domingo, 7 de junio de 2020


7 de junio

San Isaac, y compañeros mártires cordobeses


(† 851)

Nadie puede detener, a aquellos que van al martirio, inspirados por el Espíritu Santo

Breve
Santos varones españoles, que murieron dando testimonio de Jesús crucificado, resucitado y elevado a los cielos, a la Diestra del Padre.
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En la ciudad, los moros están cansados de matar; los cristianos que conviven allí, están cansados también de aguantar insolencias, y de sufrir humillaciones, con peligro de sus vidas. Bastantes han preferido la salida, y se han instalado en los alrededores, ocupando las cuevas de la montaña, donde viven como ermitaños.

Son más de los que se esperaba; casi se puede decir, que han formado un cinturón, cercando la ciudad de los emires. Con frecuencia, reciben la visita de Eulogio, que les conforta con la palabra clara, fuerte y enérgica que deja en sus almas, regustos de mayor entrega a Dios, mezclada con deseos de fidelidad, a la fe cristiana y a los derechos de la patria.

Gran parte de ellos, avivan en el alma, deseos sinceros de perfección. Pasan el día y la noche, repitiendo las costumbres ascéticas, de los antiguos anacoretas, entre la meditación y la alabanza.

Las numerosas ermitas de la montaña, forman un gran monasterio, que sigue la Regla de los antiguos y pasados reformadores visigóticos, Leandro, Isidoro, Fructuoso y Valerio, quienes muy probablemente recopilaron, adaptándolas, las primeras reglas cenobíticas de los orientales, recogidas por Pacomio, Casiano, Agustín y Benito. El más importante es el Tabanense.

Estalló la tormenta, con el martirio del sacerdote cordobés Perfecto, que fue arrastrado al tribunal, condenado y degollado. Hay revuelo en la ciudad, y protesta e indignación en el campo. Ha nacido un sentimiento, por mucho tiempo reprimido; muchos llenos de ánimo, se lanzan en público a maldecir al Profeta, y se muestran deseosos de morir, por la justicia y la verdad. El mismo Eulogio, pretendió serenar los ánimos, pero de todos modos, sostiene que «nadie puede detener, a aquellos que van al martirio, inspirados por el Espíritu Santo».


Isaac es un joven sacerdote de Tábanos; hijo de familia ilustre cordobesa, de buena educación, conocedor excelente del árabe, hábil en los negocios, servidor en la administración de Abderramán, y de sus rentas. Pero amargado en la casa de su amo, por la insolencia de los dominantes, por su prepotencia altanera, o quizá por escrúpulos de conciencia, decidió irse y entrar en Tábanos, donde le trató Eulogio.

Ahora, indignado por la persecución de los musulmanes, toma la decisión de presentarse al cadí, con la intención de ridiculizar la injusticia, y acabar en el martirio. Simula querer tener razones, para aceptar la religión del Profeta, y las pide con ironía y sarcasmo, al juez que cae en la trampa.

Tan de plano rechaza ante el público reunido, la mentira del Profeta, la conducta personal del mahometano, y la falsía de la felicidad prometida, que resaltando la verdad del Crucificado, la dignidad que pide a sus fieles, y la verdad del único Cielo prometido, que fuera de sí, el improvisado y timado maestro, abofetea a Isaac, contra la ley y la usanza.

La crónica del suceso, narrada por Eulogio, coincide con la versión árabe, relatada en las Historias de los jueces de Córdoba, de Alioxaní, por la que sabemos hasta el nombre del cadí, Said-ben Soleiman el Gafaquí, que le juzgó.

Abderramán II, mandó aplicar el rigor de la ley, a su antiguo servidor; y para que los cristianos, no pudieran hacer de su cadáver un estandarte, dándole veneración, lo mantuvo dos días en la horca, lo hizo quemar, y desparramar después sus cenizas, por el río Guadalquivir.

Eso sucedió el miércoles 3 de junio. Dos días más tarde, el mártir es Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo, que era un esclavo de la guardia del sultán; a éste, por ser culpado de alta traición, además de impío, lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo una larga estaca, lo levantaron en el aire, y así murió tras una larga agonía; esa era la muerte de los empalados.

Seis hombres, que vestían con cogulla monacal, se presentaron el domingo, día 7, ante el juez musulmán. Eran Pedro, un joven sacerdote, y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano cordobés, que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su cuerpo, a los rigores de la penitencia, en el monasterio de Tábanos, que ayudó a construir con su fortuna personal, y ya sólo le quedaba esperar el Cielo, y otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.

En unos días, ocho hombres fueron mártires de Cristo.



Gentileza de De Crates (University of Texas Libraries)

Nota Personal: He omitido o suavizado intencionalmente, lo que dijeron estos santos varones, respecto del fundador del Islam, Muhammad o comúnmente llamado Mahoma.

Lo hago en honor a mi abuelo materno musulmán, quien siempre respetó al Cristianismo, y permitió que toda su familia sea bautizada, y fuese católica. La clave del desencuentro con los musulmanes, es de carácter teológico, y no personal con Muhammad. Así si éste, a los ojos cristianos, hubiese sido un varón inmaculado, igualmente subsistiría el desencuentro.

Quiero hacer este paréntesis, por el odio enconado, que existe actualmente en Occidente contra los musulmanes, que resume una enorme tendenciosidad, a un estado de guerra permanente, favorable a los intereses armamentísticos mundiales. Los propios musulmanes, son las primeras y principales víctimas de los extremistas musulmanes, y lo atestiguan con sus vidas, muriendo de a miles en el Mar Mediterráneo, cuando escapan a Europa.

Resumiendo brevemente la doctrina que profesan, el Islam cree en la concepción virginal de Jesús, cree en la Virgen María como tal, y venera a Jesús como profeta.

Sin embargo, niegan al pecado original, y en consecuencia, de la necesidad del Bautismo. Repiten de alguna manera, la herejía de Pelagio y de sus seguidores, el pelagianismo. Nosotros sabemos bien, el poder inmenso del pecado, que anida en nuestro corazón.

También niegan que Jesús haya sido crucificado, ya que afirman que otro hombre, que se le parecía lo fué, y que Dios elevó a Jesús a los cielos, sin haber resucitado. Niegan en consecuencia el sacrificio salvífico de la Cruz, su resurrección, y su naturaleza divina, siendo en consecuencia la versión moderna del arrianismo, que entre los cristianos, negaba la naturaleza divina del Salvador.

Por supuesto niegan la Eucaristía, y el misterio de la transustanciación del pan y del vino, en el cuerpo y la sangre de Jesús. En eso se parecen mucho a los protestantes.

Algunos musulmanes – mi propio hermano – afirman, que ellos creen en los mismos textos sagrados de los cristianos y judíos. Sin embargo, esto no es así, ya que según un comité de 32 eruditos musulmanes de los Estados Unidos, afirmaron que el Evangelio original – el Al-Inyil - que Dios le reveló a Jesús, ha sido modificado con el tiempo, al igual que el Antiguo Testamento. Es algo lógico, que así lo crean estos eruditos, porque sino, sería una flagrante contradicción, con sus creencias teológicas.

La clave esencial de la controversia, es muy parecida a lo que nos separa de los protestantes. Ellos también afirman, desde otro ángulo, que nosotros, los católicos, no seguimos fielmente las verdaderas creencias cristianas, ya que ellos – los protestantes - se ajustan estrictamente a la letra de lo escrito, en el Evangelio, y nosotros no.

Por ejemplo, respecto a la Virgen María, los protestantes la rechazan como co redentora, como sí lo afirmamos los católicos. Rechazan además la Tradición, en especial, todas las sucesivas revelaciones, y apariciones, de la Virgen María, y de la visión de muchos Santos. Ni hablar de nuestra Devoción, al Sagrado Corazón de Jesús y de María.

Lo último importante que quería reflexionar, es la proyección histórica, de la labor de Muhammad, y de los propios musulmanes. Hay que pensar que éste, sacó a innumerables pueblos árabes, con la ayuda indudable de Dios, del politeísmo y del más crudo paganismo.

Si no acabó mártir, fué porque supo escapar a tiempo a Medina desde la Meca, y allí organizó un poderoso ejército; es decir que fué un profeta guerrero. De alguna manera, repitió lo que sabemos, que hizo luego el Emperador Carlomagno, en Francia y Alemania por ejemplo, y a nuestros propios Monjes Templarios

Hay que recordar también, que el propio Islam sufrió cambios políticos importantes, y lo que era tolerable para los primeros musulmanes, ya no lo era para períodos posteriores. Esto sucedió en la dinastía de los Omeyas, que al principio de la conquista fueron tolerantes, y luego no lo fueron un siglo después.

Nosotros mismos, con nuestra pésima conducta y genocidio de las Cruzadas, en la Edad Media, repetida luego en el 2003, no hemos contribuido en nada, a la Paz entre las naciones cristianas y musulmanas. En Siria convivían cristianos, judíos y musulmanes, sin que exista violencia alguna entre ellos. Lo mismo en Iraq e Irán.

También es importante señalar, que en la España Mozárabe, nunca existió la Inquisición – al menos formalmente -, y la ciencia y el arte, se propagaban libremente, tanto que en la Universidad de Córdoba, estudiaron muchos cristianos, venidos del resto de la Europa Cristiana. La ordenada recopilación de la ciencia helénica y romana, por parte de los musulmanes, sirvió luego para el despegue de la Ciencia y el Arte, durante el Renacimiento en Europa.

Lo mismo sucedió, con el sistema numérico que diseñaron los árabes, que luego alcanzó aceptación mundial, especialmente con la aparición del número cero, y desde luego las decenas, centenas y miles, para los cálculos arquitectónicos y astronómicos, que ellos ya manejaban con habilidad. Las enormes construcciones, al estilo de la Basílica de San Pedro, fueron realizadas muchos siglos antes en Yemen, por ejemplo.

Ellos ya sabían, y guardaban como celoso secreto, por razones políticas y comerciales de carácter transoceánicas (Atlántico, Índico y Pacífico), que la Tierra era redonda, y que el Sol era el centro del sistema planetario, debido a sus observaciones astronómicas. Colón pudo averiguarlo de fuentes mozárabes, confirmaron lo que ya él sospechaba, y se lo revelaron los propios monjes españoles.

Cuando fueron expulsados los “moros” y judíos, España dejó partir a los mejores artesanos, comerciantes, industriales, científicos y técnicos, y empezó a importar todo, lo que arruinó de manera irreversible a ese país, durante centurias.

Hay que recordar también, que en la Universidad de Bagdad, ya se operaba con asepsia completa, muchos siglos antes, de que se hiciera en Occidente. Lo que Lord Lister descubrió en el siglo diecinueve, respecto a la asepsia, ya lo conocían ellos en el siglo once. No eran los musulmanes, una cultura “bárbara” ni “atrasada”. Esto nos enseña a tener humildad, y saber dar la importancia debida, al entrelazamiento cultural, sin perder nuestra identidad.

El respeto que tienen los musulmanes, por la Virgen María, es proverbial, y sospecho que la aparición de ella en Fátima, Portugal, no ha sido casual, ya que ésta, Fátima, fué la cuarta hija de Muhammad. Seguramente, la reconciliación de Cristianos y Musulmanes, pasará por la Virgen María.

En última instancia, lo que realmente importa es nuestro corazón, nuestra conducta personal coherente, y nuestra Fe en Dios. De nada sirve decir que somos cristianos, si no somos consecuentes luego, con nuestras acciones, al Amor y el Sacrificio que ese Amor conlleva, y tener un firme rechazo al pecado y a Satanás.

Ya el Divino Maestro nos lo advirtió severamente, que no será suficiente para entrar en la Vida Eterna, con haber dicho: “Señor, Señor”, si no fuimos sus discípulos de todo corazón.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que infundiste el sagrado celo de tu Santo Nombre a San Isaac, y compañeros mártires, haz que su supremo sacrificio, sirva a la reconciliación de las religiones monoteístas, ayudando y acelerando de esa manera, a la venida de tu Reino sobre la Tierra. A Tí Señor, que nos advertiste que no bastará, para entrar en el Reino de los Cielos, con haberte dicho “Señor, Señor”. Amén.



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