Quinta
Feria, 26 de Mayo
San
Felipe Neri
1515-1595
Cuerpo
Incorrupto
Un
hombre sin oración es un animal sin razón
Apóstol
de Roma. Patrón de educadores y humoristas
Con
frecuencia experimentaba el éxtasis durante la misa, y se le observó
levitando en algunas ocasiones
Breve
El
hombre busca la felicidad, pero nada de este mundo puede dársela. La
felicidad es el fruto sobrenatural de la presencia de Dios en el
alma. Es la felicidad de los santos.
Ellos
la viven en las más adversas circunstancias y nada ni nadie se las
puede quitar. San Felipe Neri ilustra admirablemente la felicidad de
la santidad. Dispuesto a todo por Cristo, logró maravillas en su
vida y la gloria del cielo.
San
Felipe pidió los dones del Espíritu Santo, y recibió un corazón
que se consumía de gozo. Experimentaba un constante Pentecostés.
Se hallaba en las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía
Appia, cuando ahí precisamente, en la víspera de Pentecostés de
1544, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del
cielo un globo de fuego que penetró en su boca, y se dilató en su
pecho.
El
santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía
ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de
dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!".
Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho
estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero
jamás-le causó dolor alguno.
El
cuerpo incorrupto de San Felipe esta en la iglesia de Santa María en
Vallicella, bajo un hermoso mosaico de su visión de la Virgen María
de 1594.
Patrón
de educadores y humoristas. Fundador del oratorio en Roma
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Nació
en Florencia, Italia, en 1515, uno de cuatro hijos del notario
Francesco y Lucretia Neri. Muy pronto perdieron a su madre, pero la
segunda esposa de su padre fue para ellos una verdadera madre.
Desde
pequeño Felipe era afable, obediente y amante de la oración.
En su juventud le gustaba visitar a los padres dominicos del
Monasterio de San Marco y según su propio testimonio estos padres le
inspiraron a la virtud.
A
los 17 años lo enviaron a San Germano, cerca de Monte Casino, como
aprendiz de Romolo, un mercante primo de su padre. Su estancia ahí
no fue muy prolongarla, ya que al poco tiempo tuvo
Felipe la experiencia mística que él llamaría, más tarde, su
"conversión" y, desde ese momento, dejaron de interesarle
los negocios.
Partió
a Roma, sin dinero y sin ningún proyecto, confiado únicamente en la
Providencia. En la Ciudad Eterna se hospedó en la casa de un
aduanero florentino llamado Galeotto Caccia, quien le cedió una
buhardilla y le dio lo necesario para comer a cambio de que educase a
sus hijos, los cuales -según el testimonio de su propia madre y de
una tía -se portaban como ángeles bajo la dirección del santo.
Felipe no necesitaba gran cosa, ya que sólo
se alimentaba una vez al día y su dieta se reducía a pan, aceitunas
y agua. En su habitación no
había más que la cama, una silla, unos cuantos libros y una cuerda
para colgar la ropa.
Fuera
del tiempo que consagraba a la enseñanza, Felipe vivió como un
anacoreta, los dos primeros años que pasó en Roma, entregado día y
noche a la oración. Fue ese un período de preparación interior, en
el que se fortaleció su vida espiritual, y se confirmó en su deseo
de servir a Dios. Al cabo de esos dos años, Felipe hizo sus estudios
de filosofía y teología en la Sapienza y en Sant'Agostino.
Era
muy devoto al estudio, sin embargo le costaba concentrarse en ellos,
porque su mente se absorbía en el amor de Dios, especialmente al
contemplar el crucifijo. El comprendía que Jesús, fuente
de toda la sabiduría de la filosofía y teología, le llenaba el
alma en el silencio de la oración. A los tres años de estudio,
cuando el tesón y el éxito con que había trabajado abrían ante él
una brillante carrera, Felipe abandonó súbitamente los estudios.
Movido probablemente por una inspiración
divina, vendió la mayor parte de sus libros, y se consagró al
apostolado.
La
vida religiosa del pueblo de Roma dejaba mucho que desear, graves
abusos abundaban en la Iglesia; todo el mundo lo reconocía, pero muy
poco se hacía para remediarlo. En el Colegio cardenalicio gobernaban
los Medici, de suerte que muchos cardenales se comportaban más bien
como príncipes seculares que como eclesiásticos. El
renacimiento de los estudios clásicos había sustituido los ideales
cristianos por los paganos, con el consiguiente debilitamiento de la
fe, y el descenso del nivel moral.
El
clero había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción;
la mayoría de los sacerdotes no celebraba la misa sino rara vez,
dejaban arruinarse las iglesias, y se desentendía del cuidado
espiritual de los fieles. El pueblo, por ende, se había alejado de
Dios. La obra de San Felipe habría de consistir en re evangelizar la
ciudad de Roma y lo hizo con tal éxito, que un día se le llamaría
"el Apóstol de Roma".
Los
comienzos fueron modestos. Felipe iba a la calle, o al mercado, y
empezaba a conversar con las gentes, particularmente con los
empleados de los bancos y las tiendas del barrio de Sant'Angelo. Como
era muy simpático y tenía un buen sentido del humor, no le costaba
trabajo entablar conversación, en el curso de la cual dejaba caer
alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios, o del estado
espiritual de sus interlocutores. Así fue logrando, poco a poco, que
numerosas personas cambiasen de vida.
El
santo acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras: "Y
bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?".
Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, el
santo los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales,
y a visitar las siete iglesias, que era una de sus devociones
favoritas.
Felipe
consagraba el día entero al apostolado; pero al atardecer, se
retiraba a la soledad para entrar en profunda oración y, con
frecuencia, pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en
las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía Appia.
Se
hallaba ahí, precisamente, la víspera de Pentecostés de 1544,
pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del cielo un
globo de fuego que penetró en su boca, y se dilató en su pecho. El
santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía
ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de
dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!".
Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho
estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero
jamás-le causó dolor alguno.
A
partir de entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de
Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que
descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía;
y rogaba a Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo.
Tan
fuertes era las palpitaciones de su corazón, que otros podían
oírlas y sentir sus palpitaciones, especialmente años más tarde,
cuando como sacerdote, celebraba La Santa Misa, confesaba o
predicaba.
Había
también un resplandor celestial que desde su corazón emanaba calor.
Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía
dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más
sitio al corazón.
San
Felipe, habiendo recibido tanto, se entregaba plenamente a las obras
corporales de misericordia. En 1548, con la ayuda del P. Persiano
Rossa, su confesor, que vivía en San Girolamo della Carita y unos 15
laicos, San Felipe fundó la Cofradía de la
Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los
pobres, que se reunía para los ejercicios espirituales en la iglesia
de San Salvatore in Campo.
Dicha
cofradía, que se encargaba de socorrer a los peregrinos necesitados,
ayudó a San Felipe a difundir la devoción de las cuarenta horas
(adoración Eucarística), durante las cuales solía dar breves
reflexiones llenas de amor que conmovían a todos.
Dios
bendijo el trabajo de la cofradía, y que pronto fundó el célebre
hospital de Santa Trinita dei Pellegrini; en el año jubilar de 1575,
los miembros de la cofradía atendieron ahí a 145,000 peregrinos y
se encargaron, más tarde, de cuidar a los pobres durante la
convalecencia. Así pues, a los treinta y cuatro años de edad, San
Felipe había hecho ya grandes cosas.
Sacerdote
Su
confesor estaba persuadido de que Felipe haría cosas todavía
mayores si recibía la ordenación sacerdotal. Aunque el santo se
resistía a ello, por humildad, acabó por seguir el consejo de su
confesor. El 23 de mayo de 1551 recibió las órdenes sagradas. Tenía
36 años. Fue a vivir con el P. Rossa y otros sacerdotes a San
Girolamo della Carita. A partir de ese
momento, ejerció el apostolado sobre todo en el confesonario,
en el que se sentaba desde la madrugada hasta mediodía, algunas
veces hasta las horas de la tarde, para atender a una multitud de
penitentes de toda edad y condición social.
El
santo tenía el poder de leer el pensamiento de sus penitentes, y
logró numerosas conversiones. Con paciencia analizaba
cada pecado, y con gran sabiduría prescribía el remedio. Con
gentileza, y gran compasión, guiaba a los penitentes en el camino de
la santidad. Enseñó a sus penitentes el valor de la mortificación,
y las prácticas ayudasen a crecer en humildad.
Algunos
recibían de penitencia mendigar por alimentos, u otras prácticas de
humillación. Uno de los beneficios de la guerra contra el ego es que
abre la puerta a la oración.
Decía:
"Un hombre sin oración es un animal
sin razón". Enseñaba
la importancia de llenar la mente con pensamientos santos,
y pensaba que para lograrlo se debía hacer lectura espiritual,
especialmente de los santos. Celebraba con gran devoción la misa
diaria cosa, que muchos sacerdotes habían abandonado.
Con
frecuencia experimentaba el éxtasis durante la misa, y se le observó
levitando en algunas ocasiones. Para no llamar la atención trataba
de celebrar la última misa del día, en la que había menos
personas.
Conversaciones
espirituales
Consideraba
que era muy importante la formación. Para ayudar en el crecimiento
espiritual, organizaba conversaciones espirituales en las que se
oraba y se leían las vidas de los santos y misioneros. Terminaban
con una visita al Santísimo Sacramento, en alguna iglesia o con la
asistencia a las vísperas.
Eran
tantos los que asistían a las conversaciones espirituales, que en la
iglesia de San Girolamo se construyó una gran sala para las
conferencias de San Felipe, y varios sacerdotes empezaron a ayudarle
en la obra.
El
pueblo los llamaba "los Oratorianos", porque tocaban la
campana para llamar a los fieles a rezar en su oratorio. Las
reuniones fueron tomando estructura con oración mental, lectura del
Evangelio, comentario, lectura de los santos, historia de la Iglesia
y música. Músicos, incluso Giovanni Palestrina,
asistieron y escribieron música para las reuniones. Los resultados
fueron extraordinarios. Muchos miembros prominentes de la curia
asistieron a lo que se llamaba "el oratorio".
El
ejemplo de la vida y muerte heroicas de San Francisco Javier movió a
San Felipe a ofrecerse como voluntario para las misiones; quiso irse
a la India y unos veinte compañeros del oratorio compartían la
idea. En 1557 consultó con el Padre Agustín Ghettini, un santo
monje cisterciense. Después de varios días de oración, el patrón
especial del Padre Ghettini, San Juan
Evangelista, se le apareció y le informó que la India de Felipe
sería Roma. El santo se atuvo a su consejo, poniendo en
Roma toda su atención.
Una
de sus preocupaciones eran los carnavales en que, con el pretexto de
"prepararse" para la cuaresma, se daban al libertinaje. San
Felipe propuso la santa diversión de visitar siete iglesias de la
ciudad, una peregrinación de unas doce millas, orando, cantando y
con un almuerzo al aire libre.
San
Felipe tuvo muchos éxitos, pero también gran oposición. Uno de
estos fue el cardenal Rosario, vicario del Papa Pablo IV. El santo
fue llamado ante el cardenal acusado de formar una secta. Se le
prohibió confesar, y tener más reuniones o peregrinaciones. Su
pronta y completa obediencia edificó a sus simpatizantes. El santo
comprendía que era Dios quien le probaba, y que la solución era la
oración.
El
cardenal Rosario murió repentinamente. El santo no guardó ningún
resentimiento hacia el cardenal, ni permitía la menor crítica
contra éste.
La
Congregación del Oratorio (Los oratorianos)
En
1564 el Papa Pío IV pidió a San Felipe que asumiera la
responsabilidad por la Iglesia de San Giovanni de los Florentinos.
Fueron entonces ordenados tres de sus propios discípulos, quienes
también fueron a San Juan. Vivían y oraban en comunidad, bajo la
dirección de San Felipe. El santo redactó una regla muy sencilla
para sus jóvenes discípulos, entre los cuales se contaba el futuro
historiador Baronio.
Con
la bendición del Papa Gregorio XII, San Felipe y sus colaboradores
adquirieron, en 1575, su propia Iglesia, Santa María de Vallicella.
El Papa aprobó formalmente la Congregación del Oratorio. Era única,
en que los sacerdotes son seculares que viven en comunidad, pero sin
votos. Los miembros retenían sus propiedades, pero debían
contribuir en los gastos de la comunidad. Los que deseaban tomar
votos estaban libres para dejar la Congregación, para unirse a una
orden religiosa. El instituto tenía como
fin la oración, la predicación y la administración de los
sacramentos.
Es
de notar que, aunque la congregación florecía a la sombra del
Vaticano, no recibió el reconocimiento final de sus constituciones
hasta 17 años después de la muerte de su fundador, en 1612.
La
Iglesia de Santa María in Vallicella estaba en ruinas, y resultaba
demasiado pequeña. San Felipe fue además avisado en una visión que
la Iglesia estaba a punto del derrumbe, siendo sostenida por la
Virgen. El santo decidió demolerla, y construir una más grande.
Resultó que los obreros encontraron que la viga principal estaba
desconectada de todo apoyo.
Bajo
la dirección de San Felipe la excavación comenzó en el lugar donde
una antigua fundación yacía escondida. Estas ruinas proveyeron la
necesaria fundación para una porción de la nueva Iglesia, y
suficiente piedra para el resto de la base. En menos de dos años,
los padres se mudaron a la "Chiesa Nuova".
El
Papa, San Carlos Borromeo y otros distinguidos personajes de Roma
contribuyeron a la obra con generosas limosnas. San Felipe tenía por
amigos a varios cardenales y príncipes. Lo
estimaban por su gran sentido del humor y su humildad, virtud que
buscaba inculcar en sus discípulos.
Aparición
de la Virgen y curación
Fue
siempre de salud delicada. En cierta ocasión, la
Santísima Virgen se le apareció, y le curó de una enfermedad de la
vesícula. El suceso aconteció así: el santo había casi perdido el
conocimiento, cuando súbitamente se incorporó, abrió los brazos v
exclamó: "¡Mi hermosa Señora!.
¡Mi santa Señora!" El médico que le asistía
le tomó por el brazo, pero San Felipe le dijo: "Dejadme abrazar
a mi Madre que ha venido a visitarme".
Después,
cayó en la cuenta de que había varios testigos, y escondió el
rostro entre las sábanas, como un niño, pues no le gustaba que le
tomasen por santo.
Dones
extraordinarios
San
Felipe tenía el don de curación, devolviéndoles la salud a muchos
enfermos. También, en diversas ocasiones, predijo el porvenir. Vivía
en estrecho contacto con lo sobrenatural, y experimentaba frecuentes
éxtasis. Quienes lo vieron en éxtasis dieron testimonio de que su
rostro brillaba con una luz celestial.
Últimos
años
Durante
sus últimos años fueron muchos los cardenales que lo tenían como
consejero. Sufrió varias enfermedades, y dos años antes de
morir logró renunciar a su cargo de superior, siendo sustituido por
Baronio.
Obtuvo
permiso de celebrar diariamente la misa en el pequeño oratorio que
estaba junto a su cuarto. Como frecuentemente era arrebatado en
éxtasis durante la misa, los asistentes acabaron por tomar la
costumbre de retirarse al "Agnus Dei". El acólito hacía
lo mismo.
Después
de apagar los cirios, encender una lamparilla y colgar de la puerta
un letrero para anunciar que San Felipe estaba celebrando todavía;
dos horas después volvía el acólito, encendía de nuevo los cirios
y la misa continuaba.
El
día de Corpus Christi, 25 de mayo de 1595, el santo estaba
desbordante de alegría, de suerte que su médico le dijo que nunca
le había visto tan bien durante los últimos diez años. Pero San
Felipe sabía perfectamente que había llegado su última hora.
Confesó
durante todo el día y recibió, como de costumbre, a los visitantes.
Pero antes de retirarse, dijo: "A
fin de cuentas, hay que morir". Hacia medianoche
sufrió un ataque tan agudo, que se convocó a la comunidad. Baronio,
después de leer las oraciones de los agonizantes, le pidió que se
despidiese de sus hijos y los bendijese. El santo, que ya no podía
hablar, levantó la mano para dar la bendición, y murió un instante
después. Tenía entonces ochenta años, y dejaba tras de sí una
obra imperecedera.
San
Felipe fue canonizado en 1622
El
cuerpo incorrupto de San Felipe esta en la iglesia de Santa María en
Vallicella, bajo un hermoso mosaico de su visión de la Virgen María
de 1594.
DICHOS
DE SAN FELIPE
"Quien
quiera algo que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere;
quien pida algo que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace"
no sabe lo que quiere;
quien pida algo que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace"
-San Felipe Neri
"Como
es posible que alguien que cree en Dios
pueda amar algo fuera de Él".
-San Felipe Neri
pueda amar algo fuera de Él".
-San Felipe Neri
"¿Oh
Señor que eres tan adorable
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan solo un corazón
y este tan pequeño?" -
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan solo un corazón
y este tan pequeño?" -
San
Felipe Neri
Bibliografía
Butler,
Vida de los Santos, Vol II
PP. Louis Poncelle y Louis Bourdet, St. Philip Neri and teh Roman Society of his times.
PP. Louis Poncelle y Louis Bourdet, St. Philip Neri and teh Roman Society of his times.
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Oficio
de lectura, 26 de mayo, San Felipe Neri, Presbítero
Estad
siempre alegres en el Señor
De los sermones de San Agustín, obispo
Sermón 171, 1-3, 5
De los sermones de San Agustín, obispo
Sermón 171, 1-3, 5
El
Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo.
Pues, como afirma la Escritura: El que
quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues
del mismo modo que un hombre no puede ser dos señores, tampoco puede
alegrarse en el mundo y en el Señor.
Que
el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo
en el mundo. El gozo en el Señor siempre
debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir
disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si
no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el
sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando
estamos en este mundo.
Pero
alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me
alegro allí donde estoy». ¿Pero es que por estar en el mundo no
estás en el Señor? Escucha al apóstol San Pablo cuando habla a los
atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de
Dios, Señor y creador nuestro: En Él
vivimos, nos movemos y existimos. El que está en
todas partes, ¿en dónde no está?. ¿Acaso no nos exhortaba
precisamente a esto?. El Señor está cerca; nada os preocupe.
Gran
cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está
cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es
éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha
hecho próximo a nosotros?.
Aquel
hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio
muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita, y que fue
recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso,
representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e
Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó
hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.
No
nos trata como merecen nuestros pecados pues somos hijos suyos. ¿Cómo
lo probamos?. El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el
único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El
Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus
hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los
réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto
para vivificarnos.
Por
tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo: es
decir, alegraos en la verdad, no en la iniquiedad; alegraos con la
esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alegraos
de tal forma que sea cual sea la situación en la que os encontréis,
tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.
Oración
Dios
Todopoderoso y Eterno, que haz bendecido a San Felipe Neri con el
fuego del Espíritu Santo, haz que muchos católicos reciban con
prontitud el sacramento de la Confirmación, y así podamos ser todos
tus fieles testigos y soldados en medio del mundo. A Tí Señor que
nos insuflaste el Espíritu Santo sobre nuestras cabezas. Amén.
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