Tercera
Feria, 3 de Mayo
Santos
Felipe y Santiago el Menor
Apóstoles
y Mártires
San
Felipe, Apóstol y Mártir
Felipe
era de Betsaida. Fue el que anunció a Natanael que había encontrado
al Mesías. Interviene en el episodio de los peregrinos griegos,
gentiles piadosos, que desean ver a Jesús. Es también el que pide
al Señor, en el cenáculo, que le muestre al Padre.
Santiago
el Menor, Apóstol y Mártir
Apóstol,
pariente de Jesús. Llamado "el Menor" para distinguirlo
del otro Apóstol Santiago, el hermano de Juan. Fue el primer obispo
de Jerusalén y desarrolló una intensa actividad misionera. Murió
mártir en Jerusalén hacia el año 62. Es autor de una de las
Epístolas Católicas que lleva su nombre.
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Anunciado
el descubrimiento de la tumba de San Felipe
En
Pamukkale, antigua Hierápolis (Turquía), donde falleció el apóstol
CIUDAD
DEL VATICANO, jueves 28 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Los
arqueólogos aseguran que se trata de la tumba del apóstol Felipe,
uno de los 12 discípulos que acompañaron a Jesús de Nazaret.
El
descubrimiento ha tenido lugar en Pamukkale, la antigua Hierápolis,
en Anatolia Occidental (Turquía), ciudad en la que murió Felipe,
tras haber predicado en Grecia y Asia Menor.
El
descubrimiento ha sido realizado por la misión arqueológica
italiana emprendida en 1957, compuesta hoy por un equipo
internacional, dirigido desde el año 2000 por Francesco D’Andria,
profesor de la Universidad de Salento.
Un
resultado importante en la búsqueda de la tumba de San Felipe,
recuerda “L'Osservatore Romano”, ya se había logrado en 2008,
cuando el equipo sacó a la luz la calle procesional que recorrían
los peregrinos para llegar al sepulcro del apóstol. Ahora se ha
logrado esta nueva meta.
“Junto
al Martyrion (edificio de culto octogonal, construido en el lugar en
el que fue martirizado San Felipe), hemos encontrado una basílica
del siglo V de tres naves”, explica el director de la misión.
“Esta
iglesia fue construida en torno a una tumba romana del siglo I, que
evidentemente gozaba de la máxima consideración, dado que más tarde se
decidió edificar a su alrededor una basílica. Se trata de una tumba
en forma de nicho, con una cámara funeraria”.
Poniendo
en relación éstos y otros muchos elementos, “hemos llegado a la
certeza de haber encontrado la tumba del apóstol Felipe, que era la
meta de la peregrinación a ese lugar”, afirma D'Andria.
En
el siglo IV, Eusebio de Cesarea escribió que dos estrellas brillan
en Asia: Juan, sepultado en Éfeso, y Felipe, “que descansa en
Hierápolis”.
La
cuestión ligada a la muerte del apóstol ha suscitado controversia.
Según una tradición antigua, de hecho, no murió martirizado,
mientras que los evangelios apócrifos cuentan que sufrió el
martirio bajo los romanos.
ZS11072806
- 28-07-2011
Permalink: http://www.zenit.org/article-40043?l=spanish
Permalink: http://www.zenit.org/article-40043?l=spanish
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6-Septiembre-2006
-- ZENIT.org Servicios de Noticias
BENEDICTO XVI PRESENTA AL APÓSTOL FELIPE
BENEDICTO XVI PRESENTA AL APÓSTOL FELIPE
Intervención
en la audiencia general del miércoles
CIUDAD
DEL VATICANO, miércoles, 6 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos
la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de
este miércoles, celebrada en la plaza de San Pedro, dedicada a
presentar la figura del apóstol Felipe.
*
* *
Queridos
hermanos y hermanas:
Al
seguir trazando el semblante de los diferentes apóstoles, como
hacemos desde unas semanas, nos encontramos hoy con Felipe. En la
lista de los doce siempre aparece en el quinto lugar (en Mateo 10, 3;
Marcos 3, 18; Lucas 6, 14; Hechos 1, 13), es decir, fundamentalmente
entre los primeros. Si bien Felipe era de origen judío, su nombre es
griego, como el de Andrés, lo que constituye un pequeño gesto de
apertura cultural que no hay que infravalorar.
Las
noticias que nos llegan de él proceden del Evangelio de Juan. Era
del mismo lugar del que procedían Pedro y Andrés, es decir,
Betsaida (Cf. Juan 1, 44), una pequeña ciudad que pertenecía a la
tetrarquía de uno de los hijos de Herodes el Grande, quien también
se llamaba Felipe (Cf. Lucas 3, 1).
El
cuarto Evangelio cuenta que, después de haber sido llamado por
Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que
escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos
encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Juan 1, 45).
Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael --«¿De Nazaret
puede haber cosa buena?»--, Felipe no se rinde y responde con
decisión: «Ven y lo verás»
(Juan, 1, 46).
Con
esta respuesta, seca pero clara, Felipe demuestra las características
del auténtico testigo: no se contenta con presentar el anuncio como
una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor,
sugiriéndole que él mismo haga la experiencia personal de lo
anunciado. Jesús utiliza esos dos mismos verbos cuando dos
discípulos de Juan Bautista se acercan a Él para preguntarle dónde
vive: Jesús respondió: «Venid y lo
veréis» (Cf. Juan 1,38-39).
Podemos
pensar que Felipe nos interpela con esos dos verbos que suponen una
participación personal.
También a nosotros nos dice lo que le dijo a Natanael: «Ven
y lo verás». El apóstol nos compromete a conocer a
Jesús de cerca. De hecho, la amistad, conocer verdaderamente al
otro, requiere cercanía, es más, en parte vive de ella.
De
hecho, no hay que olvidar que, según escribe Marcos, Jesús escogió
a los doce con el objetivo primario de que «estuvieran con él»
(Marcos 3, 14), es decir, de que compartieran su vida, y aprendieran
directamente de Él no sólo el estilo de su comportamiento, sino
ante todo quién era Él realmente.
Sólo así, participando en su vida, podían conocerle y anunciarle.
Más
tarde, en la carta de Pablo a los Efesios, puede leerse que lo
importante es «el Cristo que vosotros
habéis aprendido» (4, 20), es decir, lo importante
no es sólo ni sobre todo escuchar sus enseñanzas, sus palabras,
sino conocerle a Él personalmente,
es decir, su humanidad y divinidad, el misterio de su belleza.
Él
no es sólo un Maestro, sino un Amigo, es más, un Hermano.
¿Cómo podríamos conocerle si estamos lejos de Él?. La intimidad,
la familiaridad, la costumbre, nos hacen descubrir la verdadera
identidad de Jesucristo. Esto es precisamente lo que nos recuerda el
apóstol Felipe. Por eso, nos invita a
«venir» y a «ver», es decir, a entrar en un contacto de escucha,
de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día tras día.
Con
motivo de la multiplicación de los panes, recibió de Jesús una
petición precisa, bastante sorprendente: dónde era posible comprar
el pan que se necesitaba para dar de comer a toda la gente que le
seguía (Cf. Juan 6, 5). Entonces, Felipe respondió con mucho
realismo: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno
tome un poco» (Juan 6, 7). Aquí se pueden ver el realismo y el
espíritu práctico del apóstol, que sabe juzgar las implicancias de
una situación. Sabemos qué es lo que pasó después. Sabemos que
Jesús tomó los panes, y tras haber rezado, los distribuyó. De este
modo, realizó la multiplicación de los panes.
Pero
es interesante el hecho de que Jesús se dirigiera precisamente a
Felipe para tener una primera impresión sobre la solución del
problema: signo evidente de que formaba parte del grupo restringido
que lo rodeaba.
En
otro momento, muy importante para la historia futura, antes de la
Pasión, algunos griegos se encontraban en Jerusalén con motivo de
la Pascua, «se dirigieron a Felipe… y le rogaron: “Señor,
queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés
y Felipe fueron a decírselo a Jesús» (Juan 12, 20-22). Una
vez más nos encontramos ante el indicio de su prestigio particular
dentro del colegio apostólico.
En
este caso, en particular, realiza las funciones de intermediario
entre la petición de algunos griegos --probablemente hablaba griego
y pudo hacer de intérprete-- y Jesús; si bien se une a Andrés, el
otro apóstol de nombre griego, de todos modos los extranjeros se
dirigen a él. Esto nos enseña a estar
también nosotros dispuestos tanto a acoger las peticiones e
invocaciones, vengan de donde vengan, como a orientarlas hacia el
Señor, pues sólo él puede satisfacerlas plenamente.
Es
importante, de hecho, saber que no somos nosotros los destinatarios
últimos de las peticiones de quien se nos acerca, sino el Señor:
tenemos que orientar hacia Él a quien se encuentre en dificultad.
¡Cada uno de nosotros tiene que ser un camino abierto hacia Él!
Hay
otra oportunidad sumamente particular en la que interviene Felipe.
Durante la Última Cena, después de que Jesús afirmase que
conocerle a Él significa también conocer al Padre (Cf. Juan 14,7),
Felipe, casi ingenuamente, le pidió: «Señor, muéstranos al Padre
y nos basta» (Juan 14, 8). Jesús le respondió con un tono de
benévolo reproche: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no
me conoces Felipe?.
El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:
“Muéstranos al Padre”?. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí? […] Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Juan 14,
9-11). Son unas de las palabras más sublimes del Evangelio de Juan.
Contienen una auténtica revelación. Al final del «Prólogo» de su
Evangelio, Juan afirma: «A Dios nadie le
ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él
lo ha contado» (Juan 1, 18).
Pues
bien, esa declaración, que es del evangelista, es retomada y
confirmada por el mismo Jesús. Pero con un detalle. De hecho,
mientras el «Prólogo» de Juan habla de una intervención
explicativa de Jesús a través de las palabras de su enseñanza, en
la respuesta a Felipe, Jesús hace referencia a su propia persona
como tal, dando a entender que sólo se le puede comprender a través
de lo que dice, es más, a través de lo que es Él.
Para
darnos a entender, utilizando la paradoja de la Encarnación, podemos
decir que Dios asumió un rostro humano, el
de Jesús, y por consiguiente a partir de ahora, si
realmente queremos conocer el rostro de Dios, ¡sólo nos queda
contemplar el rostro de Jesús!. ¡En su rostro vemos realmente quién
es Dios y cómo es Dios!.
El
evangelista no nos dice si Felipe comprendió plenamente la frase de
Jesús. Lo cierto es que le entregó totalmente su vida. Según
algunas narraciones posteriores («Hechos de Felipe» y otros),
nuestro apóstol habría evangelizado en un
primer momento Grecia y después Frigia y allí habría afrontado la
muerte, en Hierópolis, con un suplicio que algunos mencionan como
crucifixión y otros lapidación.
Queremos
concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe
orientarse nuestra vida: encontrar a Jesús,
como lo encontró Felipe, tratando de ver en Él al mismo Dios, Padre
celestial. Si falta este compromiso, nos encontraremos
sólo con nosotros mismos, como en un espejo, ¡y cada vez nos
quedaremos más solos!. Felipe nos invita en
cambio a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con Él y a
compartir esta compañía indispensable. De este modo,
viendo, encontrando a Dios, podemos encontrar la verdadera vida.
[Traducción
del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia
el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas.
En
inglés, dijo:]
Queridos
hermanos y hermanas:
El
apóstol Felipe, natural de Betsaida como Pedro y Andrés, nos
manifiesta las características del verdadero testimonio cuando, en
su diálogo con Natanael, no sólo le habla de Cristo, sino que le
invita a conocerlo de cerca. En efecto, sólo podremos
descubrir la identidad de Jesús en una relación de amistad con Él.
En
otras ocasiones podemos ver cómo Felipe gozaba de un cierto
prestigio dentro del colegio apostólico. Así, con ocasión de la
multiplicación de los panes, Jesús se dirige precisamente a este
Apóstol, para tener una primera indicación sobre cómo resolver
aquella necesidad. También, antes de la Pasión, algunos griegos se
acercaron a Felipe porque querían ver a Jesús. Esto nos enseña a
estar siempre dispuestos a acoger a los demás con sus inquietudes y
a orientarlos hacia el Señor, el único que pude satisfacerlas en
plenitud.
En
la última Cena, una pregunta de Felipe dio ocasión a Jesús para
hacer una importante revelación sobre su persona, afirmando que:
«quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». Es decir, de ahora en
adelante, si de verdad queremos conocer el rostro de Dios, no tenemos
más que contemplar el rostro de Jesús.
Saludo
cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los
de Logroño, con el Señor Cardenal Eduardo Martínez Somalo; a la
peregrinación diocesana de Huelva y a los diversos grupos
parroquiales de España. Saludo también a los peregrinos de
Colombia, Chile y de otros Países Latinoamericanos. Os animo, como
el apóstol Felipe, a dejaros conquistar por el Señor, invitando
también a otros a participar de su vida y de su amor. ¡Que Dios os
bendiga!
[©
Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]
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BENEDICTO
XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles
28 de junio de 2006
Santiago
el Menor
Queridos
hermanos y hermanas:
Al
lado de Santiago "el Mayor", hijo de Zebedeo, del que
hablamos el miércoles pasado, en los Evangelios aparece otro
Santiago, que se suele llamar "el Menor".
También
él forma parte de las listas de los doce Apóstoles elegidos
personalmente por Jesús, y siempre se le califica como "hijo de
Alfeo" (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). A menudo
se le ha identificado con otro Santiago, llamado "el Menor"
(cf. Mc 15, 40), hijo de una María (cf. ib.) que podría ser la
"María de Cleofás" presente, según el cuarto evangelio,
al pie de la cruz juntamente con la Madre de Jesús (cf. Jn 19, 25).
También
él era originario de Nazaret, y probablemente pariente de Jesús
(cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3), del cual, según el estilo semítico, es
llamado "hermano" (cf. Mc 6, 3; Ga 1, 19). El libro de los
Hechos subraya el papel destacado que desempeñaba este último
Santiago en la Iglesia de Jerusalén. En el concilio apostólico
celebrado en la ciudad santa después de la muerte de Santiago el
Mayor, afirmó, juntamente con los demás, que los paganos podían
ser aceptados en la Iglesia sin tener que someterse a la circuncisión
(cf. Hch 15, 13).
San
Pablo, que le atribuye una aparición específica del Resucitado (cf.
1 Co 15, 7), con ocasión de su viaje a Jerusalén lo nombra incluso
antes que a Cefas-Pedro, definiéndolo "columna" de esa
Iglesia al igual que él (cf. Ga 2, 9). Seguidamente, los
judeocristianos lo consideraron su principal punto de referencia. A
él se le atribuye también la Carta que lleva el nombre de Santiago
y que está incluida en el canon del Nuevo Testamento. En dicha carta
no se presenta como "hermano del Señor", sino como "siervo
de Dios y del Señor Jesucristo" (St 1, 1).
Entre
los estudiosos se debate la cuestión de la identificación de estos
dos personajes que tienen el mismo nombre, Santiago hijo de Alfeo y
Santiago "hermano del Señor". Las tradiciones evangélicas
no nos han conservado ningún relato ni sobre uno ni sobre el otro,
por lo que se refiere al tiempo de la vida terrena de Jesús. Los
Hechos de los Apóstoles, en cambio, nos muestran que un "Santiago",
como ya hemos dicho, desempeñó un papel muy importante, después de
la resurrección de Jesús, dentro de la Iglesia primitiva (cf. Hch
12, 17; 15, 13-21; 21, 18).
El
acto más notable que realizó fue la intervención en la cuestión
de la difícil relación entre los cristianos de origen judío y los
de origen pagano: contribuyó, juntamente con Pedro, a superar, o
mejor, a integrar la dimensión judía originaria del cristianismo,
con la exigencia de no imponer a los paganos convertidos la
obligación de someterse a todas las normas de la ley de Moisés.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha conservado la solución
de compromiso, propuesta precisamente por Santiago, y aceptada por
todos los Apóstoles presentes, según la cual a los paganos que
creyeran en Jesucristo sólo se les debía pedir que se abstuvieran
de la costumbre idolátrica de comer la carne de los animales
ofrecidos en sacrificio a los dioses, y de la "impureza",
término que probablemente aludía a las uniones matrimoniales no
permitidas. En la práctica, debían atenerse sólo a unas pocas
prohibiciones, consideradas importantes, de la ley de Moisés.
De
este modo, se lograron dos resultados significativos y
complementarios, que siguen siendo válidos: por una parte, se
reconoció la relación inseparable que existe entre el cristianismo
y la religión judía, su matriz perennemente viva y válida; y, por
otra, se permitió a los cristianos de origen pagano conservar su
identidad sociológica, que hubieran perdido si se les hubiera
obligado a cumplir los así llamados "preceptos ceremoniales"
establecidos por Moisés; esos preceptos ya no debían considerarse
obligatorios para los paganos convertidos.
En
pocas palabras, se iniciaba una praxis de recíproca estima y respeto
que, a pesar de las dolorosas incomprensiones posteriores, tendía
por su propia naturaleza a salvaguardar lo que era característico de
cada una de las dos partes.
La
más antigua información sobre la muerte de este Santiago nos la
ofrece el historiador judío Flavio Josefo. En sus Antigüedades
judías (20, 201 s), escritas en Roma a finales del siglo I, nos
cuenta que la muerte de Santiago fue decidida, con iniciativa
ilegítima, por el sumo sacerdote Anano, hijo del Anás que aparece
en los Evangelios, el cual aprovechó el intervalo entre la
destitución de un Procurador romano (Festo) y la llegada de su
sucesor (Albino) para decretar su lapidación, en el año 62.
Además
del apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la
virginidad de María, la Madre de Jesús, está unida a este Santiago
en especial la Carta que lleva su nombre. En el canon del Nuevo
Testamento ocupa el primer lugar entre las así llamadas "Cartas
católicas", es decir, no destinadas a una sola Iglesia
particular —como Roma, Éfeso, etc.—, sino a muchas Iglesias. Se
trata de un escrito muy importante, que insiste mucho en la necesidad
de no reducir la propia fe a una pura declaración oral o abstracta,
sino de manifestarla concretamente con obras de bien.
Entre
otras cosas, nos invita a la constancia en las pruebas aceptadas con
alegría, y a la oración confiada para obtener de Dios el don de la
sabiduría, gracias a la cual logramos comprender que los auténticos
valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino más
bien en saber compartir nuestros bienes con los pobres y los
necesitados (cf. St 1, 27).
Así,
la carta de Santiago nos muestra un cristianismo muy concreto y
práctico. La fe debe realizarse en la vida, sobre todo en el amor al
prójimo, y de modo especial en el compromiso en favor de los pobres.
Sobre este telón de fondo se debe leer también la famosa frase:
"Así como el cuerpo sin espíritu
está muerto, así también la fe sin obras está muerta"
(St 2, 26).
A
veces esta declaración de Santiago se ha contrapuesto a las
afirmaciones de San Pablo, según el cual somos justificados por Dios
no en virtud de nuestras obras, sino gracias a nuestra fe (cf. Ga 2,
16; Rm 3, 28). Con todo, las dos frases, aparentemente
contradictorias con sus diversas perspectivas, en realidad, si se
interpretan bien, se completan. San Pablo se opone al orgullo del
hombre que piensa que no necesita del amor de Dios que nos previene,
se opone al orgullo de la autojustificación sin la gracia dada
simplemente y que no se merece. Santiago, en cambio, habla de las
obras como fruto normal de la fe: "Todo árbol bueno da frutos
buenos" (Mt 7, 17). Y Santiago lo repite y nos lo dice a
nosotros.
Por
último, la carta de Santiago nos exhorta a abandonarnos en las manos
de Dios en todo lo que hagamos, pronunciando siempre las
palabras: "Si el Señor quiere"
(St 4, 15). Así, nos enseña a no tener la presunción de planificar
nuestra vida de modo autónomo e interesado, sino a dejar espacio a
la inescrutable voluntad de Dios, que conoce cuál es nuestro
verdadero bien. De este modo Santiago es un maestro de vida siempre
actual para cada uno de nosotros.
Saludos
Saludo
cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los
formadores y alumnos de varios seminarios españoles, a las
parroquias, grupos escolares y asociaciones, así como a los
peregrinos de Puerto Rico y de otros países latinoamericanos. Os
animo a vivir con esperanza firme manifestando vuestra fe en el Señor
con obras de caridad, para testimoniar en el mundo la belleza del
amor de Dios. ¡Gracias por vuestra visita!
(En
polaco)
Mañana celebraremos la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Estos dos grandes Apóstoles están unidos por el celo en el anuncio del Evangelio, el testimonio de fe y la muerte en el martirio. Que la visita a sus sepulcros fortalezca vuestra comunión con Cristo y con la Iglesia.
Mañana celebraremos la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Estos dos grandes Apóstoles están unidos por el celo en el anuncio del Evangelio, el testimonio de fe y la muerte en el martirio. Que la visita a sus sepulcros fortalezca vuestra comunión con Cristo y con la Iglesia.
(En
húngaro)
En la víspera de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo recordemos el martirio de estos dos príncipes de los Apóstoles, tan queridos por nosotros. Pidiendo su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica.
En la víspera de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo recordemos el martirio de estos dos príncipes de los Apóstoles, tan queridos por nosotros. Pidiendo su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica.
(En
italiano)
(A
los participantes en el encuentro organizado por la Familia de don
Orione)
Queridos amigos, os agradezco vuestra presencia y el amor que queréis manifestar al Sucesor de Pedro con esta iniciativa. Seguid con fidelidad los pasos de vuestro fundador y testimoniad el evangelio de la vida mediante vuestras instituciones y vuestras actividades, especialmente al servicio de las personas débiles y de las que sufren, recordando, como decía don Orione, que "en el más pobre de los hermanos resplandece la imagen de Dios".
Queridos amigos, os agradezco vuestra presencia y el amor que queréis manifestar al Sucesor de Pedro con esta iniciativa. Seguid con fidelidad los pasos de vuestro fundador y testimoniad el evangelio de la vida mediante vuestras instituciones y vuestras actividades, especialmente al servicio de las personas débiles y de las que sufren, recordando, como decía don Orione, que "en el más pobre de los hermanos resplandece la imagen de Dios".
Saludo,
como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién
casados. Ya hemos entrado en el verano, tiempo de vacaciones y de
descanso. Queridos jóvenes, aprovechadlo para útiles experiencias
sociales y religiosas; y vosotros, queridos recién casados, para
profundizar vuestra misión en la Iglesia y en la sociedad. Que a
vosotros, queridos enfermos, no os falte, tampoco en este tiempo de
verano, la cercanía de vuestros familiares.
©
Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
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Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste a San Felipe y
Santiago el menor el deseo de profundizar en el conocimiento de tu
Hijo Jesucristo, concédenos el mismo fuego espiritual, y así poder
conservarlo en nuestro corazón por toda la Eternidad. A Tí Señor
que eres Camino, Verdad y Vida. Amén.
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