31 de julio
San Ignacio de Loyola
FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESUS (jesuitas)
(1491-1556)
San Ignacio
Por Pedro Pablo Rubens (1620-22)
"Ad Majorem Dei Gloriam"
"Para mayor gloria de Dios"
(lema de San Ignacio)
IHS - "IHS": monograma del nombre de Jesucristo
Patrono de los ejercicios espirituales y retiros
“ Quien ama verdaderamente, no está nunca ocioso”
“Hemos sido creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto, salvar nuestra alma”
Desde el principio de la cristiandad, la nómina sacra (nombre sagrado) de Iesous Christos (Jesucristo), se abrevia de varias formas.
Las tres primeras letras de la palabra "Jesús", en griego son: IHC. Estas se transliteraron al latín como IHS.
San Bernardo (siglo XII), insistió mucho en la devoción al Santo Nombre de Jesús; en el siglo XIV, con el beato Juan Colombini (d. 1367). San Vicente Ferrer (d. 1419), y San Bernardino de Siena (d. 1444), adoptaron este monograma IHS. San Ignacio de Loyola, adoptó el monograma en su sello, como general de los jesuitas (1541), por lo que se convirtió en el emblema de la orden.
Breve
San Ignacio nació en el año 1491, en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió primero, entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros, con los que había de fundar más tarde en Roma, la Compañía de Jesús.
Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos, y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente, por la reforma de la Iglesia. Murió en Roma en el año 1556.
Cronología de La Vida de San Ignacio De Loyola
1491- Año probable, del nacimiento de Ignacio de Loyola.
1521- Colabora en la defensa de Pamplona, acosada por el rey de Francia. Es herido en la pierna derecha y enviado a Loyola, donde pasa la convalecencia. En este tiempo, caen en sus manos algunos libros piadosos, que le hacen descubrir en la vida de Jesús y de los Santos, un nuevo horizonte en su vida. Se produce en Ignacio, una primera conversión. Experimenta igualmente una lucha interior, entre los deseos piadosos y los deseos mundanos.
1522- San Ignacio comienza una peregrinación, al Santuario de Nuestra Señora de Montserrat. Una vez en Montserrat, hace una confesión general, y deja sus vestidos y su espada. Continúa el camino hacia Manresa, donde da comienzo a una vida de pobreza, oración y penitencia. Después de un tiempo de turbación, escrúpulos, dudas y angustias, vivirá una singular experiencia de Dios, que recordará toda la vida: "la ilustración del Cardoner". Igualmente comenzará a formular su experiencia espiritual, con lo que da comienzo, a lo que más adelante será, el libro de los Ejercicios Espirituales.
1527-A lo largo de este año, Ignacio vivirá dos procesamientos y será encarcelado. Al salir de la prisión, viaja a Salamanca. Nuevamente tendrá procesos inquisitoriales; se le prohíbe predicar y enseñar materias teológicas, por no haber hecho suficientes estudios. Ignacio decide marcharse de Salamanca, pasa por Barcelona y se encamina a París.
1538- San Ignacio celebra su primera misa, en la iglesia de ¨Santa María la Maggiore¨.
1540- Paulo III, confirma la fundación de la Compañía de Jesús.
1541- Ignacio comienza la redacción de las Constituciones de la Compañía, y es elegido superior general de la misma. A partir de este momento, Ignacio vivirá permanentemente en Roma.
1556- Muerte de San Ignacio de Loyola. Es enterrado en el lugar donde actualmente está, la iglesia del Gesú en Roma.
1609- El Papa Paulo V, beatifica a Ignacio de Loyola.
1622- Canonización de Ignacio de Loyola, por el Papa Gregorio XV.
Reflexiones claves del Diario Espiritual de San Ignacio De Loyola
- Dios me ama, más que yo a mí mismo.
- ¡Siguiéndoos, Jesús, no me puedo perder!
- Dios proveerá, lo que le parezca mejor.
- ¡Señor, soy un niño! ¿A dónde me lleváis?
- ¡Jesús, por nada del mundo te dejaría!
- ¿Qué queréis, Señor, de mí?
- ¡Señor, sostenedme con vuestra gracia!
- ¡No merezco, Señor, cuanto recibo!
- ¡Dadme, Señor, vuestro amor y gracia, éstas me bastan!
- Jesús, sé mi guía, condúceme.
Vida de San Ignacio de Loyola
SAN IGNACIO nació probablemente en el año 1491, en el castillo de Loyola, en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre, el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda.
Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo, en el bautismo), era el más joven de los ocho hijos y tres hijas, de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar, terminó abruptamente, el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón, le rompió la pierna durante la lucha, en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.
Los franceses no abusaron de la victoria, y enviaron al herido, en una litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna se soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación, y la soportó estoicamente, ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas, a todo costo.
Pero como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre, con tales complicaciones, que los médicos pensaron que el enfermo, moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo, empezó a mejorar, aunque la convalecencia, duró varios meses.
No obstante, la operación de la rodilla rota, presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos, cortasen la protuberancia, y pese a que éstos le advirtieron, que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen, y soportó la despiadada carnicería, sin una queja.
Para evitar que la pierna derecha, se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño, que haya quedado cojo para el resto de su vida.
Con el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre había sido muy afecto.
Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola, fue una historia de Cristo, y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco, empezó a interesarse tanto, que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: "Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron".
Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación, a un santuario de Nuestra Señora, y entrar como hermano lego, a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos.
Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana, y presentía que sólo Dios, podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo.
Ello permitió a Iñigo, observar un contraste en su vida: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios, le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos, le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío en el corazón. Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos, y empezó por hacer toda penitencia corporal posible, y llorar sus pecados.
Le visita la Virgen; purificación en Manresa
Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente.
Su propósito, era llegar a Tierra Santa, y para ello debía embarcarse en Barcelona, que está muy cerca de Montserrat.
La ciudad se encontraba cerrada, por miedo a la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar, en el pueblecito de Manresa, no lejos de Barcelona, y a tres leguas de Montserrat.
El Señor, tenía otros designios más urgentes para Ignacio, para ese momento de su vida. Lo que quería, era llevarlo a la profundidad de la entrega, en oración y total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos, y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.
"A fin de imitar a Cristo, nuestro Señor, y asemejarme a Él de verdad, cada vez más, quiero y escojo la pobreza con Cristo; pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores; y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo". Se decidió a "escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo", hasta lograr alcanzar su santidad.
A las consolaciones de los primeros tiempos, sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia, conseguían ahuyentar, la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos, y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta tempestad de escrúpulos, que le hacían creer que todo era pecado, y le llevaron al borde de la desesperación.
En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias, que iban a servirle para el libro de los "Ejercicios Espirituales". Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura, y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. Aquella experiencia, dio a Ignacio una habilidad singular, para ayudar a los escrupulosos, y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual.
Más tarde, confesó al Padre Laínez, que en una hora de oración en Manresa, había aprendido más, de lo que pudiesen haberle enseñado, todos los maestros en las universidades.
Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la mentalidad del mundo, que al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano, no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia, le libró de cometer ese crimen.
Tierra Santa
En febrero de 1523, Ignacio por fin, partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona; pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia, con rumbo a Chipre, y de ahí se trasladó a Jaffa.
Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito, de establecerse. Pero al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos, le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él.
Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a hacer, al regresar a Europa. Otra vez, la Divina Providencia, tenía designios para esta alma tan generosa.
De nuevo en España, donde es encarcelado por la Inquisición
En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues "pensaba que eso, le serviría para ayudar a las almas". Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió, mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar, lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad.
Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino "amare", se convertía en un simple pretexto, para pensar: "Amo a Dios. Dios me ama". Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades, y dedicándose a la contemplación, y soportaba con paciencia y buen humor, las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.
Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá, a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias, no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris.
Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio, y convertía a numerosos pecadores, con sus reprensiones llenas de mansedumbre.
Había en España, muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y a sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular, y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros, a Salamanca.
Pero pronto, fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia, como pruebas que Dios le mandaba, para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.
Estudios en París
Los dos primeros años, los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes, y aun a Inglaterra, a pedir limosna a los comerciantes españoles, establecidos en esas regiones. Con esa ayuda, y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio, en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía.
Ahí indujo a muchos de sus compañeros, a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración, y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña, juzgó que con aquellas prédicas, impedía a sus compañeros estudiar, y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado, para desprestigiarle entre sus compañeros.
Ignacio no temía al sufrimiento, ni a la humillación, pero con la idea de que el ignominioso castigo, podía apartar del camino del bien, a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector, y le expuso modestamente las razones de su conducta.
Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón, en que se hallaban reunidos todos los alumnos, y le pidió públicamente perdón, por haber prestado oídos con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes, de la Universidad de París.
El Señor le da compañeros
Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio, otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal, y Nicolás Bobadilla.
Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes, hicieron voto de pobreza, de castidad, y de ir a predicar el Evangelio en Palestina; o si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa, para que los emplease en el servicio de Dios, como mejor lo juzgase.
La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión, de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen, del año 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales, y la adopción de una sencilla regla de vida.
Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó, que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo, se negó a habitar en el castillo de Loyola, y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.
Bendición del Papa; aparición del Señor
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos, les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien, y concedió a los que todavía no eran sacerdotes, el privilegio de recibir las órdenes sagradas, de manos de cualquier obispo.
Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia, a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes, celebraron la primera misa, entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año, con el objeto de prepararse mejor para ella.
Como no había ninguna probabilidad, de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa.
También resolvieron, que si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar, contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo.
Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La Storta", el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego vobis Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma).
Paulo III nombró al padre Fabro, profesor en la Universidad de la Sapienza, y confió a Laínez, el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros, trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos, dominaba todavía el italiano.
La Compañía de Jesús
Ignacio y sus compañeros, decidieron formar una congregación religiosa, para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad, debía añadirse el de obediencia, para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte.
Además, había que nombrar a un superior general, a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida, y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede.
A los tres votos arriba mencionados, se agregaría, el de ir a trabajar por el bien de las almas, adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común, el oficio divino, no existiría en la nueva orden, "para que eso no distraiga, de las obras de caridad, a las que nos hemos consagrado". No por eso, descuidaban la oración, que debía tomar al menos, una hora diaria.
La primera de las obras de caridad, consistiría en "enseñar a los niños, y a todos los hombres, los mandamientos de Dios". La comisión de cardenales, que el Papa nombró para estudiar el asunto, se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia, bastantes órdenes religiosas; pero un año más tarde, cambió de opinión y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús, por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540.
Ignacio fue elegido, primer general de la nueva orden, y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo, el día de Pascua de 1541, y algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos, en la basílica de San Pablo Extramuros.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea, de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa, para alojar a los neófitos judíos, durante el período de la catequesis, y otra casa para mujeres arrepentidas.
En cierta ocasión, alguien le hizo notar, que la conversión de tales pecadoras, rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: "Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa, por el gozo de evitar un solo pecado". Rodríguez y Francisco Javier, habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo.
Los padres Gonçalves, y Juan Nuñez Barreto, fueron enviados a Marruecos, a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros, partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía, y a las colonias portuguesas de América del Sur.
Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo
El Papa Paulo III, nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó, que visitasen a los enfermos y a los pobres, y que en las disputas, se mostrasen modestos y humildes, y que se abstuviesen de desplegar presuntuosamente su ciencia, y de discutir demasiado.
Pero sin duda, que entre los primeros discípulos de Ignacio, el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor.
En 1550, San Francisco de Borja, le regaló una suma considerable, para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio, hizo de aquel colegio, el modelo de todos los otros de su orden, y se preocupó por darle los mejores maestros, y facilitar lo mejor posible, el progreso de la ciencia.
El santo dirigió también, la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes, que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo, se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio, echó los fundamentos de la obra educativa, que había de distinguir a la Compañía de Jesús, y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.
En 1542, desembarcaron en Irlanda, los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó, que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña, se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra, es un buen ejemplo, del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma.
Ese movimiento tenía el doble fin, de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia, y de oponerse al protestantismo.
“La Compañía de Jesús, era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI, para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden, eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús, tenía por características, la obediencia y la más sólida cohesión.
Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero, y con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo, y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él mereció y obtuvo, la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal Manning).
A este propósito, citaremos las instrucciones que San Ignacio, dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: "Tened gran cuidado en predicar la verdad, de tal modo que si acaso hay entre los oyentes, un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis palabras duras, ni mostréis desprecio por sus errores". El santo escribió en el mismo tono, a los padres Broet y Salmerón, cuando se aprestaban a partir para Irlanda.
Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio, fue el libro de “Los Ejercicios Espirituales”. Es la obra maestra, de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa, y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa.
Los Ejercicios cuadran perfectamente, con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo, para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia.
Lo nuevo en el libro de San Ignacio, es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien, las principales reglas y consejos que da el santo, se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente, y de formularlos con perfecta claridad.
La prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio, le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos, afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente, procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible.
Aunque San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro, se atenía humildemente al juicio de otros.
Era gran enemigo del empleo de los superlativos, y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos, cuando veía que la necesitaban.
En particular, reprendía a aquéllos, a quienes el estudio los volvía orgullosos o tibios, en el servicio de Dios; pero fomentaba, por otra parte, el estudio, y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de San Ignacio, era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: "A la mayor gloria de Dios".
A ese fin, refería el santo todas sus acciones, y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: "Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?". Quien ama verdaderamente, no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad, en trabajar por Dios y sufrir por su causa.
Tal vez, se ha exagerado algunas veces, el "espíritu militar" de Ignacio, y de la Compañía de Jesús, y se han olvidado de la simpatía, y del don de amistad del santo, por admirar su energía y espíritu de empresa.
Durante los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros, y se extendió en nueve países europeos, y también en la India y el Brasil. Como en esos quince años, el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó, cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente, el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo, de recibir los últimos sacramentos.
Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.
-Adaptado del trabajo de Alban Butler et all, edición en español de R.P. Wilfredo Guinea. La Vida de los Santos de Butler, vol. 3. (Chicago USA: Rand McNally, 1965) pg.222-228.
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Santos jesuitas
Estos son algunos de los 48 santos y beatos jesuitas. Entre ellos hay muchos mártires.
San Alonso Rodríguez -Viudo, religioso, portero.
San Claudio de la Colombiere -Apóstol del Sagrado Corazón.
San Edmundo Campion -Mártir inglés
San Estanislao Kostka -Patrono de novicios, polaco.
San Francisco de Borja -Virrey de Cataluña, España, Tercer General de los jesuitas.
San Francisco Javier -Patrón de los misioneros. Misionero a la India y Japón. Muere ante las costas de China.
San Ignacio de Loyola -fundador de la orden.
San Isaac Yogues, y compañeros mártires de Norte América.
San Juan de Brito -y compañeros mártires en la China.
San Luis Gonzaga -Patrón de la juventud cristiana.
Beato Miguel Pro -Mártir mexicano
San Pablo Miki y compañeros -Mártires japoneses.
San Pedro Canisio -Doctor de la Iglesia, segundo evangelizador de Alemania.
San Pedro Claver -Misionero con los esclavos de Colombia.
San Roberto Belarmino -Doctor de la Iglesia, defensor de la doctrina, durante y después de la Reforma.
San Roque Gonzales de Santa Cruz -Mártir paraguayo.
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San Ignacio es el gran maestro, del discernimiento de espíritus.
Juan Pablo II dijo: "Ignacio supo obedecer, cuando en pleno restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en su corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo..."
Por el discernimiento de espíritu, entendemos la capacidad de distinguir, cuando nos habla el Espíritu Santo, y cuando lo hacen los malos espíritus.
Sigamos leyendo...
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Del oficio de lectura, 31 de Julio
San Ignacio de Loyola, fundador, Presbítero
Examinad si los espíritus provienen de Dios
De los Hechos de San Ignacio, recibidos por Luis Gonçalves de Cámara, de labios del mismo santo.
Cap. 1,5-9: Acta Sanctorum Iulii 7
Luis Goncalves de Cámara, escribió "Los Hechos de San Ignacio", recogiéndolos de los labios del mismo santo:
Ignacio era muy aficionado, a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran, algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer, un libro llamado Vida de Cristo, y otro que tenía por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés, por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos, volvía su pensamiento, a lo que había leído en tiempos pasados, y entretenía su imaginación, con el recuerdo de las vanidades, que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente, lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar, y se preguntaba a sí mismo: "¿Y si yo hiciera lo mismo que San Francisco, o que Santo Domingo?".
Y así su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que distraído por cualquier motivo, volvía a pensar también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos, duró bastante tiempo.
Pero había una diferencia; y es que cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento, un gran placer; pero cuando hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además, tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría.
De esta diferencia, él no se daba cuenta, ni le daba importancia, hasta que un día, se le abrieron los ojos del alma, y comenzó a admirarse, de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que mientras una clase de pensamientos, lo dejaban triste, otros en cambio, lo dejaban alegre.
Y así fue, como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya, le ayudó mucho a comprender, lo que sobre la discreción de espíritus, enseñaría luego a los suyos.
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Los Ejercicios Espirituales
El fin específico de los Ejercicios, es llevar al hombre a un estado de serenidad, y despego de las cosas pasajeras, para que pueda elegir, "sin dejarse llevar del placer o la repugnancia, ya sea acerca del curso general de su vida, ya acerca de un asunto particular. Así, el principio que guía la elección, es únicamente la consideración, de lo que más conduce a la gloria de Dios, y a la perfección del alma".
Como lo dice Pío XI, el método ignaciano de oración, "guía al hombre por el camino de la propia abnegación, y del dominio de los malos hábitos, a las más altas cumbres de la contemplación y el amor divino".
Los Ejercicios Espirituales, son el instrumento del que se ha servido El Señor, para comunicar su Espíritu, a innumerables personas y llevarlas a la santidad.
Comienzan reflexionando, sobre el "Principio y Fundamento" de todas las cosas. Nos enseña la verdad fundamental, en la que debemos edificar nuestra vida:
¿Cuál es el origen de esta existencia?, ¿Cuál es su sentido?, ¿Cuál su valor?. Esta es la pregunta capital que me debo preguntar. La respuesta, nos la da Dios: Génesis 1: 26 "Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra" Y como Dios es Amor (1 Juan 4:16), el hombre que es su imagen, ha sido creado, para amar con su corazón, que es como el de Dios. “Dios creó al hombre, para amar con todo su corazón, con toda su mente y con toda su fuerza” (Deut. 6:4-9).
El hombre ama a Dios ante todo, alabándole, adorándole y sirviéndole. En esta línea, debo ordenar mi existencia. Pero el amor es más que esto. Por su propia naturaleza, el amor busca unión. Dios nos creó, para ser sus hijos adoptivos en Jesucristo, y por Jesucristo.
El plan de Dios consiste en hacernos partícipes en la tierra, (por medio de la Fe y la Gracia), y por toda la eternidad, de la vida de la Trinidad, que es Amor.
El principio y fundamento de nuestra vida, es éste: “Hemos sido creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto salvar nuestra alma”.
Conociendo este principio, y ordenando toda nuestra vida en Él, podremos construir sobre roca, para que las tormentas no destruyan nuestra casa.
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EL SAGRADO CORAZÓN Y LOS JESUITAS
San Claudio de la Colombiere, jesuita, fue director espiritual de Santa Margarita María Alacoque, la recipiente de las apariciones y mensajes del Sagrado Corazón. Nuestro querido santo, comprendió la gran importancia de las apariciones, y respondió con todo su corazón, a la encomienda que Nuestro Señor le hizo, de propagar la devoción a Su Corazón.
Tres congregaciones generales, de la Sociedad de Jesús, fundados por San Ignacio y llamados también jesuitas, han adoptado la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Una de ellas, realizó un Acto solemne de Consagración de toda la Sociedad, al Sagrado Corazón de Jesús.
Al renovar la misión otorgada a la Sociedad de Jesús (jesuitas), de propagar la devoción al Sagrado Corazón, el Papa Juan Pablo II manifestó: "El deseo de conocer al Señor íntimamente, y de hablarle de corazón a corazón, es gracias a los Ejercicios Espirituales, característica del dinamismo espiritual y apostólico Ignaciano, totalmente al servicio del amor del Corazón de Jesús". (5 de octubre de 1986 – Carta a la SJ [Sociedad de Jesús])
En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos dice que el amor consiste, en compartir lo que uno posee, incluso la vida. Esta es la clave, para que el Corazón de Jesús, produzca impacto en nuestras vidas.
El misterio de la Trinidad, es la comunicación del amor y la vida. Para eso, el Verbo se hizo hombre, para comunicarnos esa vida y amor. Su Corazón, es símbolo de ese amor infinito que Él tiene por nosotros.
San Pedro Canisio S.J., fue uno de los primeros devotos al Corazón de Jesús.
La tradición y constante enseñanza, de las Congregaciones Generales y de los Padres Generales, presenta la Eucaristía diaria, como el centro y la fuente de fortaleza, para cualquier trabajo que emprendan los jesuitas. Así pensaba el Padre Arrupe, tanto como el Padre General actual.
Karl Rahner, en su introducción, al texto del Padre Arrupe, sobre el Corazón de Cristo, identifica a la devoción al Sagrado Corazón, como parte esencial de la Sociedad; él la denomina, una experiencia irrenunciable de la Sociedad.
Datos tomados de los escritos de John A. McGrail SJ, director del Apostolado de la Oración, para la Provincia de Detroit.
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ORACION DE ENTREGA
San Ignacio
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello,
según Vuestra Voluntad.
Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan. Amén.
ALMA DE CRISTO
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, mi buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te rogamos que el espíritu progresista de los jesuitas, que ayudaron tanto a la extensión de tu Reino de Paz y Justicia, unido a una auténtica opción por los pobres, se mantenga y perdure en el tiempo, y que bendigas al Papa Francisco, siendo él mismo jesuita, en su labor Apostólica. A Tí Señor, que nos ordenaste extender el Reino de los Cielos, antes de tu Ascensión a los Cielos. Amén.
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