sábado, 27 de junio de 2020


27 de junio

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro


Icono oriental antiguo de origen desconocido

Patrona de los Padres Redentoristas y de Haití

Breve
El icono original está en el altar mayor, de la Iglesia de San Alfonso, muy cerca de la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma.

Ver también: Detalles sobre el ícono desde redentoristas.org

El icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles, que le muestran los instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las dos manos, de su Madre Santísima, quien lo sostiene en sus brazos.

El cuadro nos recuerda la maternidad divina de la Virgen, y su cuidado por Jesús, desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen, cuida de todos sus hijos, que a ella acuden con plena confianza.

Historia
En el siglo XV, un comerciante acaudalado de la isla de Creta, en el Mar Mediterráneo, tenía la bella pintura, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Era un hombre muy piadoso, y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para protegerla de los sarracenos?. Lo cierto es que el mercader, estaba resuelto a impedir que el cuadro de la Virgen se destruyera, como tantos otros, que ya habían corrido con esa suerte.

Por precaución, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó sus pertenencias, arregló su negocio, y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En esa ruta estaba, cuando se desató una violenta tormenta, y todos a bordo esperaban lo peor. El comerciante tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto y pidió socorro. La Santísima Virgen, respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó de repente, y la embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.

Cae la pintura en manos de una familia
Tenía el mercader, un amigo muy querido en la ciudad de Roma, así que decidió pasar un rato con él, antes de seguir adelante. Con gran alegría, le mostró el cuadro, y le dijo que algún día el mundo entero, le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Pasado un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días estaban contados, llamó a su amigo a su lecho, y le rogó que le prometiera, que después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen, en una iglesia digna o ilustre, para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa, pero no la llegó a cumplir, por complacer a su esposa, que se había encariñado con la imagen.

Pero la Divina Providencia, no había llevado la pintura a Roma, para que fuese propiedad de una familia, sino para que fuera venerada, por todo el mundo, tal y como había profetizado el mercader. Nuestra Señora, se le apareció al hombre en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo contrario, algo terrible sucedería.

El hombre discutió con su esposa, para cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario.

El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual. Nuestra Señora, por fin se le volvió a aparecer, y le dijo, que para que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente, el hombre se puso gravemente enfermo, y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada a la pintura, y trató de convencerse a sí misma, de que estaría más protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen.

Un día, su hijita de seis años, vino hacia ella apresurada con la noticia, de que una hermosa y resplandeciente Señora, se le había aparecido, mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho, que le dijera a su madre y a su abuelo, que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, deseaba ser puesta en una iglesia; y que si no, todos los de la casa morirían.

La mamá de la niñita estaba espantada, y prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la señora, y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga, de que se quedara con el cuadro, diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir.

Llena de dolor, comenzó a invocar a Nuestra Señora, para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó su oración. La vecina tocó la pintura con corazón contrito, y fue sanada instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda, para que obedeciera a Nuestra Señora, de una vez por todas.

Accede la viuda a entregar la pintura
Se encontraba la viuda preguntándose, en qué iglesia debería poner la pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña, y le dijo que le dijera a su madre, que quería que la pintura fuera colocada, en la iglesia que queda, entre la basílica de Santa María la Mayor, y la de San Juan de Letrán. Esa iglesia, era la de San Mateo, el Apóstol.

La señora se apresuró a entrevistarse, con el superior de los Agustinos, quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le informó, acerca de todas las circunstancias relacionadas con el cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia, en procesión solemne, el 27 de marzo de 1499.

En el camino desde la residencia de la viuda hacia la iglesia, un hombre tocó la pintura, y le fue devuelto, el uso de un brazo que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde permaneció casi trescientos años.

Amada y venerada por todos los de Roma, como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y gracias.

En 1798, Napoleón y su ejército francés, tomaron la ciudad de Roma. Sus atropellos fueron incontables, así como su soberbia satánica. Exilió al Papa Pío VII, y con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada.

Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente, el cuadro.

Cuando el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a los agustinos el monasterio de San Eusebio, y después la casa y la iglesia de Santa María, en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la Gracia, estaba ya colocada en dicha iglesia, por lo que la pintura milagrosa, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.

Hallazgo de un sacerdote Redentorista
Mientras tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los Redentoristas, estableció su sede principal en Roma, donde construyeron un monasterio, y la iglesia de San Alfonso.

Uno de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se encontró con múltiples referencias, a la vieja Iglesia de San Mateo, y a la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Un día decidió contarle a sus hermanos sacerdotes, sobre sus investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso, estaba construida sobre las ruinas de la de San Mateo, en la que durante siglos, había sido venerada públicamente, una pintura milagrosa, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Entre los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba, de haber servido muchas veces, en la Misa de la capilla de los Agustinos de Posterula, cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la pintura milagrosa.

Un viejo hermano lego, que había vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces, relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora, y solía añadir: "Ten presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo, es la de la capilla privada. No lo olvides". El Padre Michael, les relató todo lo que había oído de aquel hermano lego.

Por medio de este incidente, los Redentoristas supieron de la existencia de la pintura; no obstante, ignoraban su historia, y el deseo expreso de la Virgen, de ser honrada públicamente en la iglesia.

Ese mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita, acerca de la antigua pintura, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas, la historia de la pintura, y del deseo de la Virgen, de que esta imagen suya, fuera venerada, entre la Iglesia de Santa María la Mayor, y la de San Juan de Letrán.

El santo Jesuita había lamentado el hecho, de que el cuadro que había sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido, sin revelar ninguna señal sobrenatural, durante los últimos sesenta años. A él le pareció que se debía, a que ya no estaba expuesta públicamente, para ser venerada por los fieles. Les imploró a sus oyentes, que si alguno sabía, dónde se hallaba la pintura, le informaran al dueño de lo que deseaba la Virgen.

Los Padres Redentoristas soñaban con ver, que el milagroso cuadro fuera nuevamente expuesto a la veneración pública, y que de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso.

Así que instaron a su Superior General, para que tratara de conseguir, el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión, decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró la historia de la milagrosa imagen, y hizo su petición.

El Santo Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen, y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo, de que el cuadro milagroso, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, fuera devuelto a la Iglesia que estaba, entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas, de que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, fuera conocida en todas partes.

Aparece, y se venera por fin, el cuadro de Nuestra Señora
Ninguno de los Agustinos de ese tiempo, posterior a la invasión de Napoleón, había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez que supieron la historia, y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a Nuestra Señora.

Habían sido sus custodios, y ahora se la devolverían al mundo, bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina Providencia, en una forma verdaderamente extraordinaria.

A petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a su vez a los Agustinos, una linda pintura, que serviría para reemplazar a la milagrosa.

La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, fue llevada en procesión solemne, a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma, antes de ser colocada sobre el altar, construido especialmente para su veneración, en la Iglesia de San Alfonso.

La dicha del pueblo romano, era evidente. El entusiasmo de las veinte mil personas, que se agolparon en las calles, llenas de flores para la procesión, dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios.

A toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase, delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que escuchara sus oraciones, y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente, muchos milagros y gracias.

Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, se ha difundido por todo el mundo. Se han construido, iglesias y santuarios en su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.

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Signos de la imagen, de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro - conocida en el Oriente bizantino, como el icono de la Madre de Dios de la Pasión.

Aunque su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado, durante el decimotercero o decimocuarto siglo. El ícono parece ser copia, de una famosa pintura de Nuestra Señora, que fuera, según la tradición, pintada por el mismo San Lucas.

La original, se veneraba en Constantinopla por siglos, como una pintura milagrosa, pero fue destruida en 1453 por los Turcos, cuando capturaron la ciudad.

Fue pintada en un estilo plano, característico de los íconos orientales, y tiene una calidad primitiva. Todas las letras son griegas. Las iniciales, al lado de la corona de la Madre, la identifican como la “Madre de Dios”.

Las iniciales, al lado del Niño, “ICXC”, significan “Jesucristo”. Las letras griegas, en la aureola del Niño: owu significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza, y los hombros de María Santísima, indican su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto.

Las letras más pequeñas, identifican al ángel a la izquierda, como “San Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña, con la esponja empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la derecha, es identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos. Nótese que los ángeles, no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con el paño que los cubre.

Cuando este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta razón, el artista redondeó la cabeza, y el velo de la Madre, para indicar su santidad. Los halos y coronas doradas, fueron añadidas mucho tiempo después. El fondo dorado, símbolo de la luz eterna, da realce a los colores, más bien vivos, de las vestiduras.

Para la Virgen, “el maforion” (velo-manto), es de color púrpura, signo de la divinidad, a la que ella se ha unido excepcionalmente, mientras que el traje es azul, indicación de su humanidad. En este retrato, la Madona está fuera de proporción, con el tamaño de su Hijo, porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.

Los encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista, quien quiso asegurarse, que la identidad de cada uno de los sujetos, se conociera, hasta la sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño divino, siempre con esa expresión de madurez, que conviene a un Dios eterno, en su pequeño rostro, está vestido, como solían hacerlo en la antigüedad, los nobles y filósofos: túnica ceñida por un cinturón, y manto echado al hombro.

El pequeño Jesús, tiene en el rostro, una expresión de temor, y con las dos manitas, aprieta la derecha de su Madre, que mira ante sí, con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando en su corazón, la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, del misterioso plan de la redención, cuyo siervo sufriente, Isaías, ya había presentado.

En su doble denominación, esta bella imagen de la Virgen, nos recuerda el centralismo salvífico, de la pasión de Cristo y de María, y al mismo tiempo, la socorredora bondad de la Madre de Dios, y Madre Nuestra.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, asístenos por medio de la Virgen, en su advocación del Perpetuo Socorro, en las tempestuosas aguas de nuestra Vida personal, familiar y comunitaria, y así poder llegar al puerto seguro, en tu Divina Gloria. A Tí Señor, que calmaste las aguas del mar de Galilea, y nos diste Tu Paz a la vuelta de tu Resurrección. Amén.

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