lunes, 10 de agosto de 2020

 10 de Agosto

San Lorenzo

Uno de los diáconos de Roma

Murió mártir en el año 258

Su muerte, fue la muerte de la idolatría romana, que desde entonces, empezó su declive

Tres días después del martirio del Papa San Sixtus II, el 7 de agosto, le llegó también la gloria del martirio a su servidor, San Lorenzo.

Según la tradición, fue asado vivo, sobre una parrilla.

San Lorenzo ha sido venerado, tanto en el Oriente como en el Occidente, como el más conocido de los diáconos romanos.

De él escribieron los Santos San Ambrosio, San León el Grande, San Agustín y otros. Por lo que es evidente que su martirio, impresionó profundamente a la Iglesia, y fue utilizado por Dios, como una gran inspiración a la santidad. 

Según Prudencio, su muerte fue la muerte de la idolatría romana, que desde entonces declinó.

Fue enterrado en la Via Tiburtina, en el Campus Veranus, donde hoy se encuentra la basílica en su honor.

Su nombre se menciona en la primera plegaria Eucarística.

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Del Oficio de Lectura, 10 de agosto, San Lorenzo, Diácono mártir

Administró la sangre sagrada de Cristo

De los sermones de San Agustín, Obispo

Sermón 304, 1-4

La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar, el triunfo de San Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así a la persecución diabólica.

Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella, administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo.

El Apóstol San Juan expuso claramente, el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras: “Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros, debemos dar nuestra vida por los hermanos”.

Así lo entendió San Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó, lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, y lo imitó en su muerte. También nosotros, hermanos, si amamos de verdad a Cristo, debemos imitarlo.

La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor, es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo, para que sigamos sus huellas.

Según estas palabras de San Pedro, parece como si Cristo, sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo, sólo aprovechará a los que siguen sus huellas.

Lo han imitado los santos mártires, hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión, pero lo han imitado también muchos otros. El puente no se ha derrumbado, después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado, después de haber bebido ellos.

Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor, no sólo están las rosas de los mártires, sino también los linos de las vírgenes, y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas.

Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad, está escrito de Él, que quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad.

Entendamos pues, de qué modo el cristiano, ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: “A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios”. ¡Qué gran majestad!. Al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!.

Cristo se rebajó: esto es cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte?. Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación, y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.

Oración: Señor y Dios nuestro, encendido en tu amor, San Lorenzo se mantuvo fiel a tu servicio, y alcanzó la gloria en el martirio; concédenos por su intercesión, que nuestro corazón, se mantenga encendido de Amor por tu Hijo, y así poder Amarlo, y compartir su Dolor por todos nosotros. A Tí Señor, que nos dejaste tu Sagrado y encendido Corazón, como regalo perpetuo. Amén.



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