15
de Agosto
La
Asunción de la Virgen Santísima
Asunción
de la Virgen por Mateo Cerezo, (1663), Museo del Prado, Madrid
Solemnidad:
"Toda
espléndida, la hija del rey" (Sal 45, 14)
"Una
gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la
luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza"
(Ap 11, 19-12,1)
"La
Asunción de María es una participación singular en la resurrección
de Cristo" Juan Pablo II
Breve
Los
dogmas marianos, hasta ahora, son cuatro: María, Madre de Dios; La
Virginidad Perpetua de María, La Inmaculada Concepción y la
Asunción de María.
Al
final encontrarás una oración especial de la Virgen por todos
nosotros, pronunciada antes de partir a los cielos.
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FUNDAMENTO
DE ESTE DOGMA
El
Papa Pío XII, bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después
de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de
escuchar el sentir de los fieles, el primero de Noviembre de 1950,
definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma
de la Asunción de María. Éste fue promulgado en la Constitución
"Munificentissimus Deus":
"Después
de elevar a Dios muchas y reiteradas preces, y de invocar la luz del
Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó
a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos, y vencedor del pecado y de la muerte;
para aumentar la gloria de la misma augusta Madre, y para gozo y
alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor
Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y con la
nuestra, pronunciamos, declaramos, y definimos
ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios, y
siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
¿Cual
es el fundamento para este dogma?. El Papa Pío XII presentó varias
razones fundamentales para la definición del dogma:
1-
La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del
cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo
pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la
corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma,
en la gloria del cielo.
2
- -Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había
formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María
participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a
Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrechó contra su
pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo que
le dio vida, llegase a la corrupción.
3
- Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en
integridad virginal, - toda para Jesús y siendo un tabernáculo
viviente - era conveniente que después de la muerte no sufriera la
corrupción.
4
- Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la
Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra
redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre
la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la
glorificación del cuerpo y del alma.
La
Asunción es la victoria de Dios confirmada en María, y asegurada
para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que
nos espera, cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten, y
sean reunidos con nuestras almas.
Madre
Adela Galindo
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La
Asunción de la Virgen Santísima
De
la constitución apostólica
Munificentíssimus
Deus del Papa Pío XII
Con
esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma
de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950
Tomado
de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501,
760-762. 767-769)
Tu
cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Los
santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones,
dirigidas al pueblo, en la fiesta de la Asunción de la Madre de
Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por
los fieles, y lo explican con toda precisión, procurando, sobre
todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad
es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin
vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino
también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación
de su hijo único, Jesucristo.
Y,
así, San Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta
tradición, comparando la asunción de la Santa Madre de Dios, con
sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
"Convenía
que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad,
conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la
corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador
como un niño en su seno, tuviera después su mansión en el cielo.
Convenía que la esposa que el Padre había desposado, habitara en el
tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo
en la cruz, y cuya alma había sido atravesada por la espada del
dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo
contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de
Dios poseyera lo mismo que su Hijo, y que fuera venerada por toda
criatura como Madre y esclava de Dios".
Según
el punto de vista de San Germán de Constantinopla, el cuerpo de la
Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado
al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su
maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo
virginal:
"Tú,
según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal
es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo
cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y
que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo
celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso,
incólume y partícipe de la vida perfecta."
Otro
antiquísimo escritor afirma:
"La
gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la
vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo
semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir
del sepulcro, y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo
conoce."
Todos
estos argumentos y consideraciones de los Santos Padres se apoyan,
como en su último fundamento, en la Sagrada Escritura; ella, en
efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a
su Hijo divino, y solidaria siempre de su destino.
Y,
sobre todo, hay que tener en cuenta que ya desde el siglo segundo,
los Santos Padres presentan a la Virgen
María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán,
íntimamente unida a Él, aunque de modo subordinado, en la lucha
contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el
protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre
el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos
del Apóstol de los gentiles.
Por
lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte
esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la
participación que tuvo la Santísima Virgen en esta lucha de su
Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal,
ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La
muerte ha sido absorbida en la victoria".
Por
todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo
arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de
predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente
a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el
pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema
coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la
corrupción del sepulcro, y a imitación de su Hijo, vencida la
muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para
resplandecer allí como Reina a la derecha de su Hijo, el Rey
inmortal de los siglos.
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Que
el Misterio de la Asunción
Ilumine
a la Iglesia y a la Humanidad Entera.
Catequesis
mariana
Santo
Padre Juan Pablo II, 15 de agosto de 1995
1.
"Una mujer, vestida del sol"(Ap
12, l).
Hoy,
solemnidad de la Asunción, la Iglesia refiere a María estas
palabras del Apocalipsis de San Juan. En cierto sentido, nos relatan
la parte conclusiva de la "mujer vestida del sol" nos habla
de María elevada al cielo.
Por
eso la liturgia las enlaza oportunamente con la parte inicial de la
historia de María: con el misterio de la visitación a la casa de
santa Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de
la anunciación, como leemos en el evangelio de San Lucas: "En
aquellos días, se levantó María, y se fue con prontitud a la
región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1, 39).
Según
una tradición, se trata de la ciudad de Ain-Karim. María, habiendo
entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba
contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta
del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu
Santo, en la Madre del Hijo de Dios?. Sin embargo, Isabel la
precedió, y bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con
palabras suyas el saludo del enviado angélico.
Si
Gabriel había dicho: "Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo" (Lc 1, 28), ella, como prosiguiendo, añadió:
"Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
seno" (Lc 1, 42). Así pues,
entre la Anunciación y la Visitación, se forma la plegaria mariana
más difundida: el Ave María.
Amadísimos
hermanos y hermanas: hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia
vuelve idealmente a Nazaret lugar de la Anunciación; va
espiritualmente hasta el umbral de la casa de Zacarías, en
Ain-Karim, y saluda a la Madre de Dios con las palabras: "¡Ave,
María!", y junto con Isabel, proclama:
"¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que
le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). María
creyó con la fe de la Anunciación, con la fe de la Visitación, con
la fe de la noche de Belén y de la Natividad. Hoy cree con la fe de
la Asunción, o más bien, ahora en la gloria del cielo, contempla
cara a cara el misterio que penetró toda su existencia terrena.
2.
En el umbral de la casa de Zacarías, nace también el himno
mariano del Magníficat. La Iglesia lo repite en la liturgia de este
día, porque ciertamente María, con mayores motivaciones aún, lo
proclamó en su Asunción al cielo: "Engrandece mi alma al
Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha
puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho
en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su Nombre" (Lc
1, 46-49).
María
alaba a Dios, y Él la alaba. Esta alabanza se ha difundido
ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¿cuántos son los
santuarios marianos en todas las regiones de la tierra dedicados al
misterio de la Asunción!. Sería verdaderamente difícil enumerar
aquí a todos.
"María
ha sido llevada al cielo, se alegra el ejército de los ángeles",
proclama la liturgia de hoy en el canto al Evangelio. Pero se alegra
también el ejército de los hombres de todas las partes del mundo. Y
numerosas son las naciones que consideran a la Madre de Dios como su
Madre y su Reina. En efecto el misterio de la Asunción
está unido a su coronación como Reina del cielo y de la tierra;
"Toda espléndida, la hija del rey"
--como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy-- (Sal 45,
14) para ser elevada a la derecha de su Hijo: "De pie a tu
derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir" (antífona
del Salmo responsorial).
3.
La Asunción de María es una
participación singular en la resurrección de Cristo. En
la liturgia de hoy, San Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando
la alegría por la victoria sobre la muerte que Cristo consiguió con
su resurrección, "porque debe Él reinar hasta que ponga a
todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido
será la muerte" (1 Cor 15, 25-26).
La
victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la
resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su
madre. Si la muerte no tiene poder sobre Él, es decir sobre su Hijo,
tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio
la vida terrena.
En
la primera carta a los Corintios, San Pablo hace como un comentario
profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: "Cristo
resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.
Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un
hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que
en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero
cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en
su venida» (1 Cor 15, 20-23). María
es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el
coronamiento del misterio pascual.
Cristo
ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original , y
abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su
resurrección. Ante todo a su Madre, librada de la herencia del
pecado original, mediante la muerte redentora del Hijo en la Cruz.
Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción,
acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como
acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día
de la resurrección universal que espera la humanidad. La
Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento
definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el
Apóstol: "Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios
Padre el Reino, para que Dios sea todo en todos" (1 Cor 15,
24, 28). ¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre
inmaculada del Redentor?
¡Te
saludo, hija de Dios Padre!. ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios!.
¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo!. ¡Te saludo,
templo de la Santísima Trinidad!.
4.
«Y se abrió el santuario de Dios en el cielo, y apareció el
arca de su alianza en el santuario. "Una gran señal apareció
en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y
una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 11,
19-12,1). Esta visión del Apocalipsis, se considera, en cierto
sentido, la ultima palabra de la mariología.
Sin
embargo, la Asunción que aquí se expresa magníficamente, posee al
mismo tiempo su sentido eclesiológico. Contempla
a María no solo como Reina de toda la creación, sino también como
Madre de toda la Iglesia. Y como
Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no
deja de estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la
historia de la lucha entre el bien y el mal.
San Juan escribe: "Y apareció otra señal en el cielo: un
gran dragón rojo" (Ap 12, 3).
En
la sagrada Escritura, ya desde los primeros capítulos del libro del
Génesis (cf. Gn 3, 14), se conoce a este dragón como el enemigo de
la mujer. En el Apocalipsis, el mismo
dragón se pone delante de la mujer, que está a punto de dar a luz,
decidido a devorar al niño apenas nazca (cf. Ap 12,
4). El pensamiento va espontáneamente a la noche de Belén, y a la
amenaza contra la vida de Jesús, recién nacido, constituida por el
perverso edicto de Herodes, que ordena "matar a todos los
niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo"
(Mt 2, 16).
De
todo lo que el Concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo
singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el
misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo
de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo
han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial. Precisamente
aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre
a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y
sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están
amenazados constantemente por el odio del "dragón rojo:
Satanás".
El
autor del Apocalipsis, al mismo tiempo que muestra el realismo de
esta lucha que continúa en la historia, pone
de relieve también la perspectiva de la victoria definitiva por obra
de la mujer, de María que es nuestra abogada y aliada potente de
todas las naciones de la tierra. El autor del Apocalipsis
habla de esta victoria: "Ahora ya ha llegado la salvación,
el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo"
(Ap 12, 10).
La
solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de
nuestro Dios, y el poder de Cristo sobre toda la creación.
5.
¡Cómo quisiera que por doquiera, y en todas las lenguas, se
expresara la alegría por la Asunción de María!. ¡Cómo quisiera
que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la
humanidad!. Que todo hombre y toda mujer
tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a
participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.
¡Alabado
sea Jesucristo!
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LA
ASUNCION DE MARIA
Audiencia
General del Santo Padre Juan Pablo II
9
de julio, 1997
La
tradición de la Iglesia muestra que este misterio "forma
parte del plan divino, y está enraizado en la singular participación
de María en la misión de su Hijo".
"La
misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón
fundamental de la Asunción. (...) Se puede afirmar, por tanto, que
la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la residencia
inmaculada del Señor, funda su destino glorioso".
Juan
Pablo II destacó que "según algunos Padres de la Iglesia,
otro argumento que fundamenta el privilegio de la Asunción, se
deduce de la participación de María en la obra de la Redención".
"El
Concilio Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción en la
Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), hace
hincapié en el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente
porque ha sido 'preservada y libre de toda mancha de pecado
original', María no podía permanecer, como los otros hombres, en el
estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia de pecado
original, y la santidad perfecta, desde el primer momento de su
existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de
su alma y de su cuerpo".
El
Papa señaló que "en la Asunción
de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la
mujer. De manera análoga con lo que había
sucedido en el origen del género humano, y de la historia de la
salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía
revelarse no en un individuo, sino en una pareja. Por eso, en la
gloria celeste, junto a Cristo resucitado hay una mujer resucitada,
María: el nuevo Adán y la nueva Eva".
Para
concluir, el Papa aseguró que "ante
las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna
somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de
la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo
cuerpo humano".
Adaptado
de: Vatican Information Services VIS 970709 (350)
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En
la Asunción, el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado
La
teóloga Cettina Militello explica implicaciones de esta verdad de fe
Zenit
El
Papa recordó los 50 años de la proclamación del dogma de la
Asunción el 1ro de Noviembre del 2000. La teóloga Cettna
Militello, en el Foro Internacional de Mariología en Roma, acertó
que se trata de una verdad de fe que tiene mucho que decir a nuestra
cultura.
«El
lazo de unión entre el dogma de la Asunción y el Jubileo no es
casual --indica la profesora Militello, catedrática en las
facultades teológicas «Marianum» y «Teresianum» de Roma y
presidente de la Sociedad Italiana Para la Investigación
Teológica--. Ya en el 1950, el año en el que Pío XII lo proclamó,
era un año santo. La misma constitución apostólica
"Munificentisimus Deus", que proclama esta verdad de fe,
tiene un tono doxológico, es un himno de alabanza a Dios por las
maravillas realizadas en María. Y la alabanza es una dimensión
típicamente jubilar».
--¿Pero
qué puede decir la Asunción al hombre de hoy?
--En
el contexto de transición cultural en el que vivimos, con un hombre
contemporáneo que cada vez más se enfrenta a la búsqueda de
sentido, yo creo que el tema a subrayar es el de la corporeidad: este
dogma dice que el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado. Es
un hecho que para nosotros es paradójico: justamente el cuerpo
femenino, en nuestra cultura, ha sido durante mucho tiempo el emblema
del desprecio. María, en
cambio, exaltada en su Asunción, revoluciona esta idea: nuestra
corporeidad, por muy enferma que esté, está llamada a la
transfiguración en el diseño de Dios.
--María
muestra, por tanto, lo que nos espera...
--Sí.
Pero dice también algo sobre nuestra condición de hoy, sobre este
cuerpo nuestro, lugar de la relación con el otro y con la creación.
En el fondo de la Asunción está el misterio de la Encarnación que
hay que tomarlo en serio: si Cristo se ha
hecho carne, tampoco la dimensión corpórea es ya la de antes.
El resucitado nos ha sumergido ya en la nueva realidad, nos lleva a
interpretar el espacio y el tiempo en manera diversa. Lo que en María
se ha cumplido ya en plenitud, también nosotros estamos llamados a
experimentarlo, en forma sacramental, en la relación con nuestro
cuerpo.
--Pero,
¿qué tiene que decir el cuerpo de María elevado a los cielos sobre
nuestro destino último?
--Es
para nosotros horizonte, meta, signo de esperanza. María nos muestra
la plenitud de la carne: la salvación no es una dimensión
desencarnada. Las imágenes de las que se sirve la
Escritura, los bienes que se nos han prometido, lo dicen claramente.
No se trata de hacer una física de las realidades últimas: todo
queda en el misterio. Pero imágenes como las del Apocalipsis (la
esposa, el banquete...) nos hacen intuir
en forma simbólica que la plenitud no será sólo espiritual.
--¿Por
qué se hace memoria de este dogma justo en la fiesta de Todos los
Santos?
--Hay
un nexo profundo entre María y la comunión de los santos. Lo que
contemplamos en la Asunción como un «privilegio» de la Madre de
Dios, en la solemnidad de Todos los Santos se hace un hecho
participado y común. Es un designio que implica a todos los
redimidos: los del cielo y junto a ellos todos los que viven en
gracia. La comunión de los santos, en
efecto, no es sólo de los que nos han precedido: se relaciona, para
usar la definición clásica, también con la Iglesia peregrinante,
la que vive en el mundo. La
Asunción, por tanto, es la primera, no la única. Y
en la fiesta de Todos los Santos celebramos la coparticipación en
todo lo que ella goza. Pío XII podía perfectamente promulgar este
dogma el día de la Asunción. Al escoger como fecha el 1 de
noviembre, en cambio, dio a esta verdad de fe una precisa impronta
eclesiológica.
ZS00110104
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Benedicto
XVI: María, "estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús"
Homilía
en la solemnidad de la Asunción
CASTEL
GANDOLFO, lunes 24 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la
homilía que pronunció Benedicto XVI el 15 de agosto, en la
parroquia de Santo Tomás de Villanueva de Castel Gandolfo, el 15 de
agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
*
* *
Venerados
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y
hermanas:
Con
la solemnidad de hoy culmina el ciclo de las grandes celebraciones
litúrgicas en las que estamos llamados a contemplar el papel de la
Santísima Virgen María en la historia de la salvación. En
efecto, la Inmaculada Concepción, la Anunciación, la Maternidad
divina, y la Asunción, son etapas fundamentales, íntimamente
relacionadas entre sí, con las que la Iglesia exalta y canta el
glorioso destino de la Madre de Dios, pero en las que podemos leer
también nuestra historia.
El
misterio de la concepción de María evoca la primera página de la
historia humana, indicándonos que, en el designio divino de la
creación, el hombre habría debido tener
la pureza y la belleza de la Inmaculada. Aquel
designio comprometido, pero no destruido por el pecado, mediante la
Encarnación del Hijo de Dios, anunciada y realizada en María, fue
recompuesto y restituido a la libre aceptación del hombre en la fe.
Por último, en la Asunción de María
contemplamos lo que estamos llamados a alcanzar en el seguimiento de
Cristo Señor y en la obediencia a su Palabra, al
final de nuestro camino en la tierra.
La
última etapa de la peregrinación terrena de la Madre de Dios nos
invita a mirar el modo como ella recorrió su camino hacia la meta de
la eternidad gloriosa.
En
el pasaje del Evangelio que acabamos de proclamar, San Lucas narra
que María, después del anuncio del ángel, "se puso en
camino y fue aprisa a la montaña" para visitar a Isabel (Lc
1, 39). El evangelista, al decir esto, quiere destacar que para María
seguir su vocación, dócil al Espíritu de Dios, que ha realizado en
ella la encarnación del Verbo, significa recorrer una nueva senda, y
emprender en seguida un camino fuera de su casa, dejándose conducir
solamente por Dios.
San
Ambrosio, comentando la "prisa"
de María, afirma: "La gracia del
Espíritu Santo no admite lentitud" (Expos.
Evang. sec. Lucam, II, 19: pl 15, 1560). La
vida de la Virgen es dirigida por Otro -"He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra"
(Lc 1, 38)-, está modelada por el Espíritu Santo, está marcada por
acontecimientos y encuentros, como el de Isabel, pero sobre todo por
la especialísima relación con su hijo Jesús.
Es
un camino en el que María, conservando y meditando en el corazón
los acontecimientos de su existencia, descubre en ellos de modo cada
vez más profundo el misterioso designio de Dios Padre para la
salvación del mundo.
Además,
siguiendo a Jesús desde Belén hasta el destierro en Egipto, en la
vida oculta y en la pública, hasta el pie de la cruz, María vive su
constante ascensión hacia Dios en el espíritu del Magníficat,
aceptando plenamente, incluso en el momento de la oscuridad y del
sufrimiento, el proyecto de amor de Dios, y alimentando
en su corazón el abandono total en las manos del Señor,
de forma que es paradigma para la fe de la Iglesia (cf. Lumen
gentium, 64-65).
Toda
la vida es una ascensión, toda la vida es meditación, obediencia,
confianza y esperanza, incluso en medio de la oscuridad; y toda la
vida es esa "sagrada prisa", que sabe que Dios es siempre
la prioridad, y ninguna otra cosa debe crear prisa en nuestra
existencia.
Y,
por último, la Asunción nos recuerda que la vida de María, como la
de todo cristiano, es un camino de seguimiento, de seguimiento de
Jesús, un camino que tiene una meta bien precisa, un futuro ya
trazado: la victoria
definitiva sobre el pecado y sobre la muerte, y la comunión plena
con Dios, porque -como dice san Pablo en la carta a
los Efesios- el Padre "nos resucitó y nos hizo sentar en los
cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 6).
Esto
quiere decir que, con el bautismo, fundamentalmente ya hemos
resucitado, y estamos sentados en los cielos en Cristo Jesús,
pero debemos alcanzar corporalmente lo que el bautismo ya ha
comenzado y realizado. En nosotros la unión con Cristo, la
resurrección, es imperfecta, pero para la Virgen María ya es
perfecta, a pesar del camino que también la Virgen tuvo que hacer.
Ella ya entró en la plenitud de la unión
con Dios, con su Hijo, y nos atrae y nos acompaña en nuestro camino.
Así
pues, en María elevada al cielo contemplamos a Aquella que, por
singular privilegio, ha sido hecha partícipe con alma y cuerpo de la
victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. "Terminado el
curso de su vida en la tierra -dice el concilio Vaticano II-, fue
llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y elevada al trono
por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y
vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59).
En
la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación de su fe, del
camino de fe que ella indica a la Iglesia, y a cada uno de nosotros:
Aquella que en todo momento acogió la
Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella
misma por el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con
su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).
La
vida del hombre en la tierra -como nos ha recordado la primera
lectura- es un camino que se recorre constantemente en la tensión de
la lucha entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal. Esta es
la situación de la historia humana: es como un viaje en un mar a
menudo borrascoso; María es la estrella que
nos guía hacia su Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de
la historia (cf. Spe salvi, 49) y nos da la esperanza que
necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha
vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta victoria. No
sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Ésta
es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace
visible en María elevada al cielo. "Ella (...)
-leeremos dentro de poco en el prefacio de esta solemnidad- es
consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".
Con
San Bernardo, cantor místico de la Santísima Virgen, la invocamos
así: "Te rogamos, bienaventurada Virgen María, por la
gracia que encontraste, por las prerrogativas que mereciste, por la
Misericordia que tú diste a luz, haz que aquel que por ti se dignó
hacerse partícipe de nuestra miseria y debilidad, por tu intercesión
nos haga partícipes de sus gracias, de su bienaventuranza y gloria
eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que está sobre todas
las cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén"
(Sermo 2 de Adventu, 5: pl 183, 43).
ZS09082412
- 24-08-2009
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Novena
para Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María
La
novena comienza el 6 de agosto.
La
solemnidad es el 15 de agosto
Día
primero
¡Oh,
María sin pecado concebida!
la
más Preciosa Niña,
Reina
de las Maravillas.
Regálame
en este día,
hacerme
pequeñito,
y
siempre ser tu verdadero hijo,
para
llegar algún día al Dios de la Vida.
Amén.
En
cada día se puede rezar un
Padrenuestro,
Ave María y Gloria.
Día
segundo
María,
princesa desde niña,
sobre
la tierra serás ya nuestra guía
y
en Tí resplandecería
el
cumplimiento de las profecías.
¡Oh
mi dulce compañía!,
guía
a este siervo pequeñito,
que
nada sería si en Él no estaría
la
Luz Divina.
Amén.
Día
tercero
¡Vaso
purísimo, Estrella mía!
que
hilabas en tu Seno, como Virgen Inmaculada,
al
Dios que amabas,
que
por Él suspirabas
y
que brillaba, en una Niña Casta
que
se esposaba como Inmaculada.
Haz
que la pureza en mí resplandezca
y
que inunde toda la tierra que parece desierta.
Amén.
Día
cuarto
¡Oh,
María! del mismo Dios alegría.
¡Oh,
María! a la que el ángel saludaría
y
le confiaría la más hermosa noticia,
que
en Tí viviría el Dios de la Vida,
el
Mesías esperado,
ya
anunciado y por los corazones anhelado.
¡Oh,
Lirio Perfumado por el Señor siempre Santo!
haced
que digamos siempre "Sí" y vivamos para Tí,
pues
el Buen Dios a Tí nos dió
y
desde la Encarnación te señaló
como
Corredentora para Nos.
Amén.
Día
quinto
¡Madre
mía, bella María!
que
en tus brazos acunarías,
al
Sol que iluminaría nuestras pobres vidas.
¡Oh,
María! cuyos ojos mirarían
con
dulzura infinita al Niño que padecería
y
nos redimiría en la Cruz un día.
Haz
que seamos mansos y humildes de corazón
como
lo fue siempre Nuestro Señor.
Amén.
Día
sexto
¡Oh,
Madre de Redención
y
cáliz de amor!
llévanos
al Salvador,
misterio
de alegría en el corazón
y
en el que palpita la alabanza al Padre Creador.
Haz
que la esperanza inunde nuestra alma,
pues
es nuestro Dios, escudo de Salvación,
quien
es nuestra protección
ya
que con Su Sangre nos cubrió
y
nos enseñó lo que es el verdadero amor.
Amén.
Día
séptimo
¡Oh,
María, Señora mía!
enséñame
en este día,
lo
que la caridad sería,
¡para
llegar algún día
a
la Tierra Prometida !.
¡Oh,
María, Rosa Castísima!
muéstrame
el camino de la verdad
para
que llegue a la santidad
Amén.
Día
octavo
¡Oh,
María, Auxiliadora mía!
haced
que el Espíritu Santo,
sea
derramado
en
esta pobre vasija de barro
y
que sea por Él llenada
para
purificarla y habitarla,
labrándola
a tu semejanza.
Amén.
Día
noveno
¡Oh,
Amadísima, oh, Madre mía!
¡oh,
Virgen María!
a
la que los ángeles subirían
al
Cielo con singular alegría.
¡Oh
María, pináculo de amor!.
¡Oh,
María!
reina
hoy en cada corazón,
¡dándonos
tu Inmaculado Corazón,
como
Reina del Cielo y la tierra que sos!.
Oh,
María, postrado ante Vos,
sólo
tuyo soy, como esclavo de amor.
Amén.
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Oración
Final: transcribo una oración que pronunció la Virgen antes
de partir a los cielos, sacado de un protoevangelio. La rezo todos
los días, porque me hace sentir a la Virgen mucho más cercana a mi
corazón.
No
puedo imaginarme otra oración más maravillosa, porque nos delinea a
la Virgen como alguien muy cercano a nosotros, alejada del
estereotipo de alguien demasiado perfecto para ser cercano a nuestra
vida cotidiana.
Nos
retrata a alguien que está profundamente insertada en el Cielo, pero
también en la Tierra, en todas y cada una de nuestras necesidades,
problemas y anhelos.
Cuando
estoy de viaje, la suelo recitar de memoria, y me viene mucha paz, en
medio de tantos problemas cotidianos. Espero que pueda ayudarte a ti
también. Amén.
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Y
la bienaventurada María exclamó llorando:
“Oh,
mi Señor y mi Dios, y mi maestro Jesucristo, tú que por la voluntad
de tu Padre y la ayuda del Espíritu Santo, y por efecto de una
divinidad y de una voluntad única, has creado la tierra y el cielo,
y cuanto contienen, yo te ruego que escuches la plegaria que te hago
por tus servidores, y por los hijos del Bautismo, por los justos y
por los pecadores, para que les concedas tu gracia.
Recibe
a los que comulguen en Tí, a los que ofrezcan presentes en mi
nombre, y a los que te interroguen en sus plegarias, en sus deseos y
en sus sufrimientos.
Haz
que sean librados de sus dolores, y que hallen lo que han esperado en
su fe, y aparta de ellos los males que les quiera causar.
Cura
sus enfermedades, aumenta sus riquezas y multiplica sus hijos.
Ayúdalos
en cuanto emprendan, y otorgarles la dicha de tomar parte en tu
Reino. Aleja de ellos a su enemigo, Satán, lleno de malicia.
Aumenta
su fuerza, e inclúyelos en el rebaño del pastor dulce, bueno,
clemente y misericordioso.
Cumple,
en ésta y en la otra vida, lo que espere el que te suplique
invocando mi nombre, y protégalos tu asistencia, según has
prometido Tú, que eres constante en tus promesas, infinito en la
misericordia, y cuyo nombre merece ser glorificado hasta el fin de
los siglos. Amén”.
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