Quinta
Feria, 12 de mayo
SANTA
FLAVIA DOMITILA
(s.
I)
Breve
El
emperador es Vespasiano. Flavio Clemente es su sobrino, está casado
con Flavia Domitila, se han hecho cristianos y es cónsul en el año
95.
Tiene
dos primos carnales que son Tito y Domiciano que, al no tener
descendencia directa masculina, deberían dejar su puesto a uno de
los hijos de Flavio Clemente según el derecho romano; poco faltó
para que la Iglesia tuviera en el primer siglo un emperador
cristiano, pero no sólo no fue así, sino que el emperador Domiciano
desató una violenta persecución. Domiciano advierte por el monto
de la recaudación el gran número de paganos que hay en el Imperio y
ve que están presentes en todos los estamentos.
Piensa
que la depuración étnica se impone y Flavio Clemente, entre muchos,
es denunciado y martirizado junto con su mujer o quizá ésta fuera
mandada al destierro a la isla de Terracina, como era costumbre
entre los romanos para la gente noble.
Flavia Domilitila y sus dos sirvientas neoconversas por su ejemplo y palabra -ambas vírgenes cristianas- acaban quemadas vivas en su propia casa de Terracina permaneciendo sus cuerpos inalterados.
Flavia Domilitila y sus dos sirvientas neoconversas por su ejemplo y palabra -ambas vírgenes cristianas- acaban quemadas vivas en su propia casa de Terracina permaneciendo sus cuerpos inalterados.
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EXTRACTOS
TOMADOS DE CARLOS MARÍA STAEHLIN, S. I.
La
hagiografía de los primeros siglos cristianos presenta la enorme
dificultad de una numerosa serie de escritos apócrifos en los que es
necesario descubrir los escasos pormenores históricos sin dejarse
engañar por la exuberancia de literatura fantástica que la piedad
de los fieles añadió a manera de novela edificante.
La
personalidad de los santos queda a veces diluida en esos relatos
bizantinos; se llega a arrancar al protagonista de su tiempo y de su
espacio para situarlo en un ambiente distinto del suyo; se llegaba a
desdoblar una figura, para fabricar con ella dos personajes
distintos. De una manera semejante, en novelas y películas de
nuestro tiempo, se describe aquel primer período del cristianismo
entremezclando lo sucedido con lo imaginado, sin pretensión de
engañar, sino de lograr un relato agradable con un fondo
innegablemente histórico.
Las
narraciones ocultas de mártires y vírgenes pretenden, además,
edificarnos, como la novela Fabiola inspirada en ellas, insistiendo
más en el espíritu que en la historia, como las Florecillas de San
Francisco de Asís.
Aún
no había empezado la “era de los mártires", iniciada por
Diocleciano, que sirvió de referencia cronológica antes de usarse
la llamada "Era cristiana", equivocada esta última en la
fijación de su año de origen.
Pero
Nerón había desencadenado ya la primera persecución local contra
los cristianos. Muerto aquel monstruo sádico, la Iglesia vivió una
época de deseada tranquilidad. Galba, Otón, Vitelio; dejaron a los
cristianos en paz. Y los primeros emperadores Flavios; Vespasiano y
Tito, tampoco mostraron enemistad contra aquella nueva religión.
El
cristianismo, que había seguido haciendo sus conquistas con la
conversión de gentes humildes, escaló entonces las alturas de la
sociedad imperial. El movimiento de
conversión del paganismo al cristianismo invadió inconteniblemente
las clases altas y la aristocracia romana.
Mientras
filósofos y retóricos ponían su inteligencia y su palabra al
servicio de la nueva religión que abrazaban, las familias que
ingresaban en la Iglesia, con todas sus riquezas, no sólo
facilitaron el incremento de algunas obras de caridad y el
embellecimiento de varios cementerios cristianos, sino que hicieron
posible la formación de un patrimonio eclesiástico.
Gobernaba
entonces la Iglesia de Roma un hombre de origen oscuro. Parece ser
que el papa San Clemente, lejos de ser un aristócrata, como los de
aquella nueva constelación de cristianos, era solamente un esclavo
liberto. Entre las familias consulares que entonces abrazaron el
cristianismo han dejado huella los Pomponios, los Acilios y los
Flavios, todos ellos emparentados con los emperadores.
Aunque
los Flavios habían hecho la guerra contra los judíos —Vespasiano
había comenzado el sitio de Jerusalén que cayó en manos de Tito—,
no sentían odio antisemita y no dudaron en rodearse de figuras del
judaísmo, como la princesa Berenice y el historiador Josefo.
Esta
conducta favoreció la rápida difusión del cristianismo,
considerado por los paganos como una secta judía, en los círculos
de la aristocracia senatorial. El cónsul Flavio Clemente, sobrino
de Vespasiano y primo hermano de Tito y de Domiciano, se convirtió
al cristianismo juntamente con su mujer Flavia Domitila.
Según
el derecho romano, sus dos hijos, que eran discípulos de
Quintiliano, debían suceder a Tito y a Domiciano, que carecían de
hijos. De haberse efectuado esta sucesión, malograda por el desastre
final de Domiciano, el Imperio romano hubiese sido regido por
príncipes cristianos doscientos años antes de Constantino.
Fue
el inhumano Domiciano quien desencadenó la segunda persecución
contra el cristianismo. Tertuliano compara su crueldad con la de
Nerón. Y el libro con que se termina el Nuevo Testamento, el
Apocalipsis, parece ser una ensambladura de dos apocalipsis distintos
del mismo autor, escrito el primero durante la persecución de Nerón
y el segundo cuando la de Domiciano.
Este
libro inspirado nos da así el ambiente cristiano, de sufrimiento y
de esperanza, en que vivió aquella generación de mártires.
Domiciano veía mal aquella infiltración de personajes y costumbres
judías en su corte, y decidió extirparla. Escudándose en sus
dificultades económicas empezó exigiendo rigurosamente el impuesto
de la didracma que los judíos pagaban para el Templo de Jerusalén,
y que, desde la destrucción del mismo, se recaudaba para el
emperador.
La
recaudación alarmó a Domiciano, pues le hizo ver cuán numerosos
eran los judíos que se habían infiltrado en su derredor, y decidió
perseguirlos y aniquilarlos. Para Domiciano y para el paganismo, tan
judíos eran los que seguían la religión de Moisés como los que
seguían la de Jesús. Todos, sin distinción, fueron acusados de
ateísmo.
No
debe extrañarnos esta acusación lanzada contra el judaísmo y el
cristianismo, tan profundamente religiosos, ya que el hecho de no dar
culto a ninguna imagen les hacía a los ojos de los idólatras
vivamente sospechosos de ateísmo. Los cristianos de entonces, como
los judíos de siempre, no daban culto a las imágenes, siguiendo en
esto el segundo mandamiento del Decálogo dado por Dios a Moisés,
tal como figura en la Biblia.
Se
condenó a muerte a judíos y cristianos, y fueron confiscados sus
bienes. Flavia Domitila, mujer del cónsul Flavio Clemente y sobrina
del emperador Domiciano, fue desterrada a la isla de Pandataria, en
atención a su dignidad de miembro de la familia imperial.
Domitila,
en esa isla, tenía como esclavos a Nereo y Aquileo, a los
cuales había convertido al cristianismo el apóstol San Pedro. Estos
siervos veían muy mal que su señora se adornase para agradar a un
pagano. Le aclaran cuestiones relativas al Evangelio, y sobre todo lo
referente a la dignidad que éste le concede al estado de virginidad,
como estado superior al matrimonio, como anticipo del estado
celestial realizado aquí mismo, en la temporalidad sobre la Tierra.
Estos
esclavos por sus enfrentamientos con dos discípulos de Simón el
Mago, quien había enfrentado a San Pedro y fué derrotado, fueron
desterrados posteriormente a Terracina, y son ejecutados el mismo día
que San Pancracio.
Domitila
tiene también dos asistentes, Teodora y Eufrosina, que van a casarse
con Sulpicio y Serviliano. Pero Domitila, ya teniendo en claro la
doctrina de la virginidad, convence a las dos jóvenes de las
excelencias de la virginidad, y sus dos pretendientes, renunciando a
ellas y convertidos también a la verdad de la religión cristiana,
pasan a aumentar el número de los fieles.
Martirizados
Nereo y Aquileo, caen también los dos cristianos de última hora,
Sulpicio y Serviliano. Las dos vírgenes, Teodora y Eufrosina junto
con Domitila, son encerradas en una casa en Terracina, a la cual
prenden fuego. Las tres mueren, y sus
cuerpos intactos son depositados por un santo diácono,
llamado Cesáreo, en un sepulcro nuevo.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e
intercesión de Santa Domitila y compañeros y compañeras mártires,
sepamos oponer un espíritu puro a las llamaradas del infierno que
han incendiado el mundo con su lujuria y avaricia, y que pugnan por
invadir nuestro corazón en todo momento, y así presentarnos
intactos ante tu presencia en el último día. A Tí Señor, que nos
prometiste que las llamas del infierno no prevalecerán ante tu
rebaño. Amén.
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