9
de Agosto
SANTA
TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ -EDITH STEIN
(1891-1942)
Mártir
del Amor
Copatrona
de Europa
“Estamos
en el mundo para servir a la humanidad”
“El
mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas?. Contempla la cruz: del
Corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de
extinguir las mismas llamas del infierno”
Breve
Judía
de nacimiento, abraza la fe católica ya siendo profesora de
universidad, y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas
descalzas, y muere víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por
Juan Pablo II el 11 de Octubre, 1998.
Consideró
su conversión a la fe católica como una conversión también hacia
una mas profunda identificación con su identidad judía.
Su
testimonio ilustra dos temas inseparables: La
unidad entre el judaísmo y la fe católica, y el valor del
sufrimiento.
"Santa
Edith Stein vio en el holocausto un aspecto del sufrimiento
expiatorio... un valor redentivo para todo el mundo, y un
vínculo específico entre su sacrificio, y la
gracia especial necesaria para propiciar la conversión de los
judíos" - Salvation is from the Jews, de Roy
Schoeman. La santa murió con un grupo compuesto casi enteramente de
judíos bautizados.
Cartas
y documentos - Editorial Monte Carmelo: http://www.montecarmelo.com/
Libro
recomendado: http://bit.ly/2axk8b5
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Nació
el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau
(hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a pertenecer a Polonia
después de la Segunda Guerra Mundial).
Ella
era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus
padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran judíos. Él
murió antes de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de
cargar con la dirección del comercio y la educación de sus hijos.
Edith
escribió de sí misma que de niña era muy sensible, dinámica,
nerviosa e irascible, pero que a los siete años ya empezó en ella a
madurar un temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su
inteligencia, y por su capacidad de estar abierta a los problemas que
la rodean.
En
plena adolescencia deja la escuela y la religión porque no encuentra
en ellas sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales
sobre el sentido de la vida del hombre en general, y se percata de la
discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda,
motivada por un sólo principio: "estamos
en el mundo para servir a la humanidad".
Fue
una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de
Gottiengen. Husserl la escoge antes que a
Martín Heidegger (uno de los filósofos más
importantes del siglo XX) para ser su
asistente de cátedra. Como
mujer, en la época de 1916 esto era un logro impresionante.
Partiendo de una personalidad marcada fuertemente por la
determinación, la tenacidad, terquedad y seguridad en sí misma,
recibió el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo.
Siendo
una mujer con una personalidad de alta tensión, y fuertemente
pasional, así como totalmente racionalista y atea, en el fondo mismo
de su corazón, la semilla de la generosidad y servicio a la
humanidad causaba un profundo cuestionamiento existencial. Fue
así que decidió enlistarse en la Cruz Roja como enfermera durante
la Primera Guerra Mundial.
Sus
palabras fueron: "ahora mi vida no me pertenece. Todas mis
energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine
la Guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis
asuntos personales. Si los que están en las trincheras tienen que
sufrir calamidades, porqué he de ser yo una privilegiada?".
Todo
esto revela la búsqueda de un alma buena, de un alma que en ese
momento no conocía a Dios pero que, sin embargo, ante el sufrimiento
ajeno, se hace solidaria. En 1915 recibe la
“medalla al valor".
Otras
características humanas de su carácter brillaron en ese período:
su amabilidad, paz, silencio, servicio y
dominio de sí misma. Todo el mundo la quería. Dios ya estaba
preparando su alma para un día reinar en ella.
El
Momento de la Conversión
En
el año 1921, tras la muerte de un amigo muy cercano, Edith decide
acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también es muy amiga suya.
Edith pensaba que se iba a encontrar con una
mujer totalmente desconsolada ante la pérdida de su esposo tan
querido. La muerte le causaba siempre un impacto interior
muy grande, porque le hacía sentir la urgencia de dar respuesta a
los grandes interrogantes de la vida.
En
este momento de su vida, ya vivía interiormente una cierta kenósis,
pues había experimentado el vacío de
las aspiraciones de las ideas filosóficas. Éstas no eran capaces de
llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad más profunda,
más completa. Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y
lagunas. Edith buscaba más.
Fue
por tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo
no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y gran fe en
Dios. Viéndola, Edith deseaba conocer la fuente de esta paz y de
esta fe.
Mientras
estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a leer la
biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior, y su
Madre Fundadora, Santa Teresa de Jesús. Una vez que lo comienza,
Edith no pudo soltar el libro, sino que pasó toda la noche leyendo
hasta terminarlo. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba
cada página, hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la
gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón
femenino: "ésta es la verdad".
La
fenomenóloga brillante quiere rendirse a la gracia, pero atraviesa
crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se resiste. Edith
estudia incansablemente "los fenómenos" que se van
sucediendo en su alma, se apasiona por "explicar" qué es
lo que le pasa sin lograrlo. Esto la lleva a tener un cansancio
crónico, pero que finalmente le muestra lo que es el poder de la
gracia de Dios en el alma.
Ella
misma escribe: "hay un estado de
sosiego en Dios, de total relajación de toda actividad espiritual,
en el que no se hacen planes ningunos, no se toman decisiones de
ninguna clase y, sobre todo, no se actúa, sino
que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios,
se abandona uno totalmente al "destino"”.
Edith ha descubierto la verdad y se entrega: Seré
Católica.
Unos
pocos meses más tarde, sin más, Edith entra en una Iglesia
Católica, y después de la Santa Misa, busca al sacerdote en la
sacristía, y le comunica su deseo de ser bautizada. Ante el asombro
del Padre, y el cuestionamiento acerca de su preparación para
recibir el sacramento, y de ser iniciada en la Fe Católica, Edith
responde simplemente: ‘Haga la
prueba”.
El
día 1 de enero de 1922, Edith es bautizada Católica. Añade a su
nombre el de Hedwig, en honor a su amiga, quien fue instrumento en su
conversión. Su bautismo es fuente de inmensas gracias.
Ella
reconoce, admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico de
Cristo como Católica, lejos de robarle su identidad como Judía, más
bien le da cumplimiento y un sentido más profundo. Al
ser Católica se siente más Judía; encuentra en
Jesucristo el sentido de toda su fe y vida como Judía. Este doble
aspecto, crea en Edith un corazón auténticamente reconciliador
entre las dos religiones.
Después
de su bautismo emergió en ella, como fruto directo, la seguridad de
su vocación a la vida religiosa. Ella misma escribía a su hermana
Rosa en una ocasión: "Un cuerpo,
pero mucho miembros. Un Espíritu, pero muchos dones. ¿Cuál es el
lugar de cada uno?. Ésta es la pregunta vocacional. La misma no
puede ser contestada sólo en base de auto-examen, y de un análisis
de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración
y en muchos casos debe ser buscada a través de la obediencia".
Es
difícil a una mujer tan acostumbrada a la vida independiente, y con
la tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero en
efecto, lo hizo.
Vida
Apostólica
Edith
deseaba entrar casi inmediatamente a la vida religiosa, pero el Padre
que en ese momento la aconsejaba espiritualmente, reconociendo los
dones extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando que
aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en
el mundo”. Así, Edith empieza un periodo de apostolado fecundo, y
de un alcance impresionante.
Empieza
a trabajar como maestra en la escuela de formación de maestras de
las dominicas de Santa Magdalena. Aquí establece amistosas
relaciones con varias profesoras y alumnas, amistades que durarán
toda su vida.
Además
de sus clases, escribe, traduce, e imparte conferencias.
Durante estos años realizó, además de otros trabajos menores, dos
obras voluminosas: La traducción al alemán de las cartas y diarios
del Cardenal Newman, y la traducción, en dos tomos, de las
Cuestiones sobre la verdad de Santo Tomás de Aquino. Este se
convertirá en base fundamental para sus obras filosóficas, escritas
luego en el Carmelo.
También
durante esta época, da varias conferencias y programas radiales
dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida notablemente por sus
colegas.
Aún
en medio de tanta actividad apostólica, Edith busca siempre que
puede, sobre todo en Semana Santa, la soledad y la paz de la abadía
benedictina de Beuron. Su amor a la Liturgia de la Iglesia la lleva a
pasar horas en la capilla, y a celebrar las diferentes horas de
oración junto con los benedictinos. Cuando más tarde debe escoger
un nombre religioso, decide agregarse el nombre de Benedicta, en
reconocimiento de las muchas gracias que recibió durante sus horas
con la orden benedictina.
En
1933, la situación política en Alemania va empeorando. El 1 de
abril de 1933, el nuevo Gobierno nazi ordena a los profesores
no-arios que abandonen “de forma espontánea”, sus profesiones.
Aunque teme por la situación cada vez más precaria para los judíos,
Edith y su director espiritual reconocen que, por esta eventualidad,
no hay nada que ya le impida su entrada al Carmelo, lo cual ha sido
su sueño más ferviente durante los últimos 11 años.
Y
así, en el momento más fecundo de su profesión, Edith decide
escuchar y acceder a la voz de su corazón, abrazando la vida
religiosa. La famosa y brillante conferencista católica
renuncia al mundo, y voluntariamente pasa a ser parte del anonimato
por tanto tiempo anhelado.
"¡Una
verdadera locura!". ¿Cómo a alguien se le ocurre renunciar a
la fama y al éxito de esa manera especialmente después de tanta
lucha?. Ella, que hubiera sido nombrada "Filósofa del siglo XX"
si no se hubiese retirado... Pero Stein
desapareció de la vida pública, y la Orden del Carmelo abrió sus
puertas a una de las grandes pensadoras de nuestra época.
Su
Familia
En
este momento, sería oportuno destacar lo que significa todo esto
para la familia de Edith, y sobre todo para su mamá. Más que su
profesión, y más que su trabajo a favor de la mujer y sus derechos,
fue la incomprensión de su mamá, lo que le
causó un verdadero martirio interior a la santa.
Para
su madre, los actos de Edith constituían una traición familiar que
no aceptaría jamás. Su madre, que nunca había
comprendido su conversión al catolicismo, sufre un duro golpe con la
nueva decisión de su hija más querida de entrar en la vida
religiosa, y se niega a escuchar sus
explicaciones. Edith abraza este profundo sufrimiento
que traspasó su corazón, por seguir la voluntad de Dios, costara lo
que costara.
Entrada
al Convento de Colonia
El
15 de abril de 1934, toma el hábito carmelitano, y cambia su nombre
a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos
quienes traducen su nombre como Teresa “bendecida por la cruz”.
Ella no ha tomado su nombre a la ligera; ha entendido bien que
abrazar la vida religiosa no tiene otro
fin que la entrega generosa del alma en la cruz, en unión con el
Crucificado, para el bien de las almas.
Ella
escribe: “Mira hacia el Crucificado.
Si estás unida a él, como una novia en el fiel cumplimiento de tus
santos votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que se derraman.
Unida a él, eres como el omnipresente. Con la fuerza de la Cruz,
puede estar en todos los lugares de aflicción”.
Y
también: “Hay una vocación a sufrir con Cristo, y por lo tanto
a colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor,
entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo
sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que da
fruto porque forma parte de la gran obra de redención”.
El
21 de abril de 1935, acabado el año de noviciado, hace su primera
profesión religiosa, y el 21 de abril de 1938, su profesión
solemne.
Es
durante estos años que concluyó una de las más admirables y
profundas de sus obras, no ya para brillar, sino para obedecer. Se
trata de la gran obra titulada: Ser
Finito y Eterno.
En
esta obra, Edith trata las preguntas mas existenciales del hombre;
reconoce la sed infinita que posee el hombre de conocer la verdad, y
de experimentar su fruto, entendido desde la realidad de lo eterno y
lo trascendental. Y así busca unir las dos fuentes que conducen al
hombre al conocimiento de si mismo y de la verdad: la
fe y la filosofía.
Una
vez mas, la situación de los judíos, y de los que los acogen o
apoyan empeora. Y ante la hostilidad creciente, sobre todo después
de la famosa noche de los “Cristales Rotos” (entre el 9 y 10 de
noviembre de 1938), Edith pide trasladarse del Carmelo de Colonia
para evitar peligros a la comunidad. Es trasladada, --junto con su
hermana Rosa, quien, después de la muerte
de la mamá, se había convertido al Catolicismo como Edith, y era
una hermana lega de la comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.
Es
aquí donde Edith empieza a escribir, en 1941, su última y más
ilustre obra: La Ciencia de la Cruz.
Hecha por obediencia a sus superiores, más que una obra intelectual,
es el fruto de su propio camino interior de inmolación y victimazgo
en imitación al Cordero Inmolado. Teresa
Benedicta de la Cruz ha deseado con todo su ser, dar respuesta a la
vocación de la entrega total, hasta la Cruz.
Entrega
su propia vida a favor de los pecadores, y por la liberación de su
pueblo, de la situación tan horrenda que viven bajo los nazis.
El estar detrás de las puertas del Carmelo no ha acallado las voces
del sufrimiento de su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana
Teresa está profundamente preocupada por la situación del pueblo
judío en general, y ve en su entrega sacrificial la oportunidad de
responder.
Este
deseo creciente del ofrecimiento de sí misma como víctima por su
pueblo, por la conversión de Alemania y por la paz en el mundo, se
hace cada vez más vivo. Su modo de apostolado se había transformado
en el apostolado del sufrimiento.
Ella
escribe: “Yo hablaba (en una ocasión)
con el Salvador, y le decía que sabía que era su Cruz la que ahora
había sido puesta sobre el pueblo judío. La mayoría no lo
comprendían; mas aquellos que lo sabían, deberían echarla de buena
gana sobre sí en nombre de todos. Al terminar el retiro, tenía la
más firme persuasión de que había sido oída por el Señor. Pero
dónde había de llevarme la Cruz, aún era desconocido para mí”.
El
pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor, desea sufrir con él.
“El amor desea estar con el amado”.
Decidida
en su vocación a la Cruz a favor de su pueblo y de los pecadores, la
Hermana Teresa hace una petición por escrito a su Priora, pidiendo
permiso para ofrecerse como víctima: “Querida
Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al
Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la potencia del
Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial, y
que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque
ya es medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él
llamará aún a muchos más en estos días”.
Como
Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en plenitud. Es
llamada a responder como respondió la Reina Ester a favor de su
pueblo. Su función consiste en interceder con toda el alma, y con
una disposición total, para conseguir lo que pide, incluso contando
con la posible pérdida de la vida. Pero lo hace en total unión con
el ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere
colaborar en lo que falta a la Pasión de Cristo.
Ella
escribe: “Y es por eso que el Señor ha tomado mi vida por
todos. Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que fue
arrancada de su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo
soy una pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha
escogido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran
consuelo”.
En
1942 empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos,
calvinistas y católicos acuerdan leer el mismo día un texto
conjunto de protesta en sus servicios religiosos. La Gestapo amenaza
a todas las autoridades cristianas de Holanda con extender la orden
de deportación a los judíos conversos a sus credos.
Los
calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero
Pío XII se mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las
iglesias católicas de Holanda. La venganza se cumple
unos días mas tarde. Las SS invaden el
convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías
conversas: Edith y Rosa Stein.
No
era la primera vez que la Iglesia protestaba y sufría. Ya el día de
la Pascua de 1939, la encíclica de Pío XI condenando duramente el
nazismo, se había leído desde todos los púlpitos de Alemania.
Muchos sacerdotes y católicos comprometidos habían sufrido graves
consecuencias.
Esta
condena ocurrió antes que Francia e Inglaterra se decidieran contra
Hitler. Esta vez las fuerzas Nazi de
Ocupación, en retaliación por las declaraciones de los
obispos católicos de Holanda en contra de las deportaciones de los
judíos, declaran a todos los
católicos-judíos
“apartidas”.
A
la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la comunidad
del Carmelo comienza los trámites para que Edith y Rosa puedan
emigrar a Suiza, pero los intentos no dan resultado.
El
2 de agosto del año 1942, miembros de la SS se presentan en el
convento y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la Cruz, y a su
hermana Rosa para conducirlas al campo de concentración de
Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa cogió
tranquilamente a su hermana de la mano y le dijo: “¡Ven,
hagámoslo por nuestro pueblo!”.
Estas
palabras eran eco de unas que había escrito mucho antes, pero con la
misma dedicación y determinación: “Yo
sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos de
todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes
dirigir; sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase
de penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a sierva,
después de que Él ha probado en el trabajo la tenacidad de mi
carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha
tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en el
oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis
enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu
indigna sierva”.
En
la Cima de la Cruz
Al
ser tomadas del Convento de Holanda, primero son trasladadas la
Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de Mersforrt. A
empujones y golpes de culata las metieron en barracones llenos de
suciedad. Tenían que dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a
los servicios tenían que ir en grupo y las vigilaban mientras los
utilizaban. Los hombres del SS se divertían colocando a las monjas
contra la pared, y apuntando hacia ellas los fusiles sin el seguro.
En aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein.
En
la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros a
subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del
país. Durante este traslado, eran muchos los que morían por la
asfixia, y otros se volvían locos por la desesperación. La caravana
se detuvo en un lugar descampado, y entre bosques y prados, obligaron
a las 1200 personas que llevaban a ir hacia el campo de Westerbork.
Durante
toda esta trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban admirados
ante la serenidad de Edith. Algunos de los
sobreviventes dan testimonio de la paz interior de la santa:
“Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los recién
llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a otra,
entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando
como un ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer,
no se habían ocupado de sus hijos durante días. Edith se ocupaba
inmediatamente de los pequeños, los lavaba, peinaba, y les buscaba
alimento”.
Otro
dice: “Había una monja que me llamó inmediatamente la
atención, y a la que jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos
episodios repugnantes de los que fui testigo allí. Aquella
mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, iluminaba y
daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba ante una persona
verdaderamente grande. En una conversación
dijo ella: “El mundo está hecho de contradicciones; en último
término nada quedará de estas contradicciones. Sólo
el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser
de otra manera?”.
Y
finalmente otro: “Tengo la impresión de que ella pensaba en el
sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, --por eso
estaba bastante tranquila, demasiado tranquila, diría yo--, sino en
el sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando yo quiero
imaginármela mentalmente sentada en el barracón, todo su porte
externo despierta en mí la idea de una Pietá sin Cristo”.
Después
de varios tormentos y humillaciones indescriptibles, el 7 de agosto,
apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto con unos mil judíos,
son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz. Llegan al
campo de concentración el mismo 9 de agosto, y los prisioneros son
conducidos inmediatamente a la cámara de gas.
Es
ahí donde Edith encuentra la culminación de su ofrecimiento como
Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como holocausto
para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo, y
por la conversión de Alemania. Con la oración de un Padrenuestro en
los labios, Edith da el sentido mas pleno a su vida, entregándose
por todos, por amor.
Sin
duda podemos declarar que la vida de Teresa fue bendecida por la
Cruz. Con su vida, la Hermana Teresa repite las palabras
de su gran madre espiritual, Santa Teresa de Ávila: “No
me arrepiento de haberme entregado al Amor”.
Edith
Stein fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo II,
quien le dio el titulo de “mártir
del amor”. En octubre de 1999, fue declarada co
patrona de Europa.
Su
último testamento:
El telegrama que Edith había enviado a la Priora de Echt antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: "No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello, y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza".
El telegrama que Edith había enviado a la Priora de Echt antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: "No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello, y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza".
Santa
Teresa Benedicta de la Cruz... ¡Ruega por nosotros!
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De
los escritos espirituales de Santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126)
(Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126)
Ave
Crux, spes unica
“Te
saludamos, Cruz santa, única esperanza nuestra”.
Así lo decimos en la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo
dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de Nuestro
Señor Jesucristo.
El
mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y el Anticristo ha
comenzado abiertamente, por eso si te decides en favor de Cristo,
ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida.
Contempla
al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente
hasta la muerte de Cruz.
Él
vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si
quieres ser la esposa del Crucificado, debes renunciar totalmente a
tu voluntad, y no tener más aspiración que la de cumplir la
voluntad de Dios.
Frente
a ti el Redentor pende de la Cruz despojado y desnudo, porque ha
escogido la pobreza. Quienquiera seguirlo debe renunciar a toda
posesión terrena.
Ponte
delante del Señor que cuelga de la Cruz, con corazón quebrantado;
Él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo.
Para poder imitarle en la santa castidad, tu
corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena;
Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo
tu deseo, de todo tu pensamiento.
El
mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a
nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz,
incombustible. La cruz es el camino que conduce de la tierra al
cielo.
Quien
se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a lo
alto, hasta el seno de la Trinidad.
El
mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas?. Contempla la cruz: del
Corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de
extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante
la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y
abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino,
haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra.
Gracias
al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del
dolor a donde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana
del Corazón Divino, y que te hace capaz de derramar en todas partes
su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir.
El
Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote.
¿Quieres volver a pactar en serio con Él la alianza?. Tú sólo
tienes palabras de vida eterna. ¡Salve,
Cruz, única esperanza!.
RESPONSORIO
1Co 1, 24b
R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; Pero para los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; Pero para los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
V.
El deseo de mi corazón y mi plegaria pidiendo su salvación suban
hasta el Señor.
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TIEMPO
DE NAVIDAD
Lecturas
de los santos
El
Misterio de la Navidad
por:
Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Escritos Espirituales, BAC, 1998)
(Escritos Espirituales, BAC, 1998)
Nos
encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad, que
nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo
nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros,
demasiado deprisa.
No
ha permanecido en silencio como la estrella sobre el pesebre de
belén. Ha pasado como un susurro, y quizás permanecimos asustados,
porque no pudimos comprender o sacar nada en limpio de lo que nos
quiso y pudo traer.
Resulta
ciertamente consolador que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que
una buena madre, la debilidad de sus hijos y que haya previsto un
buen número de semanas para el tiempo natalicio. Así se puede aún
recuperar algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy, no se me
ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en silencio, y
volvamos la mirada a las semanas pasadas.
Cuando
los días se hacen cada vez más cortos, y comienzan a caer los
primeros copos de nieve, entonces surgen tímida y calladamente los
primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra brota un
encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse.
Incluso
los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cuales
la vieja historia del Niño de Belén no significa nada, se preparan
para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá
un rayo de felicidad.
Es
como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda la
tierra, con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y
alegría --ésta es la estrella hacia la cual todos caminamos en los
primeros meses del invierno--.
Para
los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un
significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre, donde se
encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte
cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y tiernas
imágenes; viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de
la infancia nos cantan de él.
En
el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una santa
nostalgia con las campanas del "Rorate", y los cánticos
del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable
manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las
exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el
rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor está
cerca!, ¡Venid, adorémosle!, ¡Ven, Señor, no tardes!, ¡Alégrate
Jerusalén, exalta de gozo porque viene tu Salvador!.
Desde
el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas "Oh"
del Magníficat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que
todo se ha cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se
acerca, y mañana contemplaréis su gloria.
Precisamente
cuando al atardecer se encienden las velas del árbol, y se
intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos
impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las
campanas tocan a la Misa del Gallo y --Cuando todo permanece en
profundo silencio-- el misterio de la Navidad se renueva sobre los
altares cubiertos de flores y de luces: Y
el verbo se hizo carne. Ésa es la hora de la
plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el mundo.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que el ejemplo de Vida y el sacrificio de
su Partida, nos impulse a una verdadera conversión del corazón y
nos llena de alegría y paz a nosotros y a nuestras familias en la
espera de tu Segunda Venida, primero a nuestras Vidas y luego al
Mundo Entero. A Tí Señor que regresarás en medio de tus ángeles y
santos. Amén.
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