6
de agosto
La
Transfiguración del Señor
“¡Qué
bien se está aquí, Señor!”
Del
sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la
Transfiguración del Señor
Núms.
6-10: Mélanges d´archéologie et d´histoire 67
El
misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en
el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado,
mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida
gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de
lo que les ha anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus
corazones una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo
presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella
admirable manifestación, en el monte Tabor, como
una imagen prefigurativa del reino de los cielos.
Era
como si les dijese: «El tiempo que ha de
transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser
motivo de que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el
tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes no
morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre con la gloria del
Padre».
Y
el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía
con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a
Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una
montaña alta. Se transfiguró delante de
ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se
volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron
Moisés y Elías conversando con él.
Éstas
son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio,
saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya
que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de
Cristo.
Por
esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los
discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos
inefables y sagrados misterios, escuchemos
la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto,
desde la cumbre de la montaña.
Debemos
apresurarnos a ir hacia allí –así me atrevo a decirlo– como
Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien
brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta
manera, en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen,
y, como Él, transfigurados continuamente
y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los
dones celestiales.
Corramos
hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la
nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos
como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina,
transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido
del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos
de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador,
al que Pedro, fuera de sí, dijo: “Señor,
¡qué bien se está aquí!”.
Ciertamente,
Pedro, en verdad, qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos
quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más
dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos
conformes con Él, vivir en la luz?.
Cada
uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí, y de ser
transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con
alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente,
donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón
disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a
Cristo Dios, donde Él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al
entrar: Hoy ha sido la salvación de esta
casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes
eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes
de las realidades futuras.
Oración:
Oh Dios, que en la gloriosa transfiguración de tu Unigénito
confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas,
y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos
tuyos, concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de
tu Hijo, el predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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