martes, 16 de agosto de 2016

15 de Agosto

La Asunción de la Virgen Santísima


Asunción de la Virgen por Mateo Cerezo, (1663), Museo del Prado, Madrid

Solemnidad:
"Toda espléndida, la hija del rey" (Sal 45, 14)

"Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 11, 19-12,1)

"La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo" Juan Pablo II

Breve
Los dogmas marianos, hasta ahora, son cuatro: María, Madre de Dios; La Virginidad Perpetua de María, La Inmaculada Concepción y la Asunción de María.

Al final encontrarás una oración especial de la Virgen por todos nosotros, pronunciada antes de partir a los cielos.

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FUNDAMENTO DE ESTE DOGMA
El Papa Pío XII, bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el primero de Noviembre de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María. Éste fue promulgado en la Constitución "Munificentissimus Deus":

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces, y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos, y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre, y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra, pronunciamos, declaramos, y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios, y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

¿Cual es el fundamento para este dogma?. El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:

1- La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.

2 - -Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrechó contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo que le dio vida, llegase a la corrupción.

3 - Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, - toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente - era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

4 - Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.

La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María, y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera, cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten, y sean reunidos con nuestras almas.

Madre Adela Galindo

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La Asunción de la Virgen Santísima
De la constitución apostólica
Munificentíssimus Deus del Papa Pío XII

Con esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950

Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)

Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso

Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones, dirigidas al pueblo, en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles, y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su hijo único, Jesucristo.

Y, así, San Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la Santa Madre de Dios, con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad, conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno, tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado, habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz, y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo, y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios".

Según el punto de vista de San Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta."

Otro antiquísimo escritor afirma:

"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro, y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce."

Todos estos argumentos y consideraciones de los Santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la Sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino, y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que ya desde el siglo segundo, los Santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a Él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles.

Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la Santísima Virgen en esta lucha de su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria".

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro, y a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como Reina a la derecha de su Hijo, el Rey inmortal de los siglos.

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Que el Misterio de la Asunción
Ilumine a la Iglesia y a la Humanidad Entera.
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II, 15 de agosto de 1995

1. "Una mujer, vestida del sol"(Ap 12, l).

Hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia refiere a María estas palabras del Apocalipsis de San Juan. En cierto sentido, nos relatan la parte conclusiva de la "mujer vestida del sol" nos habla de María elevada al cielo.

Por eso la liturgia las enlaza oportunamente con la parte inicial de la historia de María: con el misterio de la visitación a la casa de santa Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de la anunciación, como leemos en el evangelio de San Lucas: "En aquellos días, se levantó María, y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1, 39).

Según una tradición, se trata de la ciudad de Ain-Karim. María, habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu Santo, en la Madre del Hijo de Dios?. Sin embargo, Isabel la precedió, y bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con palabras suyas el saludo del enviado angélico.

Si Gabriel había dicho: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28), ella, como prosiguiendo, añadió: "Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1, 42). Así pues, entre la Anunciación y la Visitación, se forma la plegaria mariana más difundida: el Ave María.

Amadísimos hermanos y hermanas: hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia vuelve idealmente a Nazaret lugar de la Anunciación; va espiritualmente hasta el umbral de la casa de Zacarías, en Ain-Karim, y saluda a la Madre de Dios con las palabras: "¡Ave, María!", y junto con Isabel, proclama: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). María creyó con la fe de la Anunciación, con la fe de la Visitación, con la fe de la noche de Belén y de la Natividad. Hoy cree con la fe de la Asunción, o más bien, ahora en la gloria del cielo, contempla cara a cara el misterio que penetró toda su existencia terrena.

2. En el umbral de la casa de Zacarías, nace también el himno mariano del Magníficat. La Iglesia lo repite en la liturgia de este día, porque ciertamente María, con mayores motivaciones aún, lo proclamó en su Asunción al cielo: "Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su Nombre" (Lc 1, 46-49).

María alaba a Dios, y Él la alaba. Esta alabanza se ha difundido ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¿cuántos son los santuarios marianos en todas las regiones de la tierra dedicados al misterio de la Asunción!. Sería verdaderamente difícil enumerar aquí a todos.

"María ha sido llevada al cielo, se alegra el ejército de los ángeles", proclama la liturgia de hoy en el canto al Evangelio. Pero se alegra también el ejército de los hombres de todas las partes del mundo. Y numerosas son las naciones que consideran a la Madre de Dios como su Madre y su Reina. En efecto el misterio de la Asunción está unido a su coronación como Reina del cielo y de la tierra; "Toda espléndida, la hija del rey" --como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy-- (Sal 45, 14) para ser elevada a la derecha de su Hijo: "De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir" (antífona del Salmo responsorial).

3. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo. En la liturgia de hoy, San Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte que Cristo consiguió con su resurrección, "porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte" (1 Cor 15, 25-26).

La victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre Él, es decir sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.

En la primera carta a los Corintios, San Pablo hace como un comentario profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15, 20-23). María es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el coronamiento del misterio pascual.

Cristo ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original , y abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su resurrección. Ante todo a su Madre, librada de la herencia del pecado original, mediante la muerte redentora del Hijo en la Cruz. Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal que espera la humanidad. La Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el Apóstol: "Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios Padre el Reino, para que Dios sea todo en todos" (1 Cor 15, 24, 28). ¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre inmaculada del Redentor?

¡Te saludo, hija de Dios Padre!. ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios!. ¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo!. ¡Te saludo, templo de la Santísima Trinidad!.

4. «Y se abrió el santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el santuario. "Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 11, 19-12,1). Esta visión del Apocalipsis, se considera, en cierto sentido, la ultima palabra de la mariología.

Sin embargo, la Asunción que aquí se expresa magníficamente, posee al mismo tiempo su sentido eclesiológico. Contempla a María no solo como Reina de toda la creación, sino también como Madre de toda la Iglesia. Y como Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no deja de estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la historia de la lucha entre el bien y el mal. San Juan escribe: "Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón rojo" (Ap 12, 3).

En la sagrada Escritura, ya desde los primeros capítulos del libro del Génesis (cf. Gn 3, 14), se conoce a este dragón como el enemigo de la mujer. En el Apocalipsis, el mismo dragón se pone delante de la mujer, que está a punto de dar a luz, decidido a devorar al niño apenas nazca (cf. Ap 12, 4). El pensamiento va espontáneamente a la noche de Belén, y a la amenaza contra la vida de Jesús, recién nacido, constituida por el perverso edicto de Herodes, que ordena "matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo" (Mt 2, 16).

De todo lo que el Concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial. Precisamente aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están amenazados constantemente por el odio del "dragón rojo: Satanás".

El autor del Apocalipsis, al mismo tiempo que muestra el realismo de esta lucha que continúa en la historia, pone de relieve también la perspectiva de la victoria definitiva por obra de la mujer, de María que es nuestra abogada y aliada potente de todas las naciones de la tierra. El autor del Apocalipsis habla de esta victoria: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo" (Ap 12, 10).

La solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de nuestro Dios, y el poder de Cristo sobre toda la creación.

5. ¡Cómo quisiera que por doquiera, y en todas las lenguas, se expresara la alegría por la Asunción de María!. ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad!. Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.

¡Alabado sea Jesucristo!

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LA ASUNCION DE MARIA
Audiencia General del Santo Padre Juan Pablo II
9 de julio, 1997

La tradición de la Iglesia muestra que este misterio "forma parte del plan divino, y está enraizado en la singular participación de María en la misión de su Hijo".

"La misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. (...) Se puede afirmar, por tanto, que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la residencia inmaculada del Señor, funda su destino glorioso".

Juan Pablo II destacó que "según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento que fundamenta el privilegio de la Asunción, se deduce de la participación de María en la obra de la Redención".

"El Concilio Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), hace hincapié en el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque ha sido 'preservada y libre de toda mancha de pecado original', María no podía permanecer, como los otros hombres, en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia de pecado original, y la santidad perfecta, desde el primer momento de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo".

El Papa señaló que "en la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. De manera análoga con lo que había sucedido en el origen del género humano, y de la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse no en un individuo, sino en una pareja. Por eso, en la gloria celeste, junto a Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva".

Para concluir, el Papa aseguró que "ante las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano".

Adaptado de: Vatican Information Services VIS 970709 (350)

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En la Asunción, el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado
La teóloga Cettina Militello explica implicaciones de esta verdad de fe
Zenit

El Papa recordó los 50 años de la proclamación del dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre del 2000. La teóloga Cettna Militello, en el Foro Internacional de Mariología en Roma, acertó que se trata de una verdad de fe que tiene mucho que decir a nuestra cultura.

«El lazo de unión entre el dogma de la Asunción y el Jubileo no es casual --indica la profesora Militello, catedrática en las facultades teológicas «Marianum» y «Teresianum» de Roma y presidente de la Sociedad Italiana Para la Investigación Teológica--. Ya en el 1950, el año en el que Pío XII lo proclamó, era un año santo. La misma constitución apostólica "Munificentisimus Deus", que proclama esta verdad de fe, tiene un tono doxológico, es un himno de alabanza a Dios por las maravillas realizadas en María. Y la alabanza es una dimensión típicamente jubilar».

--¿Pero qué puede decir la Asunción al hombre de hoy?

--En el contexto de transición cultural en el que vivimos, con un hombre contemporáneo que cada vez más se enfrenta a la búsqueda de sentido, yo creo que el tema a subrayar es el de la corporeidad: este dogma dice que el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado. Es un hecho que para nosotros es paradójico: justamente el cuerpo femenino, en nuestra cultura, ha sido durante mucho tiempo el emblema del desprecio. María, en cambio, exaltada en su Asunción, revoluciona esta idea: nuestra corporeidad, por muy enferma que esté, está llamada a la transfiguración en el diseño de Dios.

--María muestra, por tanto, lo que nos espera...

--Sí. Pero dice también algo sobre nuestra condición de hoy, sobre este cuerpo nuestro, lugar de la relación con el otro y con la creación. En el fondo de la Asunción está el misterio de la Encarnación que hay que tomarlo en serio: si Cristo se ha hecho carne, tampoco la dimensión corpórea es ya la de antes. El resucitado nos ha sumergido ya en la nueva realidad, nos lleva a interpretar el espacio y el tiempo en manera diversa. Lo que en María se ha cumplido ya en plenitud, también nosotros estamos llamados a experimentarlo, en forma sacramental, en la relación con nuestro cuerpo.

--Pero, ¿qué tiene que decir el cuerpo de María elevado a los cielos sobre nuestro destino último?

--Es para nosotros horizonte, meta, signo de esperanza. María nos muestra la plenitud de la carne: la salvación no es una dimensión desencarnada. Las imágenes de las que se sirve la Escritura, los bienes que se nos han prometido, lo dicen claramente. No se trata de hacer una física de las realidades últimas: todo queda en el misterio. Pero imágenes como las del Apocalipsis (la esposa, el banquete...) nos hacen intuir en forma simbólica que la plenitud no será sólo espiritual.

--¿Por qué se hace memoria de este dogma justo en la fiesta de Todos los Santos?

--Hay un nexo profundo entre María y la comunión de los santos. Lo que contemplamos en la Asunción como un «privilegio» de la Madre de Dios, en la solemnidad de Todos los Santos se hace un hecho participado y común. Es un designio que implica a todos los redimidos: los del cielo y junto a ellos todos los que viven en gracia. La comunión de los santos, en efecto, no es sólo de los que nos han precedido: se relaciona, para usar la definición clásica, también con la Iglesia peregrinante, la que vive en el mundo. La Asunción, por tanto, es la primera, no la única. Y en la fiesta de Todos los Santos celebramos la coparticipación en todo lo que ella goza. Pío XII podía perfectamente promulgar este dogma el día de la Asunción. Al escoger como fecha el 1 de noviembre, en cambio, dio a esta verdad de fe una precisa impronta eclesiológica.
ZS00110104

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Benedicto XVI: María, "estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús"
Homilía en la solemnidad de la Asunción

CASTEL GANDOLFO, lunes 24 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI el 15 de agosto, en la parroquia de Santo Tomás de Villanueva de Castel Gandolfo, el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
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Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

Con la solemnidad de hoy culmina el ciclo de las grandes celebraciones litúrgicas en las que estamos llamados a contemplar el papel de la Santísima Virgen María en la historia de la salvación. En efecto, la Inmaculada Concepción, la Anunciación, la Maternidad divina, y la Asunción, son etapas fundamentales, íntimamente relacionadas entre sí, con las que la Iglesia exalta y canta el glorioso destino de la Madre de Dios, pero en las que podemos leer también nuestra historia.

El misterio de la concepción de María evoca la primera página de la historia humana, indicándonos que, en el designio divino de la creación, el hombre habría debido tener la pureza y la belleza de la Inmaculada. Aquel designio comprometido, pero no destruido por el pecado, mediante la Encarnación del Hijo de Dios, anunciada y realizada en María, fue recompuesto y restituido a la libre aceptación del hombre en la fe. Por último, en la Asunción de María contemplamos lo que estamos llamados a alcanzar en el seguimiento de Cristo Señor y en la obediencia a su Palabra, al final de nuestro camino en la tierra.

La última etapa de la peregrinación terrena de la Madre de Dios nos invita a mirar el modo como ella recorrió su camino hacia la meta de la eternidad gloriosa.

En el pasaje del Evangelio que acabamos de proclamar, San Lucas narra que María, después del anuncio del ángel, "se puso en camino y fue aprisa a la montaña" para visitar a Isabel (Lc 1, 39). El evangelista, al decir esto, quiere destacar que para María seguir su vocación, dócil al Espíritu de Dios, que ha realizado en ella la encarnación del Verbo, significa recorrer una nueva senda, y emprender en seguida un camino fuera de su casa, dejándose conducir solamente por Dios.

San Ambrosio, comentando la "prisa" de María, afirma: "La gracia del Espíritu Santo no admite lentitud" (Expos. Evang. sec. Lucam, II, 19: pl 15, 1560). La vida de la Virgen es dirigida por Otro -"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38)-, está modelada por el Espíritu Santo, está marcada por acontecimientos y encuentros, como el de Isabel, pero sobre todo por la especialísima relación con su hijo Jesús.

Es un camino en el que María, conservando y meditando en el corazón los acontecimientos de su existencia, descubre en ellos de modo cada vez más profundo el misterioso designio de Dios Padre para la salvación del mundo.

Además, siguiendo a Jesús desde Belén hasta el destierro en Egipto, en la vida oculta y en la pública, hasta el pie de la cruz, María vive su constante ascensión hacia Dios en el espíritu del Magníficat, aceptando plenamente, incluso en el momento de la oscuridad y del sufrimiento, el proyecto de amor de Dios, y alimentando en su corazón el abandono total en las manos del Señor, de forma que es paradigma para la fe de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 64-65).

Toda la vida es una ascensión, toda la vida es meditación, obediencia, confianza y esperanza, incluso en medio de la oscuridad; y toda la vida es esa "sagrada prisa", que sabe que Dios es siempre la prioridad, y ninguna otra cosa debe crear prisa en nuestra existencia.

Y, por último, la Asunción nos recuerda que la vida de María, como la de todo cristiano, es un camino de seguimiento, de seguimiento de Jesús, un camino que tiene una meta bien precisa, un futuro ya trazado: la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte, y la comunión plena con Dios, porque -como dice san Pablo en la carta a los Efesios- el Padre "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 6).

Esto quiere decir que, con el bautismo, fundamentalmente ya hemos resucitado, y estamos sentados en los cielos en Cristo Jesús, pero debemos alcanzar corporalmente lo que el bautismo ya ha comenzado y realizado. En nosotros la unión con Cristo, la resurrección, es imperfecta, pero para la Virgen María ya es perfecta, a pesar del camino que también la Virgen tuvo que hacer. Ella ya entró en la plenitud de la unión con Dios, con su Hijo, y nos atrae y nos acompaña en nuestro camino.

Así pues, en María elevada al cielo contemplamos a Aquella que, por singular privilegio, ha sido hecha partícipe con alma y cuerpo de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. "Terminado el curso de su vida en la tierra -dice el concilio Vaticano II-, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59).

En la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación de su fe, del camino de fe que ella indica a la Iglesia, y a cada uno de nosotros: Aquella que en todo momento acogió la Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella misma por el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).

La vida del hombre en la tierra -como nos ha recordado la primera lectura- es un camino que se recorre constantemente en la tensión de la lucha entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal. Esta es la situación de la historia humana: es como un viaje en un mar a menudo borrascoso; María es la estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de la historia (cf. Spe salvi, 49) y nos da la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Ésta es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María elevada al cielo. "Ella (...) -leeremos dentro de poco en el prefacio de esta solemnidad- es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

Con San Bernardo, cantor místico de la Santísima Virgen, la invocamos así: "Te rogamos, bienaventurada Virgen María, por la gracia que encontraste, por las prerrogativas que mereciste, por la Misericordia que tú diste a luz, haz que aquel que por ti se dignó hacerse partícipe de nuestra miseria y debilidad, por tu intercesión nos haga partícipes de sus gracias, de su bienaventuranza y gloria eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén" (Sermo 2 de Adventu, 5: pl 183, 43).

ZS09082412 - 24-08-2009
Permalink: http://www.zenit.org/article-32204?l=spanish

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Novena para Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

La novena comienza el 6 de agosto.
La solemnidad es el 15 de agosto

Día primero

¡Oh, María sin pecado concebida!
la más Preciosa Niña,
Reina de las Maravillas.
Regálame en este día,
hacerme pequeñito,
y siempre ser tu verdadero hijo,
para llegar algún día al Dios de la Vida.
Amén.

En cada día se puede rezar un
Padrenuestro, Ave María y Gloria.
Día segundo

María, princesa desde niña,
sobre la tierra serás ya nuestra guía
y en Tí resplandecería
el cumplimiento de las profecías.
¡Oh mi dulce compañía!,
guía a este siervo pequeñito,
que nada sería si en Él no estaría
la Luz Divina.
Amén.
Día tercero

¡Vaso purísimo, Estrella mía!
que hilabas en tu Seno, como Virgen Inmaculada,
al Dios que amabas,
que por Él suspirabas
y que brillaba, en una Niña Casta
que se esposaba como Inmaculada.
Haz que la pureza en mí resplandezca
y que inunde toda la tierra que parece desierta.
Amén.

Día cuarto
¡Oh, María! del mismo Dios alegría.
¡Oh, María! a la que el ángel saludaría
y le confiaría la más hermosa noticia,
que en Tí viviría el Dios de la Vida,
el Mesías esperado,
ya anunciado y por los corazones anhelado.
¡Oh, Lirio Perfumado por el Señor siempre Santo!
haced que digamos siempre "Sí" y vivamos para Tí,
pues el Buen Dios a Tí nos dió
y desde la Encarnación te señaló
como Corredentora para Nos.
Amén.

Día quinto
¡Madre mía, bella María!
que en tus brazos acunarías,
al Sol que iluminaría nuestras pobres vidas.
¡Oh, María! cuyos ojos mirarían
con dulzura infinita al Niño que padecería
y nos redimiría en la Cruz un día.
Haz que seamos mansos y humildes de corazón
como lo fue siempre Nuestro Señor.
Amén.

Día sexto
¡Oh, Madre de Redención
y cáliz de amor!
llévanos al Salvador,
misterio de alegría en el corazón
y en el que palpita la alabanza al Padre Creador.
Haz que la esperanza inunde nuestra alma,
pues es nuestro Dios, escudo de Salvación,
quien es nuestra protección
ya que con Su Sangre nos cubrió
y nos enseñó lo que es el verdadero amor.
Amén.
Día séptimo
¡Oh, María, Señora mía!
enséñame en este día,
lo que la caridad sería,
¡para llegar algún día
a la Tierra Prometida !.
¡Oh, María, Rosa Castísima!
muéstrame el camino de la verdad
para que llegue a la santidad
Amén.
Día octavo
¡Oh, María, Auxiliadora mía!
haced que el Espíritu Santo,
sea derramado
en esta pobre vasija de barro
y que sea por Él llenada
para purificarla y habitarla,
labrándola a tu semejanza.
Amén.

Día noveno

¡Oh, Amadísima, oh, Madre mía!
¡oh, Virgen María!
a la que los ángeles subirían
al Cielo con singular alegría.
¡Oh María, pináculo de amor!.
¡Oh, María!
reina hoy en cada corazón,
¡dándonos tu Inmaculado Corazón,
como Reina del Cielo y la tierra que sos!.
Oh, María, postrado ante Vos,
sólo tuyo soy, como esclavo de amor.
Amén.

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Oración Final: transcribo una oración que pronunció la Virgen antes de partir a los cielos, sacado de un protoevangelio. La rezo todos los días, porque me hace sentir a la Virgen mucho más cercana a mi corazón.

No puedo imaginarme otra oración más maravillosa, porque nos delinea a la Virgen como alguien muy cercano a nosotros, alejada del estereotipo de alguien demasiado perfecto para ser cercano a nuestra vida cotidiana.

Nos retrata a alguien que está profundamente insertada en el Cielo, pero también en la Tierra, en todas y cada una de nuestras necesidades, problemas y anhelos.

Cuando estoy de viaje, la suelo recitar de memoria, y me viene mucha paz, en medio de tantos problemas cotidianos. Espero que pueda ayudarte a ti también. Amén.
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Y la bienaventurada María exclamó llorando:

Oh, mi Señor y mi Dios, y mi maestro Jesucristo, tú que por la voluntad de tu Padre y la ayuda del Espíritu Santo, y por efecto de una divinidad y de una voluntad única, has creado la tierra y el cielo, y cuanto contienen, yo te ruego que escuches la plegaria que te hago por tus servidores, y por los hijos del Bautismo, por los justos y por los pecadores, para que les concedas tu gracia.

Recibe a los que comulguen en Tí, a los que ofrezcan presentes en mi nombre, y a los que te interroguen en sus plegarias, en sus deseos y en sus sufrimientos.

Haz que sean librados de sus dolores, y que hallen lo que han esperado en su fe, y aparta de ellos los males que les quiera causar.

Cura sus enfermedades, aumenta sus riquezas y multiplica sus hijos.

Ayúdalos en cuanto emprendan, y otorgarles la dicha de tomar parte en tu Reino. Aleja de ellos a su enemigo, Satán, lleno de malicia.

Aumenta su fuerza, e inclúyelos en el rebaño del pastor dulce, bueno, clemente y misericordioso.

Cumple, en ésta y en la otra vida, lo que espere el que te suplique invocando mi nombre, y protégalos tu asistencia, según has prometido Tú, que eres constante en tus promesas, infinito en la misericordia, y cuyo nombre merece ser glorificado hasta el fin de los siglos. Amén”.


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