y pensó dentro de sí, qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto, sino la templanza?.

Mas cuando el mismo ángel, la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente, cómo concebiría y daría a luz, la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna fue prudente. Da una señal de justicia, cuando se confiesa esclava del Señor.

Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre, y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte, se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: “Todas las obras del Señor son muy buenas”.

4. Fue pues, la bienaventurada Virgen María, fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas, y las tres predichas de la fe, construyó en ella la Sabiduría celestial; una casa para sí. La cual, Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura.

También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros, las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella, con la fe y las costumbres.

Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza, para que no caiga ladeándose a la derecha, o a la izquierda.

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Oficio de Lectura, 29 de Diciembre

En la plenitud de los tiempos, vino la plenitud de la divinidad

De los sermones de San Bernardo, abad

Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo, en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida?.

Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones, y de muchas maneras, habló Dios por los profetas. Y decía: “Yo tengo designios de paz, y no de aflicción”.

Pero, ¿qué podía responder el hombre, que sólo experimentaba la aflicción, e ignoraba la paz?. ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz?.

A causa de lo cual, los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: “Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio?”. Pero ahora, los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios, se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada, puede dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora, no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia.

Es como si Dios, hubiera vaciado sobre la tierra, un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en Él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien habita, toda la plenitud de la divinidad.

Ya que cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición, la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal, para que al presentarse así, ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad, se reconociese su bondad.

Porque cuando se pone de manifiesto, la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad, que asumiendo mi carne?. La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente, la misericordia de Dios,que el hecho de haber aceptado nuestra miseria?. ¿Qué hay más rebosante de piedad, que la Palabra de Dios, convertida en tan poca cosa por nosotros?. Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?. Que deduzcan de aquí los hombres, lo grande que es el cuidado, que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa, y siente sobre ellos.

No te preguntes, tú, que eres hombre, por que has sufrido, sino por lo que sufrió Él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad, se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora.

Ha aparecido –dice el Apóstol– la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló, quien se preocupó de añadir a la humanidad, el nombre de Dios.

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Oficio de lectura, 20 de agosto, San Bernardo Abad y doctor de la Iglesia

Amo porque amo; amo por amar

De los sermones de San Bernardo, abad, sobre el libro del Cantar de los cantares

Sermón 83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo, y por causa de sí. Su mérito y su premio, se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo, fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar.

Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente, y sea una continua emanación de la misma.

Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura, puede corresponder a su Creador; aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante, a lo que Él le da.

En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si Él ama, es para que nosotros lo amemos a Él, sabiendo que el amor mismo, hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio, amor y fidelidad. No se resista pues la amada, en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además, de la esposa del Amor en persona?. ¿Puede no ser amado, el que es el Amor por esencia?.

Con razón renuncia a cualquier otro afecto, y se entrega de un modo total y exclusivo al amor; el alma es consciente, de que la manera de responder al amor, es amar ella a su vez.

Porque aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello, en comparación con el manantial perenne de este amor?. No manan con la misma abundancia el que ama, y el que es el Amor por esencia; el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos, que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor, ni eficacia, el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con Aquel, que es el amor mismo?. De ninguna manera.

Porque, aunque la criatura por ser inferior, ama menos; con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar.

Por ello, este amor total, equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama, sea poco amado; y en esta doble correspondencia de amor, consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga, por cierto, que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

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MIÉRCOLES PRIMERO DE ADVIENTO

Liturgia de las horas

PRIMERA LECTURA

Del Libro del Profeta Isaías 5, 1-7

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de San Bernardo, Abad

(Sermón 5 en el Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, Edición Cisterciense, 4, 1966, 188-190)

Vendrá a nosotros el Verbo de Dios

Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra, y vivió entre los hombres, cuando --como Él mismo dice-- lo vieron y lo odiaron. En la última contemplarán todos, la salvación que Dios nos envía, y mirarán al que traspasaron.

La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera, el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria.

Esta venida intermedia, es como un camino que conduce, de la primera a la última. En la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos, sobre la venida intermedia, son invención nuestra, oye al mismo Señor: “El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará, y vendremos a fijar en él nuestra morada”. He leído también en otra parte: “El que teme al Señor obrará bien”. Pero veo que se dice aún algo más, acerca del que ama a Dios, y guarda su palabra. ¿Dónde debe guardarla?. No hay duda que en el corazón, como dice el profeta: “En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra Ti”.

Conserva tú también la palabra de Dios, porque son dichosos los que la conservan. Que ella entre, hasta lo más íntimo de tu alma; que penetre tus afectos, y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará, como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien sacia tu alma, con este manjar delicioso.

Si guardas así la palabra de Dios, es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y Él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Y así como el primer Adán, irrumpió en todo el hombre, y lo llenó y envolvió por completo, así ahora lo poseerá totalmente Cristo, que lo ha creado y redimido, y que también un día lo glorificará.

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Oficio de lectura, Miércoles III del tiempo Ordinario

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

San Bernardo, abad, sobre el libro del Cantar de los cantares

(Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edición cisterciense, 2 | 1958 |, 150-151


¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad, un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador?. En ellas habito con seguridad, sabiendo que Él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme.

Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Hay algo tan mortífero, que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?. No. Por esto, si me acuerdo que tengo a mano, un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

Por esto, no tenía razón, aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse, ni llamar suyos, los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo, cuya cabeza es el Señor.

Pero yo tomo de las entrañas del Señor, lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies, y atravesaron su costado con una lanza; y a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre, y aceite de las rocas de pedernal donde se derramaron, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.

Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero?. Pero el clavo penetrante, se ha convertido para mí en una llave, que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura?. Tanto el clavo como la llaga, proclaman que en verdad, Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió, nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas, nos dejan ver tus entrañas?. No podría hallarse otro medio más claro, que éstas tus llagas, para comprender que tú Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande, que el que da su vida por los sentenciados a muerte, y a la condenación.

Luego mi único mérito, es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras Él no lo sea en misericordia. Y porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos.

Y aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente, las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia?. Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia, de parte de Dios.

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Oficio de lectura, VI lunes del tiempo ordinario

Hay que buscar la sabiduría

San Bernardo, abad

Sermón 15 sobre diversas materias: PL 183, 577-579

Trabajemos para tener el manjar que no se acaba: trabajemos en la obra de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, para hacernos merecedores del denario cotidiano. Trabajemos para obtener la sabiduría, ya que ella afirma: Los que trabajan para alcanzarme, no pecarán.

El campo es el mundo –nos dice aquel que es la Verdad–; cavemos en este campo; en él se halla escondido un tesoro que debemos desenterrar. Tal es la sabiduría, que ha de ser extraída de lo oculto. Todos la buscamos, todos la deseamos.

Si queréis preguntar –dice la Escritura–, preguntad, convertíos, venid. ¿Te preguntas de dónde te has de convertir?. Refrena tus deseos, hallamos también escrito. Pero si en mis deseos, no encuentro la sabiduría –dices–, ¿dónde la hallaré?. Pues mi alma la desea con vehemencia, y no me contento con hallarla, si es que llego a hallarla, sino que echo en mi regazo, una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Y esto con razón. Porque dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Búscala pues, mientras puede ser encontrada; invócala, mientras está cerca.

¿Quieres saber cuán cerca está?. La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón, sólo a condición de que la busques con un corazón sincero. Así es como encontrarás la sabiduría en tu corazón, y tu boca estará llena de inteligencia, pero vigila que la abundancia de tu boca, no se derrame a manera de vómito.

Si has hallado la sabiduría, has hallado la miel; procura no comerla con exceso, no sea que harto de ella, la vomites. Come, de manera que siempre quedes con hambre.

Porque dice la misma sabiduría: El que me come tendrá más hambre. No tengas en mucho lo que has alcanzado; no te consideres harto, no sea que vomites, y pierdas así lo que pensabas poseer, por haber dejado de buscar antes de tiempo.

Pues no hay que desistir, en esta búsqueda y llamada de la sabiduría, mientras pueda ser hallada, mientras esté cerca. De lo contrario, como la miel daña –según dice el Sabio– a los que comen de ella en demasía, así el que se mete a escudriñar la majestad, será oprimido por su gloria.

Del mismo modo que es dichoso, el que encuentra sabiduría, así también es dichoso, o mejor, más dichoso aún, el hombre que piensa en la sabiduría; esto seguramente se refiere, a la abundancia de que hemos hablado antes.

En estas tres cosas se conocerá, que tu boca está llena en abundancia de sabiduría, o de prudencia: si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu boca, sale la acción de gracias y la alabanza, y si de ella salen también palabras de edificación.

En efecto, por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Y además, lo primero que hace el justo al hablar, es acusarse a sí mismo: y así lo que debe hacer en segundo lugar, es ensalzar a Dios, y en tercer lugar, si a tanto llega la abundancia de su sabiduría, edificar al prójimo.

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Del oficio de lectura, 26 de junio, San Pelayo, Mártir

La castidad sin la caridad, no tiene valor

De las cartas de San Bernardo, abad

Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

La castidad, la caridad y la humildad, carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y ciertamente no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada.

¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica, al que ha sido apartado de la corrupción; que convierte en familiar de Dios, al que es su enemigo, y hace del hombre un ángel?.

El hombre casto y el ángel, son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre, es más esforzada. Sólo la castidad, significa el estado de la gloria inmortal, en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región, en la cual ni los hombres, ni las mujeres, se casarán, y permite aquí, en la tierra, tener la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor, ni mérito. La castidad sin la caridad, es una lámpara sin aceite; y no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad; con aquella caridad que como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

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Oficio de Lectura, 2 Octubre, Santos Ángeles custodios

Que te guarden en tus caminos

De los sermones de San Bernardo abad

Sermón 12 sobre el salmo 90

A sus ángeles ha dado órdenes, para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias, y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos».

Señor, ¿qué es el hombre, para que le des importancia, para que te ocupes de él?”. Porque te ocupas ciertamente de él; demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único; le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro.

Y para que ninguno de los seres celestiales, deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados, para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes en nuestros guardianes; mandas que sean nuestros ayos.

A sus ángeles has dado órdenes, para que nos guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción, y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien.

Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y aunque lo están, porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues cumplen con tanto amor esta orden, y nos ayudan en nuestras grandes necesidades.

Seamos pues devotos y agradecidos, a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos, y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor, ha de tener por objeto a Aquel, de quien todo procede, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, y ser amados y honrados.

En Él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día, hemos de participar con ellos de la misma herencia, y que mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores.

En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.

Por lo demás, aunque somos menores de edad, y aunque nos queda por recorrer, un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios.

Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos?. Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.

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Solemnidad de Todos los Santos, 1 de Noviembre

Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan

De los sermones de San Bernardo, abad

Sermón2: Opera omnia, edición cisterciense, 5

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos?. ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial, los honores que les había prometido verazmente el Hijo?. ¿De qué les sirven nuestros elogios?. Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria, redunda en provecho nuestro, no en el suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve, o aumenta en nosotros, el recuerdo de los santos, es el de gozar de su compañía tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes; para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos, en la comunión de todos los santos.

Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos por fin hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro corazón en los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean; apresurémonos hacia los que nos esperan; entremos a su presencia, con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen, aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno, el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros, la conmemoración de los santos, es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con Él, revestidos de gloria. Entretanto, Aquel que es nuestra cabeza, se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a Aquel, que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos, y de buscar cualquier púrpura que sea de honor, y no de irrisión.

Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordaros que también nosotros estamos muertos, y nuestra vida está oculta con Él. Se manifestará la cabeza gloriosa, y junto con Él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo, en un cuerpo glorioso, semejante a la cabeza que es Él.

Deseemos pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria, y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga, lo que supera nuestras fuerzas.

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Oficio de Lectura, XXIII Miércoles del Tiempo Ordinario

Sobre los grados de la contemplación

San Bernardo, Sermón 5 sobre diversas materias 4-5

Vigilemos en pie, apoyándonos con todas nuestras fuerzas, en la roca firmísima que es Cristo, como está escrito: Afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mi paso. Apoyados y afianzados en esta forma, veamos qué nos dice, y qué decimos a quien nos pone objeciones.

Amadísimos hermanos, éste es el primer grado de la contemplación: pensar constantemente, qué es lo que quiere el Señor, qué es lo que le agrada, qué es lo que resulta aceptable en su presencia.

Y puesto que todos faltamos a menudo, y nuestro orgullo choca contra la rectitud de la voluntad del Señor, y no puede aceptarla, ni ponerse de acuerdo con ella, humillémonos bajo la poderosa mano de Dios altísimo, y esforcémonos en poner nuestra miseria, a la vista de su misericordia, con estas palabras: “Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré a salvo”. Y también aquellas otras: “Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra Tí”.

Una vez que se ha purificado la mirada de nuestra alma, con esas consideraciones, ya no nos ocupamos con amargura en nuestro propio espíritu, sino en el espíritu divino, y ello con gran deleite. Y ya no andamos pensando, cuál será la voluntad de Dios respecto a nosotros, sino cuál sea en sí misma.

Y ya que nuestra vida, está en la voluntad del Señor, indudablemente lo más provechoso y útil para nosotros, será lo que está en conformidad con la voluntad del Señor. Por eso, si nos proponemos de verdad, conservar la vida de nuestra alma, hemos de poner también verdadero empeño, en no apartarnos en lo más mínimo, de la voluntad divina.

Conforme vayamos avanzando en la vida espiritual, siguiendo los impulsos del Espíritu, que ahonda en lo más íntimo de Dios, pensemos en la dulzura del Señor, qué bueno es en sí mismo. Pidamos también con el salmista, gozar de la dulzura del Señor, contemplando no nuestro propio corazón, sino su templo, diciendo con el mismo salmista: “Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo”.

En estos dos grados, está todo el resumen de nuestra vida espiritual: Que la propia consideración, ponga inquietud y tristeza en nuestra alma, para conducirnos a la salvación, y que nos hallemos, como en nuestro elemento, en la consideración divina, para lograr el verdadero consuelo, en el gozo del Espíritu Santo. Por el primero, nos fundaremos en el Santo Temor, y en la verdadera humildad; por el segundo, nos abriremos a la esperanza y al amor.

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Oficio de Lectura, XXIII martes del Tiempo Ordinario

Me pondré de centinela, para escuchar lo que me dice

San Bernardo

Sermón 5 sobre diversas materias

Leemos en el Evangelio, que en cierta ocasión, al predicar el Salvador, y al exhortar a sus discípulos a participar de su pasión, comiendo sacramentalmente su carne, hubo quienes dijeron: “Este modo de hablar es duro”. Y dejaron ya de ir con Él. Preguntados los demás discípulos, si también ellos querían marcharse, respondieron: “Señor, ¿a quién vamos a acudir?. Tú tienes palabras de vida eterna”.

Lo mismo os digo yo, queridos hermanos. Hasta ahora, para algunos, es evidente que las palabras que dice Cristo, son Espíritu y son Vida, y por eso lo siguen. A otros, en cambio, les parecen inaceptables, y tratan de buscar al margen de Él, un mezquino consuelo. Está llamando la sabiduría por las plazas, en el espacioso camino que lleva a la perdición, para apartar de él a los que por él caminan.

Finalmente, dice: Durante cuarenta años, aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado». Y en otro salmo se lee: Dios ha hablado una vez. Es cierto: una sola vez. Porque siempre está hablando, ya que su palabra es una sola, sin interrupción, constante, eterna.

Esta voz hace reflexionar a los pecadores. Acusa los desvíos del corazón, y en él vive, y dentro de él habla. Está realizando efectivamente, lo que manifestó por el profeta, cuando decía: “Hablad al corazón de Jerusalén”.

Ved, queridos hermanos, que provechosamente nos advierte el salmista, que si escuchamos hoy su voz, no endurezcamos nuestros corazones. Casi idénticas palabras, encontramos en el Evangelio y en el salmista. El Señor nos dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz. Y el Santo David dice en el salmo: Su pueblo, (evidentemente el del Señor), el rebaño que Él guía, ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón».

Escucha finalmente, las palabras del profeta Habacuc. No usa de eufemismos, sino de expresiones claras, pero que expresan solicitud, para dirigirse a su pueblo: “Me pondré de centinela; en pie vigilaré; velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas”. También nosotros, queridos hermanos, pongámonos de centinela porque es tiempo de lucha.

Adentrémonos en lo íntimo del corazón, donde vive Cristo. Permanezcamos en la sensatez, en la prudencia, sin poner la confianza en nosotros, fiándonos de nuestra débil guardia.

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20 de diciembre

Lecturas de la liturgia de las horas

PRIMERA LECTURA

Del Libro del Profeta Isaías 48, 1-11

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de San Bernardo, Abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre

(Homilía 4, 8-9: Opera Omnia, Edición Cisterciense, 4 [1966] 53-54)

Todo el mundo espera, la respuesta de María

Oíste Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo, que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.

Se pone entre tus manos, el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados, si consientes. Por la Palabra eterna de Dios, fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta, seremos ahora restablecidos, para ser llamados de nuevo a la vida.

Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.

Y no sin motivo, aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra, depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Da pronto tu respuesta. Responde presta al Ángel, o por mejor decir, al Señor por medio del Ángel; responde una palabra, y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra, y concibe la divina; emite una palabra fugaz, y acoge en tu seno a la Palabra eterna.

¿Por qué tardas?. ¿Qué recelas?. Cree, dí que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal, se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora, la piedad en las palabras.

Abre Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mira que el deseado de todas las gentes, está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

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Oficio de Lectura, 15 de Septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores

La Madre estaba junto a la cruz

De los sermones de San Bernardo, abad

Sermón, domingo infraoctava de la Asunción

El martirio de la Virgen, queda atestiguado por la profecía de Simeón, y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– “una espada te traspasará el alma”.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo, sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo, aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya.

Porque el alma de Jesús ya no estaba allí; en cambio la tuya, no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión, superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura, no fueron peores que una espada aquellas palabras, que atravesaron verdaderamente tu alma, y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo?. ¡Vaya cambio!. Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús; al siervo en sustitución del Señor; al discípulo en lugar del Maestro; al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios; a un simple hombre, en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aún nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?.

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire, el que no recuerde haber oído, cómo San Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles, el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar, de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar, al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» .

Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María, que de la pasión del Hijo de María?. Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón?. Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior, al que pueda tener cualquier otro hombre; ésta otra tuvo por motivo, un amor que después de Aquél, no tiene semejante.

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Oficio de Lectura, 7 de Octubre, Nuestra Señora del Rosario

Conviene meditar los misterios de salvación

De los sermones de San Bernardo, abad

Sermón sobre el acueducto: Opera Omnia

El Santo que va a nacer, se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas!. Esta Palabra por tu mediación, Virgen Santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí”, podrá afirmar igualmente: “Yo salí de Dios, y aquí estoy”.

En el principio –dice el Evangelio– ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces, sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en Tí, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero?.

Pero llegó el momento, en que estos designios de paz, se convirtieron en obra de paz: la Palabra se hizo carne, y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones; ha acampado nuestra memoria; ha acampado en nuestro pensamiento, y desciende hasta la misma imaginación.

En efecto, ¿qué idea de Dios, hubiera podido antes formarse sino el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón?. Era incomprensible e inaccesible; invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.

¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos, y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día, y mostrando a los Apóstoles, la marca de los clavos, como signo de victoria; y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.

¿Hay algo de esto, que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación?. Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios, y a través de todas ellas, llego hasta mi Dios.

A esta meditación, la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria, la dulzura que la vara sacerdotal, infundió tan abundantemente en estos frutos; dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo, y la derrama abundantemente sobre nosotros.

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Oficio de Lectura, XX martes del Tiempo Ordinario

Preparada por el Altísimo, designada anticipadamente por los padres antiguos

San Bernardo, Homilías sobre las excelencias de la Virgen Madre 2,1-2.4

El único nacimiento digno de Dios, era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen, demandaba que quien naciere de ella, no fuere otro que el mismo Dios.

Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual Él sabía, que había de serle conveniente y agradable.

Quiso pues, nacer de una Virgen Inmaculada; Él, el Inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos.

Quiso que su madre fuese humilde, ya que Él, que es manso y humilde de corazón, había de dar a todos, el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y Él mismo, que ya antes había inspirado a la Virgen, el propósito de la virginidad, y la había enriquecido con el don de la humildad, le otorgó también el don de la maternidad divina.

De otro modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla después, como llena de gracia, si hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia?. Así pues, la que había de concebir, y dar a luz al Santo de los Santos, recibió el don de la virginidad, para que fuese santa en el cuerpo; y poseer el don de la humildad, para que fuese Santa en el espíritu.

Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura, de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos, por su belleza y atractivo la regia Virgen, atrajo sobre sí, las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey, y de hacer venir al mensajero celestial.

Fue enviado el ángel, dice el Evangelio a la Virgen. Virgen en su cuerpo, Virgen en su alma, Virgen por su decisión; Virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol; santa en el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente, y por casualidad, sino elegida desde la eternidad, predestinada y preparada por el Altísimo, para Él mismo, guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos, prometida por los profetas.

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Oración: Señor y Dios nuestro, Tú hiciste del abad San Bernardo, inflamado en el celo de tu casa, una lámpara ardiente y luminosa, en medio de tu Iglesia; concédenos, por su intercesión, participar de su ferviente espíritu, y caminar siempre como hijos de la luz. A Tí Señor, que nos enseñaste que toda luz, debe ser puesta en lo alto de la habitación, para iluminar a todos. Amén.

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